¿Cómo voy a entregarte, amor, tantos besos que no te di?
¿Qué voy a hacer sin ti?
Si ya no estás aquí,
¿Cómo voy a entregarte, amor,
tantos besos que no te di?
¿Qué voy a hacer sin ti?
Si ya no estás aquí,
¿Qué le digo a mi corazón
Que no para de repetir:
«¿Qué voy a hacer sin ti?»?
¡Ah… los besos que nunca se dan!
Esos besos no se desvanecen. No se evaporan como el humo ni se disuelven en el aire como podrías pensar. No. Los besos que no se dan se quedan ahí, suspendidos, como pequeñas promesas que nunca se cumplieron, flotando en un rincón del tiempo.
Los besos que no se dan no desaparecen; viven en un limbo invisible, suspendidos entre lo que pudo ser y lo que nunca será. Son latidos contenidos, respiraciones que se detienen justo antes de un susurro. Se quedan vagando, como fantasmas del deseo y de la oportunidad perdida, en un rincón del corazón donde el tiempo no avanza.
Se transforman en ecos suaves que rondan entre los pliegues de las sábanas donde alguna vez se pensó en esa otra persona. Se instalan en los silencios incómodos de una conversación que se quedó a medias. En la última mirada antes de desviar la vista. En ese instante preciso en que dos cuerpos se acercan… pero no lo suficiente.
Esos besos guardan historias que nunca llegaron a escribirse: una palabra no pronunciada, un gesto que quedó a mitad de camino, una mirada que no fue suficiente para derribar los muros del silencio. Pero no mueren. Se convierten en pequeñas promesas de lo que pudo haber sido, atrapadas en un eterno “y si…”
Algunos de esos besos no dados se convierten en poemas que nunca se escribieron. Otros, como la canción de Mikel Herzog, son preguntas sin respuesta, notas melancólicas que alguien tararea en soledad.
También hay besos que, si no se dieron, maduran. Se vuelven viejos en el alma, como vino en una botella que ha estado cerrada demasiado tiempo. Si alguna vez se atreven a salir, ya no saben igual. Llevan consigo el peso de lo que pudo ser y no fue.
Cuando pensamos en ellos, regresan como ecos, rozándonos la piel con un frío que no es desagradable, sino nostálgico. Llevan consigo el peso de las emociones no expresadas, pero también el recordatorio de que aún somos capaces de sentir profundamente, incluso en la ausencia.
Y sin embargo, no todos los besos que no se dan duelen. Algunos son dulces porque permanecen en su forma más pura, sin romperse en la realidad. Son el beso antes del beso. La chispa sin el fuego. El pequeño milagro de una historia que nunca se vivió, pero que, por eso mismo, sigue intacta.

Quizá los besos que no se dan habitan en un mundo paralelo. Uno donde tú te giraste y sí lo besaste. Donde ella no dudó. Donde nadie tuvo miedo. Y allí, en ese universo alternativo, esos besos siguen ocurriendo… una y otra vez.
¿Y tú? ¿Tienes alguno guardado?
Origen
- Conversación con Copilot
- Qué voy a hacer sin ti (Mikel Herzog) – Letra – Eurovisión

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