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Introducción
Después de haber visitado la iglesia de San Cipriano y descubierto las leyendas de la calle de la Mano, seguimos con nuestro callejear por esta parte de la ciudad, en busca de aventuras y curiosidades. Nuestro caminar, nuestro andar no nos lleva muy lejos, dado que la calle de la Mano se cruza con la calle San Torcuato.
Si salimos por la calle de la Mano hacia la derecha iremos hacia la plaza de las Mejolas para retornar a la calle del Camarín de San Cipriano. Sin embargo, como vamos en busca de rincones donde aun no hayamos estado, nuestros pasos se dirigen hacia la izquierda, hacia el interior de la cuidad, porque eso de «San Torcuato», ya nos da indicio de que por aquí ha de haber alguna curiosidad, una iglesia, aunque por mucho que afinemos la vista no divisamos ningún campanario.

Nos hemos encontrado con leyendas que no esperábamos, de manera que no dejemos que la aparente sencillez de esta calle nos desanime a adentrarnos, aunque tan solo sea por ver una típica calle de Toledo con sus cuestas, sus cuestas.
Calle San Torcuato

Portada de la Iglesia de San Torca
Al parecer la de San Torcuato fue la más moderna de las parroquias mozárabes de Toledo, y también, la primera en quedarse sin feligreses.

En 1868, los partidarios en la ciudad imperial de la «Gloriosa revolución», artífice del derrocamiento y exilio de Isabel II, decidieron suprimir el convento de San Torcuato; éste y su iglesia, entre 1869 y 1870, acabaron desapareciendo. Solo quedó en pie la portada del templo conventual, trazada por Jorge Manuel Theotocópuli hacia 1618.
El cuerpo bajo de la portada queda configurado mediante un vano adintelado, enmarcado por dos columnas de fuste liso y capiteles jónicos (de volutas en diagonal, como los de esquina), con sus correspondientes contrapilastras, del mismo orden; es decir, se trata del orden jónico-dórico. El remate de este cuerpo inferior es un frontón curvo partido, con esbeltas pirámides como acróteras. El ático, o cuerpo superior, es una hornacina para el santo titular, franqueada por pilastras toscanas, que sostiene un frontón triangular, con tres bolas de coronamiento.
Jorge Manuel introduce, en esta portada, significativas variantes y novedades, en relación con el tipo de portada-retablo impuesto en Toledo por Juan Bautista Monegro; en particular, respecto de la de San Clemente el Real de Toledo, si bien, ambas portadas, tienen dos columnas del orden jónico-dórico, en el cuerpo inferior, vienen a diferir en las contrapilastras, las cuales, en San Clemente, son toscanas y de escaso resalte lateral, mientras que en San Torcuato sobresalen lateralmente de modo amplio y llevan capiteles jónicos.
El frontón, partido en trozos, alcanza a las pilastras que enmarcan la hornacina superior; este enmarque superior está formado por verdaderas pilastras toscanas, también con marcadas contrapilastras, sobre las que vuela lateralmente; asimismo, en el cuerpo inferior, el correspondiente entablamento, consiguiéndose, de manera notoria, un escalonamiento hacia el muro de fondo. Las pirámides y bolas de remate son exentas.
La demolición fue llevada a cabo entre 1869 y 1870, por lo que las escasas fotografías que nos han llegado de la Iglesia de San Torcuato son realmente antiguas y, por ello, valiosas. En ellas podemos ver que se trataba de un edificio de bastante envergadura, con una nave central cuadrada de gran altura, con tejado a cuatro aguas y que tenía en sus flancos cuerpos adosados de menor altura. La imagen de más calidad que nos ha llegado es esta del galés R. P. Napper (tomada por encargo de Francis Frith) donde puede verse con bastante nitidez la Iglesia de San Torcuato hacia 1860:
La fotografía superior recoge un detalle del encuadre lateral de Toledo que, desde la Carretera del Valle, tomó Charles Soulier en una fecha tan temprana como 1857, el mismo año en el que Sixto Ramón Parro publicó «Toledo en la mano». A la derecha, sorprendentemente visible por su volumetría en mitad de un entorno dominado por edificios de pequeñas dimensiones, es posible apreciar el convento agustino de San Torcuato cuando apenas quedaban trece años para su demolición. La imagen muestra que poseyó cierta entidad a pesar de haber sido descrito como una modesta construcción por quienes llegaron a conocerlo, incluidas la capilla sepulcral que Jorge Manuel Theotocópuli realizó para albergar a su familia y una pintura muy especial: una mala pero muy particular versión del enorme lienzo que su padre había realizado para el Escorial.
La tumba de El Greco
La mayoría de los especialistas coinciden en que los restos del Greco fueron trasladados a la iglesia de este convento de agustinas en 1619.
El Greco, cuyo domicilio en las casas del marqués de Villena se encontraba a muy escasa distancia, se instaló en Toledo durante los mismos momentos en los que San Torcuato iniciaba esta nueva etapa de su existencia. De ella fue cura propio el poeta y dramaturgo José de Valdivielso, coetáneo del pintor, y en ella sería enterrado Jorge Manuel Theotocópuli tras enfrentarse con las religiosas de Santo Domingo el Antiguo y contratar en San Torcuato la correspondiente bóveda sepulcral el 18 de febrero de 1619. Jorge Manuel se obligaba a costear «la bóveda y entierro» y a realizar «un altar y retablo» sobre ella, además de donar 10.000 maravedíes de limosna al convento y renunciar a cobrar cantidad alguna «por haber amaestrado [es decir, por haber sido maestro de obras] la iglesia del dicho convento y hecho las trazas y condiciones de ella». El hecho de que la escritura estipulase claramente que el arquitecto y pintor tenía derecho a trasladar allí los restos de «sus padres» y la posterior vinculación de la familia con este enterramiento (en él recibiría sepultura en 1629 la segunda esposa de Jorge Manuel, Gregoria de Guzmán), llevó a los investigadores desde época bien temprana a decantarse por la opción del traslado de los restos aquí.

Muchas dudas podrían haber sido despejadas de haber continuado el convento de San Torcuato en pie. Desgraciadamente, fue demolido entre 1869 y 1870, en tiempos de la Primera República; probablemente, más por intereses especulativos que políticos o anticlericales, según ha sido tradicionalmente planteado. Desamortizado el convento, el Ayuntamiento pretendió, sin éxito, alojar en su interior a los bomberos municipales, como recogió el historiador Julio Porres Martín-Cleto en su Historia de las calles de Toledo (Toledo, 1971; reeditada en varias ocasiones). Finalmente, el convento pasó a manos de dos comerciantes que lo parcelaron y vendieron a partir de 1874.
Apenas nada ha perdurado de este convento, aunque sí ha podido ser identificado el cuadro que ocupó el altar mayor de su iglesia, conservado en el Museo del Prado. Paradójicamente, su portada ha llegado hasta nosotros en excelente estado de conservación.
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