Manuel va a querer sentarse con Ana, compartir mesa con ella, pero no le va a resultar tan fácil como supone, como tampoco va a ser para Ana favorecerle en ese sentido, dado que ambos se han de enfrentar, 0no solo a sus temores e inseguridades, a la seriedad con la que se supone han de vivir esos días, sino que los demás tampoco van a mostrarse muy colaboradores. En cierto modo Manuel carga con las consecuencias de la fama que él mismo se ha creado y Ana se debate entre sus sentimientos y lo que más le conviene, que no se trata de que éste encuentre tan fácil el camino a su corazón, a conquistarla, se lo tiene que ganar, demostrarle que esta vez no se trata de una mera distracción ni de una manera de aliviar esa sensación de abandono, de no encajar en el grupo.
Entonces ¿Todo lo que se cuenta en la novela se a va reducir a eso? ¿A buscarla una silla a Manuel?
Ya sabemos que el hecho de centrar estos días de la novela en unas fechas tan concretas resulta un tanto confuso, que da la sensación de que la novela fue escrita con otra intención y que lo de la historia de amor casi es una tapadera, una excusa para hablar de la Pascua. ¿Por qué no haberlo situado en un campamento? ¿En unos días de acampada y de playa con los amigos, en algo un poco más típico y apropiado? Para encontrar una mesa donde sentarse no hay necesidad de complicarse tanto y diría que es esa misma complejidad de la situación lo que comprime la historia.
La finalidad de la novela está en mostrar esa contrariedad, ese choque entre los dos mundos entre Ana y Manuel, sin que la gente que les rodea se quede al margen. Entiendo que para Manuel esto ha de ser un aprendizaje social; ha de empezar a ser un poco más comedido en sus impulsos y modos de actuar. Tomar ejemplo de la normalidad y naturalidad con la que actúa Ana, quien en la cena del 17 de abril da a entender que no tiene demasiado reparo en que se produzca ese momento, pero tampoco es algo que ella intente provocar ni que se haya marcado como objetivo. Ella tan solo deja que se desarrollen los acontecimientos, que, lo que tenga que pasar, pase cuando sea el momento, sin prisa. Ya os adelanto que sin lugar a dudas pasará, pero quizá no de la manera que ellos suponen. Manuel aún tiene que hacer el tonto y Ana darse cuenta de que la situación se le escapa de las manos, por mucho que piense que está todo bajo control

Mientras las circunstancias no lo favorezcan, el comedor se va a llenar de sillas ocupadas. Ana va a tener la suya con su nombre y Manuel se habrá de sentar donde le dejen, siempre en una mesa distintas. De hecho, el viernes es día de ayuno, por lo cual el comedor se usa poco y, dado que el sábado se van de excursión al campo, las ocasiones se reducen por momentos, porque ante todo ha de quedar claro que a la Pascua no se va a hacer el tonto, pero cierto tipo de tonterías resultan inevitables, dado que allí tienen el referente de aquellos que ya son pareja, que comparten esos tiempo en la mesa con la mayor normalidad y naturalidad, por lo cual, de manera impulsiva, los dos sienten el impulso de hacer lo propio. Su problema radica en que los demás ya vienen con esa confianza ganada y a ellos aún les queda mucho camino por andar antes de sentarse.
El ayuno del viernes, el hecho de no encontrar ocasión para comer juntos hará que piensen en lo que cada uno espera del otro y de uno mismo. El desayuno será voluntario, quien prefiere no comer nada ni tan siquiera se acerca por el comedor, favoreciendo de algún modo que aquellos que más hubieran trasnochado pudieran dormir un poco más. La comida será por grupos de modo que no habrá posibilidad de practicar el juego de las sillas ni de las miradas furtivas. La cena se produce con el mismo planteamiento, no hay tiempo para tonterías porque la Pascua está en todo su auge. Sin embargo, no es complicado suponer cuál es la mesa y la silla de Ana.
Llegará el sábado y Ana no habrá perdido el interés por Manuel, desde primera hora de la mañana buscará esa complicidad con él, lo que contrastará con la frialdad y resignación demostrada por éste, como si ese día toda nuestra atención se tuviera que centrar en Ana porque será ella quien haga el tonto, dado que Manuel se reprime, no parece darse cuenta de que ella se desvive él. Las ocasiones para que se produzca ese anhelado momento se acaban y en vez de sentirse más cerca el uno del otro, parece que se distancian, que cuando es Ana quien parece querer darlo todo por esa relación es Manuel quien la rechaza, quien no ha entendido su juego.
Queda la cena del sábado y el desayuno del domingo. Por cuestiones de organización, y porque me venía bien para el desarrollo de la historia, la cena del sábado la servirá el grupo de Manuel, ante lo que se intuye de antemano que no habrá ocasión para que se sienten juntos. Éste se ha de quedar de pie o, en todo caso, tendrá que prestar atención a las demás mesas. Y el domingo por la mañana, será el grupo de Ana quien sirva el desayuno, de manera que sería ilógico que ésta se siente en su silla cuando ha de estar disponible y dispuesta a levantarse, si le piden cualquier cosa.
Pues nada, parece que al final vence el desánimo, el desamor, la realidad se antepone a sus anhelos. Y el domingo recogerán sus pertenencias para dejar el pueblo a mediodía, porque les esperan los de la otra pascua, quienes no tienen mucha idea de que Ana necesite una silla con su nombre y que a ser posible la de Manuel no se encuentre demasiado lejos, si es que éste quiere sentarse a su lado.
Pero no, no nos adelantemos a los acontecimientos. Seamos como Ana y confiemos en que incluso el desenlace más negativo se puede sortear y se le pueden dar la vuelta a los acontecimiento. Si nos dejamos vencer ante la adversidad, como parece que es la tendencia natural de Manuel, todo va a ser un desastre, una pérdida de tiempo. No vamos a ser capaces de dejarnos iluminar por la vitalidad ni la alegría de Ana, porque ella está entregada sin reparos y se encuentra con la disyuntiva de que al final ella será de aquellas que en algún modo han tenido el anhelo de que Manuel se fijarse en ella, en vez de incluirse entre las que se han sentido absurdamente acosadas por sus vanas pretensiones de conquista.
Quizás Ana se acabe dando cuenta de que por tener sus miras puestas en la Vigilia, se ha perdido la oportunidad de disfrutar de la Pascua, de la convivencia. Tal vez se haya de replantear, si ha hecho bien en mostrarse tan seria y firme o les tiene que dar la razón a sus amigas cuando le han insinuado que no era una historia a la que le vieran mucho futuro. Puede que se lamente por haber querido jugar a las sillas, cuando las normas no estaban escritas y Manuel había recibido una clara invitación a participar. Sin embargo, se trata justo de eso, de que no haga falta hablar, ya que, de lo contrario, el juego pierde toda la gracia. Se trataba de disimular, de que ella se comportase con la misma naturalidad que cuando era novia de Carlos y éste parecía entenderla sin necesidad de decir nada.
Quizá Manuel haya de entender que los amigos o las amigas no siempre están ahí para levantar un muro insalvable entre la chica por la que suspira y sus anhelos de conquista. Tal vez, como dice el refrán «al enemigo que huye, puente de plata», pero en este caso sea en sentido contrario, que ese «puente de plata» sea para favorecer el acercamiento, que, ante los temores justificados que Ana pueda tener, se apoya en las amigas para no dejarse arrastrar sin más, pero ello no significa que no quiera meter los pies en el agua, que no le vaya a recibir con los brazos abiertos.
Sea como fuere, ya he publicado lo que pasa el jueves (Manuel, Ana) y a esta historia aún le quedan muchas páginas. Estas entradas no son más que para añadir comentarios y reflexiones sobre lo que podría ser o no ser que ocurra.
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