09:30 AM. Toilet of terminal
Lo cierto es que sigo sin tener muy claro dónde estamos, en qué país, porque desde que hemos bajado del avión todo han sido prisas y nervios. En lo que sí me ha dado tiempo a fijarme era en el cartel que anunciaba los vuelos que llegaban, porque sigo con la curiosidad de saber si Toledo dispone de aeropuerto, porque es allí donde quiero ir el día que me reúna con Daddy. Sin embargo, no he visto ninguna indicación en ese sentido. El aeropuerto de Boston se llama “Logan”, éste, en el que estamos, “Barajas”. No me suena a ninguna ciudad conocida. Quizá sea el aeropuerto de Toledo, pero no he visto ninguna indicación ni cartel que dé la bienvenida a Toledo, por lo cual sigo tan perdida y desorientada como lo estaba cuando ayer Ana me avisó de que me hiciera la maleta porque me tenía que venir con ella por las buenas o por las malas. Al final ha sido por las malas y no sé dónde estoy. Quizá, si le hubiera dicho que vendría “por las buenas”, me lo hubiera aclarado. Sin embargo, sabe que yo no me muevo del St. Clare’s, salvo que Daddy venga a por mí, y no me ha dicho que me lleve con él.

Hemos bajado del avión, recogido el equipaje, pasado por la aduana y recorrido un largo pasillo. Después, dado que los amigos de Ana no han venido aún, se retrasan, ésta se ha quedado sin argumentos para impedir que viniésemos a los aseos, porque ya no me aguantaba más. Las dos tenemos ganas de llegar, pero cuando las prisas aprietan es mejor que no esperen porque, de lo contrario, me lo haría encima y no creo que ello cause buena impresión. Es mejor que Ana no tenga más motivos para que se enfade conmigo. Si me hubiera avisado con tiempo, o al menos me dijera dónde estamos y a qué hemos venido, estaría menos inquieta. Son demasiadas ilusiones y expectativas las que rondan por mi cabeza, sobre todo la posibilidad de que tal vez me haya traído a conocer a Daddy, pero prefiera que sea una sorpresa o se lo tome con cierta prudencia por si acaso Daddy no quisiera saber nada de mí. Lo cierto es que me parece un poco extraño que a Jodie y Brittany les manden al Matignon High el próximo curso y a mí me dejen en el St. Clare’s. No sé muy bien qué argumentos y excusas les habrá dado a los administradores porque es algo excepcional y a mí no me parece que mis problemas sean tan serios como para que se me haya tenido tanta consideración. La norma hasta ahora ha sido que, si algo no me gusta, me aguante. El cambio de el St. Clare’s no es como si me hubieran encontrado una familia de acogida o localizado a Daddy. Según se nos ha dicho siempre, las niñas mayores que no tienen quien las acoja se van al Matignon High, no se les premia con un viaje sorpresa a lo desconocido.
Supongo que resulta un poco extraño que lo primero que necesite cuando llego a un nuevo país, más que la curiosidad por saber dónde estoy, por descubrir lo poco o mucho que esté ofrece a los turistas, haya sido la localización de los aseos en la terminal, que ésta sea mi primera aportación. Al menos me quedo con la tranquilidad de saber que después de esto no nos montaremos en el próximo avión para regresar a Boston, porque significaría que Ana me ha traído demasiado lejos para tan solo ir al aseo, cuando resulta mucho más económico no moverse del St. Clare’s. Es más, no me ha quedado claro si durante el tiempo que duren las reformas los aseos se utilizarán. En caso de habernos quedado, ante la necesidad, habríamos buscado alguna alternativa, ya fuera en los del colegio o los de la parroquia, aunque lo más grave sería el planteamiento con respecto a las duchas. En cualquier caso, durante nuestra estancia aquí, en casa de esos amigos, supongo que no tendré excusa para no ducharme, aunque me cause un cierto reparo hacerlo en una casa extraña.
Ana: [Desde el otro lado de la puerta] Terminas ¿o haces un túnel para escapar? – Me pregunta con cierta impaciencia y mucha complicidad. – Nos esperan y será mejor que no nos pasemos las dos semanas en la terminal. – Me advierte.
Jess: ¡Ya salgo! – Le respondo.
Quizá me he entretenido un poco más de la cuenta, pero las prisas con las que me he encerrado aquí contrastan con la tranquilidad con las que me planteo salir. Sin embargo, hace cinco minutos no me aguantaba y ahora necesito relajarme un poco, aparte de que tengo la sensación de que voy medio dormida y necesito tomar conciencia de dónde me encuentro. No tengo la menor intención ni pensamiento de escaparme, porque tampoco tengo a dónde ir, dado que no sé dónde estoy, salvo lo bastante lejos del St. Clare’s como para que procure no perderme o me meteré en un serio problema. Ana se fía de mí, sabe que la aprecio lo suficiente como para no hacer ninguna tontería, dado que no está únicamente en juego el buen desarrollo de este viaje e incluso que Ana me apoye en la búsqueda de Daddy, sino que los directivos del St. Clare’s confíen en mí y no me manden a Matignon High en cuanto regresemos a Medford. En realidad, no tengo muy claro si este viaje es un regalo por mi graduación; una imposición para Ana o una solución improvisada porque Ana tenía que hacer este viaje y no ha encontrado a nadie que se quedase conmigo. La cuestión es que como cause algún problema todo se volverá en mi contra.
No sé si será algo muy típico de aquí o una falta de educación por parte de los pasajeros, de las mujeres que pasan por aquí, pero el caso es que en las paredes han dejado mensajes escritos. La mayoría no los entiendo porque están escritos en idiomas que desconozco y que tampoco ayudan demasiado a saber dónde me encuentro. Tan solo hay uno que me llama la atención porque parece escrito en inglés y por alguien que no sé si volverá, pero al menos quiere dejar constancia de que paso por aquí. El texto que ha dejado no deja muchas dudas al respecto: “Yuly, from Boston, was here”. No ha puesto ninguna fecha, de manera que no me es fácil deducirlo, aunque me da la impresión de que es bastante reciente.
Jess: ¡Ya salgo! – Le repito antes de que insista y me ponga en evidencia ante todo el mundo.
Ana: [Desde el otro lado de la puerta] Termina de vestirte y vayamos en busca de mis amigos antes de que se preocupen. – Me pide. – Entre las gestiones en la aduana y esto, llevamos perdida más de una hora. – Constata con cierta preocupación.
Jess: ¿La casa de tus amigos está lejos de aquí? – Le pregunto intrigada. – ¿Ya has estado alguna vez?
Ana: [Desde el otro lado de la puerta] Calculo que queda una hora y media de coche. – Me responde. – Es la primera vez que les visito en esta casa, pero los conozco desde hace algunos años. – Me aclara. – No vamos a casa de unos extraños. – Aclara para que no me inquiete.
Jess: Entonces ¿No sabes cómo es la casa? – Le pregunto
Ana: [Desde el otro lado de la puerta] Según me han explicado, es un chalé, en una urbanización con piscina comunitaria. – Me explica. – Cerca de un pinar y de la autovía. La parcela es de ochocientos metros cuadrados y la vivienda ocupa algo menos de la mitad, por lo que tendrás un jardín para tumbarte al sol, si no quieres hacerlo en la piscina.
Jess: ¿Descubriré tu vida secreta? – Le pregunto intrigada.
Ana: [Desde el otro lado de la puerta] No tengo secretos. – Me responde. – Tan solo que he sido joven y he tenido tiempo de conocer gente de todo el mundo. – Me explica. – Cuando empieces a ir a la universidad y seas un poco más independiente, lo comprenderás.
Jess: ¿Fuisteis compañeros de clase en la universidad? – Le pregunto.
Ana: [Desde el otro lado de la puerta] Hemos coincidido en varios encuentros con el Papa. – Me explica.
Jess: (Abro la puerta para salir) ¿De qué iba eso? – Pregunto intrigada. – ¿Acaso tus amigos viajan con el Papa? – Pregunto con incredulidad. – ¿Trabajan en el Vaticano?
Ana: Cada dos o tres años hay un encuentro internacional de jóvenes con el Papa, aparte de los que hay cada año en el Vaticano durante la Semana Santa. – Me explica. – Acude gente de todo el mundo. – Aclara. – Desde que estoy con vosotras no he podido ir, pero durante los años que estuve en la universidad, aproveché las vacaciones de verano.
Jess: ¿La universidad organiza los viajes del Papa? – Le pregunto, ya que no le entiendo.
Ana: ¡No te líes! – Me pide. – El Papa tiene su propia agenda y no tiene que ver con la universidad. – Replica. – Lo de los Encuentros es algo así como las reuniones que de vez en cuando hacen las parroquias de Medford o de la archidiócesis, pero a nivel mundial. Hace dos años fue en Denver, en el mes de agosto y este año ha sido en Manila, Filipinas, en el mes de enero.
Jess: ¡Eso son cosas de mayores! – Le contesto sin mucho interés.
Ana: ¡Ya veo con qué interés te tomas las actividades de la parroquia! – Me recrimina. – ¡No son “cosas de mayores”! – Me corrige. – Como te he dicho, la Archidiócesis también realiza encuentros entre las parroquias. – Me dice. – Si te animaras, estás en edad de que te lleve. – Me propone. – Hay para todas las edades. – Aclara. – Alguno de esos encuentros ha sido en la parroquia de St. Francis, pero los ha habido y hay en otras parroquias.
Jess: Pero a esas reuniones no viene el Papa. – Constato contrariada. – Cuando los ha habido en St. Francis, sí he ido. Ha sido una actividad más del colegio y de la catequesis.
Ana: Si no viene el Papa, viene el arzobispo o alguien en representación. – Me explica. – En St. Francis se reúnen varios cientos de personas y con el Papa cientos de miles de jóvenes, pero, en realidad, es casi lo mismo.
Ahora mismo no me interesa que me cuente qué es eso de los Encuentros con el Papa, para eso ya voy a las catequesis y he asistido a clases de Religión en el colegio. Ahora estoy de vacaciones y ya que no ha dejado que me quedara sola en el St. Clare’s, porque mi presencia supone un problema para los albañiles y una responsabilidad para todo el mundo, me gustaría que me levantase el castigo y desvelara dónde estamos y a qué hemos venido. Acepto que sean asuntos suyos o del St. Clare’s, que no me lo cuente con demasiado detalle porque en ocasiones me hablo más de la cuenta y tal vez no se fíe de mi discreción, pero, por lo que sé, de las chicas que estaremos en el St. Clare’s el próximo curso, no hay ninguna que tenga relación con alguien que viva tan lejos, todas son chicas del condado, incluyo yo. La excepción es que Daddy, mi padre, vive en Europa, demasiado lejos de Medford, como para que tenga alguna noticia de mi existencia, salvo que le enviaran una carta o se lo hayan hecho saber de algún modo. Si hemos venido tan lejos que ha hecho falta que cogiéramos dos aviones y pasáramos la aduana para que nos permitan salir de la terminal, lo único que se me ocurre pensar es que Ana me ha traído porque ha encontrado alguna pista sobre Daddy. Quizá quiera dejarme con él y se haya inventado la excusa de sus amigos porque supone que así no me enteraré de la verdad.
Salimos de los aseos. Toda la atención y mirada de Ana se dirigen hacia una pareja que por su aspecto deduzco que tienen más o menos la edad de ésta y, como no llevan ningún tipo de equipaje, lo lógico es pensar que no tienen intención de coger ningún avión, ni proceden de ningún vuelo, dado que estamos en la terminal de llegadas, por lo cual nos esperan a nosotras y debido a que nos hemos entretenido en el aseo no ha sido fácil que nos localizasen. Quizás haya sido un tanto contradictorio que, si nuestro avión aterrizó hace más de una hora, nosotras no hayamos estado muy a la vista para que nos encontrasen, pero mis prisas no podían esperar y dado que no sé lo que tardaremos en llegar hasta su chalé, prefiero ser prudente, aparte de que supongo que Ana también preferirá que esté tranquila y no cause mala impresión a sus amigos, porque ya sabe de mis reacciones con los extraño y ante la menor sospecha de que me han encontrado una familia de acogida para que deje el St. Clare’s y me olvide de Daddy. Esta vez estoy algo más tranquila y relajada porque tengo su promesa de que me quedaré por lo menos otro año, siempre y cuando apruebe la asignatura de Spanish por mis propios méritos y no por la benevolencia del profesor o la influencia que ella ejerza sobre éste, que me ha asegurado que no hará porque como tal no hay ningún vínculo entre el Medford High School y el St. Clare’s Home.
Ana: Hola. – Les saluda en español. – ¡Ya estamos aquí! – Exclama aliviada.
Sonia: Hola, Ann. – Le devuelve el saludo y llama por su nombre en inglés. – Bienvenidas ¿Qué tal el vuelo? – Le pregunta.
Ana: El vuelo ha sido cansado. – Le contesta. – Ésta es Jessica Marie Bond, la llamamos “Jessica” o “Jess” según el humor que tenga. – Me presenta a sus amigos. – Ha venido por las malas y está castigada a no saber dónde estamos, salvo que lo averigüe por sí misma. – Les comenta con complicidad, aunque no sea una manera muy correcta de hacer las presentaciones.
Sonia: Bienvenida, Jessica. Encantada de conocerte. – Me saluda en inglés como si Ana ya les hubiera hablado de mí. – Él es Carlos. Es mi marido. – Me dice en referencia a su acompañante. – Yo soy Sonia Martín. – Se presenta. – Bienvenido a mi país. – Me dice de nuevo por si antes no le hubiera entendido.
Jess: Hola. – Le devuelvo el saludo con timidez.
Ana: Como está castigada, no está muy habladora. – Le dice con complicidad. – Es tan buena chica como parece. De manera que no os preocupéis demasiado. No causará más problemas de los necesarios. – Aclara. – ¿Vosotros cómo estáis? – Les pregunta. – Lamento no haber asistido a vuestra boda, pero vivo lejos y estos angelitos me tienen muy ocupada.
Sonia: Nosotros estamos bien. – Le responde. – Como te dije, me alegro de que me llamarás y dijeras que vendrías a hacernos una visita. – Le dice. – Estamos encantados de teneros en casa todo el tiempo que necesitéis.
Ana: ¡Mil gracias por todo, de verdad! – Le contesta. – Molestaremos lo menos posible.
Sonia: Molestad todo lo que sea necesario. – Le responde. – Ya nos invitarás a tu casa cualquier día y seremos nosotros quienes abusemos de tu hospitalidad. – Argumenta. – Tenemos ese viaje pendiente.
Ana: Cuando queráis. – Le responde en tono afable. – Vivo en el St. Clare’s Home, pero la casa de mis padres está cerca, en Somerville, y hay dormitorios de sobra. Si os apetece conocer Boston, basta con que aviséis y tendréis el alojamiento disponible.
Sonia: A ver si se organiza algún Encuentro por allí y nos acercamos. Se comenta algo de Toronto, pero por el momento tan solo son rumores, aunque alguna vez tendrá que ser por allí. Tal vez, si los de Boston os ponéis las pilas, el Encuentro será allí. – Le contesta. – Los dos tenemos ganas de conocer mundo, pero hasta ahora no hemos tenido ocasión y no sabemos lo que pasará en los próximos años
Ana: De verdad, basta con que lo digáis. No hace falta que os busquéis una excusa. – Le reitera. – Venís a casa y os dedicáis a hacer turismo por allí. – Le dice. – Si me puedo escapar del St. Clare’s, os haré de guía.
Sonia: Ya lo planearemos con tiempo. – Le contesta para zanjar la cuestión. – Del asunto ese ¿has averiguado algo más? – Le pregunta y por el tono de voz entiendo que es una indirecta.
Ana: Espero tener algo claro en dos o tres días. – Le responde con cierta prudencia en sus palabras. – Por el momento está todo un poco confuso, pero estoy segura de que voy por el buen camino. – Le aclara con optimismo. – Bueno, descansaré durante el fin de semana y el lunes me pondré con ello.
Sonia: Si necesitas que te ayudemos, cuenta con ello. – Le indica. – Tenemos nuestros contactos. – Añade con intención
Ana: Sé que abuso demasiado, pero, si lo necesito, lo haré. – Le responde. – Conocéis mejor la ciudad y cómo funciona aquí todo eso.
Sonia: Marchémonos. – Nos pide animada. – Ya hablaremos en casa con más calma. – Alega. – Supongo que vendréis agotadas y con idea de comer algo y acostaros. – Nos dice. – Ya mañana será otro día y estaréis mucho más relajadas.
Carlos: El coche está en el aparcamiento P2. Tendremos que dar un paseo. – Nos dice. – ¿Necesitáis ayuda con el equipaje? – Pregunta dispuesto a ayudar.
Ana: Gracias, pero creo que nosotras podremos. – Le responde.
Los tres hablan en español, porque deduzco que ese es el idioma que utilizan, por las ocasiones en que Ana me ha hablado así, pero ello no me ayuda demasiado a saber dónde estoy, adónde me ha traído, aunque la sospecha es que se trata de España o de algún país donde el español sea el idioma oficial. El caso es que no me entero de la conversación y los tres son conscientes de ello porque cuando la amiga de Ana me ha hablado lo ha hecho en inglés y por su tono me ha quedado claro que no tiene el dialecto de Boston. Hasta cierto punto me ha parecido un inglés más británico o, en todo caso, más académico, de manera que si hablaran así en Boston en seguida se darían cuenta que son turistas. Aquí la turista soy yo y desconozco el idioma, como si el castigo por mi actitud rebelde incluyese que tome consciencia de las consecuencias de mi negativa a aprender el idioma, que haya faltado a clase durante los últimos cuatro años, cuando se supone que, en teoría y por principio, dada mi actitud rebelde, de la primera patada que me dieran en el trasero más que tener asegurada la plaza en Matignon High, lo que me garantizarían es que aprenderé el idioma por las malas. Como me quedo en el St. Clare’s, supongo que la expectativa para el próximo curso es un poco más alentadora, incluye que estudie la asignatura de Spanish, pero basta con que apruebe y para el curso siguiente ya veré qué se decide al respecto.
Para no quedarme atrás, dado que Ana tampoco quiere que me pierda de su vista ni yo que ella se pierda de la mía, porque desde aquí ya no sé cómo volver a Medford y me temo que para subir a un avión que me lleve de regreso antes necesitaré comprar la tarjeta de embarque, dinero del que no dispongo, aparte que, si no es porque Ana se ha ocupado de mi maleta, me vengo con lo puesto. Ahora me he de limitar a seguirles y arrastrar la maleta conmigo ante la sospecha de que el coche de sus amigos se encontrará un poco lejos y que como tal me tomaré el paseo con cierta calma. Mi interés y curiosidad está encontrar algo alusivo a Toledo, aunque tampoco quiero que se note demasiado, porque no quiero que Ana piense que he cambiado de mentalidad con respecto a mis planteamientos. Que me haya traído con ella en este viaje no cambia nada. Mientras no tengamos noticias de Daddy prefiero mantener mi ignorancia. Sin embargo, es la primera vez que me alejo del St. Clare’s y me pica la curiosidad por saber dónde estoy, por si este fuera el camino que he de seguir para reunirme con Daddy. En caso de que éste me viniera a recoger aquí, le podría decir que ya conozco el aeropuerto y nos citaríamos en algún punto en concreto. En todo caso, mi ilusión sería que el avión me llevase hasta el aeropuerto de Toledo, en caso de que exista. En tal caso, estoy segura de que algún avión lo tendrá como punto de procedencia o destino.
Me ha parecido entender que nos dirigimos hacia el aparcamiento, que tendremos que darnos un paseo por el aeropuerto, lo cual me dará ocasión para tener las ideas un poco más claras con respecto a dónde estamos y a qué hemos venido. En el aeropuerto de Philadelphia hubiera querido tener una oportunidad como ésta, pero Ana no lo consideró oportuno porque le interesaba más que no perdiéramos el siguiente vuelo, de manera que nos limitamos a ir de una terminal a otra, pero ahora que el viaje ya ha terminado, que no tomaremos ningún otro vuelo, no hay tanta prisa. No sé dónde nos llevan sus amigos, dónde viven, pero eso da igual porque no tengo alternativa. Casi prefiero no saberlo, porque lo único que me interesa es que regresemos a Medford o que hayamos venido al encuentro con Daddy y que toda esta pesadilla tenga un final feliz. En todo caso, estoy decidida a reprimir mi curiosidad. No quiero estar aquí y, aunque no me queda otro remedio, no dejaré que Ana me convenza para que este viaje me guste porque haya mucho por descubrir para alguien como yo. De verdad que no espero que el sitio me guste porque así tal vez nos marchemos antes, a pesar de que ya sé que hasta dentro de dos semanas, por mucho que proteste, la prioridad de Ana está en ese misterioso asunto. Mi única opción es resignarme, dado que ni tan siquiera podré sacar mi vena rebelde para llamar la atención. No me lo ha dicho de manera muy directa, pero, si quiero conservar mi dormitorio en el St. Clare’s, más vale que no cause demasiados problemas. Su paciencia tiene un límite y me temo que no me ha traído hasta aquí para que la ponga a prueba. Ana ya es consciente que la mía se ha quedado en Medford, porque con la tontería que llevo encima, no le he dejado sitio en la maleta.
Ana: ¡Venga, Jessica! ¡Qué parece que vas medio dormida! – Me recrimina y dice para que me anime. – Ya casi hemos llegado. Tan solo queda un pequeño paseo hasta el coche. – Añade.
Jess: Voy. – Le respondo.
Durante nuestra estancia en el aeropuerto de Philadelphia Ana se mostró algo más relajada y condescendiente con mi curiosidad. Ahora que ya estamos aquí, que nos hemos reunido con sus amigos, tengo la sensación de que le han entrado las prisas, que no permitirá que me deje llevar por la curiosidad para saber dónde estamos o supusiera que con lo poco o mucho que descubra de camino al aparcamiento será más que suficiente, como si ya tuviera bastante información, cuando lo cierto es que estoy, si cabe, más perdida que ayer cuando salimos porque sus amigos no hablan en inglés y mi contrariedad es mayor al escucharles hablar en español, dado que poco más que falta para plantearme la posibilidad de que estemos en España y, por lo tanto, hayamos venido en busca de Daddy, aunque Ana no lo admita y argumente que prefiere que lo averigüe por mí misma. En tal caso, y por lógica, sus amigos han de vivir en Toledo. Sin embargo, me temo que, como siempre, me dejo llevar por la imaginación. Lo más probable sea que estemos en algún lugar de Sudamérica, donde el español también es lengua oficial.
La norma en el St. Clare’s es que no se debe correr por los pasillos, dado que existe el riesgo de que nos tropecemos por no ver por dónde vamos o nos choquemos unas con otras, aparte del ruido que hagan nuestros pasos, que resulta un tanto molesto a determinadas horas, en particular durante la noche, aunque se supone que todas hemos de quedarnos en la cama, salvo que nos surja alguna urgencia. Para que dicha norma tenga vigencia deberíamos seguir en el St. Clare’s, pero nos encontramos en la terminal del aeropuerto, donde no hay tiempo para distraerse, tenemos que llegar hasta el coche de los amigos de Ana, que se encuentra en el aparcamiento, por lo cual nada de distracciones. Es indiferente lo que ponga en los carteles, paneles o cualquier otro sitio que me atraiga mi curiosidad. No se me da opción ni ocasión a que busque pistas o indicaciones sobre dónde nos encontramos o si estamos cerca de algún lugar que me suene remotamente familiar. Lo importante es que ya estamos aquí y como si el coche, como los aviones, tuviera su propio horario, conviene que nos rijamos por éste.
Tengo la mente llena de dudas, de curiosidad deseosa de saciarse, aunque me niegue a reconocerlo, porque sería como admitir que me alegra haber venido, tener la oportunidad de conocer sitios nuevos por primera vez y lamento no haber ido a las excursiones organizadas por el St. Francis ni a los campamentos de verano. La verdad es que para mí nada de esto tiene sentido y en el fondo lo que motiva mi curiosidad es el hecho de encontrar una explicación todo ello, más allá del hecho de que haya obras en el St. Clare’s y Ana haya considerado que la mejor solución era traerme con ella. Tengo la sensación de que ha de haber algo más, ya que igual se hubiera planteado dejarme en casa de sus padres, si me lo hubiera explicado con calma, quizás hubiera dejado que me convenciera. Sin embargo, ella es demasiado reservada con todo lo referente a su vida personal y me temo que ello descarta a sus padres o familiares más directos como posibles familias de acogida, aunque sea temporal. Además, me conoce y, hasta cierto punto, se teme allí no me sea tan fácil controlar mi curiosidad y menos aún las ganas de hablar sobre ello con cualquiera que me pregunte. Para Ana lo mejor es que no me pierda de vista.
Lo que Ana no puede evitar una vez estamos en el aparcamiento, es que me fije en la matrícula de los coches, más que en éstos, porque tampoco me considero una experta y lo cierto es que todos me parecen iguales, ya que debido a lo poco que me he movido hasta ahora puede decirse que tan solo conozco de vista los que pasan por Fulton St. Y Fellsway W, incluso diría que los de la I-93, pero la verdad es que nunca he subido la cuesta. Lo que me llama la atención es que en ninguna hay una referencia clara al país en que estamos. Si estuviéramos en Medford, en casi todas pondría “Massachusetts” o se sabría quienes proceden de otros estados. De esas por aquí no veo ninguna que me resulte remotamente conocida, así como tampoco soy capaz de interpretarlas. De hecho, si se tratase de la matrícula de la furgoneta del St. Clare’s, la reconocería en seguida. Sin embargo, nos encontramos en otro país y ésta se quedó aparcada en Earl Ave, frente a la casa, donde seguirá cuando regresemos, salvo que alguien la mueva.
Tal vez lo que más desmotiva de este día sea la climatología, que hemos salido de Medford para encontrarnos con la lluvia, lo que me hace pensar que este lugar no es tan paradisíaco como Ana pretendía que creyese, porque, además, tengo la sensación de que estamos lejos de la costa. Quizá, si luciera un sol espléndido e hiciera calor como para que me sobrasen capan de ropa sería un poco más optimista, pero con la lluvia sobre nuestras cabezas y un cielo nublado poco entusiasmo puedo tener, lo que me apetece es esconderme para no ver nada, aunque tampoco hay mucho que descubrir porque la lluvia no lo permite. Si esto fuera un recibimiento formal, lo que me provoca son ganas de regresar al avión, aunque me temo que Ana no consentirá que vuelva sobre mis pasos y menos aún que por mi cabezonería nos veamos metidas en problemas. Ya nos hemos reunido con sus amigos, quienes no viven a un paso del aeropuerto y quizá esa distancia sea suficiente como para que nos alejemos de la tormenta. Las expectativas no es que sean muy alentadoras, pero cualquier sitio es mejor que éste. Aquí hay demasiada gente de todas partes y casi imposible que Daddy y yo nos encontraremos.
El equipaje al maletero y mi culo al asiento de pasajeros, salvo que quiera que me aten una cuerda y quiera correr tras el coche, porque entiendo que éste no reducirá su velocidad para ir a mi paso, de manera que es fácil suponer que me arrastraría por el suelo y no sé si quedaría algo de mí cuando llegase a su destino, por lo cual lo mejor es que me comporte, me meta en el coche, cierre la puerta y abroche el cinturón para que no haya ninguna posibilidad de que me caiga. Esta vez que no hay necesidad de que Ana se ponga seria conmigo ni me tenga que sujetar al asiento por las malas. Soy capaz de hacerlo sola, de reprimir el impulso de salir corriendo, ya que no sabría a dónde ir ni creo que sea muy recomendable que me aleje de Ana en estos momentos. No sé si en este país serán caníbales, pero me creeré eso de que peligra mi integridad como haga alguna tontería.
Debe estar conectado para enviar un comentario.