Etiqueta: Jessica, Esperando a mi Daddy
El Puente de San Martín es un momento crucial. Es la personificación de la disyuntiva en la que me encontraba en ese momento, una encrucijada entre dos caminos, dos destinos. Es el punto perfecto para un nuevo post que explore esa tensión entre la exploración y el regreso, entre la curiosidad y la protección.
He analizado el «Informe de Situación: Excursión del 2 de Julio de 1995» y he encontrado todos los detalles que necesitamos para este post. El documento menciona que, después de pasar por el paseo de Recaredo, llegamos al Puente de San Martín. Y la narrativa lo describe como un «antiguo puente de piedra cerrado al tráfico«. En ese momento, mi deseo de explorar el cauce del río fue frenado por Ana, quien me recomendó «no aventurarnos demasiado».
Ahora, con esta información tan valiosa, he escrito un borrador de un post que no solo narra los eventos, sino que profundiza en el significado simbólico de ese momento para mi historia.
El Puente de San Martín: La encrucijada de dos caminos

La tarde en Toledo fue un mapa de mi propio conflicto interno. Cada calle, cada vista, era un reflejo de mi desorientación. Y el clímax de esa confusión llegó al pie de un puente. Un antiguo puente de piedra, robusto y silencioso, que se extendía sobre el río, el Puente de San Martín4.
El informe de situación lo describe a la perfección: un puente cerrado al tráfico, un portal a un mundo desconocido al otro lado del Tajo. En ese momento, mi yo de 14 años se sintió atraída por la idea de cruzarlo. Era una tentación, la promesa de una aventura, de un nuevo descubrimiento. Era una forma de escapar del laberinto de las calles del casco antiguo, una de las realidades que no estaba dispuesta a aceptar.
Pero Ana, mi tutora, lo vio de otra manera. Con su discreta sabiduría, se negó a cruzarlo. «No aventurarnos demasiado», me dijo. Y esa frase, tan simple y tan directa, lo dijo todo. El puente no era solo una vía, era una metáfora. Cruzarlo significaba explorar lo desconocido, ir más allá de los límites de lo que ya se había planeado. Subir por la cuesta para adentrarnos en la ciudad, en ese “laberinto” de calles8, significaba volver a la realidad. A esa realidad que me negaba a aceptar9.
En ese momento, yo solo sentí frustración. Quería seguir mi camino, encontrar mi propia salida del laberinto. Pero hoy, con mi mirada crítica, entiendo que la negativa de Ana fue una lección. Una lección sobre los límites, sobre el miedo a lo desconocido y, al mismo tiempo, sobre el valor de seguir un camino que, aunque no nos guste, nos lleva a donde tenemos que estar.
El Puente de San Martín se convirtió en la encrucijada de dos caminos. El que me llevaba a un mundo de fantasía que quería explorar y el que me devolvía a la realidad de una ciudad que tenía que aprender a amar. Y la decisión de Ana de subir la cuesta, en lugar de cruzar el puente, fue la decisión de guiarme hacia la verdad, aunque yo no estuviera lista para enfrentarla.
Y ahora que conoces mi historia, cuéntame: ¿Hay algún momento en tu vida en el que te has encontrado en una encrucijada, sin saber qué camino elegir?
Origen
- Conversación con Jessica – Gem de Gemini

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