Esto de escribir con idea de que los demás lo lean, para mí es algo novedoso. ¿De qué hablar? ¿Qué contar? ¿Qué puedo aportar a este mundo y que, además, resulte de interés?

Siempre yo, como el centro del mundo, como si todo tuviera que girar en torno a mí, para al final comprender que, si no hubiera un tú, nadie me escucharía, a nadie le importaría lo que contase, lo que pensara.

Entonces ¿Qué es más importante? Lo que los demás quieran saber de mí ¿o lo que quiera contarles?

Como escritor de novelas, si se me considera como tal o como un mero aficionado a la escritura, empecé buscando la imaginación. Era una evasión de la realidad. El yo no existía, eran personajes y lugares inventados, historias con más o menos sentido, una manera de distraerme.

Sin embargo, al igual que en la poesía, hubo un momento de cambio. El yo surgió en la novela. El yo como personaje de mis novelas, pero también surgió el «tú», la idea de descubrir cómo los demás vivirían las situaciones por las que yo pasaba. Surgió en narrador juicioso, afectado por ese «yo» a veces un tanto perdido en su mundo interior.

En la actualidad, en mis novelas, aunque ese «yo» sigue presente, ha quedado un tanto relejado a un personaje. Ya no es el narrador principal y omnisciente. En cualquier caso, entiendo que todo tiene una evolución que no sé muy bien adónde me llevará.

La cuestión es que necesito un «tú», para que exista un yo. El «tú» es quien lee lo que escribo, incluso aquellos que de manera intencionada lo ignoran, no les interesa. El «tú» es ese narrador que no soy yo y pasa ser todo lo opuesto a mí; surge en mis novelas como un personaje femenino. Ese narrador basado en mis propias vivencias y relaciones más o menos constantes en el tiempo. Porque, aunque se trate de mis palabras, sea yo quien lo escribo, lo planteo más como si lo leyera. 

En mi poesía ese tú han sido quienes me han inspirado, a veces una persona, a veces un grupo. 

29 de septiembre 2012