Reflexiones
No sé si será algo muy habitual en los escritores a la hora de contar sus novelas y sus historias incluir un recetario de comidas, eso de que los personajes se sienten a la mesa y tengan algo que llevarse a la boca, que no sea la típica frase de todas las madres «Para comer hay comida» y el plato se llena con lo que sea. Y, si no te gusta, haz como con las lentejas «¿las dejas?» No, te las comes de todas maneras.
Yo tan solo soy y me considero un aficionado en esto de escribir, casi todo lo que he publicado ha sido por medio de mis webs y de manera puntual he intentado y conseguido hacerlo por otros medios y atrevido a hacer alguna lectura en público, aunque ante una audiencia no demasiado grande, por lo cual, eso de que soy escritor de «cajón» en mi caso tiene bastante sentido, pero ya sabes que con esta web intento airear un poco el fondo de armario, dejar que corra el aire y fluya mi creatividad.
El caso es que considero una curiosidad eso de plantearme la cuestión de: ¿Qué desayunamos? ¿Qué comemos hoy? ¿Qué hay para cenar? Teniendo que admitir que conocimientos gastronómicos y habilidades en la cocina tampoco son como para que presuma de ello. En realidad, cuando actúo como personaje en mis novelas, aunque podría mentirme a mí mismo, engañar a los posibles lectores, suelo ser demasiado sincero y alguno de esos personajes que forman parte de dicha historia se lamenta ante la expectativa de quedarse con más hambre que un naufrago en una isla desierta. Lo que de algún modo se intenta compensar con esta búsqueda de información. De manera que, aunque sea de una manera literaria, que esos platos no se queden vacíos y hasta dé la sensación de que se preparan mangares suculentos. Y si no se puede repetir, que no sea por la cantidad, sino porque las historias han de seguir y de nada sirve quedarse sentados la mesa.
Si me permitís el detalle, porque ello es una curiosidad de una de mis novelas «Esperando a mi Daddy«, antes de comer hay que bendecir la mesa. Porque sí, lo admito, es una costumbre que mis personajes comparten conmigo, pero no como una rutina, porque haya que hacerlo, sino porque es un momento, una ocasión para confraternizar, de complicidad. Cuando Jessica está en Toledo, sentada a la mesa con la familia, sus oraciones son en inglés, en secreto, temerosas, para que nadie piense que está diciendo nada raro, mientras los demás lo hacemos en español y para que se escuche.
Jess: Dear Lord, we thank you for the food we are going to eat. Ready, steady, go. Shut up, Sharon!
Eso de «Listen, steady, go. Shut up, Sharon!«, como comprenderás, no es una oración, sino una broma, que se repite en varias ocasiones a lo largo del último año de universidad, cuando Jessica se reúne a comer con sus nuevos amigos, porque, como ya he comentado en alguna ocasión, Sharon habla sin parar y es de mala educación hablar con la boca llena. Hasta que Sharon no se calle no pueden bendecir ni empezar a comer. Es una broma de los chicos.
¡A comer!
Si me permites, te diré que la idea de incluir la comida en mis novelas no fue una ocurrencia del momento, si cabe un plagio, una imitación un tanto descarada por mi parte, una forma de aprender de «mis maestros», por definirlos de algún modo, porque, sin llegar a ser un ávido lector, aunque haya tenido mis épocas en que devoraba los libros, nunca he reprimido la curiosidad por conocer un poco más esos trucos, esas tácticas, para lograr que sus historias resulten creíbles y, hasta donde ha dado mi capacidad creativa, plasmarlo en las mías. De hecho, me ha resultado un detalle curioso eso de contrastar las diferencias gastronómicas entre los Estados Unidos y España, aunque haya sido a través de los ojos o el paladar de Jessica, para descubrir los churros con chocolate e incluso la Spanish pizza.
Si se me permite la libertad, dado que en «Esperando a mi Daddy» hay más de una alusión al libro de «El Quijote», dejaré que, de momento, sea Miguel de Cervantes quien invite a comer y si se tercia, que pague la cuenta. El próximo día ya invito yo a: paella, arroz al horno, pastel de carne, un sencillo huevo frito, porras con chocolate, un banana split, etc…
Y, si alguno se queda con hambre, siempre queda en la mesa, en Toledo, ese extraño plato que se va llevando de hueso y restos de carne mientras todo el mundo come, que al final de la comida parece que se desborda. ¿Para qué o para quién será? Misterios de la gastronomía en casa de Daddy.
La gastronomía manchega a través del Quijote
Referencia:
En un lugar de la Mancha, de cuyo nombre no quiero acordarme, no ha mucho tiempo que vivía un hidalgo de los de lanza en astillero, adarga antigua, rocín flaco y galgo corredor. Una olla de algo más vaca que carnero, salpicón las más noches, duelos y quebrantos los sábados, lentejas los viernes, algún palomino de añadidura los domingos, consumían las tres partes de su hacienda. El resto della concluían sayo de velarte, calzas de velludo para las fiestas, con sus pantuflos de lo mesmo, y los días de entresemana se honraba con su vellorí de lo más fino. Tenía en su casa una ama que pasaba de los cuarenta, y una sobrina que no llegaba a los veinte, y un mozo de campo y plaza, que así ensillaba el rocín como tomaba la podadera. Frisaba la edad de nuestro hidalgo con los cincuenta años; era de complexión recia, seco de carnes, enjuto de rostro, gran madrugador y amigo de la caza.
El Ingenioso Hidalgo Don Quijote. La vieja España
Olla podrida
“Una olla de algo más vaca que carnero, salpicón las más noches, duelos y quebrantos los sábados, lentejas los viernes, algún palomino de añadidura los domingos, consumían las tres partes de su hacienda”.
“Lo que el maestresala puede hacer es traerme estas que llaman ollas podridas, que mientras más podridas son, mejor huelen…”.
Aquel platonazo que está más adelante vahando me parece que es olla podrida, que, por
la diversidad de cosas que en las tales ollas podridas hay, no podré dejar de topar con
alguna que me sea de gusto y provecho (Quijote, II, 47,)
Salpicón/ropa vieja
El salpicón de Don Quijote se aleja seguramente de la idea que se tiene de este plato. Esta cena, tan consumida por su protagonista, se trata de las carnes sobrantes de la olla del mediodía, cortada en pequeños pedazos y aliñada con aceite, vinagre y sal. Hoy en día el símil podría ser lo que llamamos “ropa vieja” que se elabora con los restos de las distintas carnes del cocido a las que se añade las verduras y garbanzos.
Aunque en fuera del territorio manchego, el salpicón es conocido como una especie de ensalada de marisco, el “salpicón” manchego se refiere a la “ropa vieja” del cocido. Es decir, si se come cocido por la mañana y por la noche el salpicón, ya que son las sobras fritas de este plato sin el caldo.
Salpicón de Ternera con Cebolla
…le dieron de cenar un salpicón de vaca con cebolla y unas manos cocidas de ternera, algo entrada en días. Entregóse en todo, con más gusto que si le hubieran dado francolines de Milán,
El Quijote. Turismo Álcala
faisanes de Roma, ternera de Sorrento, perdices de Morón o gansos de Lavajos; y entre la cena, volviéndose al doctor le dijo: Mirad, señor doctor, de aquí en adelante no os curéis de darme de comer cosas regaladas ni manjares exquisitos, porque será sacar a mi estómago de sus quicios,
el cual está acostumbrado a cabra, a vaca, a tocino, a cecina, a nabos y cebollas… Lo que el maestre Sala puede hacer es traerme estas que llaman ollas podridas.
Lentejas
los días que son vigilias y abstinencias […] vuelvan la vista a la mesa del pobre: verán un poco de abadejo malo, sobre ser poco, con un poco de vinagre aderezado; un potaje de lentejas (que danzan en el agua por ser pocas), pan de lo más barato que hallan y a la noche una ensalada (que ya la compra picada) hecha de hojas verdes de escarolas, que porque dan buen recado por un cuarto se arriman a ella; de este modo pasa el viernes o vigilia, ayunando el día de precepto […]. Esto se entiende con el pobre, que el poderoso come carne todo el año y no conoce la necesidad… (Santos, F. Las tarascas de Madrid Inst. de Est. Madr. (Madrid), 1976, 322)
Duelos y Quebrantos
Sobre la receta de los duelos y quebrantos hay diferentes opiniones; algunos lo consideran huevos con torreznos, chorizo y jamón, y otros tortilla de huevos con sesos. Tampoco se tiene muy claro el origen de este nombre aunque algunos apuestan porque este plato se realizaba con las reses muertas o quebrantadas durante los días entre semana que provocaba el duelo del animal y los quebrantos del ganadero. Otra opción sería debido al enfrentamiento secular entre cristianos viejos y judeoconversos (los cuales sufrían «duelo» o tristeza al verse obligados a quebrantar su precepto de no comer carnes de cerdo). Por lo general, si vas a Castilla- La Mancha, encontrarás esta receta elaborada con huevo revuelto, chorizo y tocino de cerdo.
Vno de los verdaderos, Del señor rey fuerte muro, An dado los carniçeros Causa de herme perjuro. Non hallando, por mis duelos, Con que mi hamabre matar, Anme hecho quebrantar La jura de mis agüelos.
Don Quijote. Turismo Álcalá
Migas manchegas
El plato de los platos, la esencia de una tradición gastronómica pastoril que entronca con las costumbres culinarias más populares y antiguas y no por ello menos sabrosas. Las Migas, elaboradas a partir de sus mil y una variantes, son un plato clásico que se ha mantenido en el tiempo, una comida de pastores y hombres de campo hecha al calor de la lumbre con los ingredientes que tenían a mano, pastores que vivían en el amplio y bucólico horizonte de los paisajes castellano manchegos. En esos mismos paisajes castellanos, buscando una nueva aventura sobre la que reflexionar podemos descubrir al caballero y a su escudero mientras regalan su paladar con un buen y sencillo plato de migas regado con vino de la tierra.
Responde en buen hora —dijo don Quijote—, Sancho amigo, que yo no estoy para dar migas a un gato, según traigo alborotado y trastornado el juicio. (Quijote, Rico, 1170)
Don Quijote. Turismo Álcalá
Pan candeal, la clásica hogaza
El pan aparece 65 veces, la cebolla unas 10, el tocino nueve, los huevos ocho (de las que dos ocasiones son de avestruz y otra de pescado, el “cavial”), las aceitunas en un par de momentos (en uno de ellos dice que “secas y sin adobo alguno”), el queso figura en 19 referencias y el requesón en nueve.
Vino
A pesar de no tener comidas sustanciosas ni copiosas, sí bebían. De hecho, Cervantes menciona al vino en 44 situaciones y parecía estar bastante al día en alimentación y salud, sobre todo porque Don Quijote recomendaba a Sancho: «Come poco y cena más poco, que la salud de todo el cuerpo se fragua en la oficina del estómago».
Es famoso el episodio en el que Don Quijote arremete a cuchilladas con unos pellejos llenos de vino en la venta de Juan Palomeque. Durmiendo en una de las habitaciones, sueña que son gigantes y, espada en mano, se lanza contra ellos, derramando el vino por el suelo.
Sin embargo, el caballero de la Triste Figura no aparece en ningún momento como consumidor de vino porque no era propio de caballeros andantes. No obstante, la figura de Sancho Panza sí que aparece mucho más apegada al gusto por el comer y el beber.

Y como suele ser normal, apuntamos una tercera cita, en esta ocasión de la web ´elmundo.es´ donde nos repiten el capítulo trigésimo quinto de “Don Quijote de la Mancha”, que trata de la brava y descomunal batalla que tuvo con cueros de vino, y se da fin a la novela del curioso impertinente, reproduciendo que “poco más quedaba por leer de la novela, cuando del camaranchón donde reposaba Don Quijote, salió Sancho Panza todo alborotado, diciendo a voces: Acudid, señores, presto, socorred a mi señor, que anda envuelto en la más reñida y trabada batalla que mis ojos han visto. Vive Dios, que ha dado una cuchillada al gigante enemigo de la señora princesa Micomicona, que le ha tajado la cabeza cercén a cercén como si fuera un nabo. ¿Qué dices, hermano?, dijo el cura, dejando de leer lo que de la novela quedaba. ¿Estáis en vos, Sancho? ¿Cómo diablos puede ser eso que decís, estando el gigante dos mil leguas de aquí?
La prensa de La Rioja
Queso
«Retiróse la duquesa, para saber del paje lo que le había sucedido en el lugar de Sancho, el cual se lo contó muy por estenso, sin dejar circunstancia que no refiriese; diole las bellotas, y más un queso que Teresa le dio, por ser muy bueno, que se aventajaba a los de Tronchón…“. Segunda Parte. Capítulo 52.
«Si vuestra merced quiere un traguito, aunque caliente, puro, aquí llevo una calabaza llena de lo caro, con no sé cuántas rajitas de queso de Tronchón, que servirán de llamativo y despertador de la sed28, si acaso está durmiendo…“. Segunda Parte. Capítulo 66.
Guiso de las bodas de Camacho
Si hay un plato digno de ser nombrado como de El Quijote es éste que hemos llamado “Guiso
de las Bodas de Camacho” y que combina la tradición, la fantasía y el gusto por el buen comer, un guiso poderoso y concurrido de buenos y nutritivos ingredientes, lo justo para alimentar a impacientes estómagos en tan famosa ocasión como impone la fiesta de una boda, compartida junto con los mejores amigos, familiares y demás voluntarios en tan digna ocasión.
Gazpacho de la Pastora Marcela
Marcela, la pastora de la primera parte de El Quijote que rechazaba tratos con los hombres y gustaba de su libertad ante todo, no encuentra reparo alguno a la hora de degustar este plato propio de los pastores de la época. Y ya que se pone a hacer excesos, elige el de carne, eso sí perfumada con los olores de la tierra y caza, retocada con las especias de los campos castellano manchegos y adornada con vestidos de trigo puro y sol. Difícil de aguantar para Marcela esta sublime tentación carnal y gastronómica, por ello creo que lo mejor es comprender su gozo ante estas tentadoras carnes y acompañarla con humildad en sus desdichas.
Morteruelo
Este exquisito “paté” castellano potente y calórico, propicio para ayudar a soportar los rigores del frío invierno castellano no tiene nada que envidiar a otras exquisiteces gastronómicas ideadas para untar, y más aun tratándose de una gran y esponjosa rebanada de pan de pueblo. Un manjar que hubiera venido muy bien a caballero y escudero, por no hablar de los efectos que hubiera producido en los no muy cuidados estómagos de los estudiantes alcalaínos del siglo XVII.
Mazapán
Y, diciendo y haciendo, desenvainó la espada y de un brinco se puso junto al retablo, y con acelerada y nunca vista furia comenzó a llover cuchilladas sobre la titerera morisma, derribando a unos, descabezando a otros, estropeando a este, destrozando a aquel, y, entre otros muchos, tiró un altibajo tal, que si maese Pedro no se abaja, se encoge y agazapa, le cercenara la cabeza con más facilidad que si fuera hecha de masa de mazapán. Daba voces maese Pedro, diciendo:
—Deténgase vuesa merced, señor don Quijote, y advierta que estos que derriba, destroza y mata no son verdaderos moros, sino unas figurillas de pasta. Mire, ¡pecador de mí!, que me destruye y echa a perder toda mi hacienda. (Quijote, Rico, 851-852)
Espero que el banquete haya sido de tu agrado
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