Leer es viajar en el tiempo

📜 «La paradoja del eco: cuando el creador escribe al futuro y el lector responde al pasado».

Hay algo profundamente mágico, casi místico, en el acto de crear contenido. Ya sea una historia, un post, un ensayo, una canción, un guion, un poema, un video o un simple tuit que apenas le da un almuerzo a tu alma, todo creador —aunque no siempre lo sepa— está dejando mensajes embotellados para un futuro incierto, como si estuviera enviando botellas al mar esperando que una sirena o un pez con Wi-Fi las encuentren.

Cuando un escritor se sienta frente al teclado, o un videógrafo ajusta la cámara, o un diseñador alinea los trazos de su inspiración, está intentando comunicarse con seres que aún no han llegado, como si fueran extraterrestres en su casa espacial. Está dialogando con conciencias que, tal vez, todavía ni han nacido, o que están del otro lado del planeta desayunando, ajenas a que esa pieza, ese contenido, ese mensaje, podría hacerlos escupir su café al leerlo, dejando sus sillas en estado de emergencia.

¿Te das cuenta de lo increíble que es eso?

Una niña leyendo

Los creadores lanzan ideas, emociones, pensamientos y confesiones como dardos vibrantes en el tiempo. Crean en presente, pero publican al futuro, desafiando el paso de los días. Como quien lanza una bengala ardiente al vasto cielo nocturno, con la ferviente esperanza de que alguien la vea y se enamore de su luz… algún día.

Y aquí surge lo maravilloso: cuando tú, lector, espectador o alma errante de internet, te encuentras con esa creación, la abrazas en tu presente, pero estás viviendo un fragmento del alma de su autor. Un eco poderoso. Un destello vibrante que ha cruzado días, semanas, meses o incluso años para llegar a ti en este instante mágico.

Pero el autor… ya no está ahí.

Él o ella ya no es esa misma persona. Ha recorrido un camino de transformación y, tal vez, ahora da vida a creaciones asombrosas, o quizás ha silenciado su musa. Puede que ni siquiera rememore haber plasmado esas palabras que, en este momento, encienden una llama en tu interior. El contenido se convierte en un vestigio congelado de un instante creativo que se esfumó, una cápsula emocional que dejó su huella indeleble antes de que tú supieras cuán profundamente la ibas a necesitar.

¿No es eso casi poético?

Hay una danza silenciosa entre el creador y el lector, pero nunca bailan al mismo tiempo. Uno da el paso, el otro lo sigue… mucho después. Y, sin embargo, ahí está la conexión. Viva. Intacta. Intemporal.

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Esto también tiene algo de triste, ¿no?

Porque a veces queremos hablar con quien escribió eso que nos tocó el alma. Preguntarle qué pensaba. Qué sentía. Qué quiso decir entre líneas. Pero esa persona ya está en otra historia. Otro proyecto. Otro estado mental. Ya es otra versión de sí misma.

Leer, en cierto sentido, es hablar con fantasmas. Pero no fantasmas muertos, sino versiones pasadas de personas que aún viven, que evolucionan, que se transforman.

Y eso nos obliga a una cierta humildad.

Como creadores, nunca sabremos exactamente a quién le estamos hablando. Como lectores, nunca hablaremos con el autor tal como fue cuando escribió. Hay un desfase. Una brecha.

Pero también hay una magia increíble en eso.

Porque en ese pequeño milagro del tiempo dislocado, se esconde la prueba de que las palabras —y las ideas— pueden viajar más lejos que quienes las crean.

Así que, si estás leyendo esto ahora, quizá estás escuchando un eco mío del pasado. Quizá lo escribí con la esperanza de que alguien como tú lo leyera en su momento perfecto.

Y si tú estás creando hoy, piensa en esto:

Tal vez, en algún rincón del futuro, alguien te lea con el alma abierta y el corazón dispuesto. Aunque tú ya estés en otro camino, en otra historia, en otra versión de ti.

Porque al final, ser creador es eso:

Encender faros resplandecientes en la oscuridad, entregando luz y esperanza a quienes aún no sabemos que mirarán su brillo.

Origen

  • Conversación con ChatGPT
  • Reflexiones propias