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Introducción
Por si a alguno le gustan las leyendas y las historias que se cuentan han acontecido en Toledo, y que no siempre resultan tan románticas, os comparto una por partida doble aprovechando que estamos en la plaza de San Cipriano y que por encima de la plaza se encuentra la calle de la Mano.
Es este caso no estoy seguro de haberlas escuchado con anterioridad, lo más probable es que sí. En cualquier caso, ahora que mis indagaciones y aventuras nos han traído hasta aquí no está de más dejar constancia de ello para la posterioridad, una vez confirmado que estas leyendas se cuentan desde distintas fuentes y todas ellas fiables en cuanto a su credibilidad.
Leyendas de la mano ensangrentada
Esta calle de la Mano, con salida al Corredorcillo de San Bartolomé y a la Plaza de San Cipriano, para su origen, según explica en el libro «Historia de las Calles de Toledo», de Julio Porres, existían dos versiones:

Una de ellas dice que se llama así esta calle porque un toledano llamado Ramírez de Arellano, vivía en esta calle, fue acusado de asesinato, tras ello fue ajusticiado y ahorcado en Zocodover… y para que quedara clara la fuerza de la justicia toledana clavaron aquí la mano del asesino ajusticiado… concretamente al lado de la puerta que os muestro en el número 8, debajo de las flores…

Pero otra leyenda toledana y más conocida cuenta que había en Toledo, un caballero de rancio linaje llamado Pedro Suarez…
Pedro Suarez como en casi todas las leyendas tenía una hija preciosa que quería ingresar en un convento… el padre Pedro Suarez no quería ya que tenía concertada su boda con un joven y rico toledano.
El padre y la hija discutieron acaloradamente, y Pedro Suarez la pegó a su hija un bofetón que la tiro al suelo, dejándola la mano marcada en la cara de su bella hija…
Días más tarde el padre (Pedro Suarez) marchaba de Toledo, para ir a la guerra con Portugal, donde murió en la batalla de Aljubarrota el 14 de agosto del año 1385, pero antes de morir le cortaron la mano derecha de un espadazo.
La hija aun sin saber del fallecimiento de su padre y aprovechando la ausencia de este decidió ingresar en un convento toledano, se dice que en Santa Isabel…
Pasaron los días y la noticia del fallecimiento de Pedro Suarez llegó a Toledo por medio de un mensajero extraño: el perro fiel, que acompañaba a su amo en la batalla…
Este perro recogió la mano cortada y la trajo a Toledo entre sus dientes, depositándola a la puerta del convento de Santa Isabel donde, aprovechando la ausencia de su padre, había al fin profesado la hija como ya os he contado…
Y si seguimos con la leyenda Calle de la Mano, contaros que pasado uno tiempo se recuperaron algunos cuerpos de la batalla de Aljubarrota, entre ellos el de Pedro Suárez, y en el Convento de Santa Isabel fue enterrado, en un mausoleo situado en el coro del monasterio, y en éste se podía ver la figura del perro con la mano entre los dientes, en forma de estatua, a los pies de su Señor.
Su padre, aún muerto, hizo ver así a su hija su disconformidad con la decisión de servir a Dios.
Es cierto que hubo un toledano de noble linaje, llamado don Pedro Suárez de Toledo (tercero de este nombre y apellido), hijo del alcalde mayor de la ciudad en la época del Rey Don Pedro, don Diego Gómez de Toledo y de su esposa doña Inés de Ayala, hermana del famoso Canciller y cronista.
Tal vez Pedro Suárez murió en la batalla de Troncoso, luchado con los portugueses que apoyaban al maestre de Avís. Su cadáver fue sin duda trasladado a Toledo, pues aquí estaba su sepulcro en una capilla familiar, fundada y dotada por su antepasado don Ferrán Gómez, en la parroquia de San Antolín. Incorporado este templo al convento de Santa Isabel y colocado el sarcófago en el claustro, fue vendido por la comunidad después de 1905, adquiriéndolo el Museo Frederic Marés, de Barcelona, donde aún se conserva.
Como es costumbre en estos sepulcros, está esculpido en forma de estatua yacente a cuyos pies hay un perro y en los costados los escudos del apellido Toledo (un castillo de acero en campo de oro) y el de la Orden de la Banda, creada por Alfonso XI. Como era de esperar, el bulto funerario de don Pedro Suárez no tiene cortada ninguna de las dos manos, ni el perro lleva tampoco la derecha entre sus dientes, respondiendo sólo la presencia del can a los pies del difunto, al símbolo de la fidelidad hacia el allí sepultado
Y en el mismo convento de Santa Isabel profesó no una hija suya, sino una bisnieta, llamada María Suárez de Toledo, pero conocida en su época como sor María la Pobre, (1437·1507), fundadora precisamente de tal monasterio franciscano de Santa Isabel de los Reyes.
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