Asesinato entre letras

¿Por qué los escritores matan a sus personajes?

Todos hemos sufrido alguna vez al leer una novela en la que uno de nuestros personajes favoritos muere de forma trágica, inesperada o injusta. Nos quedamos con un vacío en el corazón, una sensación de rabia o impotencia, y una pregunta que nos atormenta: ¿por qué el escritor hizo eso?

Hay muchas posibles razones por las que un escritor decide matar a un personaje, y no todas son válidas o justificables. Algunas de ellas son:

  • Para crear drama o emoción. Es una forma de sorprender al lector, de hacerle sentir algo, de generar tensión o conflicto. Pero también puede ser un recurso fácil o perezoso, que se usa sin pensar en las consecuencias o en la coherencia de la historia. A veces, parece que el escritor mata a un personaje solo por el gusto de hacerlo, sin importarle el impacto que tiene en el resto de la trama o en los otros personajes.
  • Para darle sentido a la historia. A veces, la muerte de un personaje es necesaria para que la historia tenga un propósito, una moraleja o una enseñanza. Puede ser una forma de mostrar las consecuencias de las acciones de los personajes, de reflejar una realidad social o histórica, o de transmitir un mensaje al lector. Pero también puede ser una forma de manipular al lector, de hacerle sentir culpable o compasivo, o de imponerle una visión del mundo.
  • Para expresar su propia visión o experiencia. A veces, el escritor mata a un personaje porque se basa en su propia vida, en sus propios sentimientos o traumas. Puede ser una forma de catarsis, de liberación o de homenaje. Pero también puede ser una forma de egoísmo, de proyectar sus problemas o frustraciones en sus personajes, o de buscar la comprensión o la simpatía del lector.
  • Para terminar con la historia. A veces, el escritor mata a un personaje porque no sabe qué hacer con él, porque se ha cansado de él, o porque quiere cerrar la historia de una forma definitiva. Puede ser una forma de resolver los conflictos, de darle un final a la historia, o de evitar las secuelas. Pero también puede ser una forma de escapar, de rendirse o de decepcionar al lector.

Como veis, hay muchas razones por las que un escritor puede matar a un personaje, pero no todas son buenas ni respetuosas con la historia o con el lector. Por eso, desde este blog queremos denunciar a aquellos escritores que matan a sus personajes sin motivo, sin sentido o sin piedad. Creemos que los personajes merecen vivir, crecer y evolucionar dentro de la historia, y que los lectores merecen disfrutar de ellos sin sufrir innecesariamente.

¿Y vosotros? ¿Qué opináis? ¿Os parece bien que los escritores maten a sus personajes? ¿Qué personaje os ha dolido más perder? ¿Qué escritor os ha decepcionado más por hacerlo?

Dejadnos vuestros comentarios y compartid vuestras experiencias.

Ejemplos de personajes literarios que hayan muerto

Hay muchos personajes literarios que han muerto, ya sea por causas naturales, por accidentes, por asesinatos, por suicidios o por otras circunstancias. Algunos ejemplos son:

  • Don Quijote de la Mancha, el protagonista de la novela homónima de Miguel de Cervantes, que muere en su lecho después de recuperar la cordura y renunciar a su nombre de caballero andante.
  • Romeo y Julieta, los protagonistas de la tragedia homónima de William Shakespeare, que se suicidan al creer que el otro ha muerto por culpa de la rivalidad entre sus familias.
  • Anna Karenina, la protagonista de la novela homónima de León Tolstói, que se arroja bajo un tren al no poder soportar el desprecio social y el abandono de su amante Vronski.
  • Sherlock Holmes, el famoso detective creado por Arthur Conan Doyle, que aparentemente muere al caer por las cataratas de Reichenbach junto con su archienemigo Moriarty, aunque luego se revela que sobrevivió.
  • Jay Gatsby, el protagonista de la novela El gran Gatsby de F. Scott Fitzgerald, que es asesinado por el marido celoso de su amada Daisy Buchanan, que lo confunde con el amante de su esposa.
  • Lolita, la protagonista de la novela homónima de Vladimir Nabokov, que muere al dar a luz a una niña fruto de su relación con Humbert Humbert, el narrador y pedófilo obsesionado con ella.
  • Gregorio Samsa, el protagonista de La metamorfosis de Franz Kafka, que muere tras convertirse en un insecto gigante y ser rechazado y maltratado por su familia.
  • Jean Valjean, el protagonista de Los miserables de Victor Hugo, que muere rodeado de sus seres queridos tras una vida de sacrificios y redención.
  • Boromir, uno de los personajes principales de El señor de los anillos de J.R.R. Tolkien, que muere defendiendo a los hobbits Merry y Pippin del ataque de los orcos, tras haber sucumbido momentáneamente a la tentación del anillo único.
  • Severus Snape, uno de los personajes más complejos y queridos de Harry Potter de J.K. Rowling, que muere asesinado por Voldemort tras haber sido fiel a Dumbledore y a Harry hasta el final.

Estos son solo algunos ejemplos. Hay muchos más personajes literarios que han muerto y que han dejado una huella en la memoria y el corazón de los lectores. ¿Qué te parece? ¿Conoces a alguno de estos personajes? 😊

La muerte de Don Quijote

Muerte de Don Quijote

CVC. «Don Quijote de la Mancha». Segunda parte. Capítulo LXXIIII (1 de 2). (cervantes.es)

(…)

Llamaron sus amigos al médico, tomóle el pulso, y no le contentó mucho y dijo que, por sí o por no, atendiese a la salud de su alma, porque la del cuerpo corría peligro. Oyólo don Quijote con ánimo sosegado, pero no lo oyeron así su ama, su sobrina y su escudero, los cuales comenzaron a llorar tiernamente, como si ya le tuvieran muerto delante. Fue el parecer del médico que melancolías y desabrimientos le acababan. Rogó don Quijote que le dejasen solo, porque quería dormir un poco. Hiciéronlo así y durmió de un tirón, como dicen, más de seis horas: tanto, que pensaron el ama y la sobrina que se había de quedar en el sueño. Despertó al cabo del tiempo dicho y, dando una gran voz, dijo:

—¡Bendito sea el poderoso Dios, que tanto bien me ha hecho! En fin, sus misericordias no tienen límite, ni las abrevian ni impiden los pecados de los hombres.

Estuvo atenta la sobrina a las razones del tío y pareciéronle más concertadas que él solía decirlas, a lo menos en aquella enfermedad, y preguntóle:

—¿Qué es lo que vuestra merced dice, señor? ¿Tenemos algo de nuevo? ¿Qué misericordias son estas, o qué pecados de los hombres?

—Las misericordias —respondió don Quijote—, sobrina, son las que en este instante ha usado Dios conmigo, a quien, como dije, no las impiden mis pecados. Yo tengo juicio ya libre y claro, sin las sombras caliginosas de la ignorancia que sobre él me pusieron mi amarga y continua leyenda de los detestables libros de las caballerías. Ya conozco sus disparates y sus embelecos, y no me pesa sino que este desengaño ha llegado tan tarde, que no me deja tiempo para hacer alguna recompensa leyendo otros que sean luz del alma. Yo me siento, sobrina, a punto de muerte: querría hacerla de tal modo, que diese a entender que no había sido mi vida tan mala, que dejase renombre de loco; que, puesto que lo he sido, no querría confirmar esta verdad en mi muerte. Llámame, amiga, a mis buenos amigos, al cura, al bachiller Sansón Carrasco y a maese Nicolás el barbero, que quiero confesarme y hacer mi testamento.

Pero de este trabajo se escusó la sobrina con la entrada de los tres. Apenas los vio don Quijote, cuando dijo:

—Dadme albricias, buenos señores, de que ya yo no soy don Quijote de la Mancha, sino Alonso Quijano, a quien mis costumbres me dieron renombre de «bueno». Ya soy enemigo de Amadís de Gaula y de toda la infinita caterva de su linaje; ya me son odiosas todas las historias profanas de la andante caballería; ya conozco mi necedad y el peligro en que me pusieron haberlas leído; ya, por misericordia de Dios escarmentando en cabeza propia, las abomino.

Cuando esto le oyeron decir los tres, creyeron sin duda que alguna nueva locura le había tomado, y Sansón le dijo:

—¿Ahora, señor don Quijote, que tenemos nueva que está desencantada la señora Dulcinea, sale vuestra merced con eso? ¿Y agora que estamos tan a pique de ser pastores, para pasar cantando la vida, como unos príncipes, quiere vuesa merced hacerse ermitaño? Calle, por su vida, vuelva en sí y déjese de cuentos.

—Los de hasta aquí —replicó don Quijote—, que han sido verdaderos en mi daño, los ha de volver mi muerte, con ayuda del cielo, en mi provecho. Yo, señores, siento que me voy muriendo a toda priesa: déjense burlas aparte y tráiganme un confesor que me confiese y un escribano que haga mi testamento, que en tales trances como este no se ha de burlar el hombre con el alma; y, así, suplico que en tanto que el señor cura me confiesa vayan por el escribano.

(….)

CVC. «Don Quijote de la Mancha». Segunda parte. Capítulo LXXIV (2 de 2). (cervantes.es)

(….)

Este fin tuvo el ingenioso hidalgo de la Mancha, cuyo lugar no quiso poner Cide Hamete puntualmente, por dejar que todas las villas y lugares de la Mancha contendiesen entre sí por ahijársele y tenérsele por suyo, como contendieron las siete ciudades de Grecia por Homero.

Déjanse de poner aquí los llantos de Sancho, sobrina y ama de don Quijote, los nuevos epitafios de su sepultura, aunque Sansón Carrasco le puso este:

Yace aquí el hidalgo fuerte
que a tanto estremo llegó
de valiente, que se advierte
que la muerte no triunfó
de su vida con su muerte.
   Tuvo a todo el mundo en poco,
fue el espantajo y el coco
del mundo, en tal coyuntura,
que acreditó su ventura
morir cuerdo y vivir loco.

Y el prudentísimo Cide Hamete dijo a su pluma: «Aquí quedarás colgada desta espetera y deste hilo de alambre, ni sé si bien cortada o mal tajada péñola mía47, adonde vivirás luengos siglos, si presuntuosos y malandrines historiadores no te descuelgan para profanarte. Pero antes que a ti lleguen, les puedes advertir y decirles en el mejor modo que pudieres:

—¡Tate, tate, folloncicos!
De ninguno sea tocada,
porque esta empresa, buen rey,
para mí estaba guardada.

Origen