Introducción
Sábado, 25 de octubre, 2003. (19:35)

Manuel: ¿Podemos hablar ahora? – Me preguntó en cuanto me subí al coche.

Ana: ¡Estás pesadito hoy! – Se quejó con gesto cansado. – Llevas un día que no hay quien te aguante.- Me recriminó.
Don erre que erre
Ana se monta en el coche, despues de haber ido desde la puerta de la parroquia hasta el coche protegida por el paragua de uno de sus amigos, porque como pya sabemos llueve a cantatos. Las palabras de Manuel, la manera en que éste la recibe no es lo que se dice un claro ejemplo de la complicidad, confianza y afecto que se supone debe haber entre ellos, dentro de la pareja.

Hoy parece que manuel se ha levantado con el pie equivocado y no da una a derechas en su trato con Ana, desde que en la tarde anterior cometió la torpeza de hacer un desafortunado comentario sobre el vestido que Ana le mostró pensaba ponerse para asistir a la boda, sus desatinos se siguen sucediendo cada vez que abre la boca, e incluso cuando debería permitirse un halago y se cohibe.
Lo cierto es que en esta ocasión, este fin de semana, ya sea por la tensión del momento o por otras cuestiones que no se llegan a explicar en la novela no les resulta fácil encontrar ese punto de entendimiento, por lo cual es una tension que casi se ha iniciado desde la llegada de Manuel a la ciudad y que ninguno de los dos sabe como apaciguar.
Manuel se esfuerza por intentar hablar con Ana, por resolver la situación, pero ésta le calla la boca y no deja que hable o porque no quiere que la conversación, la tension devive en una pelea de novios o porque tampoco ella tiene una respuesta muy clara a toda esta situación, por lo cual prefiere mantener el silencio y limitarse a disfrutar de la compañia y del momento.
Amenaza de ruptura.

Tengamos la fiesta en paz ¿vale? – Le pedí en tono amenazante. – Podemos ir al banquete y disfrutar de la fiesta o volvernos a mi casa a por tus cosas y que te marches en el primer autobús. – Le advertí.
Para zanjar la discusión, aunque no sea una sugerencia muy sincera, Ana parece dispuesta a acabar en ese momento con todo. Se muestra cansada, apática, firme. No le apetece que discutan ni que le pida explicaciones, que insista uan y otra vez sobre lo mismo. De tal manera que si Manuel no pone algo de su parte, si se empeña en insistir en lo mismo, ella no está dispuesta a escucharlo ni a aguartar esa pesadilla ni un segundo más.
Se entiende que como a Manuel se le ocurra hablar del tema de nuevo la fiesta se va a terminar para los dos, porque a ella tambien se le habrñan quitado las ganas de acudir al banquete y lo único que va a apetecerle es mandarlo a freir esparragos y que sea otra quien lo aguante, porque ella ya ha llegado al límite de su paciencia

Hemos de tener en cuenta la relevancia y trascendencia de esta «amenaza«, con todo lo que supone para los dos, dado que entendemos que entre sus confidencias de novios y sobre todo en ese intercambio previo de carta los dos han compartido el temor y el daño que les puede causar ese hipotético desencuentro entre ellos, ese acabar tan mal su relación que afectará de manera negativa a su vinculación con el grupo, por evitar coincidir en sus actividades.
Conduce y calla
Como es Manuel quien va sentado al volante, quien conduce, aunque sabe dónde estaba el coche donde lo ha cogido y cabe pensar que aún la plaza de aparcamiento quede libre, porque con la que está cayendo se supone que no debe haber muchos vehículos circulando por las calles, en vez de volver atrás prefiere seguir adelante. Les están esperando y les esperan a los dos juntos, a ser posible felices.
Es decir, que no se toma la advertencia de Ana como algo muy en serio ni literal, por mucho que Ana se lo haya puesto en bandeja, por mucho que le haya planteado la posibilidad de acabar con todo sin que a ella parezca importarle tener que dar las oportunas explicaciones a quien corresponda ni a quien se las pida; por mucho que ella parezca preferir perderlo de vista antes que seguir con esa discusión tan poco afortunada.
Bien pensado, esto es como aquel «Te quiero, tonto. Luego hablamos» pero en un sentido completamente diferente. Entonces Ana se lo dijo de manera casi impulsiva, para que no se quedase como un tonto plantado delante del alojamientro de las chicas en la convivencia de la Pascua, aunque después se lo reiterase por no desmentirse.
Esta vez la amenaza no es para que su presencia no sea una molestía para las demás, sino que es una clara insinuación de que ella se plantea la posibilidad de echarlo de su vida. Que, si él se siente bloqueado, sin entender nada, no será ella quien esta vez lo rescate y salve de ese atolladero mental en que se encuentra.
Más cariño y menos nervios

Prefería que dijera lo mucho que me quería, en vez de que insistiera sobre su creencia de que se había levantado ese muro de frialdad entre nosotros.
Cierto es que desde que Manuel ha llegado a la ciudad se ha mostrado bastante comedido en sus palabras de complicidad y afecto, de complicidad con Ana, por lo que, hasta cierto punto, se entiende que Ana se puede llegar a sentir algo desencantada, sobre todo cuando éste se refuerza en esa actitud poco afable hacia ella y reclama una consideración que no da.
En cierto modo, puede decirse que Ana echa de menos esas bromas, ese juego entre los dos, el hecho de que Manuel ponga en valor todo lo que ella se esfuerza por acogerlo, dado que casi se siente tratada como una extraña, como si manuel se entendiera mejor con la chica con la que habla por teléfono que con la que tiene sentada en el asiento del copiloto.
Ella busca en él a un chico algo menos acobardado, inseguro, a ese chico del que pueda sentirse orgullosa y enamorada, porque ha hecho el esfuerzo de acudir a la boda, porque lo ha hecho por ella, por ese sentimiento correspondido. Es a ese chico a quien pretende retener a su lado y cuya personalidad espera aflore una vez se le pasen los nervios.

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