Introducción
Sábado, 25 de octubre, 2003. (19:30)

Cuando regresé, los novios salían por la puerta, una bóveda de paraguas les protegió de aquel aguacero hasta que se metieron en el coche que les estaba esperando al pie de la escalera.

Cuando me asomé por la puerta a comprobar si Manuel había encontrado mi coche y se acercaba, le descubrí entre la hilera de los que esperaban para recoger gente, por lo que deduje que había tenido ocasión de observar la salida de los novios
Salida de los novios
Para aliviar un poco la conciencia de Ana, por eso de haber mandado a Manuel a por el coche, ésta comenta que los recien casados van a recibir una atención similar, con el añadido de que el coche de los novios parece ser el primero de esa hilera de coches que hay en la avenida dispuesto para recoger a los invitados.
Que lo de la sesión de fotos ya se ha alargado lo suficiente como para empezar a pensar que ya están abusando un poco de la permisividad de los sacerdotes, porque la vida de la parroquia ha de continuar y no tiene sentido que se retrase la misa de las ocho, de manera que de manera sutil ya le están pidiendo a la gente que vaya despejando el lugar, que se vayan con la fiesta a otra parte.
La mejor manera de despejar el templo es que los novios sean los primeros que se marchen y dado que la lluvia, el chaparrón que esta tarde está cayendo sobre la ciudad, impide que les echen arroz o flores cuando salen por la puerta, lo que reciben es un protector pasillo logrado con los paraguas para que se mojen lo menos posible en su paseo desde la puerta de la iglesia hasta su coche.

Los niños y las damas primero
Como si se tratase de una operación de salvamento, de abandonar el barco mientras éste se hunde, se asume que, aparte de seguir el criterio del orden de los coches, hay quien se ofrece a tener una cierta consideración con aquellos invitados que precisen de una atención especial, en especial las mujeres que no quieran mojarse.
Ana se llega a plantear la posibilidad de que sea el propio Manuel quien tenga ese detalle con ella, que, si rebusca un poco, hay paraguas en la guantera; aunque para tener dicha atención tendría que bajarse del coche y se montaría un pequeño atasco, teniendo en cuenta la hilera de coches que vienen por detrás.


Sin embargo, como Manuel no es el único chico caballeroso ni del momento, es uno de los amigos de Ana quien se ofrece a acompañarla, a protegerla con su paraguas, desde la puerta de la parroquia hasta el coche, porque aún quedan chicos detallistas y considerados en el mundo, que saben socorrer a una chica en apuros, que saben poner a disposición de éstas lo poco o mucho que les pueden ofrecer para ayudarlas.

¡Si es que es un amor!

Mi travesura hubiera estado en no moverme de donde estaba y obligarla a que echase aquella carrera bajo la lluvia y esquivase los charcos. En el coche no había ningún paraguas y yo ya iba suficientemente empapado como para admitir más agua. Aparte de que no siendo vengativo, no hacer méritos para conservar nuestra relación hubiera sido una tontería.
Manuel, a su manera, admite que ha buscado ese paraguas que supone Ana guarde en el coche, pero no lo ha encontrado. Se trata del coche de Ana y tampoco es que él se vaya a tomar la molestia de desmontarlo pieza por pieza y rebuscar en todos los recovecos. Aparte de que le hubiera llevado demasiado tiempo, no ha querido que pareciera que se tomaba demasiadas libertades. Entiende que su cometido es acercar el coche hasta la puerta de la parroquia.
Él, dentro de lo que cabe, puede soportar un poco de lluvia sobre su cabeza y la tesitura de moverse por las calles de un barrio por las que aún se siente un poco perdido, porque apenas ha tenido ocasión de recorrerlas y siempre acompañado, pero Ana va demasiado elegante y el evento es lo bastante importante como para preferir que no se lo estropee la lluvia.
Lo de darse una ducha en plena calle no es lo más conveniente, ha invertido demasiado tiempo y dinero en arreglarse como para dejar que la lluvia se lo estropee todo en un momento. Manuel que se dedique a saltar en los charcos, si le apetece, pero que a ello no le roce ni una gota de lluvia, al menos mientras no hay de regresar a casa.
No más guerra frías
Ana lleva todo el día evitándole, sobre todo después de que en la tarde anterior, viernes, éste hiciera un comentario poco afortunado sobre el vestido y a lo largo de la mañana se haya mostrado un tanto pesadito con sus reclamos de atención, sin haber tenido de un detalle de gentileza, ni antes ni después de que se hubiera arreglado para la boda.
De manera que no, que por muy fría y en apariencia distante que Ana se quiera mostrar, Manuel aún tiene interés e intención en luchar por su relación. Consciente de que Ana puede estar al límite de su paciencia y a punto de mandarlo a freír espárragos y de regreso a Toledo sin pensárselo dos veces.
En realidad, Manuel asume su papel de novio, de chico atento y responsable, que en ausencia de los padres, Ana ha depositado toda su confianza en él, para sentirse cuidada y protegida. De manera que no le puede fallar porque tiene una ocasión irrepetible para demostrar sus cualidades y no terminar por estropearlo todo por una actitud estúpida.

En todo caso, Manuel aún mantiene la incertidumbre de darle un sentido a todo esto, porque no parece tener claro si Ana lo está manipulando en beneficio propio o detrás de todo esto hay un cariño sincero.
Él está enamorado de la chica alegre y afable que ha conocido en Toledo, en las reuniones mensuales del grupo, con la que quiere compartir su vida, presente y futura. Incluso puede aceptar una cierta formalidad en las convivencias. Sin embargo, esta chica exigente e intransigente, fría, con un carácter y personalidad propia y atribuible a la madre, la verdad, no le convence tanto. Le confunde y contraría a partes iguales.

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