Judíos contra estoicos (3)

🎙️ Noticiario imperial: año 747 ab urbe condita (7 a.C.).

serie: Corinto

“Veritas in Aeternum!”

Presentador (voz solemne y profesional): Salvete, cives Romani, et omnes populi sub imperio pacis Augustae! Les habla su siempre fiel servidor, Lucius Valerius, el presentador de ACTA DIURNA, el noticiario más confiable del Imperio Romano, desde el corazón palpitante de la Urbs Aeterna, trayéndoles las novedades del orbis terrarum con la gravedad de un augur y la curiosidad de un filósofo cínico.

Lucius Valerius, Presentador del programa

Nuntium hodiernum: “Pontes Sacri: los lazos entre los Iudaei de Corinto y la santa urbs Hierosolyma.”

Sí, estimados oyentes y ciudadanos, mientras el Mare Nostrum continúa siendo surcado por trirremes, mercancías y legiones, también lo es por algo mucho más sutil y persistente: la fe y la tradición. En la ciudad de Corinto —resplandeciente y libidinosa como una bacanal griega en Saturnalia— habita desde hace décadas una comunidad judía activa, industriosa, y, por supuesto, dividida.

¿Dividida? Sí, por los dioses inmortales, ¿y cuándo no? Por un lado, los hebraei puri, fieles al Templo de Jerusalén y a las normas de Moisés con más celo que un censor romano en época electoral; por otro, los iudaei helenizati, de túnica más suelta y discurso salpicado de palabras griegas, quienes ven en la razón aristotélica y en los simposia filosóficos algo no del todo incompatible con el estudio de la Torá.

Pero, ¿cómo se mantienen unidos estos dos mundos tan distintos?
La respuesta, mis queridos espectadores, se halla en un lugar que sigue brillando con la luz del incienso y el oro ritual: el Templo de Jerusalén, aún en pie, aún majestuoso, y aún capaz de atraer corazones, monedas y peregrinos desde todas las provincias del Imperium.

Declaraciones de Eliab ben-Menahem, joven corintio de veinte inviernos, aprendiz de escriba y entusiasta del retorno a las raíces.

Mi padre siempre dice que, aunque vivamos entre columnas dóricas, nuestra alma mira hacia Sion. Yo estudio griego en la palestra, pero rezo mirando a Jerusalén. ¿Acaso uno no puede tener dos ojos?

Las conexiones se mantienen gracias a redes mercantiles y familiares, con comerciantes como Demétrios bar-Levi, quien nos confiesa entre ánforas de vino (casher, por supuesto):

Cada luna nueva, enviamos noticias, plegarias y ofrendas a nuestros hermanos. El Templo es nuestra aduana espiritual. Corinto nos da el pan; Jerusalén, el alma.

No obstante, no todo es miel y leche como en la tierra prometida. Algunos rabinos más tradicionalistas han levantado la ceja —y el rollo de la ley— frente a ciertas costumbres “excesivamente helenas” de sus hermanos en el oeste. “¿Danza en las bodas al ritmo de la lira griega? ¿Estatuas en miniatura en las casas?” —se pregunta, con ceño fruncido, el anciano rabino Azarías, desde el barrio judío de Corinto— “Nosotros no fuimos sacados de Egipto para imitar a los egipcios de nuevo.”

A pesar de las tensiones —que ni siquiera el Senado Romano sabría cómo legislar—, el sentimiento de unidad prevalece, sostenido por festividades comunes, el respeto a la Torá, y las caravanas que viajan rumbo a Jerusalén con los tributos anuales. Porque, como dice el dicho: “Donde está el altar, allí arde el corazón.”

En resumen, mientras Roma ofrece puentes de piedra, los judíos de Corinto y Jerusalén mantienen puentes invisibles pero firmes, tejidos de plegarias, comercio, familia y esperanza. La distancia es vasta, sí, pero no mayor que la fe que los une.

Desde la redacción de Acta Diurna, les habló Lucius Valerius, recordándoles que la pietas no conoce fronteras, y que hasta los más lejanos del Templo pueden sentir su eco si cierran los ojos y abren el alma.

“Vox Romana: Audimus, Videmus, Narramus!”

Conexión con Corinto

“Quae geruntur in provinciis, nos narramus!”

“Nihil humanum mihi alienum est,”decía Terencio. Hoy, desde esta encrucijada de culturas llamada Corinto, lo comprobamos con nuestros propios ojos.

Corinto, ciudad de mármoles y mercaderes, de columnas corintias y acentos múltiples, bulle con el comercio y el cruce de pueblos. Pero más allá del bullicio del ágora y de los mercados, he venido siguiendo la pista de una cuestión más sutil: la helenización progresiva de la comunidad judía local.

Entre cánticos, rollos de pergamino y acentos mixtos, me recibe Judá ben-Simeón, mercader de telas y miembro influyente de la sinagoga de la calle del puerto.

Reportero: Salve, Judá. Agradezco que nos reciba. La primera pregunta es directa: ¿es cierto que en algunas sinagogas corintias ya se lee parte de las Escrituras en griego?

JUDÁ BEN-SIMEÓN (JBS): Salve, Gaius. Lo es, aunque no en todas. Usamos el texto en hebreo, claro está, pero muchos hermanos entienden mejor el griego, sobre todo los jóvenes nacidos aquí. La Septuaginta, como llaman al texto traducido, nos permite que la Torá no sea solo escuchada, sino comprendida.

Reportero: ¿Y eso no genera… resquemor entre los más ancianos?

JBS: (Ríe suavemente.) Sí, los ancianos murmuran. Dicen que cada palabra de la Torá pesa como una piedra del altar y que en griego pierde algo. Pero yo digo: ¿de qué sirve la Ley si no puede ser amada por quienes la heredan?

Reportero: Hablando de herencias, me han dicho que algunos jóvenes judíos de Corinto asisten a los círculos filosóficos griegos. ¿Es cierto?

JBS: Así es. Escuchan a los estoicos, discuten con los epicúreos. Yo mismo fui hace unos años a una palestra donde se comparaba a Moisés con Sócrates. Fue… iluminador. Muchos descubren que nuestras enseñanzas morales tienen ecos en otras tradiciones.

Reportero: Pero en Jerusalén, los sacerdotes del Templo parecen no compartir ese entusiasmo. Recientemente el gran sacerdote expresó su inquietud por lo que llamó una “disolución de las costumbres por la seducción de Atenas.” ¿Qué responde a eso?

JBS: (Con tono mesurado.) Lo entiendo. Ellos custodian la llama sagrada. Temen que, al abrir puertas, entre el viento y apague la luz. Pero desde aquí, lejos del Templo, aprendemos a proteger la llama no encerrándola, sino enseñando a los hijos a encenderla ellos mismos. Con lo que tengan. Sea en hebreo… o en griego.

Reportero: ¿Y la educación? ¿Se enseña aún la Ley oral en casa o se ha perdido frente a la gramática helénica?

JBS: Ambas cosas coexisten. Los niños aprenden el Shema Israel por la mañana y declinan verbos griegos por la tarde. Algunos saben recitar los Proverbios y también a Platón. No vemos contradicción, sino desafío.

Reportero: Y si un joven judío corintio dijera: “Quiero volver a Jerusalén, vivir como vivieron mis abuelos”. ¿Cómo se tomaría eso aquí?

JBS: Con respeto. Algunos lo han hecho. No todos resisten el cruce de aguas. Pero los que se quedan, creemos que Dios también puede caminar entre columnas griegas, si lo buscan con corazón puro.

Comentario final de Gaius Valerius:

Gaius Valerius Maximus

La comunidad judía de Corinto vive, como tantos otros pueblos del Imperio, en esa delicada danza entre raíces y alas. Desde Jerusalén, los guardianes del Templo observan con desconfianza este mestizaje cultural; temen que el aceite de la tradición se diluya en el vino de los helenos.

Pero aquí, en esta ciudad de mármol y viento marino, los judíos parecen caminar con un pie en la Torá y otro en la palestra. ¿Peligro? ¿Progreso? Tal vez ambas cosas, como suele suceder cuando el mundo se ensancha.

Desde Corinto, provincia de Acaya, les reportó Gaius Valerius para Acta Diurna.
“In omnibus rebus, mediam viam sequere.”

Conexión con el historiador

Historiador del programa

Historiador: ¡Salvete, ciudadanos del Imperio!

Despedida

🕊️ Que los dioses concedan prudencia a quienes gobiernan y claridad a quienes buscan la verdad.

📡 Esto ha sido ACTA DIURNA. Seguimos con el tiempo, donde se prevé sol y… algún sermón maternal inesperado. 🌤️👩‍🍼

Valete, amigos de Imperium Romanum TV News.

🕊️ Vale, et sapientia vobiscum.

[Fin de transmisión — suena música de cítara mientras se desvanece la voz del presentador.]

Origen