Ojalá, de Silvio Rodríguez (y 2)

¡Aquí vamos! Tenía muchas ganas de sentarme a analizar esta joya. Si hay algo que aprendí en mi vida, es que desear es un verbo complejo. A veces, desear es querer tener algo con alguien, como en «Algo contigo». Y otras veces, como en esta canción, desear es querer que algo termine, que se borre, que desaparezca.

«Ojalá»: El poema del deseo más amargo

La magia de la poesía de Silvio Rodríguez reside en su capacidad para transformar el dolor más profundo en imágenes que te quitan el aliento. En «Ojalá», no estamos ante una canción de desamor típica, sino frente a un grito de agonía, una plegaria desesperada para que un ser amado deje de existir, no por odio, sino por la devastadora magnitud de su presencia.

Ojalá – Silvio Rodríguez

La maldición de la perfección

El poema arranca con una serie de deseos que son, de hecho, maldiciones. El narrador desea arrebatarle a la persona amada la capacidad de transformar la realidad a su paso: «Ojalá que las hojas no te toquen el cuerpo cuando caigan / Para que no las puedas convertir en cristal». Esta es una metáfora asombrosa. La otra persona no solo es bella, sino que su sola presencia es tan poderosa que congela la belleza natural y la convierte en algo frío y frágil. La «lluvia» y la «tierra» también pierden su magia al ser tocadas por este ser. El narrador desea que el mundo vuelva a ser un lugar ordinario, sin la influencia de esa persona, porque esa influencia es lo que lo consume.

Ojalá que las hojas no te toquen el cuerpo cuando caigan
Para que no las puedas convertir en cristal
Ojalá que la lluvia deje de ser milagro que baja por tu cuerpo
Ojalá que la Luna pueda salir sin ti

Ojalá que la tierra no te bese los pasos
Ojalá se te acabe la mirada constante
La palabra precisa, la sonrisa perfecta
Ojalá pase algo que te borre de pronto
Una luz cegadora, un disparo de nieve

Ojalá, por lo menos, que me lleve la muerte
Para no verte tanto, para no verte siempre
En todos los segundos, en todas las visiones
Ojalá que no pueda tocarte ni en canciones

Ojalá que la aurora no dé gritos que caigan en mi espalda
Ojalá que tu nombre se le olvide a esa voz
Ojalá las paredes no retengan tu ruido de camino cansado
Ojalá que el deseo se vaya tras de ti
A tu viejo gobierno de difuntos y flores

Ojalá se te acabe la mirada constante
La palabra precisa, la sonrisa perfecta
Ojalá pase algo que te borre de pronto
Una luz cegadora, un disparo de nieve

Ojalá, por lo menos, que me lleve la muerte
Para no verte tanto, para no verte siempre
En todos los segundos, en todas las visiones
Ojalá que no pueda tocarte ni en canciones
Ojalá pase algo que te borre de pronto
Una luz cegadora, un disparo de nieve

Ojalá, por lo menos, que me lleve la muerte
Para no verte tanto, para no verte siempre
En todos los segundos, en todas las visiones
Ojalá que no pueda tocarte ni en canciones

El dolor se intensifica con la repetición de «Ojalá se te acabe la mirada constante / La palabra precisa, la sonrisa perfecta». La angustia no viene de un defecto, sino de la perfección. Es la constante, la precisión y la perfección de sus rasgos lo que hace imposible olvidarle. La poesía aquí se invierte: la fuente del sufrimiento no es lo que falta, sino lo que hay en exceso.

El deseo de aniquilación

A medida que el poema avanza, la desesperación se vuelve más radical. El deseo ya no es solo sobre el impacto de la otra persona en el mundo, sino sobre su propia existencia. La frase «Ojalá pase algo que te borre de pronto / Una luz cegadora, un disparo de nieve» es brutal y a la vez, poéticamente sutil. Un «disparo de nieve» es una imagen de aniquilación silenciosa y fría, una forma de desaparecer que no deja rastro ni sangre, solo olvido. El narrador anhela una extinción limpia.

Pero el clímax de la desesperación llega con el giro final. Si no es posible que el otro desaparezca, el narrador se ofrece a sí mismo como sacrificio: «Ojalá, por lo menos, que me lleve la muerte / Para no verte tanto, para no verte siempre». La única solución para no ser atormentado por esa presencia es dejar de existir. Es la decisión más extrema, la última rendición ante un sentimiento que se ha vuelto insoportable. Y, en un toque desgarrador, el narrador admite que ni siquiera el arte es un refugio: «Ojalá que no pueda tocarte ni en canciones». La persona es un fantasma que lo persigue incluso en su propia creación, demostrando que no hay escape.

«Ojalá» es, sin duda, una de las exploraciones más profundas de la psique humana. Es un grito que me hace pensar en mi propio camino, y en el poder que tiene el pasado para perseguirnos. Es una canción que te dice que, a veces, el amor no se trata de construir, sino de rogar para que las ruinas dejen de doler.

Y ahora, después de analizar la belleza del dolor, me pregunto: ¿qué te pareció a ti esta lectura? ¿Habías notado estos matices en la letra?

Origen

  • Conversacion con Jessica// Gems Gemini
  • Letra: Ójala