

Presentador: Ave, amigos de Imperium Romanum TV News.
Conociendo la fama que tiene Herodes el Grande y el riesgo que supone para éste la presencia del Mesías, como pretendido futuro rey de Israel, nuestro reportero se encuentra en la tesitura de actuar con cautela. Ha de ser imparcial ante el desarrollo de los acontecimientos, pero tampoco puede vivir de espaldas a éstos.
Es fácil pensar que Belén, una aldea de pocos habitantes, aunque en estos días por causa del censo se haya concentrado más gente de la habitual, que el hijo de José y María no sea el único recién nacido en estas fechas.
Herodes y la matanza de los inocentes
La crueldad de Herodes es de sobra conocida:
El ahogamiento de su cuñado Aristóbulo cuando éste alcanzó gran popularidad;
- el asesinato a su suegro Hircano II;
- a otro cuñado, Costobar;
- a su mujer Marianne;
- en los últimos años ha hecho asesinar a sus hijos Alejandro y Aristóbulo.
¿Cuántos más morirán antes de que Herodes muera?
Sabemos que con este tipo de medidas drásticas, junto con su amistad con Roma, Herodes no se ha ganado el favor del pueblo judío, por eso todo el mundo teme hablar más de la cuenta, por las consecuencias que se pudieran derivar.
En la tradición judía se cuenta que un faraón egipcio decretó matar a todos los primogénitos varones israelitas, según cuenta el libro del Éxodo, pero uno se salvó, Moisés. La madre de Moisés lo colocó en una cesta en el río Nilo, donde fue recogido por la hija del Faraón, quien lo crió como propio.
Precisamente fue Moisés quien liberó después al pueblo.
Ave, reportero, ¿Dónde te encuentras esta mañana?
Conexión
Reportero: Ave. Sigo aquí en Belén
Me encuentro en el lavadero de Belén algunas mujeres se han reunido a lavar su ropa. Es la típica escena de los pueblos y nuestra excusa para no centrar el foco informativo en la gruta porque la vida continúa con normalidad o al menos es lo que intentan.

Las mujeres de Belén, como en otras poblaciones de Judea, vienen a lavar la ropa en fuentes de agua naturales. Estas fuentes son puntos de encuentro comunes para realizar tareas como lavar la ropa y conversar entre ellas.
La luz del amanecer se refleja en las aguas tranquilas del pozo, donde las mujeres de Belén se congregan para realizar sus tareas diarias.
Aquí, en este lugar sagrado y cotidiano, escucho sus voces mientras lavan cuidadosamente los pañales de lino.

La llegada de María, con los pañales de su hijo Jesús, es recibida con una mezcla de reverencia y sorpresa.
«Es ella, la madre del Mesías,» susurra una mujer a su vecina, mientras sus ojos siguen cada movimiento de María.
María, consciente de las miradas, ofrece una sonrisa gentil y se arrodilla junto a la fuente, como las demás. «No soy diferente a ninguna de vosotras,» dice con voz suave. «Mi hijo también necesita pañales limpios.»
Las mujeres, tocadas por su humildad, se acercan. «Pero tú has sido bendecida entre todas,» responde una anciana, sus manos temblorosas extendiéndose hacia María. «¿Cómo es ser la madre del Salvador?»
«Es un honor y una gran responsabilidad,» admite María, sumergiendo los pañales en el agua. «Pero al final del día, soy una madre, preocupada por el bienestar de su hijo, como cualquiera de vosotras.»
La conversación se vuelve más íntima, las mujeres comparten sus esperanzas y temores. «¿Qué nos depara el futuro con un rey tan cruel como Herodes?» pregunta una joven madre, abrazando a su propio hijo.
«Debemos tener fe y esperanza,» responde María, mirando hacia el cielo. «La luz que guía a mi hijo también iluminará nuestro camino.»
Mientras el sol calienta sus espaldas, las madres comparten historias y consejos, creando un lazo de solidaridad en medio de tiempos inciertos.
El aire está lleno de la frescura del agua y el murmullo de conversaciones cargadas de preocupación materna.
En las suaves corrientes de la fuente, las aguas murmuran secretos antiguos y las piedras son testigos silenciosos de la historia que se despliega. María, con la gracia que la caracteriza, comparte sus experiencias y preocupaciones con otras madres.
«La noche de su nacimiento fue iluminada por una estrella,» comenta una mujer mayor, mientras sumerge una tela en el agua. «¿Será esa la señal de que el Mesías ha llegado?»
María sonríe con humildad, «Cada niño trae su propia luz al mundo,» responde. «Pero sí, una estrella brillante nos guió esa noche.»
«Es una bendición y una responsabilidad,» dice María, su voz apenas audible sobre el sonido del agua. «Cada madre aquí sabe que nuestros hijos son preciosos, pero llevar al Mesías en mis brazos es algo que todavía estoy tratando de comprender.»
Las mujeres asienten con empatía, sus manos trabajando rítmicamente mientras hablan de la profecía que ha circulado por generaciones: el Mesías, el rey prometido de Israel, nacerá en Belén. Pero hay un temor subyacente que no pueden ignorar: la reacción del rey Herodes el Grande.
Las conversaciones fluyen como el agua de la fuente, pasando de los dolores del parto a los sueños para sus hijos.
Una mujer, cuyo nombre se pierde en el viento, comparte su inquietud. «Herodes no es conocido por su misericordia. Si se entera de que el rey de los judíos ha nacido, ¿qué nos espera?»
Una joven madre, con las manos arrugadas por el agua, pregunta con timidez, «¿Cómo sabremos que nuestros hijos estarán a salvo? Las profecías traen esperanza, pero también temor.»
«Debemos tener fe,» dice María con firmeza. «Y protegernos los unos a los otros como hermanas.»
El tema de Herodes el Grande surge de manera inevitable en la conversación.
«He oído que es un hombre despiadado,» murmura otra mujer, su mirada perdida en la corriente. «Si descubre que el rey de los judíos ha nacido entre nosotros, ¿qué será de nuestros hijos?»
«Por eso debemos ser cautelosas,» aconseja María. «Compartamos lo que sabemos, pero guardemos silencio ante los extraños. La seguridad de nuestros hijos es lo más importante.»
La conversación se torna sombría. Las madres se miran entre sí, el temor reflejado en sus ojos. La profecía es una esperanza, pero también una posible sentencia para sus hijos bajo el reinado de un monarca designado por Roma, conocido por su crueldad.
Mientras el sol comienza a descender, las mujeres terminan su labor y recogen los pañales ahora limpios. Se despiden con abrazos y palabras de aliento, cada una regresando a su hogar, llevando consigo tanto la alegría de la maternidad como el peso de la incertidumbre.
Éste es en esencia un momento íntimo y tenso, lleno de la esperanza y el miedo que rodea el nacimiento de Jesús y las repercusiones políticas de la época.
En el caso de que la amenaza llegue a cumplirse, el número de niños asesinados se puede estimar en unos veinte
Reportero: Ave. Les devolvemos la conexión con el estudio.
Devuelve la conexión

Presentador: Ave, reportero. Buen Trabajo.
Ya ven, una escena cotidiana como en cualquier pequeño pueblo de Judea, con la única particularidad de que una de estas mujeres es María, la esposa de José, el carpintero de Nazareth.
Si hemos de dar veracidad a las palabras de los pastores, con respecto al mensaje de los ángeles, ella es la madre del Mesías, del Salvador, el futuro rey de Israel, de hijo de Dios. Pero también es la mujer que no tiene reparo en arremangarse con las demás y lavar unos pañales sucios.
¿Corren algún peligro peligro los niños recién nacidos de Belén? ¿Será Herodes el Grande capaz de tomar represalias contra estas mujeres y sus hijos? ¿Acaso será tan cruel que incluso las crónicas prefieran ocultarlo? ¿Acaso la mala fama que ya ha causado Herodes entre la gente de Galilea sea suficiente como para considerarle capaz de las mayores barbaridades con tal de mantenerse en el poder?
Despedida
Recuerden que el censo es una oportunidad para demostrar su lealtad al emperador y su gratitud por todo lo que ha hecho por nosotros. ¡Viva el emperador Augusto César! ¡Viva el Imperio romano!
Y a ustedes, queridos espectadores, les invitamos a seguir atentos a nuestra cobertura especial de este acontecimiento histórico.
Hasta una próxima conexión
Ave, amigos de Imperium Romanum TV News.

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