Infancia 1981-1992

September 1989

Con el comienzo del nuevo curso y la vuelta a la normalidad en el St. Clare’s, con un mayor acercamiento por mi parte hacia Ana, aunque no abandonase mis costumbres, hubo dos acontecimientos que de nuevo cambiarían mi vida de manera bastante significativa. El primero fue una ocurrencia y a iniciativa de Ana en ese intento por los objetivos que se había fijado conmigo. Consideró que después de cómo me había comportado durante el verano y en agradecimiento al cambio de actitud que tenía con ella, me merecía un premio, que se cumpliera uno de mis tres deseos como si ella fuera el genio de la lámpara o el hada buena de los cuentos.

Se lo planteó como el remate final a una lucha que aún no tenía ganada del todo y que esperaba contribuyese a que cambiara mi modo de pensar de tal manera que después de aquello, incluso yo misma buscase ese cambio drástico en mi vida. Después de lo mucho que habíamos hablado durante el verano ya estaba enterada de mis puntos débiles y sabía cómo contrarrestar los fuertes de modo que no me quedase otro remedio que superar cualquier resistencia a su deseo de ayudarme y que madurase como lo haría cualquier otra niña en todos los aspectos y sentidos de la vida.

A mediados de septiembre, a comienzos de curso, me pidió que acudiera al despacho y allí me dijo que me hablaría de mi padre, de Daddy. Ya me consideraba con edad suficiente como para que entendiera mi situación y no pensara que la vida me trataba tan mal. Se sinceró conmigo y me contó todo lo referente a mi nacimiento y llegada al St. Clare’s. Ante todo, resaltó el hecho de que tengo un padre que algún día habrá de venir a por mí. Me explicó que mi padre vivía muy lejos y que eso hacía difícil que nos encontrásemos, pero tenía que ser paciente y confiar en que antes o después se presentaría en la puerta del St. Clare’s y me pediría que me fuera con él porque me ha querido desde siempre y se siente culpable por estos años de separación.

Dicho lo cual, me pidió que reflexionase sobre cómo pensaba mi padre que sería o cómo quería que me viera cuando nos encontrásemos, porque para adoptar un perrito, no se tenía que complicar tanto. Seguro que en la perrera municipal más próxima a su casa hay muchos en espera de su oportunidad. Tenía que comprender que el St. Clare’s se parecía poco a una perrera, de manera que de mí dependía lo que mi padre se encuentre el día que aparezca por la puerta y pregunte por mí.

Aquella conversación no obtuvo el efecto deseado, ya que, por mucho que me hubiera contado lo de mi padre, yo seguía en el St. Clare’s y sin noticias de que mis padres me quisieran o supieran algo de mí después del abandono. Sin embargo, tampoco fue una conversación que me dejase indiferente. Tal y como Ana pretendía, me dio un motivo para pensar, para que reflexionase sobre mi comportamiento y mi vida, si merecía la pena que siguiera como estaba o empezase a cambiar algo. Lo cierto es que no me sentía muy cómoda ni segura ante el hecho de olvidar ese deseo de ser un chico. Era lo único que hasta entonces había hecho que mi imaginación me llevase lejos del St. Clare’s, aparte que así me sentía feliz, libre. Era verdad que después de la llegada de Ana, muchas circunstancias y condiciones habían cambiado, pero en lo que a mí me importaba todo seguía igual. No me parecía tan sencillo que de pronto renunciara a todo y me comportase como una persona distinta. Tenía tantos planes con los niños del parque, me sentía tan segura en mi mundo que frente a las expectativas que Ana me presentaba mi primer impulso era de rechazo, de negación; me parecía demasiado maravilloso como para que fuera verdad.

Como era el curso en que tenía que hacer la Primera Comunión, en el Home quisieron que lo preparase y se organizase como correspondía, como lo harían el resto de las niñas de mi clase, no se pasaría ningún detalle por alto, esto me lo recalcó Ana porque se temió que daría algún problema debido a mi cabezonería, a que por mucho que se hubiera empeñado en que cambiase mi actitud, dicho cambio no había sido tan drástico como pretendía, por lo que nada de lo que se preparase u organizase para ese evento tendría sentido, si yo no estaba dispuesta a ponerlo todo de mi parte. La verdad es que tenía la misma ilusión por aquel día como lo tenían mis compañeras. Sabía que sería un momento especial, desde ese día ya podría comulgar todos los domingos, ya se me consideraría un poco más mayor y no como una niña pequeña que aún no hubiera recibido ese sacramento. Alguna pensaba que desde ese día ya dejarían de tratarnos como si fuésemos bebés, aunque las expectativas que se habían creado al respecto tampoco me parecieron muy coherentes, ya que yo llevaba muchos años sin necesidad de pañales, pero entendía que habría un antes y un después de aquella fecha, sería tan importante como cuando superásemos la Elementary School, a pesar de que siguiésemos tres años más en el colegio.

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