Don Quijote vs Reyes Magos

¡Ah, hidalgo lector, he aquí la nueva aventura de Don Quijote y su fiel escudero Sancho Panza!

«Del maravilloso encuentro que tuvo Don Quijote con tres Reyes mágicos y de cómo Sancho Panza, más sensato que nunca, intentó llevar la razón a su señor»

Don Quijote// Copilot designer

Era una fría noche de enero, cuando Don Quijote de la Mancha, después de haber librado inútiles batallas contra molinos y encinares, se hallaba cabalgando por los caminos cercanos a Toledo, acompañado, como siempre, por su buen escudero Sancho Panza.

—Sancho, amigo mío —dijo el caballero, erguido sobre Rocinante—, parece que esta noche el firmamento se abre en prodigios. ¿No ves tú esas estrellas que refulgen con un brillo singular? No es otro sino un presagio de que algún magno acontecimiento ha de acaecer.

Sancho, quien iba al paso montado en Rucio, su fiel jumento, se rascó la cabeza antes de responder:

—Señor, lo que yo veo es el resplandor de las antorchas que vienen de Toledo, donde cada año se arma una buena fiesta por los Santos Reyes. Nada de mágias ni de prodigios; solo gentes alegres que echan mano de disfraces y caballos bien engalanados.

No había terminado Sancho de hablar cuando, a lo lejos, apareció un séquito brillante y fastuoso. Tres hombres, ataviados con ricas capas bordadas en oro, montaban sobre camellos altos y majestuosos. Un nutrido grupo de sirvientes los seguía, portando cofres, incensarios y regalos de toda suerte. Luces y músicas acompañaban el espectáculo.

Apenas divisó las primeras luces en la lejanía, Don Quijote sintió que su pecho se inflamaba de fervor y maravilla. La procesión que se acercaba parecía salida de los mismos Cantares de Gesta. Sobre los cielos oscuros de la noche invernal, un sinfín de antorchas y linternas se alzaban como estrellas terrenales, mientras una música solemne, compuesta de trompetas, tambores y cánticos, resonaba en el aire, cual himno divino.

Ya vienen los Reyes Magos/ Letra/villancico navideño.

Al frente de aquella estampa avanzaban tres figuras que Don Quijote juzgó inmediatamente como Reyes de otros mundos. Sus vestiduras brillaban como tejidas de oro y plata; largas capas de armiño y terciopelo ondeaban a sus espaldas, y coronas refulgentes remataban sus cabezas, resplandeciendo como el sol naciente. Cada uno iba montado sobre criaturas exóticas —que el hidalgo imaginó camellos mágicos, aunque fueran bestias de más humildes formas—, y su porte irradiaba una autoridad que solo la majestad celestial podía otorgar.

Tras ellos seguía un cortejo aún más espléndido. Pajes jóvenes y doncellas de rostros angelicales portaban cofres relucientes y estandartes decorados con símbolos arcanos. En sus manos, algunos llevaban vasijas de incienso, cuyos vapores ascendían al cielo en hilos perfumados, mientras otros alzaban faroles de colores tan vivos que parecían trozos del arcoíris.

Don Quijote, anonadado, se detuvo y alzó su lanza al aire.

—¡Por el nombre de Dulcinea del Toboso! —exclamó con voz ardorosa—. Aquí tenemos a los tres monarcas mágicos que vienen de Oriente, portadores de oro, incienso y mirra. ¡Qué fortuna la nuestra, Sancho, de cruzarnos con tales figuras celestiales!

Sancho bufó, harto de la fantasía de su señor.

—¡Qué de magia, ni qué monarcas, señor! Es la cabalgata de Reyes de Toledo. No hay más misterio que el de unas buenas costureras y unos actores dispuestos a pasar frío. Mirad, si esos camellos tienen más cara de mula que de dromedario.

Pero Don Quijote no quiso oír razones. Sin dudar, espoleó a Rocinante y se plantó frente a la procesión. Alzando la voz, gritó:

—¡Oh, Reyes excelsos! Yo, Don Quijote de la Mancha, caballero de la triste figura y defensor de los débiles, os ruego que me permitáis acompañaros en vuestra noble misión. Decidme, ¿cuál es la empresa que lleváis a cabo y cómo puedo serviros?

El hombre que hacía de Melchor, sorprendido por la interrupción, improvisó una respuesta con voz grave:

—Caballero andante, somos los Reyes Magos. Venimos guiados por la estrella para entregar nuestros presentes al Niño Dios.

Don Quijote inclinó su lanza en señal de respeto.

—¡Decidme, pues, dónde está ese niño divino, y yo mismo os abriré el camino entre los infieles y malandrines!

Mientras tanto, Sancho se acercó a los hombres disfrazados, inclinándose al oído de Gaspar:

—Perdonen a mi amo, que no anda en su sano juicio. No se preocupen, que lo apartaré antes de que se lance a luchar contra los pajes.

La escena fue un caos de luces y risas, mientras Don Quijote se ponía en guardia contra el tamborilero que él imaginó un temible enemigo, y Sancho trataba de explicar a los organizadores de la cabalgata que no era más que un loco inofensivo con un gran corazón.

Por las calles de Toledo —o eso creía Don Quijote— se habían congregado multitudes de aldeanos y gentes humildes, que al paso de los Reyes se arrodillaban con evidente devoción. Muchos, con los ojos brillantes de lágrimas, parecían rogar por favores y bendiciones a los soberanos mágicos, mientras los niños extendían sus pequeñas manos, acaso para tocar los bordes de los mantos reales.

El hidalgo observó con éxtasis cómo, de tanto en tanto, los Reyes arrojaban desde lo alto de sus monturas objetos dorados y brillantes, que él interpretó como monedas o joyas para recompensar la fe de los presentes. No vio, claro está, que en realidad eran dulces y caramelos que caían entre gritos de júbilo infantil.

Finalmente, tras pasar ante él el último carruaje —un artilugio que Don Quijote supuso un carro de guerra alado, aunque en realidad fuese una carroza adornada con luces y figuras de ángeles—, el caballero permaneció inmóvil. Su lanza descansaba a un lado, y sus ojos, ensoñados, buscaban entre las figuras a un ser aún más excelso.

—Sancho —dijo con voz emocionada—, he aquí la prueba irrefutable de que los cielos se apiadan de los mortales. Los Reyes de Oriente cruzan estas tierras en busca del niño Dios. ¡Cuán gran honor sería para nosotros acompañarlos en su divina misión!

Sancho, a su lado, observaba la escena con una mezcla de resignación y divertimento. Donde su señor veía prodigios, él solo encontraba a hombres disfrazados que soportaban con paciencia los rigores del invierno. Aún así, prefirió no discutir, dejando que el corazón de su amo gozara de aquel instante sublime.

Sí, señor, — murmuró para sí, — vos tenéis vuestros Reyes, y yo tengo mi jumento. Y entre ambos mundos, andamos los dos, bien locos y bien juntos.»

Al final, los Reyes —admirados por el fervor de Don Quijote y su nobleza— le ofrecieron un cofre vacío como «recompensa mágica», el cual Don Quijote tomó como tesoro celestial.

—Sancho —dijo el caballero, una vez alejados—, hemos vivido una noche digna de las epopeyas. Este cofre, aunque ahora parezca vacío, estoy seguro de que contiene maravillas que solo los ojos puros podrán ver.

Sancho, suspirando, murmuró:

—Sí, maravillas. Como la de volver pronto a casa y meternos en la cama.

Origen

  • Conversación con ChatGPT
  • Guion e idea originales