Oviedo 1808

Conspiración en Oviedo, 1808

*A continuación, te desarrollo el texto con estilo narrativo e histórico, ampliando contexto, matices y ambientación para que fluya como parte de una crónica o capítulo de una obra de historia sobre la Guerra de la Independencia:

Oviedo 1808
Placa erigida en la calle Cimadevilla de Oviedo en memoria de los patriotas del 9 de mayo de 1808. En ella puede verse grabado, claro está, el apellido de nuestro ilustre personaje (Argüelles).

Introducción

La noche del 24 de mayo de 1808 en Oviedo, la capital de Asturias, se vivió un evento importante dentro del contexto de la Guerra de la Independencia Española, que estaba en pleno auge debido a la invasión napoleónica.

En ese momento, España estaba sufriendo la ocupación francesa, y el pueblo español se encontraba dividido entre los que aceptaban el dominio de Napoleón y aquellos que se oponían a él. Tras la entrada de las tropas francesas en Madrid y la abdicación forzada del rey Carlos IV y su hijo Fernando VII en favor de José Bonaparte, hermano de Napoleón, el malestar generalizado creció. En varias ciudades españolas comenzaron a producirse levantamientos populares y focos de resistencia.

En Oviedo, el 24 de mayo de 1808, se produjo uno de esos momentos de tensión. Ese día, el pueblo asturiano estaba en plena efervescencia, después de que el día anterior (23 de mayo) se conociera la noticia de la sublevación popular en Madrid contra las tropas francesas, conocida como el 2 de mayo, y de los primeros levantamientos en varias ciudades asturianas, como Gijón. En Oviedo, ya se había formado un clima de resistencia al dominio francés, aunque la ciudad aún estaba bajo control de las autoridades profrancesas.

Lo que ocurrió esa noche fue que un grupo de ovetenses, aprovechando la confusión y el malestar creciente, se levantó contra la ocupación francesa. En algunos testimonios históricos se menciona que hubo barricadas en las calles y que los habitantes de la ciudad se agruparon para resistir las fuerzas francesas que intentaban sofocar la rebelión. Sin embargo, debido a la falta de una organización estructurada, la insurrección no logró grandes resultados inmediatos.

Este levantamiento en Oviedo es un preludio de los sucesos que se desarrollarían en la ciudad durante los meses siguientes. El 5 de junio de 1808, Oviedo sufriría una represión aún más dura por parte de las tropas francesas. Este tipo de enfrentamientos es parte de una serie de rebeliones locales que se desataron en diversas regiones de España como respuesta al avance de las tropas napoleónicas y la imposición de José Bonaparte.

En resumen, la noche del 24 de mayo de 1808 en Oviedo estuvo marcada por un creciente sentimiento de resistencia popular frente a la ocupación francesa, aunque todavía no se habían alcanzado los niveles de organización o violencia que caracterizarían los levantamientos posteriores en Asturias y otras partes de España.

Sobre las once de la noche del 24 de mayo, de casa de José María salió disfrazado por Antonia Alonso de Viado (esposa de José María) y Gertrudis García del Busto (hermana de José María), Gregorio Piquero Argüelles (su futuro cuñado) con dirección a la Casa de Armas, donde se encontraba el General La llave, el cual había llegado esa misma tarde. Las pretensiones eran entregarle una carta donde se exigía la convocatoria urgente de una Junta Suprema Revolucionaria con una lista de personas que la formarían. El objetivo era formar un gobierno provisional y soberano mientras no se restituyera el trono de España a su legítimo monarca Fernando VII.

El alzamiento en Oviedo y la audacia de Piquero-Argüelles

En los días oscuros y convulsos de la primavera de 1808, cuando la Península se agitaba con rumores de insurrección y el clamor de la patria ultrajada resonaba por valles y ciudades, Oviedo no permanecía indiferente.

Era en la casona señorial de la calle de San Francisco, propiedad del juez primero noble de la ciudad, don José María García del Busto, donde se fraguaban los planes más audaces contra el invasor francés.

Entre los asistentes habituales a estas conspirativas veladas se contaba don Gregorio Piquero-Argüelles, hombre de firmes convicciones, notable inteligencia y temple decidido, cuya participación sería determinante en los acontecimientos por venir.

La tarde del 24 de mayo de 1808 marcó un punto de inflexión. Ese día, los conjurados —civiles y militares, clérigos y notables, patriotas todos— convinieron en que la hora de las palabras había pasado y que era tiempo de actuar.

El objetivo: apoderarse del formidable arsenal almacenado en la Real Fábrica de Armas, cuyo inventario, digno de un ejército regular, superaba los cincuenta mil fusiles de infantería, junto a miles de tercerolas de caballería y pistolas.

Con tales recursos, esperaban armar al pueblo ovetense y lanzarse a la acción directa: deponer al brigadier don Juan Crisóstomo de La Llave, comandante general de la costa cantábrica, a quien se consideraba, si no colaborador, al menos tibio ante la afrenta napoleónica.

Se estableció un plan. La multitud armada se dividiría en tres grupos. El primero, confiado a don Gregorio Piquero, tendría la tarea más delicada: tomar contacto directo con el brigadier La Llave y forzar su rendición. Para burlar a la vigilancia y evitar ser reconocido, Piquero se disfrazó con las ropas del abogado Juan Álvarez Santullano —atuendo facilitado por doña Antonia Alonso de Viado Castro y Álvarez Argüelles, esposa del juez García del Busto, y por su cuñada doña Gertrudis, hermana del juez y futura esposa del propio Piquero—.

Esa misma noche, vestido de paisano y armado de valor, Gregorio abandonó la casa del juez al frente de un destacamento de voluntarios resueltos. El pueblo ya se había apoderado de la Casa de Armas y, con la determinación propia de las causas justas, se dirigía hacia la Plaza Mayor. Al llegar a la Casa-Regencia, sede del poder político y militar en la ciudad, el grupo liderado por Piquero sorprendió y desarmó a la guardia del Regimiento Provincial, ocupando rápidamente las estancias.

Gregorio Piquero
Gregorio Piquero 1826

Fue entonces cuando se produjo uno de los episodios más pintorescos y significativos del levantamiento. Al ser interceptado por el ayudante del general La Llave, Piquero solicitó audiencia, mas el oficial se la negó.

Sin perder tiempo, el astuto conspirador avanzó directamente hacia la sala donde el brigadier se hallaba reunido con magistrados de la Real Audiencia y el coronel Llano Ponte. Llamó a la puerta con firmeza. La abrió el propio La Llave, visiblemente sorprendido y aún con las espuelas de montar.

—¿Qué es lo que ocurre, tío, a estas horas? —preguntó el general, algo contrariado—. Hará poco más de cuatro horas que llegué a esta casa, y ya me trae usted un memorial.

El general La Llave, procedente de Santander, acababa de tomar posesión ese mismo día.

—Señor General —respondió Piquero con voz serena, pero cargada de determinación—, soy mandado por el pueblo para entregar a Vuestra Señoría este pliego y recibir la contestación.

—¡Hombre, por Dios bendito! —replicó La Llave con tono de exasperación—. ¡Mañana es otro día! Tengo otras cosas más importantes entre manos… Venga usted mañana.

—Señor, si Vuestra Señoría no se entera ahora mismo de este pliego, el pueblo hará que lo lea… y acaso con lágrimas —replicó Piquero, sin ceder un ápice.

La situación, cada vez más tensa, se agudizó cuando el general inquirió con escepticismo: la presión en la sala era palpable, y cada mirada se centraba en él, esperando una respuesta. La incertidumbre crecía entre los presentes, quienes comprendían que las decisiones que se tomaran en ese instante podrían alterar el curso de sus vidas. A medida que el silencio se hacía más denso, el general ajustó su uniforme, como si al hacerlo pudiera despejar la producción de dudas que nublaban el ambiente. Su voz resonó con firmeza, pero había un tono de desconfianza que insinuaba que no estaba dispuesto a aceptar cualquier justificación que no cumpliera con sus estándares.

—¿Y dónde está ese pueblo?

—Al frente de los balcones de esta misma casa… y armado. – respondió Piquero.

La mirada del general se volvió súbitamente hacia la plaza, donde una muchedumbre impaciente, enardecida y bien pertrechada, aguardaba el desenlace. Al intentar convocar a los magistrados de la Audiencia para deliberar, La Llave descubrió que todos habían huido por una puerta trasera. Solo halló a Crespo Cantolla, su auditor, quien le aconsejó con prudencia y gravedad que no se enfrentase a la voluntad armada del pueblo, pues la razón de estado aconsejaba ceder a la fuerza en situaciones extremas como aquella.

Convencido de que su posición era insostenible, La Llave regresó ante Piquero-Argüelles, más resignado que indignado, y redactó de su puño y letra la orden por la que se sometía a lo exigido. El documento fue entregado a su ayudante para su cumplimiento, marcando así el principio del fin de la autoridad afrancesada en Asturias y el inicio de una nueva etapa en la lucha por la independencia.

Ese día, bajo el empuje de un pueblo armado y la audacia de un puñado de patriotas, Oviedo alzó la voz de la libertad. Y en el centro de aquella jornada decisiva, se alzaba la figura de don Gregorio Piquero-Argüelles, símbolo de la resolución, la inteligencia táctica y el amor a la patria que encendió el fuego de la revuelta en el corazón de Asturias.

Fotografía de la placa conmemorativa del segundo centenario del levantamiento del 9 de mayo.

Aclaración

Honrando a todos los implicados, me dejo llevar por la herencia genética y honro a mis antepasados más ilustres.

Origen