Crecer despacio

Hola, amigo o amiga del blog.

Hoy te traigo un poema que me ha llamado la atención por su sencillez y su ternura. Se trata de “Crecer despacio”, del poeta español Manuel Pellicer Sotomayor, que nos habla de cómo el paso del tiempo nos transforma sin que nos demos cuenta.

¿Te apetece leerlo conmigo? Vamos allá.

CRECER DESPACIO
Pasan los días y no te das cuenta,
maduras con la edad y eres niño,
ves cómo cambia la gente,
y tú siempre te ves igual.
La ropa se te queda pequeña,
pero te pones otra y ya está,
tú sigues ahí sin madurar.

Pero, de pronto, ese no es tu lugar,
ya no cabes en los brazos de papá,
por fin has aprendido a hablar,
te vas con la novia a pasear,
y ayer aún no tenías edad.

Eran los demás quienes crecían
y eras tú quien crecía en realidad.
Crecías despacio sin saberlo,
caminabas sin saber andar,
sin que nadie te quiera sujetar,
tú sólo aprendiste a caminar,
tan solo tú no te viste cambiar.

Manuel Pellicer Sotomayor. Poema de 1991
El reloj refleja del paso del tiempo

Análisis y comentario verso a verso

El poema empieza con una afirmación que nos sitúa en el punto de vista del niño que protagoniza el texto: “Pasan los días y no te das cuenta”. El niño vive el presente sin preocuparse por el futuro, sin ser consciente de que está creciendo y cambiando. Es una actitud muy propia de la infancia, que contrasta con la de los adultos, que a menudo nos obsesionamos con el tiempo que se nos escapa.

El segundo verso nos dice que “maduras con la edad y eres niño”. Aquí el poeta juega con la ambigüedad de la palabra “madurar”, que puede significar tanto crecer físicamente como desarrollar la personalidad y la responsabilidad. El niño madura con la edad, pero sigue siendo niño en su esencia, en su forma de ver el mundo y de disfrutar de él.

El tercer verso introduce un elemento de comparación: “ves cómo cambia la gente”. El niño observa a su alrededor y nota que los demás cambian: sus padres, sus amigos, sus profesores… Pero él no se ve a sí mismo como parte de ese cambio, sino como un espectador. Se siente ajeno a ese proceso, como si él fuera inmune al paso del tiempo.

El cuarto verso refuerza esta idea: “y tú siempre te ves igual”. El niño se mira al espejo y no percibe ninguna diferencia entre el niño que fue ayer y el que es hoy. No se da cuenta de que su cuerpo, su voz, su mente y su corazón están evolucionando. Se siente cómodo con su identidad, con su forma de ser, y no quiere cambiarla.

El quinto verso introduce un cambio de tono: “La ropa se te queda pequeña”. Aquí el poeta nos muestra una evidencia de que el niño está creciendo, aunque él no lo sepa. Su ropa ya no le sirve, se le ha quedado pequeña, y tiene que cambiarla. Es una metáfora de cómo el niño tiene que adaptarse a las nuevas circunstancias, a las nuevas etapas de la vida, que le exigen un cambio de actitud.

El sexto verso muestra la reacción del niño ante este hecho: “pero te pones otra y ya está”. El niño no le da mayor importancia al asunto, simplemente se pone otra ropa y sigue con su vida. No se preocupa por el significado de ese cambio, ni por lo que implica. Es una forma de negar la realidad, de resistirse al cambio, de querer seguir siendo el mismo.

El séptimo verso resume la actitud del niño: “tú sigues ahí sin madurar”. El niño sigue siendo el mismo, sin madurar, sin evolucionar, sin aceptar el cambio. Es una forma de rebelarse contra el tiempo, de aferrarse a su infancia, de no querer crecer. Es una actitud comprensible, pero también ingenua e inútil, porque el tiempo no se detiene por nadie.

El octavo verso marca un punto de inflexión: “Pero, de pronto, ese no es tu lugar”. Aquí el poeta nos introduce en el momento en que el niño se da cuenta de que ya no es un niño, de que ha crecido, de que ha cambiado. Es un momento de crisis, de desorientación, de desconcierto. El niño se siente fuera de lugar, no sabe dónde encajar, no sabe quién es.

El noveno verso ilustra este cambio con un ejemplo: “ya no cabes en los brazos de papá”. El niño ya no puede abrazar a su padre como antes, porque ha crecido, porque es más grande, porque es más independiente. Es una imagen muy emotiva, que nos muestra cómo el niño ha perdido una parte de su infancia, de su inocencia, de su seguridad.

El décimo verso nos muestra otro ejemplo: “por fin has aprendido a hablar”. El niño ya no balbucea, ya no dice palabras sueltas, ya no necesita que le traduzcan. El niño ha aprendido a hablar, a expresarse, a comunicarse. Es un signo de madurez, de inteligencia, de personalidad. Pero también es un signo de distancia, de separación, de individualidad.

El undécimo verso nos muestra un tercer ejemplo: “te vas con la novia a pasear”. El niño ya no juega con sus amigos, ya no se divierte con sus juguetes, ya no necesita la compañía de sus padres. El niño ha encontrado el amor, ha descubierto el romance, ha sentido el deseo. Es un signo de crecimiento, de emoción, de felicidad. Pero también es un signo de cambio, de riesgo, de compromiso.

El duodécimo verso contrasta el presente con el pasado: “y ayer aún no tenías edad”. El niño se da cuenta de que todo ha cambiado muy rápido, de que ha pasado de ser un niño a ser un adolescente en un instante, de que ha dejado atrás una etapa de su vida sin darse cuenta. Es una forma de expresar su asombro, su nostalgia, su melancolía.

El decimotercer verso nos revela la verdad: “Eran los demás quienes crecían”. El niño se da cuenta de que se había equivocado, de que no era cierto que los demás cambiaran y él no, de que no era cierto que él fuera el mismo y los demás no. El niño se da cuenta de que era él quien crecía, y los demás también, de que era él quien cambiaba, y los demás también.

El decimocuarto verso confirma esta verdad: “y eras tú quien crecía en realidad”. El niño reconoce que él era el protagonista de ese cambio, de ese crecimiento, de esa evolución. El niño acepta que él ha madurado, que él ha dejado de ser un niño, que él ha entrado en una nueva etapa de su vida.

El decimoquinto verso nos dice cómo ha sido ese proceso: “Crecías despacio sin saberlo”. El niño crecía despacio, sin prisa, sin pausa, sin notarlo. El niño crecía sin saberlo, sin quererlo, sin entenderlo. El niño crecía sin ser consciente de ello, sin ser responsable de ello, sin ser dueño de ello.

El decimosexto verso nos dice cómo ha sido ese aprendizaje: “caminabas sin saber andar”. El niño caminaba sin saber andar, sin tener experiencia, sin tener destreza, sin tener confianza. El niño caminaba sin saber andar, sin tener guía, sin tener ayuda, sin tener apoyo.

El decimoséptimo verso nos dice cómo ha sido esa independencia: “sin que nadie te quiera sujetar”. El niño se ha liberado de las ataduras, de las limitaciones, de las restricciones. El niño se ha emancipado de las normas, de las reglas, de las obligaciones. El niño se ha desprendido de las dependencias, de las influencias, de las presiones.

El decimoctavo verso nos dice cómo ha sido esa autonomía: “tú sólo aprendiste a caminar”. El niño ha aprendido a caminar por sí mismo, sin imitar, sin copiar, sin seguir. El niño ha aprendido a caminar por sí mismo, sin pedir, sin esperar, sin recibir. El niño ha aprendido a caminar por sí mismo, sin temer, sin dudar, sin rendirse.

El decimonoveno verso nos dice cómo ha sido esa transformación: “tan solo tú no te viste cambiar”. El niño no es consciente de los cambios. Vive su día a día, crece pensando que es el mundo quien cambia a su alrededor, cuando los cambios se producen en él mismo.

El poema termina con un punto y final, que cierra el ciclo, que concluye el relato, que resume el mensaje. El poema nos habla de cómo el niño crece despacio, sin saberlo, sin quererlo, sin verlo. El poema nos habla de cómo el niño se convierte en adolescente, en adulto, sin darse cuenta

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Origen

  • Poema original de Manuel Pellicer Sotomayor
  • Conversación con Bing Chat