Infancia 1981-1992

Friday, April 21, 1989

La victoria final de Ana sobre mis reticencias y recelos a su presencia, cuando por fin le confesé que la consideraba una persona importante en mi vida, se presentó de la manera más absurda, casi sin que me diera tiempo a pensar. Quizás aún no hubiera conseguido ningún progreso en cuanto al hecho de que dejase de querer parecer un chico, como tampoco a mis escapadas para no acudir a la oración matinal, ni tan siquiera mis huidas del St. Clare’s para jugar con los chicos del parque y las peleas en las que participaba con éstos sin el menor reparo, a pesar de que cada vez los golpes fueran más fuertes y en serio. Sin embargo, aquel momento significaría un antes y un después en nuestra relación. Tras varios meses de lucha tácita entre las dos, cuando a mí me parecía que la situación estaba estancada y ninguna había conseguido nada con ello, pensaba que no supondría ningún cambio que ella se marchase, lo cierto es que me lo había planteado como un alivio a la pesadilla que me hacía vivir porque no me dejaba tranquila más que para dormir o cuando me encerraba en el cuarto de baño.

El momento se presentó a finales de curso, cuando ya las niñas del St. Clare’s planeaban sus vacaciones de verano y quien no se había ilusionado con la opción del campamento, pensaba en su familia de acogida o algún pariente que les recogiera durante esos meses, mientras que yo no tenía a nadie que se preocupara por mí y, de hecho, tampoco interés por ningún campamento. Prefería quedarme en el St. Clare’s como en veranos anteriores, ya que las menores de ocho años no van a ninguna parte, salvo que alguna familia las acoja de manera temporal tras haber superado unos trámites. Éstas son las niñas que ya casi tienen formalizada la adopción y tan solo esperan a que termine el curso para que su nueva familia venga a por ellas, como le había sucedido el año anterior a mi amiga. Ana se interesó por saber qué pasaría conmigo durante esos meses y, en vista de que, ni en contra de mi voluntad, lograrían que me fuera con el autobús del campamento, aparte de que, por mi comportamiento de aquel curso, el castigo era que no se hubiera admitido, lo cual para mí era un premio, porque no tenía ningún interés. La cuestión es que Ana me propuso que me quedara con ella y no me lo repitió dos veces antes de que aceptase.

Con respecto a aquel verano me queda la sensación de que Ana se quedó conmigo porque los planes que tenía para aquellos meses se le estropearon en el último momento, por lo cual, en vez de quedarse en su casa, sin nada que hacer, encontró como alternativa el quedarse conmigo, dado que, de todos modos, alguien habría de hacerlo, porque debido a mi actitud se descartaba que me enviaran al campamento o con una familia de acogida temporal. De aquel modo aquella renuncia fue lo que provocó que se implicase un poco más conmigo, al no tener a ninguna otra sobre la que centrar toda su atención. Para mí fue relevante que asumiera aquel compromiso de manera voluntaria, cuando años anteriores quienes se habían hecho cargo, no demostraron el mismo entusiasmo o resignación. Es más, después de cómo se había desarrollado el curso, aquella situación no debía ser muy alentadora para ella porque yo me había comportado como una niña problemática y poco colaboradora. Sin embargo, aquel cambio de actitud por mi parte fue lo que de verdad ayudó a que se planteara la situación con un poco más de optimismo y positividad.

Ninguna de las dos se movió del St. Clare’s en todo el verano y quizá en cualquier otra circunstancia hubiera sentido que fueron los peores meses de toda mi vida porque no disfruté de demasiada tranquilidad, Ana se ocupaba de que cada día tuviera algo que hacer para que no me aburriera demasiado, tareas que asumía y hacía con la mayor de las alegrías, por ganarme su favor. Eran tareas sencillas y propias para una niña de mi edad, unas veces ejercicios de clase para que repasara y otras excusas que se buscaba para que la ayudase y me quedase a su lado sin la preocupación por si me escapaba. Como tal no hicimos nada especial por el hecho de que fuera verano. Soporté el silencio y la tranquilidad que se apoderó del St. Clare’s y disfruté de cada momento como algo irrepetible y maravilloso. De algún modo fue divertido y toda una novedad que me sintiera tratada como una chica mayor, me sentí querida, aunque ese cariño me llegase de quien hasta entonces había considerado una extraña y que, a pesar de mi cambio de actitud hacia ella, se resistía a renunciar a los objetivos que se había fijado conmigo, de manera que aquel era un cariño con doble intención. Se ganó mi complicidad, pero no que cediera en mi cabezonería. No tenía razones para no querer parecer un niño.

Cuando nos aburríamos y no había nada que hacer, nos sentábamos en cualquier sitio y hablábamos, me preguntaba por mis inquietudes, sobre todo en esos días en que yo estaba más charlatana, aunque para ella no fuera más que darme una excusa para tenerme controlada y que reprimiera el impulso de escaparme de su control, en particular en aquellos días en que hacía buen tiempo y era más probable que los chicos se encontrasen en el parque, porque, si no eran los habituales, serían otros nuevos, el caso es que tendría con quien jugar, hasta que Ana se percatase de mi ausencia o el pasar de las horas me diera a entender que era momento de que regresase. Reconozco que sí mis escapadas no fueron muy frecuentes se debió a que me agradaba la compañía de Ana y hasta cierto punto en alguna ocasión tuve la impresión de que contaba con su condescendencia, aunque a mi vuelta me echara en cara que me hubiera ido sin su permiso y recordase los peligros a los que me enfrentaba.

Admito que me hubiera gustado que ella también me hablase de sí misma, pero se mostraba bastante reservada en ese sentido. Prefería que todas las chicas del St. Clare’s la considerásemos como una de las tutoras y nada más, para que ninguna se encariñase demasiado con ella, al igual que ella intentaba ser imparcial con nosotras, consciente de que las separaciones serían difíciles y que de manera inevitable curso tras curso se producían, unas veces porque se nos buscaba una familia adoptante o nos recogía algún familiar, las menos porque nos hacíamos mayores y debíamos continuar nuestros estudios en Matignon High y ceder el sitio a nuevas chicas. Sin embargo, debido a lo pendiente que había estado de mí durante aquel curso y de manera particular en verano, para mí esa supuesta imparcialidad dejó de ser tal. Quizá ella no compartiera sus secretos conmigo, pero se había ganado la suficiente confianza por mi parte como para que yo compartiera los míos con ella.

A mediados de agosto, mis castigos, si es que se podían considerar como tales, porque sabía que era algo que no me gustaba, consistieron en que viera por televisión o leyera en los periódicos noticias referentes a España, por lo cual en aquellos días, aparte de pensar que estaban cerca el final de las vacaciones y la tranquilidad reinante en el St. Clare’s, mi comportamiento resultó casi modélico, intentaba que mis tareas estuvieran hechas antes de que Ana me lo pidiera dos veces, aparte de que no me escapase ni una sola vez, lo que, en cierto modo, se vio favorecido por las lluvias y tormentas de aquellos días.

Si la pretensión de Ana fue que al final de aquel verano me convirtiera en una muñeca o en un clon de ella, la verdad es que no hubo demasiados progresos en ese sentido. Me mostré tan cabezota y testaruda como lo había estado a lo largo de todo el curso. Estuve de acuerdo con eso de que me comportara bien dentro de mis límites y sus normas, pero sin dejar de ser yo misma, de tal manera que muchos días, cuando Ana me iba a despertar, se encontraba con que yo ya estaba levantada y vestida, sin darle ocasión a que fuera ella quien escogiera mi vestuario, favorecida por el hecho de que ya no me sentía condicionada por las normas del colegio, al estar este cerrado por vacaciones. Postura ante la que Ana no le quedó más remedio que ceder, aunque fuera de manera temporal y por evitar discusiones que no llevaban a nada. Era mejor que las dos estuviéramos de buen humor y quisiera estar con ella, antes que verla ponerse seria conmigo. Ana confiaba en que antes o después me enmendase, que todo era cuestión de paciencia y a ella le sobraba.