Domingo, 6 de octubre 2019

SILENCIO EN TUS LABIOS

C/ Río Turba, 16 2º B.

09:40. Dormitorio. Manuel.

Llevo media hora dando vueltas en la cama. En realidad, me he levantado en una ocasión desde que desperté y he ido al cuarto de baño porque no me aguantaba más y me he acostado de nuevo sin que Kris se diera cuenta.

Esta mañana se siente culpable y quiere hacer méritos para librarse del merecido e inevitable castigo. Ayer le dije que la quería de regreso en el piso a las diez, para que cenara y se acostara, pero estaba tan entretenida que se le pasó la hora y la encontré en plena calle. Ya que ni siquiera estaba en el portal ni se encaminaba hacia aquí. Más bien, iba en dirección contraria. Por lo cual no tiene excusa posible para justificarse. Si no me hubiera cruzado con ella, es posible que se hubiera presentado en el piso mucho más tarde y la reprimenda hubiera sido mayor. Le salva al hecho de que yo no había salido a buscarla y me topé con ella por casualidad, haciendo que diera por concluido su paseo y ello obligó a Patricia a hacerlo propio, ya que sin la compañía de Kris no tenía ambiente ni con quién seguir en la calle. Las decisiones que los padres de ésta tomen no me afectan y prefiero tener mis propios criterios a la hora de educar a mi hija.

Es ella quien se asoma por la puerta del dormitorio, dado que se quedó abierta y pretendía que la encontrase después de mi escapada al cuarto de baño. Enciende la luz con el codo porque lleva las manos ocupadas, evidencia que no me he equivocado al sospechar que esta mañana hace méritos para ganarse mi favor y evitarse el castigo, aunque sabe que no se librará con tanta facilidad. Ya que, si hoy cedo al chantaje emocional, la próxima vez mi autoridad perderá toda su fuerza y, en vez de volver a su hora, como corresponde a su edad, se presentará aquí mucho más tarde con toda tranquilidad y pretendiendo que ello no tenga consecuencia. Mejor que deje que sea yo quien establezca el horario y no lo deje a su libre albedrío, porque me temo el resultado y no me convence.

Después soy yo quien me quedo en vela esperando que vuelva o una llamada de teléfono para que vaya a buscarla. ¡No estoy dispuesto a acostarme a las tantas por culpa de un capricho de la niña! Lo único que conseguirá con tanto cariño es que el castigo sea más benévolo. Pero nada de pensar que aquí no ha pasado nada porque sí ha pasado y para mí es grave.

Kris: Buenos días. – Saluda con una sonrisa. – El desayuno y el periódico de hoy. – Me indica. – ¿Qué tal has dormido? – Me pregunta con dulzura e interés.

Manuel: Te doy las gracias por el detalle ¿O me enfado? -Le pregunto con gesto serio. – Entiendo que hagas méritos para librarte del castigo que te tengo preparado para estar tarde, pero hay detalles que no has tenido en cuenta.

Kris: Sí, vale. Esto es por lo de anoche. – Me contesta algo contrariada por mi reacción ante su demostración de cariño y arrepentimiento. – Tengo un padre maravilloso que se lo merece todo. – Dice para halagarme.

Manuel: ¡Vamos a ver, cabeza loca! – Le digo para que me haga caso y se centre. – Te agradezco que te hayas tomado estas molestias e incluso que sea por motivos interesados, que desayunes aquí conmigo, si has pensado en ello. Sin embargo, no te levantaré el castigo. Si me apuras, haces que me reafirme.

Kris: ¡Venga, papá! – Me ruega. – ¿No te parece que con esto es suficiente? – Pregunta con intención.

Manuel: Te repito que te agradezco el detalle y que, tan solo por las molestias que te has tomado, te levantaría el castigo, pero eres una cabeza loca. Si no aprendes de tus errores, el día de mañana quizá sea mucho peor.

Kris: Ya sé que debí haber vuelto a mi hora, pero se me pasó. No voy pendiente del reloj. – Se justifica arrepentida. – Lo tendré en cuenta la próxima vez. – Me promete.

Manuel: Ven, siéntate a mi lado y desayunemos juntos. – Le pido. – Está claro que tendré que recordarte algunas normas que estás pasando por alto. – Le digo. – ¡Eres una cabeza loca!

Kris: Este desayuno es para ti. – Me aclara. – Yo desayuno en la cocina, como todos los días. – Argumenta.

Manuel: Trae la bandeja, descálzate y siéntate a mi lado. – Insisto. – Tengamos una charla sobre todo lo que haces mal para ver, si aprendes a pensar con la cabeza.

Entiendo su sorpresa y confusión por mis palabras, que, por un lado, le agradezca el detalle y por el otro le amenace con una reprimenda. Pero lo que le ha de quedar claro es que no estoy enfadado y pretendo responder a su cariño con cariño. De hecho, debería sentirse afortunada porque le hago sitio a mi lado y ofrezco la mitad de mi desayuno. Ese que con tanto cariño me ha preparado y que tan solo por eso lo consideraré el mejor que me he tomado en toda mi vida.

Sin embargo, hay detalles y cuestiones relevantes que ha pasado por alto y que delatan que se ha dejado llevar por sus impulsos y no ha actuado con cabeza. Todo esto hubiera estado mejor, si se hubiera tomado la mitad de las molestias, dado que ella misma se delata y es lo que pretendo que entienda. Es su comportamiento y no la intención lo que me desagrada, porque pretende que le exima del castigo. Lo cual me parece lógico y comprensible. A nadie le gustan las privaciones ni las imposiciones de la autoridad. Pero en vez de mejorar la situación, me temo que lo ha agravado un poquito, pero esta vez no se lo tendré en cuenta y con que lo entienda me doy por satisfecho.

No me parece mal que madrugue o se levante a la hora que quiera, porque con ello me demuestra que, cuando algo le interesa, es responsable y se esfuerza, que tiene iniciativa. Tampoco le regaño porque me haya preparado el desayuno y traído a la cama, aunque sabe que no es una costumbre que aquí se fomente, porque por mi parte la cocina no es una de mis mejores cualidades. Su fallo es que ha salido del piso sin permiso. Le delata el hecho de que está vestida y que con el desayuno me haya traído el periódico de hoy. Aparte de que, como me estaba, despierto me he enterado de todo y he de admitir que me ha preocupado un poco cuando la he oído marcharse, pero le he dado un voto de confianza. Intuí que volvería pronto y que, por lógica, no se estaba escapando, dado que anoche tampoco la relación entre nosotros no acabo tan tensa. Asumió su error y no entendió mal que me encontrase con ella por la calle. Le dejé claro que no había salido a buscarla, pero que así se evitaba la llamada o le petición a Carlos para que la acompañase hasta aquí, si es que no quería hacerlo sola, aunque éste tampoco se encontraba tan lejos, pero era de noche y el barrio no siempre es seguro ni tan tranquilo como parece, aunque sea lo más habitual.

Como le he pedido que se siente a mi lado y ve que me hago a un lado, prefiere no dar ocasión a que me lo piense dos veces. Si raro es que desayune en la cama, no lo es menos que me muestre tan generoso en lo referente a mi cama. Queda claro que tan solo vamos a hablar, que busco esa complicidad familiar. Es mi manera de agradecerle el detalle del desayuno, aunque mantengo el castigo de esta tarde. Tampoco es que pretenda que lo entienda como un premio por haber salido del piso sin mi permiso y conocimiento. Le dejaré claro que no estoy enfadado con ella y que todo se puede hablar sin necesidad de discutir. Quiero que me escuche y mis palabras se le queden en la cabeza, en vez de salirle por las orejas como si nada. A su madre le gustaría ver lo bien que nos llevamos y, en cierto modo, esto es una especie de homenaje para ella. Una manera de confirmar el hecho de que no me considera un padre tan desastroso como a veces me valoro. Algo haré bien porque mi hija me quiere cada día más y no creo que sea una simple cuestión de intereses o genética. En tal caso nuestra relación sería mucho más fría, pero no me cabe duda de que los sentimientos de mi hija son sinceros y afloran de su corazón.

Lo primero, una vez que se ha acomodado y dueña de la cama, porque la anchura del colchón no da para más, es darle un beso en la mejilla, el de los buenos días. Rompo con ello las distancias y la frialdad con la que quizás haya sentido que la recibía esta mañana. Su cariño hacia mí es comparable al que yo siento hacia ella y no me reprimo a la hora de demostrárselo. Es más, creo que esta mañana me siento doblemente forzado a darle ese beso porque me asusta la idea de perderla y no quiero que nadie le haga daño por ser tan ingenua. Anoche me hubiera preocupado, si no la hubiera encontrado en el piso cuando llegué, porque era hora de que ya estuviera aquí. Tuvo suerte de que nos encontrásemos por la calle y, para mi tranquilidad, que no estuviera haciendo nada malo. Tan solo paseaba con Patricia. Las dos iban al margen de su pandilla. Lo cual no me agrada demasiado, porque creo que cuando van en grupo se sienten más protegidas frente a los peligros de la noche. Sin embargo, entiendo que la amistad que hay entre ellas dos es más fuerte que con el resto de la pandilla. Al menos estaban dentro de los límites del barrio y eso dice mucho a favor de Kris, que tiene en cuenta algunas de mis recomendaciones, aunque otras las pase por alto.

Manuel: ¡Preciosa! – Le digo para halagarla.

Kris: ¡Desayuna que se te enfría! – Me aconseja con la esperanza de que con la boca y el estómago llenos me olvide de la charla y el castigo.

Manuel: Has salido a la calle sin permiso. – Le digo antes de que me cambie de tema. – El periódico lo podemos comprar después de misa. – Aclaro. – Pero te agradezco y valoro la intención.

Kris: También he comprado el pan. – Confiesa.

Manuel: La próxima vez te esperas a que me haya despertado o me avisas el día antes. – Le aconsejo. – No me gusta que salgas sin más porque, si te pasara algo, no me enteraría.

Kris: Ya lo sé, pero es que tan solo han sido cinco minutos y he querido que la sorpresa fuera completa. – Se justifica. – No me levantas el castigo ¿verdad?

Manuel: No, sigues castigada y alégrate que tan solo sea esta tarde. – Le contesto. – Soy bastante benévolo de todas maneras. – Alego.

Avda. Reino de Castilla, 45 3ºC.

10:00. Dormitorio. Sandra

Anoche la situación parecía complicada y no creo que las expectativas hayan mejorado, pero, al menos, parece que se han olvidado de nosotras porque nadie ha venido a por Marta después de que Ana se marchara al hospital. Supongo que la suerte está en que la llevamos nosotras y se quedó en observación. Le hubiéramos hecho compañía, pero prefirió que regresásemos al piso, porque, según parece, no ha sido más que un pequeño susto sin importancia. Consecuencia de la revisión que le habían hecho por la mañana y Ana se asustó más de la cuenta. Tiene demasiadas preocupaciones. Está demasiado nerviosa por todo y creo que se vio superada por la situación, por la responsabilidad de que nosotras cuidáramos de ella ahora que ha trasladado su residencia al chalé del tío José y no quiere que ni Marta ni yo nos veamos afectadas por su estado de salud. En circunstancias normales, se hubiera quedado en su dormitorio, acostada en su cama y por la mañana se habría despertado con normalidad, pero ayer se agobió, porque parece que su salud empeora por momentos, aunque no me lo haya dicho para que no me preocupe. Ana espera que mi moderado optimismo respecto a su recuperación sea de lo que Marta se contagie.

Marta: ¿Qué es eso? – Me pregunta intrigada e indiferente a los acontecimientos.

Sandy: ¿El qué? – Le pregunto extrañada.

Marta: Eso que tienes ahí. – Me dice con cierto rubor.

Como compartimos el dormitorio y Ana no está, esta mañana he pensado que sería buena idea que nos cambiáramos juntas, dado que no considero que en ello haya nada malo. Las dos somos chicas y sé que a veces Marta comparte esta intimidad con Ana. Aunque casi desde un principio Ana haya preferido que entre nosotras no haya la misma complicidad. Postura que hasta ahora he respetado con ciertos matices. Quizás, si hubiera tenido uno de los dormitorios para mí sola, este distanciamiento entre las dos lo vería más justificado. De hecho, comprendo que Ana me pidiera que me instalase en este para que Marta tuviera compañía y no la agobiara cuando ella necesitara tranquilidad y descanso; que mi presencia evitase que ella fuera a su dormitorio o que no la llame en mitad de la noche, si la puedo ayudar. En definitiva, supongo que el motivo de su pregunta e interés radica en el hecho de que después de estos más de dos años es la primera vez que me observa con este grado de desnudez y entiendo que le llame la atención. Ana tampoco me ha visto así, porque no lo he considerado necesario ni ha habido motivo para ello. Las dos nos respetamos, de ahí que la sorpresa de Marta esté algo más justificada, si cabe.

Sandy: No es nada. Olvídalo. – Le contesto. – Termina de vestirte. – Le pido. – Aún tenemos que desayunar antes de irnos. – Le advierto. – Recuerda lo que nos digo mamá ayer. Si te portas bien y me haces caso, te levantará el castigo.

Marta: ¡Pero es que mamá no tiene eso! – Replica.

Sandy: Olvídalo. – Le reitero. – No tiene importancia y son cosas de mayores que no entiendes. – Argumento por si ello reduce su curiosidad. – Es de cuando aún estaba en el orfanato. – Le explico y espero que con ello se dé por satisfecha.

Marta: Entonces, ¡me alegro de que mamá consiguiera que vivieras con nosotras! – Me dice como si me hubiera comprendido.

Para que Marta entendiera porque Ana me ha acogido en su casa, se le ha contado una historia que, aunque no sea muy exacta, resulta creíble, de manera que mi explicación de ahora a lo que ella ha visto no contradice esa versión. Para que Marta superase sus recelos iniciales a mi presencia en el piso y en sus vidas, porque debido a su inocencia e ingenuidad Ana supuso que resultaría complicado que le explicasen con mucho detalle el tema de la adopción, se le contó que me habían acogido en su casa porque en el orfanato no me trataban bien, que no era feliz porque allí no tenía a nadie que me quisiera y me castigaban cuando me portaba mal. Este último argumento fue para que Marta se asustara un poco y se lo piense dos veces antes de que haga alguna de sus fechorías. Porque, si ya le molesta que Ana la castigue cuando se porta mal, no le resultará muy alentador que suponga cómo me castigaban a mí que no vivía bajo la tutela de mis padres.

Lo cierto es que para mí la experiencia del orfanato no ha sido tan horrible, pero no desmiento el hecho de que me faltase ese calor de hogar, ese cariño que aquí he encontrado. Pensado con algo más de frialdad y una vez que ha pasado el tiempo es muy posible que algunas de mis ocurrencias de entonces no fuesen más que un acto de rebeldía contra la situación, que si me hubiera visto en otras circunstancias hubiera actuado con un poco más de madurez y me hubiera cohibido.

Marta: ¡Debiste hacer algo muy malo! – Me dice e insiste sobre el tema. – ¡Eso debe doler! – Asegura. – Yo prefiero los castigos de mamá, que no deje que vaya al parque o me obligue a sentarme en la silla cuando es hora de comer.

Sandy: Ahora ya no me duele. – Le contesto con sinceridad.

En el orfanato los piercings están prohibidos por una cuestión de salud y de estética. A parte que, como menores de edad, los tutores no nos lo autorizan bajo ningún concepto y éste es un requisito indispensable para ello. Sin embargo, estaba en plena adolescencia y supongo que actué más por rebeldía que con sentido común. Es muy posible que cometiera una de las mayores estupideces de mi vida y no pensé en las consecuencias. Tan solo que, si tenía el valor de ponérmelo, sería donde no se viera demasiado o, de lo contrario, aparte de que me obligarían a que me lo quitara, la charla que me echarían sería inolvidable. Supongo que lo que más me motivó a que me saltase las normas del internado fue el hecho de saber que podía. Supongo que, si por aquel entonces ya me hubiera reencontrado con Ana y ésta se hubiera enterado de mis intenciones, me hubiera impuesto uno de esos castigos de los que Marta tanto se queja y recomendado que no cometiera ninguna locura. Sin embargo, mi tutora de aquel entonces no me resultaba simpática y se me presentó una ocasión difícil de rehusar, aunque no por ello menos osada. Desde aquel día son mi secreto y creo que, si no me los he quitado, a pesar de que haya recapacitado sobre ello, se debe a la vergüenza y humillación que ello me supondría, ya que soy una chica bastante pudorosa en ese aspecto.

Marta: ¿Eso se lo ponen a todas las que se portan mal? – Me pregunta con curiosidad. – He visto en la tele programas donde le ponen chip a los perros. Eso debe ser parecido. Así, si te escapas, será más fácil que sepan de qué orfanato has salido. – Me dice.

Sandy: Bueno, no es lo mismo. – Le aclaro dubitativa. – Mejor que lo olvides, no tiene importancia. – Le aconsejo y zanjo la cuestión porque no me siento cómoda con esta conversación ni con sus miradas. – Dentro de unos años, ya te lo explicaré y lo entenderás. – Le prometo. – Ahora démonos prisa o se nos hará tarde

Parroquia.

11:00. Parroquia. Marta.

Mal porque mamá vuelve a estar en el hospital y bien porque esta vez Tata no ha venido recogerme ¡A ver si esta vez se les olvida llamarla! Mamá me ha pedido que me quede con Sandra y por eso esta vez no he llorado ni pataleado tanto como otras veces. Hasta me parece bien que Sandra haya querido que vengamos a misa. Así nos escondemos para que Tata no nos encuentre. A ver si después de misa quiere que busquemos a papá. Si me porto bien y no le causo problemas, tal vez se olvide de que mamá me ha castigado todo el fin de semana, que no me deja que busque a papá por el niño tonto del otro día. Además, Sandra y yo tenemos un secreto, hemos rebuscado entre los papeles de mamá y hemos encontrado algunas pistas. Seguro que entre las dos le encontramos de verdad. ¡Si hoy tenemos suerte, quizá papá me lleve de visita al hospital! Si mamá nos ve a los dos juntos, seguro que se repone antes y vuelve a casa. ¡Eso sí que estaría bien! Si no encontramos a papá me tocará volver a casa de Tata y no quiero, prefiero quedarme con Sandra porque se quedará sola en el piso y después no la veré hasta que mamá quiera que le hagamos una visita.

Ésta no es nuestra iglesia, pero aquí he venido a catequesis y he hecho la Primera Comunión. Está lejos del piso y no entiendo por qué mamá y Sandra siempre quieren que vengamos aquí. Después dicen que no tengo amigas ni me gusta estar con las niñas de mi edad, pero es que no me dejan hacer nada. Tata es peor porque esa sí que, además de no dejarme hacer nada, no me deja estar con nadie. Siempre me lleva a jugar al parque como si todavía fuera una niña pequeña y ya tengo nueve años. Cuando ella dice que tenemos que volver a casa he de irme con ella. ¡No me deja ni cinco minutos! Seguro que, si viviera con papá, tendría alguna amiga y haría muchas cosas que ahora no puedo. Todos están pendientes de lo que le pasa a mamá, pero a mí no me suelen llevar a verla al hospital.

Esta iglesia me gusta porque a veces, salimos en busca de papá, que no de compras, cuando nos acercamos por aquí. Yo creo que papá vive cerca, pero, como también está cerca la casa de Tata, la verdad es que no sé qué pensar. Al menos, esta mañana, Sandra no me ha traído hasta aquí para dejarme con Tata. La pena es que tampoco me ha dicho que vayamos a encontrarnos con papá.

Si ahora me porto bien, seguro que después a Sandra no le importa que nos demos una vuelta por el barrio. Tal vez que nos encontremos con papá. Salvo que mamá ya le hayan llamado y haya ido de visita al hospital. Si es verdad papá va por allí, espero que mamá le pida que me recoja y no deje que Tata venga a por mí. No quiero volver al piso muy pronto porque ayer me pasé encerrada el día allí por culpa del castigo y porque mamá no quiso que la dejásemos sola. Me aburrí mucho. Si me porto bien, seguro que Sandra también quiere que demos un paseo.

No le pediré que me compre chuches porque quizá no lleve dinero, pero nos quizá nos acerquemos por el parque después y demos una vuelta por el barrio. Ya que, aunque quizá papá no quiera hablar con nosotras, si ve que estamos bien, se alegrará. Quizá esta vez se decida a acercarse y nos diga que es él. Yo le quiero y le necesito ahora que mamá no está. ¡Tata se puede perder por ahí! No me importa, pero papá tiene que querer saber de nosotras. Mamá siempre dice que está esperando que venga, sin embargo, hasta ahora no lo ha hecho y cuando mamá dice que ha hablado con él, yo no estaba cerca.

Sandra: ¡Marta, no te despistes! – Me regaña. – Como siempre estás en las musarañas. – Me recrimina.

11:50. Salida de misa. Manuel.

Manuel:¿Así es cómo esperas que te levante el castigo? – Le pregunto con cierto malestar e impotencia. – ¡Me estás dando la mañana! – Le recrimino.

Kris: Me aburro. – Me contesta.

Manuel: ¡Esa no es manera de comportarse! – Le digo con seriedad. – ¡Estás más tonta que una cría! – Constato. – Ya me has dicho antes que preferías venir a misa esta tarde, pero hemos venido ahora y así después tienes tiempo para hacer esa tarea pendiente. – Argumento. – Ya te he dicho que no te librarás por mucho que te empeñes.

Kris: ¡Mucho morro es lo que tienes! – Se atreve a contestarme

Manuel: ¡Tú, ponte tonta y verás cómo me enfado de verdad! – Le aviso. – No sé qué te pasa, pero esta mañana estabas de mejor humor. – Constato.

Kris: ¡Tú, que estás en plan borde! – Alega y me hace responsable de su humor

Manuel: No discutamos. – Le ruego en actitud conciliadora. – Como no quiero que me des la mañana, dejaré que te des un paseo hasta la hora de comer, si te apetece. – Le propongo. – Esta tarde no vas a salir, aunque te llame Patricia.

Kris: Si me dejas, me voy. – Me dice con frialdad. – A las dos estoy en el piso. – Me promete. – Hoy cocinas tú.

Está de un humor de perros y prefiero que no terminemos mal el día. Éste no está siendo un fin de semana tan idílico como a mí me gustaría y no quiero que se complique por mi intransigencia. Ayer ya tuvimos nuestras diferencias por el tema de la ropa y es posible que crea que el castigo de esta a tarde tiene esa doble intencionalidad, pero tan solo es por su retraso. El asunto de la ropa está zanjado y por suerte para la economía familiar de una manera menos derrochadora de lo que ella pretendía. Del montón de ropa que pretendía tirar al final casi todo regresó al armario, ya que sus argumentos no tenían ninguna razón de ser. Esa ropa le valdrá el año que viene y, si me apura, incluso el siguiente. No tiraremos la casa por la ventana con la excusa de que su ropa ya no está de moda o no le gusta. No estamos para caprichos tontos y, aunque comprendo que tenga sus gustos y está creciendo, no podemos pasar por alto que a veces es un tanto impulsiva y se arrepiente de sus decisiones cuando se lo piensa mejor. Esta vez, al menos, dichas lamentaciones tendrán remedio. Tan solo se ha deshecho de aquello que ya no era de su talla o estaba demasiado estropeado. El próximo verano seguro que me lo agradece, aunque ahora no quiera darme la razón.

Cada seis meses, más o menos, tiene la manía de renovar su vestuario. Cuanto mayor se hace, más empeño de muestra en ello. Quizás esa costumbre la haya adquirido de mí, no por imitación, sino porque hasta no hace mucho para mí era más evidente que ella crecía y el comienzo del nuevo curso era la ocasión perfecta para hacer esas compras, con idea de no hacer más el resto del año. En abril, con la llegada del buen tiempo, el planteamiento es el mismo. Considero que la economía familiar se ha recuperado de los gastos de septiembre, aunque entonces la renovación del vestuario es más puntual, ya que hay prendas que se pone durante todo el año y en la práctica el verano tampoco es tan largo como el curso escolar y ella se lo pasa en su mayor parte del año con mis padres, en el chalet, donde no necesita vestir con tanta formalidad y prefiero que vaya fresca y se ensucie sin sentirse culpable. Este año esa renovación de vestuario no ha sido tal porque la vida se ha encarecido y hemos recortado gastos donde se ha podido y he considerado que éste era uno de ellos, a pesar de las quejas de Kris que ha visto cómo me apretaba el cinturón y le cortaba esa ansia de gastar sin control.

Kris: ¡Quién roba a un ladrón, cien años de perdón! – Me dice.

Se aprovecha de que estaba distraído, que no esperaba que se lo pensara dos veces antes de dejarme solo, y con todo descaro introduce la mano en el bolsillo de mis pantalones para ver si tiene la suerte de conseguir algunas monedas sueltas. Prefiere quitármelas en vez de pedírmelas, por temor una negativa por mi parte, dado que su paga es mensual y no suele haber entregas extra, salvo que sea una ocasión especial y justificada. No es éste el caso. Sin embargo, ha salido del piso sin dinero porque tampoco esperaba que le diera permiso para que se fuese sola por ahí. De manera que ahora prefiere no irse de vacío y que mi generosidad sea completa, ante el hecho de que esta tarde no se librará del castigo.

Lo que tampoco debería hacer es darme motivos para que lo de esta tarde se repita el próximo fin de semana con algo menos de complicidad por mi parte, dado que hasta ahora creo que estoy en una actitud bastante conciliadora, queriendo que aprenda de sus errores y no tanto que conozca el límite de mi paciencia, ya que hasta ahora me estoy riendo de sus bromas, pero empezaré a cansarme de un momento a otro.

Manuel: ¡Anda, lárgate antes de que me enfade! – Le contesto en tono afable. – Esta tarde tienes tarea, de manera que ahora aprovecha, no sea que tardes en gozar de esta libertad. – Le advierto con complicidad.

Kris: [Después de contar las monedas y hacer cálculos] 50 céntimos. ¡Contigo los ladrones se arruinan! – Me dice. – ¡Un poco más y eres tú quien les atraca! – Alega con ironía.

Manuel: Tal vez te hayas equivocado de bolsillo. – Le contesto.

Kris: ¡En el otro tienes el pañuelo con mocos! – Replica. – Si te llego a quitar la cartera, no veré el sol en lo que queda de mes.

Manuel: Confórmate con ello ya aclararemos cuentas cuando nos veamos en casa. – Le digo.

Kris: ¡Venga, suelta algo más! – Me ruega con la expectativa de que ello fomente mi generosidad. – Al menos un billete de los pequeños. – Propone. – Con esto no voy a ninguna parte. Se me ríen en la cara.

Manuel: Tira y no pidas más. – Le contesto. – No hay dinero para caprichos, que después me lo pides para comprarte ropa y tampoco hay.

Kris: ¡Tacaño! – Me dice con intención de protestar. – ¡Con esto ni un chicle gastado!

Manuel: Nadie dice que ahora no vayas al piso, a tu habitación, y rebusques en los cajones. – Le contesto. – Tienes tiempo hasta la hora de comer y lo único que espero es que te comportes y no te alejes.

Kris: ¡Venga, suelta un poco más! – Me ruega. – Después te dejo que me lo descuentes de la paga y que no te pido nada en toda la semana. – Argumenta.

Manuel: Te adelantaré dos euros, pero no pidas más porque no soy el banco. – Le contesto. – Si cumples con el castigo de esta tarde, consideraré que la deuda está saldada y no me deberás nada. – Le propongo.

12:30. Tienda de chuches. Sandra

Hay otras tiendas de golosinas en el barrio, pero ésta es una de las pocas que abre los domingos por la mañana y por lo tanto en una mañana como ésta y después de misa es de las más concurridas. Yo me limito a cumplir las indicaciones que me hizo Ana al respecto. Marta se merece algún premio por su buen comportamiento en misa, como si cada domingo se celebrara una fiesta por su comunión. Ana lo entiende como un refuerzo para que Marta encuentre algún sentido al arrepentimiento y la confesión, dado que esta mañana se ha confesado, porque el asunto de la patada no es algo que se quede en el mero castigo. Marta tiene que ser consciente de que no estuvo bien.

Por otro lado, el domingo es un día de fiesta y, aunque tengamos la pena de que Ana haya regresado al hospital, es mejor que Marta tenga motivos para alegrarse y se le endulce la vida. En cualquier caso, sabe que, si no hay propósito de enmienda, no hay chuches. Me parece que este fin de semana se los ha ganado, aunque, si Ana se enterase de nuestra pequeña travesura de ayer, ni a mí se me permitiría que me acercase por aquí. Sin embargo, no creo que encontrásemos nada relevante que a Ana le moleste.

Seguro ésta no es la primera vez que se produce esta coincidencia, pero creo que no tenemos de que preocuparnos. La una no sabe de la existencia de la otra y Kris parece tan centrada en lo suyo que no se ha fijado en mí ni me ha reconocido. Lo cual, en realidad, me entristece, porque éste sería el comienzo de esa anhelada reunificación familiar, pero se quedará como algo anecdótico que no podré contarle a nadie. Ya que, como esto llegue a oídos de la familia, se me acabará la poca confianza que me haya ganado. No volverán a dejar a Marta bajo mi cuidado y esta vez ha sido porque Tata no estaba localizable y Ana no ha querido que su malestar se convierta en un drama.

Marta lo que quiere es quedarse conmigo, que entre las dos convenzamos a Ana para que nos quedemos las tres juntas y no haya nadie que nos separe en circunstancias como ésta. La solución está a nuestro alcance con que Kris nos reconozca. Sin embargo, sería una imprudencia por mi parte, si tomara la iniciativa. Tan solo tiene trece años y seguramente no comprenderá nada porque no sabe nada de lo que pasa y tan solo se ha acercado hasta aquí por lo mismo que nosotras, la compra de unos caramelos por el hecho de ser domingo y permitirnos un capricho.

Quisiera pensar que, si nuestro padre estuviera con ella, sería mucho más observador y no se centraría en la diversidad de caramelos que hay en la tienda, ni haría cálculos para comprar lo más posible sin excederse del presupuesto. Se entretendría mirando a la gente. Quizá esperase encontrar a alguien conocido o justificaría el hecho de que a nosotras tres nos atraiga esto, aunque después nos quite el apetito y a la hora de comer lo hacemos con desgana, en especial Marta, que lleva bastante mal eso de sentarse a la mesa. Es posible que se fijase en mí, que ya no soy tan cría y quizá mi presencia desentone un poco porque ni siquiera se me confunde con una madre. Como mucho por una hermana mayor o alguien que ha venido por libre. Ya que, como tal, entre Marta y yo no hay parecido físico. Sin embargo, me quedo tranquila porque él no está por los alrededores y me da la impresión de que Kris ha venido sola, que ni siquiera ha buscado la compañía de sus amigas. Aunque supongo que nuestro padre estará al corriente de ello, considerando que ya no tiene edad como para esté detrás de ella las veinticuatro horas del día. Basta con que la tenga localizada y limite su movilidad para que no se aleje del piso sin permiso ni sin control.

Marta: ¿Cuánto me prestas? – Pregunta en espera de una prueba de mi generosidad. – Yo no llevo dinero y este fin de semana me he portado bien.

Sandy: Tan solo para tres chuches. – Le respondo. – Mamá me ha dicho que te haga comer y no quiero que las chuches te quiten el apetito.

Marta: Una bolsa y te prometo que me la como esta tarde o durante la semana. – Me contesta suplicante. – ¡Tata sí que es tacaña! Como me vea con caramelos, me los quita y los tira a la basura. – Aleja por si ello me convenciera.

Sandy: De acuerdo, una bolsa para las dos. – Le propongo. – Pero te comes tan solo un caramelo ahora y después dejas el plato vacío. – Le aviso. – Yo te guardaré la bolsa hasta el próximo fin de semana.

Kris << ¡Vaya escena familiar! La mocosa parece tonta, una niña mimada y consentida y la otra, que tan solo será una conocida, no tiene muchas más luces, si se deja engatusar de esa manera por los caprichos de la niña. ¡Vaya espectáculo están montando! Se podrían salir a la calle a tener esta conversación porque aquí hacen el ridículo. Si yo me comportase como la niña, papá ya me estaría mandando al piso y me olvidaría de comprar nada. Lo de las chuches es tan solo un entretenimiento para pasar el rato y que sacie el apetito hasta la hora de comer. Aunque con el dinero que he conseguido sacarle a papá del bolsillo y de su generosidad poco me saciaré. Si la chica mayor está tan preocupada por el poco apetito de la otra, debería tomar ejemplo. Si yo me puedo comprar un par de regalices, ya me doy por satisfecha. Creo que el dinero me llega, pero no habrá para más porque ni siquiera me planteo la compra de un refresco, que sería lo que me saciaría la sed para no tener que volver demasiado pronto al piso. No estoy dispuesta a dejar que me venza el aburrimiento por no tener compañía. Sin embargo, no quiero una niñera ni a ningún adulto que cuide de mí. Ya tengo trece años.>>

Marta: Pero ¿Cuánto dinero llevas? – Me sigue interrogando, ajena al hecho de que somos el centro de atención.

Sandy: No te interesa. – Le respondo y zanjo la cuestión. – Compórtate que nos mira todo el mundo. – Le digo. – No empieces a hacer tonterías ahora. – Le ruego. – Mamá estaría orgullosa de las dos, si nos viera, de modo que no lo fastidies. – Aconsejo. – Si quieres que vayamos en busca de papá, no me calientes la cabeza. – Le advierto, aunque sé que hablo demasiado.

Supongo que Kris nos escucha y no tengo muy claro que no tenga un cierto interés en nuestra conversación, aunque sea de manera inconsciente y por instinto, a pesar de que ella lo entienda como simple curiosidad y no le encuentre otra explicación. Siempre he pensado que entre los hermanos en general hay una conexión especial. Que, como llevan la misma sangre, hay algo que les une. Incluso sin conocerse, se protegen unos a otros de manera impulsiva, Por lo cual entendería que Kris pasase por alto mi presencia, pero no creo que Marta le haya pasado inadvertida. Tampoco es que sean como dos gotas de agua y resalte a simple vista que son hermanas, dado que cada una es como es y vive con uno de sus padres. Pero que quien sea consciente de su parentesco, encuentra uno y mil parecidos entre los dos. Sus rasgos delatan que son hermanas y comparten los mismos genes. En mi caso tal vez resalte más esa familiaridad porque el recuerdo que tengo de Kris de hace diez años y aquel recuerdo lo contrasté con Marta cuando Ana nos presentó y me resultó curioso que me contara que había tenido otra hija, me aclarase que la niña que vivía con ella no era Kris, si no Marta.

Kris es de pelo rubio y liso, mientras que el de Marta es castaño y ondulado. Kris es de ojos marrones y de un modo u otro siempre lleva gafas de sol, a veces creo que esconde su mirada detrás de ésta y otras porque no encuentra nada mejor que le sujete el pelo, dado que luce una larga melena, supongo que con el consentimiento de su padre o quizá porque éste se ha visto obligado y cedido ante los caprichos de la niña. Marta, es tiene los ojos verdes y lleva media melena y porque dado su carácter y la situación, así se peina con más facilidad y no colma la paciencia de nadie, de manera que, cuanto más se abrevie su aseo por las mañanas, mejor para todos. Además, como es una chica inquieta, cuantos menos complementos lleve, menos probable que los pierda. En los rasgos de su cara hay bastantes similitudes, aunque cada una tiene sus particularidades. En lo referente a su aspecto físico, las dos son delgadas y cada una acorde con edad y desarrollo. Es posible que Marta sea un poco más corpulenta, pero ello es debido a la fuerza que tiene y demuestra cada vez que la separan de Ana, mientras que Kris es una chica más pacífica, se siente protegida por su padre.