Introducción
Sábado, 25 de octubre, 2003. (19:35)

Conducía él y yo me limité a indicarle la ruta hasta el restaurante, en aquella ocasión sin que aquello se convirtiera en una visita turística por la ciudad ni por mi pasado.

Como no sabía ir al restaurante, me tuvo que indicar el camino. Se limitó a decirme las palabras justas y precisas, como si el coche llevara un navegador de a bordo o a quien pudiera responder.
Se pierden, seguro
Es tarde, no para de llover; es Manuel quien conduce, aunque el coche sea de Ana y que no conoce la ciudad. En realidad, podemos decir que no sabe dónde ni por dónde ha de ir. Toda la información que tiene sobre el lugar donde se va a celebrar el banquete de bodas, es por lo que Ana le ha contado.

El problema es que, si no van peleados, al menos la tensión se respira en el ambiente, en su silencio, en ese tener mucho que decirse. Sin embargo, Ana no quiere escuchar y Manuel tampoco es capaz de encontrar las palabras para hacerse oír, con la advertencia de que, una vez en el coche, se tarda casi lo mismo en ir al restaurante que en darse la vuelta y volver al piso.
En cierto modo, si no son capaces de encontrar un punto de entendimiento, de superar esas discrepancias, lo de pretender llegar a alguna parte es un objetivo un tanto absurdo. Es como si los dos estuvieran en una barca y cada uno remase en una dirección, por lo que se pueden quedar girando en el mismo sitio eternamente. En este caso, dando vueltas por la ciudad sin llegar a ninguna parte.

Ana es quien conoce la dirección y el coche.
Con la lluvia y el hecho de que les esperan, con el consiguiente riesgo de tener un percance, un accidente con el coche que les acabe por estropear la tarde, tampoco es que Ana se haya de tragar su orgullo después de haberle pedido a Manuel que la deje tranquila, pero no le queda otro remedio que romper su silencio.

En cierto modo, fue mi manera de enmendar el hecho de que le hubiera pedido que me dejase tranquila, lo que no había sido en el sentido de que se olvidase de mí para siempre, sino porque no me apetecía que le diera más vueltas al mismo tema.
«Su chico» va tan perdido al volante del coche como en sus intentos por arreglar la relación. Ese chico fuerte y seguro del que cualquier chica se podría enamorar, que cualquier chica intentaría quitarle a la menor oportunidad, en realidad es un chico inseguro y desvalido que puede estar segura que no tiene el menor interés para ninguna otra.

Ana conoce la dirección a donde tienen que ir; conoce el coche, porque es el que utiliza normalmente, y conoce a quién en estas circunstancias va a volante. Podemos decir que, por saber, sabe hasta cómo circular por la ciudad cuando la climatología se vuelve adversa y, apurando mucho, incluso cómo manejar estos desencuentros de pareja.
La Leona se vuelve dulzura.

De aquí que mis indicaciones fueron en tono relajado, para que no hubiera en mi voz el menor atisbo de discrepancia o malestar entre nosotros.
«Su chico» necesita que lo guien, al menos hasta el restaurante, porque esperar que sea el azar lo que les lleve a su destino resulta demasiado aventurado y no tienen tiempo ni ganas. Aparte que cuanto más se alejen de la ruta más les puede costar rectificar y tampoco es cuestión de llegar a un punto en que ni Ana sepa dónde están.
De manera que con tono calmado, de quien pretende que se desvanezca cualquier tensión o atisbo de nerviosismo entre ellos, ella empieza a darle las indicaciones oportunas, sin pretender en ningún momento hacerse con el control del volante ni dar ocasión a que Manuel malinterprete sus indicaciones.
Es él quien conduce, y podemos deducir que Ana se siente más confiada y relajada, si delega en él toda la responsabilidad, aunque pueda parecer que se ha buscado más un chófer personal que un novio, pero digamos que hay que buscarle a esto esa doble intención, ni porque Ana se quiera acomodar y que la lleven.
Si nos ceñimos a la mentalidad del personaje, Ana es una chica fuerte y segura de sí misma, pero tiene ese punto de debilidad en su salud, por lo cual prefiere tener la tranquilidad de sentirse a salvo en caso de necesidad. Prefiere confiar en que Manuel sabrá estar a la altura.

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