En la entrada anterior comentaba la dificultad que tiene la gente para relacionar a Clark Kent con Superman, (La cara de Superman), dado que se supone que son la misma persona. De hecho, me parece una idea original del creador de este superhéroe, que en vez de llevar una máscara para no ser reconocido, se disfraza de alguien completamente distinto cuando pretende actuar como una persona normal.


Prosopagnosia
¿De verdad es posible no reconocer a alguien por el mero hecho de que se ponga unas gafas o cambie de ropa?
¿Alguien se puede creer que los secundarios o demás personajes de la historia son tan estúpidos como para no darse cuenta del engaño?
¿Habéis tenido alguna vez un episodio de prosopagnosia, de no reconocer a alguien?
Mi anécdota
Ya lo he comentado en alguna ocasión y no me importa repetirlo porque me parece un episodio un tanto enigmático y extraño de mi vida, algo que no soy consciente de que me haya vuelto a pasar con nadie. No sé si porque aquello fue un hecho puntual o porque sencillamente no presté la suficiente atención.
Me sucedió cuando aún estudiaba en el instituto. Ya sabéis, ese periodo de la vida en que uno anda con las hormonas y la cabeza un tanto alborotada, que si sabe dónde está y lo que pasa es porque son los demás quienes de algún modo nos marcan la rutina del día a día, en medio de ese ansia de rebeldía y curiosidad por hacerse mayor y ser más independientes.
Me sucedió a primera hora de la mañana, antes de entrar a clase. Era un día normal. Creo recordar que en el mes de mayo, por lo cual conocía de sobra y de vista tanto a mis compañeros de clase, como todo el mundo que acudía a clase a mi instituto. Nada hacía presagiar lo que estaba a punto de ocurrir.
Yo, como cualquier adolescente a esas edades, aunque no fuera un chico exitoso ni popular, ya tenía mi corazoncito. Era un chico un tanto enamoradizo, pero también introvertido, por lo cual aquello no pasaba de ser tener una excusa, una musa para mis poemas y poco más, un «flechazo» no correspondido.
Este detalle del «flechazo» es importante para entender esta anécdota porque cuando a esas edades uno se cree enamorado, aunque sea en balde, de la chica de sus sueños, se supone que uno es capaz de reconocerla en cualquier parte, que no se le escapa por mucho que ésta corra y se esconda.
La gracia, el chiste de aquella mañana, es que estábamos allí todos esperando para que nos abrieran la puerta y entrar en clase. Alguno quizá con el impulso de irse de rollo, como decimos los toledanos, pero digamos que esa mañana todos éramos alumnos responsable.
Decir que estábamos todos, es decir que ya estaban allí hasta aquellos que venían de los pueblos en autobús.
Y no sé si es costumbre en los demás, pero mi impulso era confirmar que ella también había llegado, mi corazón palpitaba por volver a verla, con la vana ilusión de que tal vez se produjese ese imposible cruce de miradas, que no tuviera que lamentar pasar una mañana sin verla. Pero mi búsqueda resultaba infructuosa.
Allí estaban mis compañeros de clase y la gente de su pueblo. Todo se desarrollaba como un día normal, salvo por un pequeño detalle, entre la gente allí concentrada y, a pesar de lo avanzado del curso, había una chica a la que no había visto antes. Sí, cómo os lo cuento, ¡casi a final de curso parecía haber una chica en la que hasta entonces no me había fijado!
Era una chica alta, delgada, de pelo largo y suelto, que, además, como hecho más destacado y llamativo, vestía con una falda larga. Era una chica que destacaba por lo inusual de su aspecto, cuando lo habitual era que llevasen el pelo recogido y vistieran con pantalones.
¡Qué raro! ¿no?
¡Ya era casualidad, que la chica que me gustaba no aparecía por ninguna parte, pero allí estaba esa otra chica, a la que no había visto antes!
El caso es que no recuerdo muy bien cómo se resolvió aquel misterio. No sé si fui yo quien pregunté por esa chica nueva o comenté algo sobre la ausencia de la otra. Alguien se debió dar cuenta de que yo estaba algo confuso y contrariado. Pero el caso es que mis compañeros de clase fueron los que no sin cierta extrañeza me aclararon que sí, que era ella, la chica que me volvía loquito.
Creo que al final de la mañana seguía sin estar muy seguro de esa aclaración, pero el caso es que la chica de pelo largo y falda se comportó como una compañera más de clase durante toda la mañana.
Al día siguiente ya volví a reencontrarme y reconocer con normalidad a la chica que me gustaba.
Conclusión
No me ha vuelto a pasar y al final aquella chica y yo tomamos rumbos distintos en nuestra vida. Os diría que he vuelto a verla alguna vez a lo largo de estos años, pero no quiero mentiros, a ninguna de las dos.
No es algo que me haya vuelto a pasar con nadie, porque sí me he encontrado con gente fuera de su entorno habitual y no he tenido excesivo problema para reconocerles, aunque también me han dicho que suelo ir por la calle pensando en mis cosas y tampoco voy pendiente.
Si no he reconocido a alguien, ha sido porque no era una persona demasiado conocida, aunque ésta sí pareciera saber quien era yo. Según dicen, mi cara ha cambiado poco y a así soy más fácil de reconocer. Casi tengo la misma cara que cuando tenía uno o dos años, aunque los años no hayan pasado en balde

Debe estar conectado para enviar un comentario.