¿Un vestido de Primera Comunión?

Introducción

Sabemos que Jessica no tiene padres de acogida y que el presupuesto del St. Clare’s es lo bastante ajustado como para no admitirse excesos ni caprichos que se excedan de lo que se pueda considerar un gasto de primera necesidad. De tal manera que esto de los vestidos de Primera Comunión se puede considerar un extra, pan para hoy y hambre para mañana, salvo que consideremos la generosidad desinteresada de los vecinos.

Un evento social

Dado que se trata de un evento social, y no solo de una celebración litúrgica, ha de quedar claro que no es algo que a Jessica le motive de manera particular, ni porque sea un día especial, ni por la posibilidad de recibir regalos, ni tan siquiera por la poco probable posibilidad de que su padre pudiera asistir.

Si por ella fuera, dado que tampoco se puede negar, ni salir por la puerta cuando nadie vigile. Vestiría con su ropa de los domingos y, a ser posible, se evitaría tanta ceremonia y protagonismo; que igual cualquier otro día ella se puede colocar en la fila en misa, en el momento de la Comunión, y comulgar, con el consentimiento y conocimiento previo de los sacerdotes, cumpliendo todos los trámites y condiciones previos.

Ella es una chica sencilla que tampoco se quiere complicar demasiado, ya que, como no le queda otro remedio, se asume que ha estado asistiendo a catequesis; que ha recibido la correspondiente preparación y formación religiosa para recibir este sacramento, aunque ella sea consciente de que, al desconocer sus orígenes, su vida en ese sentido está condicionada por su acogida en el St. Clare’s, como institución católica.

Tampoco es que le moleste o preocupe de manera especial eso de que no pueda escoger ni siquiera el color de su ropa interior, de manera que todo le venga impuesto, sea o no de su agrado. Dentro de lo que cabe, se le permite una cierta capacidad de decisión, sin olvidar que es una niña de ocho años y que en 1990 cumple los 9 años.

Jessica, 9 años

Más que un sacramento

Es evidente que detrás de este empeño por que celebre este sacramento no están solo la tradición y la ideología del St. Clare’s. En el caso de Jessica, se intuye un evidente interés educativo por parte de Ana, quien se ha hecho responsable de su desarrollo y evolución personal, para que deje atrás esa mentalidad rebelde, victimista y equivocada.

Hasta ahora, los gustos y preferencias de Jessica a la hora de vestir de manera informal, cuando no ha de llevar el obligado uniforme del colegio, han sido vestirse con esa particular combinación de prendas, siempre que su astucia o la permisividad de las cuidadoras se lo han permitido. No se ha enfrentado de verdad a su realidad, lo que no es una cuestión de identidad, sino de aceptación, del hecho de que ella es una niña que reside en una casa de acogida.

Ana entiende que Jessica se ha de enfrentar a todo aquello que en su mentalidad prefiere evitar. Se ha de mirar al espejo y, aunque lo que vea no termine de gustarle, empezar a tomar conciencia de cómo la ven los demás e intentar así superar sus traumas infantiles. Que en vez de una niña poco agraciada y falta de afecto, deje que aflore toda esa inocencia y dulzura reprimida.

No se trata tan solo de que empiece a portarse bien por evitar los castigos, sino de que empiece a hablar consigo misma de una manera mucho más positiva, que entre sus anhelos sea llegar a convencerse de que quiere ser como esa niña que vea reflejada en el espejo vestida con un vestido de Primera Comunión.

La gran tesitura

Le convenza o no, la expectativa asistirá a la celebración del sacramento junto con el resto de los celebrantes y va a igual que se intente esconder. Ana ya se conoce sus escondites y ocurrentes maneras de salir del St. Clare’s sin ser vista para evitar verse en ese compromiso, participar en ese acto social multitudinario, en donde eso de comportarse como el resto de las niñas va a ser una humillación, una derrota con mayúsculas.

O sacramento por las buenas o sacramento por las malas. Aunque no se trata tan solo de que acuda por imposición. Ella ha de ser plenamente consciente de la relevancia de dicha celebración en todos los aspectos e implicaciones de su vida, porque ha de marcar un antes y un después.

De manera que se habrá de poner el vestido y dejar que la vistan de princesa de cuento, de niña que acudirá a la parroquia para celebrar su Primera Comunión y confundirse dentro del grupo, aunque tenga la sensación de que acaparará todo el protagonismo y será motivo de las habladurías del barrio en lo que le reste de vida. La niña rebelde habrá sido domesticada y se olvidarán de que ella sigue con ese anhelo por la búsqueda de Daddy.

Hora de confesarse.

A partir de ahora, todas esas travesuras se las contaré al sacerdote en el confesionario y éste me impondrá una penitencia, por lo que creo que es un doble castigo. Lo peor de todo es que al sacerdote no se le cuenta lo que sea por cumplir. Ya nos conoce a todas las chicas del St. Clare’s y no se vale eso de que vayamos a otra parroquia ni hagamos trampas. Además, como cada dos por tres los chicos de la otra pandilla se meten con mis amigos y conmigo, en cuanto me acerque al confesionario, el sacerdote me preguntará por esas peleas antes de que yo le diga nada.

Da la sensación de que esto de hacer la Primera Comunión para Jessica serán todo desventajas, porque deberá ser un poco más consciente y consecuente con sus actos. No solo tendrá que asumir su culpa ante Ana, sino, además, hablar con los sacerdotes de la parroquia, entendiendo que éstos ya pueden estar curados de espanto por todo lo que hayan escuchado de sus travesuras.

A Ana le podrá prometer eso de que ya no lo hará más, aunque en su foro interno no lo diga con mucha convicción y hasta cierto punto tema que ningún exceso de sinceridad le librará del castigo, de que Ana se muestre un tanto decepcionada. Sin embargo, a la hora de acudir al sacramento de la confesión, a hablar con un sacerdote, ese sentimiento de culpa y propósito de enmienda serán, en parte, con ella misma.

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