SUNDAY, JULY 02, 1995

09:30 AM. Bedroom

Sunday, July 02, 1995

Tuesday, July 4 Independent’s Day
Friday, July 7 Return to Medford

Otro día más aquí y sin nada relevante que contar ni que resaltar más que el hecho de que ayer Ana no fue a ninguna parte; se mostró mucho más relajada, como si se hubiera quitado un peso de encima. Aunque por otro lado también la noté algo nerviosa como si esperase la visita de alguien o que sucediera algo, sin saber muy bien cuándo, pero no pasó nada que como tal considere destacable, salvo que Ana me hizo compañía y que la ausencia de lluvias permitió que nos acercásemos a la piscina, aunque no me sintiera demasiado animada y casi tuve que ir obligada. No me convence la idea de verme rodeada de gente extraña ni el empeño de Ana porque sea una chica un poco más sociable con la gente de aquí. Todo el mundo habla en español y ella sabe que yo me resisto, que me da igual, si lo entiendo o no. Me he resistido durante cuatro años a ir a clase de Spanish en el St. Francis School y, si esto es un castigo por aquello, no cambiaré de idea. Yo tan solo leo textos en español porque me obliga y porque después me recompensa con horas de playa. Mi motivación es que mientras leo tengo toda su atención, sigo sin poner demasiado empeño en enterarme, me limito a leer sin más.

El chico con el perro, con quien me crucé el viernes cuando salí a dar ese paseo en bicicleta, no ha vuelto por aquí. No sé dónde vive, aunque supongo que en alguno de los chales de la zona. No sé por qué me preocupo por él, era un extraño y lo cierto es que vecinos que salgan de paseo con sus perros hay bastantes, tal vez no tantos los que lo hagan por esta parte de la urbanización. Se trataba de un chico mayor y la verdad es que me dejó un tanto asustada, como si me espiara. Es de esos chicos de los que Ana siempre me aconseja que desconfíe porque no tienen muy buenas intenciones. Por mi parte no me fijé demasiado en él. En caso de tratarse de algún ladrón en busca de un chalé que asaltar, supongo que conviene que la verja de la entrada quede siempre cerrada y dé la sensación de que éste es un lugar donde siempre hay alguien, dado que mi idea es que los ladrones de casas, en general, entran a robar cuando piensan que no hay nadie. De hecho, ahora que nos hemos ido del St. Clare’s, salvo por la presencia de los albañiles, quizá alguno se lo pensará, pero allí no hay nada de valor, salvo que quieran llevarse el ordenador o algo así.

Por si dentro de un tiempo releo esto, dado que no he escrito nada hasta ahora sobre mi paseo en bicicleta, la mención a ese chico queda un poco mal y conviene que haga alguna aclaración al respecto. El viernes por la tarde, como no llovía, me dejé convencer por la insistencia de Ana y salí a dar ese paseo en bicicleta por los alrededores de la urbanización, me limité a bordear esta zona de aquí, porque me pareció que era lo más seguro y no quise perderme. La cuestión es que me crucé con el mismo chico dos veces, iba en compañía de un perro grande y en sentido contrario al mío. Primero me crucé con él cuando bajaba y después frente a la entrada del chalé, como si se hubiera detenido allí a esperarme o intentara espiar a quienes estuvieran dentro de la parcela, pero desde la calle tan solo se ve la entrada del garaje y la parte del lateral de la casa. Su presencia y comportamiento me llamaron la atención y asustó en un primer momento, aunque no nos dijésemos nada.

Me pareció un chico algo mayor que yo, pero no tanto como los amigos de Ana, quizá como los chicos que van a la universidad. No tenía aspecto de ser un mendigo, porque su manera de vestir no era muy diferente a la de cualquier otro vecino, un vestuario informal, para estar en el campo. No había en él nada que destacase, salvo la compañía de su perro, que iba suelto y llegué a temer que me atacase. Sin embargo, el perro estaba más interesado por correr por el campo que hay al otro lado de la calle, como si aquella fuera su hora del paseo y no quisiera desaprovecharla, porque el terreno que ocupa cada chalé no considero que sea lo bastante amplio. Supongo que no se trató más que de un vecino que se ha percatado de nuestra presencia y querido cerciorar que Ana y yo no somos ladronas.

Ana: (Se asoma por la puerta) ¿Te parece que así vas bien vestida para ir a misa? – Me pregunta. – No sé hasta dónde estás dispuesta a llevar tu rebeldía, pero mejor que no olvides las buenas costumbres.

Jess: ¿Acaso voy mal? – Le pregunto extrañada por su recriminación. – Nos quedan cinco días de estar aquí y ya no me queda tanta ropa limpia.

Ana: Vas bien. – Me responde. – Supongo que tienes razón. Debimos ser un poco más cuidadosas cuando te hicimos la maleta. – Reconoce. – ¡Es una suerte que a estas alturas aún te quede algo limpio que ponerte!

No entiendo demasiado bien la recriminación de Ana con respecto a mi vestuario, porque tampoco es la primera vez que me ve con esta ropa, aunque quizá no sea la más apropiada para que una chica acuda a misa, pero tampoco tiene nada de particular ni creo que me impidan el paso cuando me presente en la puerta. Es posible que esta ropa sea más para ir de paseo, para una ocasión más informal, el vestuario que escogería para ir a clase, si en el St. Francis School el uniforme no fuera obligatorio. Llevo puesta una camiseta azul claro de cuello amplio, unos pantalones vaqueros descoloridos y las sandalias. Si fuera más vestida o tapada me tendría que poner el abrigo. Tal vez lo que a Ana le preocupa es que no lleve nada bajo la camiseta, porque la amplitud del cuello me delata, pero ésta es lo bastante cerrada como para que no deje nada a la vista de los curiosos, tan solo que no hay ningún tipo de tirante sobre mis hombros, de lo cual soy consciente, pero, aun así, me siento cómoda y no me parece que vaya mal vestida, dado que la camiseta no transparenta y que vamos a misa tampoco se espera que mi comportamiento y actitud sean alocados ni resulten llamativos. Supongo que esta mañana me siento un poco más animada. No sé, tengo la impresión de que mi estancia aquí no es una total pérdida de tiempo, aunque no haya sucedido nada relevante. Es posible que, como ya cuento los días que faltan para que nos marchemos, he dejado aparcadas mis tristezas, aunque no espero que Ana lo entienda como que quiero quedarme más tiempo. Es posible que, dado que ella también está mucho más relajada, a las dos se nos hayan ido los agobios y sea ahora cuando de verdad disfrutemos de las vacaciones, a pesar de que para los próximos días no se haya previsto ninguna actividad especial, más que quedarse aquí hasta que sea hora de ir al aeropuerto y regresar a Medford.

¿Entusiasmada por la idea de ir a misa? Si he de ser sincera, supongo que no, pero será la segunda ocasión desde que llegamos en que rompa con este encierro, porque la verdad es que ya estoy un poco cansada de estar aquí y no ver más que olivos cuando miro por la ventana o al exterior de la parcela, porque la presencia de los otros chalés no me resulta interesante, no me parece que tengan nada de particular. En principio son todos iguales, aunque cada uno tiene el toque personal de sus propietarios, pero, con lo que se ve desde la piscina y observé el viernes cuando salí a dar una vuelta en bicicleta, ya he colmado mi curiosidad. Lo único es que mi reprimido afán explorador me impulsa a ser un poco más osada y acercarme a los otros chalés, a los que me han dicho que no pertenecen a esta urbanización, aunque se encuentran a lado. Lo que de verdad me intriga es averiguar dónde fue Ana el viernes, porque no fue en coche y descarto que tomase el autobús, porque los horarios no coinciden. Sigo intrigada por qué ha sido de la carpeta, aunque no me atrevo a preguntar porque sospecho que no me contestará, como no me ha querido decir nada sobre dónde estamos porque espera que sea lo bastante espabilada y prudente como para que lo averigüe por mí misma o me quede con las ganas. Lo cierto es que, como no sé dónde estoy, tampoco quiero perderme ni alejarme del chalé, por lo cual lo único que de algún modo sacia mi curiosidad es el hecho de que esta mañana vayamos a misa.

Ana: Salimos dentro de quince minutos, por lo que, si aún no has terminado de arreglarte, más vale que no te entretengas y aproveches el tiempo. – Me aconseja. – Hemos de ir a misa y eso de que, si no, ya te confesarás cuando regresemos a Medford, a mí no me sirve de excusa.

Jess: Tan solo tengo que terminar de peinarme. – Le respondo.

Ana: Si te espabilas, salimos dentro de diez minutos y vamos a pie. – Me propone. – Seré buena contigo y te daré la oportunidad de que veas por ti misma dónde estamos, que no pienses que te tengo aquí encerrada y aislada del mundo.

Jess: La semana pasada fuimos en coche. – Le recuerdo. – ¿Acaso no está lejos? – Le pregunto intrigada. – Desde aquí no se ve. – Le indico.

Ana: Según me han explicado mis amigos, en coche se tarda diez minutos y a pie una media hora. – Me responde. – Aún no hace demasiado calor para que demos un paseo y después nos traerán en coche.

Jess: Prefiero ir en coche. – Le contesto. – Observaré el lugar por la ventanilla.

Ana: Si te apetece que vayamos a alguna parte, se admiten sugerencias. – Me dice. – Ya sé que quieres estar pendiente del teléfono y no tienes ganas de aventuras, pero hasta el viernes no nos marchamos y la semana se te hará muy larga.

Jess: Lo que quiero es regresar al St. Clare’s por si Daddy llama o va a buscarme. – Le indico.

Ana: Pues ten un poco de paciencia porque hasta el viernes no nos podremos ir. – Me responde. – Es la fecha que han dado los albañiles. – Me recuerda. – Un paseo matutino nos sentará bien a las dos. – Justifica.

Jess: ¿Tú sabes ir a pie? – Le pregunto sorprendida y contrariada.

Ana: Tengo una idea aproximada. – Me responde. – Pero estate tranquila que seguro que no nos perdemos.

Hace calor y lo último que me apetece esta mañana, a estas horas, es un paseo por el campo. Llegaremos a la iglesia con el sudor en el cuerpo y no habrá quien se siente a menos de veinte metros de nosotras. ¡Ya es bastante que no seamos de aquí para que todo el mundo nos mire como para que les demos motivos! Tengo curiosidad por saber dónde estoy casi tantas como de que regresemos a Medford, pero no creo que un paseo por el campo resuelva nada. Prefiero que Ana se sincere conmigo y me lo diga. Me basta con un nombre que pueda ubicar en el mapa, porque las pistas que me ha dado hasta ahora no me sirven de mucho. Hay demasiados lugares que se encuentran a más de cuatrocientos kilómetros de la playa; si me guío por el idioma con que habla la gente me apuesto lo que sea a que estamos en España o en algún país donde el español sea idioma oficial, pero, como estos últimos años me he saltado todas las clases, me da lo mismo porque no me entero de nada, no les entiendo. O me hablan en inglés o se comunican conmigo por señas, de otro modo es como si me hablasen en japonés. En realidad, Ana está convencida de que más que un problema de ignorancia lo que tengo es de oídos. Según ella, después de todos los libros que me he leído y las conversaciones que hemos mantenido, estoy en condiciones de mantener una conversación más o menos fluida, aunque se me escapen algunos vocablos o expresiones locales, pero lo entenderé por el contexto de la frase. Si por ella hubiera sido, me habrían puesto la máxima nota en la signatura de Spanish, en vez de la mínima por aprobar por no haber molestado en clase y que mis ausencias no lleguen a oídos de quien pudiera poner en peligro mi continuidad en el St. Clare’s y en los estudios.

10:20 AM. Main street

Ana: Venga, mueve ese culo a ver si no llegamos tarde. – Ordena para que me anime. – Aunque te lo parezca, la iglesia no está tan lejos.

Jess: ¿Estás segura de que no podemos ir en coche? – Le pregunto. – La iglesia estará muy lejos y llegaremos agotadas, de manera que no me enteraré de nada.

Ana: No seas vaga y camina. – Me responde. – Te pasas el día sin hacer nada y al final no vas a tener fuerza para moverte. – Argumenta con complicidad.

A pesar de que hace calor, Ana mantiene su idea de que vayamos a pie hasta la iglesia. Si estuviéramos en el St. Clare’s y fuésemos a St. Francis, tardaríamos dos o tres minutos, por no decir que llegaría antes que si fuera desde la cama al cuarto de baño cuando me despierto por las mañanas. Por aquí lo más semejantes a una iglesia es la caseta de algún perro porque tiene forma rectangular, el techo inclinado y la puerta en arco. Ana pretende que vayamos a pie un poco más allá de donde me alcanza la vista cuando me asomo por la verja del chalé y observo hacia el horizonte en cualquier dirección. Ya estuvimos en misa el domingo pasado, nos llevaron en coche y, aunque estuve distraída durante el trayecto, no tardamos demasiado en llegar por lo cual tengo una idea aproximada de la distancia y supongo que no iremos muy lejos, que Ana no me engaña. De todos modos, me parece que llegaremos sudadas y acaloradas. Hace calor y nos cansaremos por el esfuerzo del paseo. Espero que el viernes, cuando la vi salir del chalé, no llegase tan lejos, aunque hasta ahora no he hecho el intento por averiguar dónde fue por mucho que ello me intrigue.

Ana: Mira, sigamos a aquel chico. – Me propone. – Tal vez vaya a misa como nosotras. – Justifica. – Quizá conozca un atajo y no tengamos que ir por la carretera como si fuésemos un coche.

Jess: Por allí va otro, corre en sentido contrario. – Le respondo con complicidad y poco entusiasmo por su sugerencia.

Siempre me insiste en que no me fíe de los desconocidos, por lo que me sorprende y extraña un poco que ahora quiera que sigamos a un chico que va en la misma dirección que nosotras, que, por su aspecto, no da la sensación de que haya salido a dar un paseo ni a correr, ya que tampoco le acompaña ningún perro. Nosotras nos hemos vestido con idea de acudir a misa y hemos dejado la ropa de deporte guardada. En realidad, me he puesto lo que tenía más a mano y mejor aspecto, porque no he encontrado nada mejor entre mi ropa. Tampoco es que Ana se haya vestido con ropa muy elegante, pero las ocasiones en que la he visto así vestida era porque esperaba la visita de alguien en el St. Clare’s. En cualquier caso, si hemos de fiarnos del chico que va por delante de nosotras, tal vez no lleguemos a nuestro destino y al final no quede otro remedio que llamar por teléfono para que vengan a por nosotras, aunque primero tendremos que saber dónde estamos y tener un teléfono desde el que llamar.

Ana: Ya que te gustan tanto las apuestas y el trapicheo, te propongo algo. – Me dice. – Sigamos a ese chico, si no nos lleva hasta la iglesia, te dejo tranquila el resto de la semana.

Jess: De acuerdo. – Le contesto sin mucha convicción.

Lo cierto es que me da un poco lo mismo que hagamos a partir de ahora. Ya no queda tanto tiempo de estar por aquí. El viernes nos marcharemos a casa lo que implica que el jueves nos dedicaremos a recoger nuestras cosas para que el viernes por la mañana esté todo listo para que nos marchemos. Ya me he convencido de que por aquí no hay nada que ver ni que hacer. Estamos en mitad de ninguna parte, la playa se encuentra a cientos de kilómetros de aquí. Salvo que Ana me cuente algo interesante, no hay razón para que vayamos a ninguna parte que no sea el aeropuerto. En cierto modo, tal y como se ha planteado nuestra estancia hasta ahora, ésta será la segunda y última vez que salga del chalé, dado que no hay días de precepto, excepto que Ana considere que para nosotras dos el cuatro de julio también es fiesta, aunque estemos lejos de casa. Sabe que paso todas las fiestas en el St. Clare’s a la espera de que haya noticias de Daddy, pero llevamos aquí más de una semana y no ha habido ninguna novedad, a pesar de que no he perdido la ilusión porque de algún modo intuyo que todo este viaje es por mí, que si Ana tiene secretos conmigo es para que no me adelante a los acontecimientos. Tal vez ya haya contactado con Daddy, pero éste no haya querido saber nada de mí. Sin embargo, Ana no me ha quitado la ilusión por ese encuentro.

El chico a quien tenemos que seguir desde una cierta distancia, porque a mí me causaría un poco de vergüenza que se enterase, parece que lleva el mismo destino que nosotras. Es un chico algo mayor que yo, pero no tanto como Ana. Desde esta distancia no logro verle muy bien, porque nos da la espalda, pero tengo la impresión de que debe tener edad suficiente como para conducir un coche por lo que sorprende un poco que haya optado por ir a pie. En cualquier caso, si fuera alguien conocido, Ana sabría hacia dónde va y por lo tanto la apuesta tendría trampa. Sin embargo, apenas hemos tratado con gente de la urbanización. Yo he tenido poca comunicación con los chicos y las chicas con los que he coincidido en la piscina y Ana ha estado ausente casi todos los días. Su interés ha estado en la ciudad, por lo que cuando ha estado en el chalé ha sido para hablar con sus amigos o para dedicarme toda su atención. No me ha dicho que conociera a nadie más, como tampoco que hayamos venido a escondernos de todo el mundo. Lo cierto es que me ha recriminado que no sea un poco más sociable con la gente de mi edad. La excusa del idioma o de que estaremos por aquí poco tiempo a ella no le convence. De todas maneras, para mí este viaje supone una ruptura porque el próximo curso ya no habrá en el St. Clare’s nadie de mi edad e iré al Medford High donde no habrá ninguna chica del St. Clare’s, aunque sí del barrio.

10:55 AM. Church

El chico al que perseguíamos nos ha traído hasta aquí, tal y como Ana había supuesto. En algún momento le hemos perdido de vista, porque esta zona esa muy más urbanizada, pero Ana ha sabido orientarse y no hemos tardado en volver a verle. A mí me ha dado la sensación de que no llegaríamos nunca o que nos habíamos perdido porque el chico no venía a misa. Sin embargo, le hemos seguido hasta la misma puerta, aunque dudo que Ana cumpla con su palabra de que me dejará en paz el resto del tiempo que estemos aquí. Ahora que está mucho más relajada y que tan solo nos quedan cinco días para marcharnos, una vez que se ha dado cuenta que tomo pocas iniciativas, temo que será ella quien me dé el empujón para que salga. Tal vez a partir de ahora me deje que la acompañe cuando vaya a algún sitio, aunque es posible que, como sucediera ayer, nos quedemos en el chalé y como mucho vayamos a la piscina. Tengo mis dudas con respecto a que de verdad averigüe dónde estamos, porque, si lo descubriera, también conocería la razón de su viaje y ya me advirtió el primer día que se trata de una cuestión del St. Clare’s sobre la que es preferible no sepa demasiado porque no se fía de mi discreción.

Ni un banco más delante ni cuatro más atrás. El nuestro es éste, junto a la ventana para que corra el aire porque hace un poco de calor dentro de la iglesia. Esta vez hemos venido las dos solas a misa, aunque sea preceptiva para todo el que se considere practicante. En esta ocasión, no me ha quedado muy claro si los amigos acudirán a otra hora, a otra iglesia u otro día. Supongo que son costumbres que no entiendo del todo porque estamos en otro país y todo es extraño para mí. Lo cierto es que ellos hacen su vida y nosotras la nuestra. No tengo demasiado interés en que nos impliquemos porque mi objetivo es que regresemos al St. Clare’s cuanto antes y que esto no se convierta en una experiencia para que aprenda nuevas culturas e idiomas. No tengo la menor intención de ser más sociable ni simpática de lo indispensable. Ana ya sabe que recelo de todo lo que me haga sospechar que alguna familia se interesa por mi adopción. ¡Yo ya tengo un padre y no me planteo estar con nadie más! De momento tengo claro que con estos amigos suyos no me quedaré y entiendo que el desinterés es mutuo. La razón de nuestra visita no está relacionada con ellos, aunque aún no se haya desvelado, lo que para mí es un misterio.

En realidad, lo que me llama la atención no es tanto el hecho de que los amigos de Ana no nos acompañen en esta ocasión como la sensación de que ésta ya no se comporta como si fuéramos dos extrañas. Es posible que haya acudido a misa entre semana, para no perder la costumbre, aunque no me haya traído con ella, ni tan siquiera sugerido ante la certeza de mi respuesta. Yo no reconozco a nadie, no hay ninguna cara que me suene familiar, más allá del hecho de que coincidiéramos el domingo pasado, pero la actitud de Ana me inquieta, como si, aparte de no quitarme el ojo de encima, para que al menos mantenga las formas, conociera a alguien y se sintiera observada. Tampoco es que la iglesia esté llena ni sea demasiado grande, más o menos como en St. Francis, como si ésta fuera una iglesia de barrio, aunque de construcción mucho más reciente, por lo que o estamos en el extrarradio de una gran ciudad o en una zona de reciente construcción. No hay nada que me lleve a pensar que estamos en Toledo, por lo poco o mucho que sé al respecto, de modo que descarto que la casa de Daddy se encuentre cerca. En todo caso, es posible que fuera el lugar idóneo para que viviera y no quisiera que le encontraran, pero estoy convencida de que quien dejó aquella información, lo hizo con la intención de que algún día me reuniera con Daddy, de manera que, mientras no se demuestre lo contrario, es la pista más fiable que tenemos y da igual que hayan pasado catorce años o veintiuno.

Como me dice Ana en muchas ocasiones, y sé que hacían muchas de las chicas mayores del St. Clare’s, la misa de la mañana es una excusa para reunirse con las amigas que viven por el barrio y después salir de paseo. Jodie y Brittany han seguido ese ejemplo. Sin embargo, en mi caso, como hasta ahora no se me ha conocido ninguna amiga, no tengo esa costumbre. Por descontado no pienso iniciarla y menos aquí, si el próximo viernes hemos de hacer las maletas y marcharnos. Tal vez cuando comience las clases en el Medford High y cambie de ambiente, haya alguna posibilidad de que haga nuevas amistades, a ser posible con alguna chica que no se marche a los cuatro días, por un cambio de instituto ni porque dejemos de ser compañeras de clase. Se supone que la vida de los estudiantes de High School y cualquier otra fuera del St. Clare’s es mucho más estable, porque a partir de ahora importan un poco más nuestras opiniones y no tanto el criterio de los adultos. Tampoco es que me haya creado la falsa expectativa de que, en caso de que encontrase una buena amiga, no nos separaremos nunca, ya que espero que entienda que yo vivo pendiente de que Daddy venga a por mí. Lo que tengo claro es que, en lo referente a los chicos, ya no me considero tan afable a cómo era hace dos o tres años en que casi me daba lo mismo y en cierto modo me escudaba en ellos para no demostrar interés por el trato con las chicas del St. Clare’s, en vista de que me ha causado más de una frustración, porque mientras ellas se van yo me he quedado y mi vida ha seguido como siempre. La culpa no es mía, si las demás han encontrado familias adoptivas y aún Daddy no se ha interesado por mí. Mi única responsabilidad es que no he permitido que nadie me sacara del St. Clare’s hasta ahora. En esta ocasión ha sido por las malas y porque no me ha quedado otro remedio.

Ana: No te despistes que empieza la misa. – Me dice. – Si no te enteras de lo que dicen, al menos escucha y ya te prestaré las lecturas cuando regresemos.

Jess: Porque más o menos la ceremonia es igual, si no, me sentiría perdida del todo. – Le respondo.

Ana: Plantéatelo igual que cuando lees para mí. – Me responde. – Aunque no lo entiendas, al menos deja que tus orejas se acostumbren a oír otros idiomas.

Más que interés por lo que dicen, lo que me intriga es saber dónde estamos, en qué lugar del mundo, dado que, según Ana, a mi alrededor hay las suficientes evidencias como para que lo descubra por mí misma. Si me he de fiar del idioma, está claro que esto no es Medford ni sus alrededores. Según he escuchado, los del área metropolitana de Boston tenemos un modo típico de hablar, algo así como nuestro propio idioma y puedo asegurar que en el tiempo que llevo aquí no se lo he escuchado a nadie, salvo a Ana, ni tan siquiera a sus amigos, cuyo inglés me suena demasiado académico, aunque no dudo que saben e incluso es posible que lo hablen con asiduidad, que forme parte de su mentalidad y cultura el hecho de saber varios idiomas, aunque el natural y normal no sea el inglés, ni el de las islas ni el americano. De hecho, estoy por sospechar que aquí se habla en español, aunque no estoy tan segura de que estemos en España. Tal vez se trate de un país del sur o de Centroamérica. Sin embargo, por mis conocimientos de Geografía, aceptables siempre que no se refieran a España, me parece que ahora en el sur es invierno y aquí estamos en pleno verano, salvo que el clima sea diferente según en qué lugar del planeta se viva. En cualquier caso, no me cuadra eso de que durante los meses de invierno la gente acuda a la piscina en traje de baño, por lo cual lo más probable es que hayamos venido a Europa.

Por lo que he entendido del nombre de la iglesia y el aspecto del sacerdote, lo cierto es que estoy un tanto confusa. Hasta cierto punto entiendo que las iglesias estén dedicadas a los santos o a las vírgenes y que éstos proceden de cualquier lugar del mundo. La iglesia de Saint Francis es por un santo italiano y me conozco el barrio lo suficiente como para saber que Italia no se encuentra a la vuelta de la esquina. Lo que me extraña es que aquí el sacerdote tenga rasgos hispanos que desentonan con los rasgos de los feligreses, como si de lo del tema de las misiones aquí se hubiera invertido y fueran los hispanos quienes trajeran la fe a Europa, lo que no me parece que tenga demasiado sentido. Por lo cual, si estoy en España, lo coherente sería que los sacerdotes fueran españoles, pero da la impresión de que éste es un lugar de veraneo en el que se reúnen muchos españoles, pero que se encuentra en alguna isla del Caribe. Sin embargo, tengo la certeza de que el mar se encuentra lo bastante lejos de aquí como para no considerar que sea una isla, como tampoco es un paraje perdido en medio de las montañas. Tal vez, si hubiera algún río cerca me orientaría un poco más, pero tengo la impresión de que para que corra el agua he de abrir el grifo o esperar a que a algún vecino se ocupe del riego de sus plantas. Al menos la presencia de los olivos en torno a la urbanización, o la presencia de estos edificios, descarta que estemos en un oasis en mitad del desierto. Es un lugar poblado y civilizado, cuya denominación exacta desconozco y que, por los indicios, tampoco me siento capaz de localizar en el mapa.

Si Daddy viviera por aquí, lo que Ana ni confirma ni desmiente, supongo que, en caso de que sea católico y de los que vienen a misa los domingos, ésta será su iglesia. Tal vez, sin que le haya reconocido, ahora se encuentre aquí, pero, como nunca he visto una fotografía suya, tampoco me siento capaz de reconocerle. Aparte de que, como Ana intuya, no presto demasiada atención es posible que nos quedemos a la siguiente misa, si la hubiera, o que volvamos esta tarde. Es probable que el nerviosismo que le he notado se deba a eso, a que ella sí conoce a Daddy y se ha percatado que está aquí, que los datos que tenemos sobre él son ciertos y que, aunque esto no sea Toledo, tal vez Daddy se haya mudado en los últimos años, pero, aun así, Ana le ha localizado. Lo lamentable sería que, si de verdad le ha localizado y hemos coincidido con él aquí, nos vayamos como si eso no significara nada, como si Daddy no quisiera saber nada de mí y pensaran que mi ignorancia será la mejor manera de evitarnos un disgusto. Aún nos quedan cinco días de estar aquí. Si he de pasármelos con el lamento de que Daddy no me quiere, sería preferible que nos marchásemos esta misma tarde, porque estoy segura de que la indiferencia y molestia de los albañiles será mucho más agradable que este desprecio. De todas maneras, no he perdido la esperanza ni la ilusión de que tal vez detrás de todo este asunto haya buenas noticias e incluso tal vez cupiera la posibilidad de que me pasase aquí el resto del verano, si Daddy me aceptara. Ana sabe que no soy muy exigente.

Se supone que Daddy es un chico de veintiún años. En un rápido vistazo, sin que Ana se dé cuenta de ello, lo que descubro es que ha acudido bastante gente a misa, gente de todas las edades y la probabilidad de que alguno de los chicos sea Daddy lo cierto es que no me ayuda demasiado a identificar al auténtico. Las dudas se centran en unos siete u ocho, sin conocer su edad y en relación con su aspecto y primeras impresiones. Podría ser cualquiera de ellos, pero lo cierto es que no encuentro en ninguno nada que me resulte familiar, que avive ese instinto natural que en alguna ocasión me han insinuado que todo el mundo tiene para reconocer a sus padres. Tan solo percibo frialdad e indiferencia por parte de todos. Alguno parece que ha acudido a misa tan solo por la obligación. La cuestión es que no tengo la sensación de que me presten atención, salvo que alguno sea más o menos consciente de mi presencia y se haya percatado de que estoy bastante distraída. La razón es que no quiero escuchar porque hablan en español y no me entero de casi nada.

La única cara o espalda que me resulta conocida, por decirlo de algún modo, es la del chico a quien hemos seguido y a quien incluyo entre esos siete u ocho por cuyas características podría ser Daddy. Incluso me da la sensación de que es el mismo con el que me crucé el viernes por la tarde durante mi paseo en bicicleta, aunque esta vez vaya vestido de manera más formal y sin el perro. Sin embargo, eso de que haya acudido a misa a pie, en vez de hacerlo en coche, no me convence demasiado. Nosotras también lo hemos hecho, pero porque en esta ocasión los amigos de Ana no nos podían traer, y casi estoy por pensar que ha sido una decisión de Ana para que éstos tuvieran la mañana libre y no estén tan pendientes de nosotras. Sin embargo, lo del chico éste no tiene demasiada lógica, dado que, si vive en uno de los chales de la zona, en mitad de ninguna parte, lo coherente sería que dispusiera de coche, aparte que tampoco creo que viva solo, por lo cual, alguien habrá en su casa que le traiga, salvo que sea el único de la familia que acuda a misa, lo que tendría mucho más mérito, aunque por lo que he visto hasta ahora, no me ha dado la sensación de que ésta sea una zona en la que haya conflictos religiosos.

11:45 AM. Church

Ana: ¿Cómo hago para que desaparezca ese gesto de aburrida? – Me pregunta preocupada y con intención de que me anime. – Nos quedan cinco días de estancia aquí y cualquiera diría que son las peores vacaciones de toda tu vida.

Jess: Es que, si no estamos en Medford y Daddy llama, no sabrán decirle dónde estamos. – Le respondo con desánimo.

Ana: ¡Eres tú quien no sabe dónde estamos! – Replica. – Por supuesto, dado el ánimo que tienes, tampoco mereces que sea yo quien te aclare esas dudas. – Me advierte con intención. – Si no tuvieras ese empeño por pasarte el día pegada al teléfono o pendiente de esa llamada, disfrutarías más y mejor de esta oportunidad.

Jess: ¡Yo no quería venir! – Replico. – Me avisaste en el último momento y porque se supone que no había nadie que quisiera quedarse conmigo durante estas dos semanas. – Alego.

Ana: Este verano estás bajo mi responsabilidad. – Me contesta. – Si sigues en el St. Clare’s, es porque aún considero posible que seas una chica tan especial como las demás, aunque tú aún no te hayas convencido de ello. – Me dice. – El traslado a Matignon High en tu caso hubiera sido una torpeza, pero confío en que no hagas que me arrepienta. – Me dice con gesto serio.

Jess: ¡No se me ha perdido nada allí! – Replico.

Ésta ha sido mi segunda salida de la urbanización, aparte de algún que otro paseo por los alrededores del chalé. La segunda vez que veo edificios y no campo, pero eso no es razón para que me sienta más animada que otros días, ni aun después de haber estado en misa, porque en realidad en el tiempo que llevamos aquí no ha sucedido nada especial. Este viaje es una pérdida de tiempo. Prefiero que regresemos al Medford, donde es posible que aún haya alguna posibilidad de que haya un día soleado y nos acerquemos por Carson Beach, como en los últimos años, como pensaba que haríamos antes de que me sorprendiera con esto, aunque Ana asegura que es algo que ha gestionado desde hace varios meses y desde el principio pensaba traerme. Es como si todo este viaje lo hubiera preparado para mí, pero está lleno de incongruencias, ni estamos en Toledo ni hemos ido a visitar a Daddy, porque estoy segura de que sus amigos tampoco le conocen y, por supuesto, ellos no son mis padres. Si tiene que ocurrir algo especial, prefiero que sea pronto y no cuando nos marchemos porque entonces ya no querré irme.

Ana: ¿Regresamos al chalé a pie? – Me pregunta. – Parece que se han olvidado de nosotras y no vendrán a recogernos. – Me indica. – Hace un poco de calor, pero, en cuanto lleguemos, nos pondremos el traje de baño y nos iremos derechas a la piscina. – Me propone. – Tal vez vaya un poco más arreglada que tú, pero no tengo reparo en caminar.

Jess: ¿Tenemos que caminar otra vez? – Le pregunto con desgana.

Ana: ¡Venga, no seas perezosa que seguro que no es para tanto! – Me responde. – Así tendrás ocasión de hacerte una mejor idea de dónde estamos. – Justifica. – Para que no nos perdamos, iremos por dónde van los coches. Yo tampoco me conozco demasiado bien la zona y no quiero que nos perdamos.

Jess: ¿En serio que volvemos a pie? – Le pregunto de nuevo con incredulidad y desgana.

Ana: Ya sé que no te apetece y que tal vez no es la mejor hora del día, pero no parece que venga nadie a recogernos y los domingos no pasa el autobús.

Al final me hará pensar que esto de que hayamos venido solas a misa tiene truco, aunque no tengo demasiado clara la intención de todo esto, salvo el hecho de que no me pase encerrada en el chalé las dos semanas que estaremos aquí. Que regresemos a pie o nos recojan con el coche no cambiará en nada la situación, con excepción del hecho de que tendré una mejor idea de dónde estamos y me convenceré de que no estamos tan lejos de la civilización como hasta ahora he supuesto porque tan solo hay olivos y campo abierto en torno a la urbanización. Si nos hubiéramos quedado por aquí, Ana lo hubiera tenido más fácil para engañarme y hacerme creer que estamos en Toledo, aunque este lugar no se parezca demasiado a cómo me imagino que es y lo que hasta ahora se me ha dado a entender. Lo que tengo claro es que no estamos en Medford, a pesar de que haya alguna que otra cuesta y avenida más o menos larga. Lo malo es que la playa se encuentra lejos y, por mucho que mire hacia el horizonte, no hay el menor rastro ni indicio de que tras las colinas se esconda una ciudad, porque en Medford muchos aseguran que Boston se ve desde el tejado de muchos edificios. Aquí no creo que Ana me permita que levante los pies del suelo para comprobarlo. Supongo que tampoco dejarán que crucemos el portal, ya que se trata de edificios privados y considerarán que es una ocurrencia un tanto absurda. Tal vez nos tomen por ladrones o por turistas demasiado descaradas.

Jess: Si no queda otro remedio, volvamos a pie. – Le respondo resignada. – Espero que no esté lejos. – Le digo.

Ana: No me conozco muy bien el camino, pero no será difícil que lleguemos sin perdernos. – Me asegura. – Más o menos tengo una idea de dónde estamos y hacia dónde dirigirnos.

Jess: Si supiéramos dónde se ha metido el chico al que hemos seguido antes, le seguiríamos ahora también. – Le propongo para que no piense que estoy demasiado desanimada ante la expectativa del paseo. – Pero le hemos perdido la pista.

Ana: Supongo que, como estabas distraída, no te has fijado bien. – Me contesta y recrimina. – De todos modos, ahora no sé dónde ni por dónde se ha ido. – Reconoce.

Jess: Está lejos ¿o es que por aquí no hay costumbre de venir a misa los domingos? – Pregunto contrariada.

Ana: Cada cual tiene sus motivos. – Me responde sin juzgar a nadie.

Le preguntaría por Daddy, pero no quiero que me acuse de que estoy obsesionada con él y no hago nada al respecto. Quizás se haya enterado de que Daddy acostumbra a venir a esta iglesia y por eso este domingo tampoco hemos faltado, aparte de que sea obligatoria la asistencia o, de lo contrario, más vale que nos arrepintamos y lo comentemos cuando nos confesemos porque no tenemos excusa para no haber venido, salvo el hecho de que no tenemos a nadie que nos recoja y nos lleve de regreso. En cualquier caso, como la confesión es secreta, supongo que nunca me enteraré de si Ana me oculta o no que conoce a Daddy, salvo que la penitencia sea que se sincere conmigo. A cambio también debería ser sincera con ella sobre otras cuestiones, por lo cual no sé hasta qué punto me conviene que no haya secretos entre nosotras porque es probable que saliera perjudicada y piense que no me merezco saber nada sobre Daddy. La verdad es que no soy tan mala, tan solo rebelde, como cualquier otra chica de mi edad, aparte de que Ana sabe ser comprensiva cuando hay arrepentimiento y propósito de enmienda. Como en alguna ocasión me ha insinuado, el perdón lo recibo por el sacramento de la confesión, cuando tengo motivos para sentirme en paz conmigo misma y con mi conciencia.

Ana: Venga, un pie delante de otro y regresemos al chalé. – Me ordena. – No te canses antes de tiempo.

Jess: Ya voy. – Le respondo.

Doy un paso, dos y al tercero me detengo porque, por fortuna para nosotras, las dos caemos en la cuenta de que vienen a recogernos y nos evitaremos el paseo. Lo que supongo altera y estropea los planes y expectativas que Ana se había creado al respecto, a la posibilidad de que, lo quiera o no, tendría que enterarme de dónde estamos y saber algo más de lo que hay más allá de lo que alcanza mi vista cuando estoy en el chalé. Para mí, la verdad es que supone un alivio, porque me parece que el chalé se encuentra lo bastante lejos de aquí como para que el coche no sea opcional y a estas horas de la mañana hace demasiado calor como para que estemos al sol. Ana ha sido la que me ha insistido una y mil veces que evite las exposiciones al sol en las horas centrales del día, lo cual no sería coherente con el paseo. Ya habrá ocasión para que demos una vuelta en otro momento. Si ya se ha dado cuenta de que no me convence la bicicleta, quizá se anime y me acompañe, salgamos las dos de paseo antes de la cena, con el frescor de la tarde, cuando los vecinos de la urbanización sacan a sus perros de paseo. Así se asegura de que no me pierdo y me hará compañía. Tal vez la convenza y me lleve hasta ese chalé al que fue el otro día. Dudo bastante que el paseo de aquella mañana se lo diera hasta aquí. No tardó tanto en volver y no me dio la impresión de que estuviera muy cansada ni que le hubiera dado el sol.

La incertidumbre y duda que me queda está en saber si yendo de aquí hasta el chalé nos encontraríamos con algo interesante, con alguna sorpresa que Ana me hubiera querido dar. Pero que se quedará como un misterio ahora que han venido a por nosotras. Tal vez sea una impresión equivocada, provocada por mi anhelo por ese encuentro con Daddy, porque parece que a lo largo del día no pienso en otra cosa y cuando estoy con Ana casi siento la necesidad de reafirmarme en ello porque lo considero factible. La cuestión es que tengo la sensación de que Daddy no se encuentra lejos de aquí, que la intención oculta de este viaje es que nos conozcamos e incluso que me quede con él y no regrese al St. Clare’s. Sin embargo, no tengo ninguna evidencia de ello. No hay nada que me confirme esa suposición, más que el hecho de que el comportamiento y la actitud de Ana me resultan intrigantes. Se muestra demasiado reservada a la hora de hablarme de sus asuntos y me temo que la negativa a aclararme dónde estamos no es porque me haya castigado por mi recelo a venir, sino para que no me muestre demasiado nerviosa ni insistente en el supuesto de que descubriera que estamos en Toledo y Daddy vive cerca de nosotras. Para tranquilidad de Ana, hasta ahora no he visto ni me he tropezado con nada que coincida con la idea que tengo sobre cómo es Toledo. Aunque soy consciente de que mis expectativas y la realidad quizá no sean tan coincidentes como me gustaría. Mi sueño es encontrarme con una ciudad tan grande e importante, al menos como Boston. Sin embargo, ni la urbanización ni donde se encuentra la iglesia tienen semejanzas con Medford ni los alrededores del St. Clare’s Home, salvo por las cuestas.

12:50 AM. Swimming pool

¡Un poco más y no venimos a la piscina! En cuanto hemos regresado al chalé, sin estar muy convencida de si vendríamos, me ha concedido quince minutos para que me cambiase o no nos moveríamos de la parcela. La excusa era que se nos hacía un poco tarde y es casi la hora de comer, según el horario que tienen aquí y al que nos hemos amoldado porque no nos ha quedado otro remedio, aunque a mí me parece que tienen costumbres un tanto raras, pero supongo que es la mejor evidencia de que no estamos en Massachusetts, que si Ana pretende que conozca mundo y no viva encerrada en el St. Clare’s, mejor lugar no hubiera encontrado. Al menos estoy de vacaciones y se me da la oportunidad de que me levante a la hora que me apetezca. Lo mismo sucede por las noches cuando llega la hora de acostarse, aunque Ana tampoco me consiente que me tome demasiadas libertades porque no debo ser la única que se quede levantada, aparte que no compartimos habitación y no quiere que la obligue a levantarse para pedirme que me acueste y éste callada. Sin embargo, no es necesario que me vaya la cama a la misma hora que ella, si no me apetece. De todas maneras, mucho trato con sus amigos no quiero tener ni me gusta que sean éstos quienes controlen mis horarios. Por las mañanas me levanto tarde porque estos días me he encontrado con que me han dejado sola, se han fiado de mí. A partir de ahora, que parece que Ana ya ha resuelto sus asuntos, quizá no sea tan permisiva. Sin embargo, nos quedan cinco días de estancia aquí y no hay tiempo para que coja malas costumbres. Ana sabe que lo que a mí me hace saltar de la cama es que llamemos al St. Clare’s con la expectativa de que haya alguna noticia sobre Daddy.

He tardado dieciséis minutos en cambiarme, en ponerme el bikini. Si me he entretenido un poco más ha sido porque necesitaba pasar por el cuarto de baño, dado que, como tal, la piscina no cuenta con vestuario ni aseo, se entiende que quien lo necesite no tiene más que volver a su chalé. En este caso he supuesto que Ana no querría perderme de vista, aparte que me llevaba aguantando desde que llegamos a la iglesia a consecuencia de los nervios y agotamientos del paseo. Suerte que hayamos regresado en coche, porque no habría sido capaz de esperar hasta que regresásemos a pie. De este modo he salido del chalé con la tranquilidad de que al menos hasta dentro de un par de horas no lo necesitaré. Sin embargo, si los chicos se ponen tontos o me empiezo a sentir incómoda, lo utilizaré como excusa y Ana no se negará. Cuando acudimos a Carson Beach, en alguna ocasión ella también ha recurrido a esta excusa para que nos marchásemos antes de tiempo.

Por el ambiente que hay en la piscina a estas horas, supongo que se nota que es domingo y que han empezado las vacaciones. Hay más gente que otros días, un poco más de ambiente, pero no hay nadie que hable en inglés ni tan siquiera que me haga pensar que ésta sea una piscina en la que me encontraré con Daddy. Aquí me siento tal y como se supone que debo, perdida y fuera de mi ambiente, a pesar de que haya chicos y chicas de mi edad, con quienes no tengo interés ni intención de relacionarme; no gano nada con ello porque nos marchamos dentro de cinco días. El hecho de que haya venido a la piscina estos días, cuando no ha llovido, ha sido porque hacía calor y necesitaba refrescarme, aparte de tener un entretenimiento para no sentirme encerrada en el chalé. Vengo, me doy un chapuzón más o menos rápido y regreso al jardín del chalé a tomar el sol, donde nadie me moleste. Si me quedase por aquí, temo que alguien se me acerque y no me apetece hablar con nadie, aunque sería la excusa y ocasión para preguntarles dónde estoy. Sin embargo, no me gusta que me tomen por tonta debido a mi desconocimiento ni por tener que dar tantas explicaciones sobre mis circunstancias. Casi mejor que me dejen tranquila y que nadie se entrometa en mi vida ni en mis asuntos. Lo que sé es que estoy en mitad de ninguna parte, con la sospecha de que habrá alguna ciudad cerca y que el aeropuerto al que llegamos hace nueve días está lo bastante lejos como para que no haya visto aviones que pasen por encima de mi cabeza. En el St. Clare’s de vez en cuando se escucha alguno porque el aeropuerto de Logan se encuentra cerca. Además, aquí el clima es mucho más seco, no se siente la humedad del océano, por lo que me creo eso de que la playa se encuentra a más de cuatrocientos kilómetros. Lo que no tengo tan claro es lo lejos que estoy de Daddy desde aquí, igual son miles de kilómetros que está en el chalé de al lado, sin que ninguno de los dos lo sepa. En cualquier caso, descarto que los vecinos de uno y otro lado del chalé puedan ser Daddy.

Nos hemos sentado en el borde de la piscina, para chapotear con los pies en el agua. De momento ninguna se ha animado a meterse, aunque mientras veníamos Ana se ha quejado del calor y me ha insinuado que pensaba bañarse, confiada en que seguiría su ejemplo y que no me lo tendría que decir dos veces. Sabe que yo soy más chica de playa y que en este ambiente me siento un poco cohibida, pero es la única oportunidad que tengo para refrescarme y disfrutar del agua, salvo que me pase las horas en la bañera, pero ya me ha advertido que aquí no se tiene esa costumbre, que lo más que se me permite es una ducha en la que me lave hasta detrás de las orejas, pero, si quiero disfrutar del agua, la piscina está a dos pasos y la presencia de los demás, tan solo es una excusa para que no me olvide el traje de baño ni la toalla. En el St. Clare’s tampoco se nos permite que llenemos la bañera de agua y nos pasemos allí la tarde, sobre todo porque el cuarto de baño hay que compartirlo y conviene que la puerta no esté cerrada más tiempo del necesario.

Ana: ¿Te apetece que vayamos a alguna parte esta tarde? – Me pregunta y propone. – Nos quedan pocos días de estancia aquí y, salvo porque hemos ido a misa y dado algún que otro paseo, lo cierto es que no te has movido de la urbanización en todo este tiempo. – Constata y me recrimina. – ¿No tienes curiosidad? – Me pregunta. – Supongo que querrás saber dónde estamos, pero estoy convencida de que aún no lo has averiguado.

Jess: Esta tarde tenemos que esperar. – Le contesto con intención. – Tal vez llamen del St. Clare’s y nos digan que hay noticias sobre Daddy. – Argumento sin mucho entusiasmo por sus planes.

Ana: Cuando te apetezca que vayamos a alguna parte, me lo dices. – Me contesta con impotencia ante mi poco entusiasmo. – A veces no te entiendo. – Me recrimina. – Tienes la oportunidad de descubrir mundo, de saciar tu curiosidad, y te quedas parada.

Jess: Quiero regresar a Medford. – Le respondo. – No sé a qué hemos venido hasta aquí. – Le confieso. – He perdido toda la semana para nada. – Me lamento. – Tú tienes que resolver ese asunto del St. Clare’s, pero yo me encuentro aburrida, sin nada que hacer. – Alego. – Ni tan siquiera dejas que te ayude con ese asunto. 

Ana: Después de comer, nos vestimos y nos vamos de paseo. – Me indica sin posibilidad de negativa. – No me parece oportuno que te pases aquí encerrada las dos semanas. – Justifica con seriedad. – Hemos venido de vacaciones, de turismo, y estoy segura de que, cuando comience el curso y quieras hacer nuevas amigas, te preguntarán qué has hecho este verano. Si les dices que no te has separado ni un centímetro del teléfono, pensarán que no tienes nada interesante que contarles.

Jess: Pero ¿volveremos pronto? – Le pregunto sin mucho entusiasmo. – Tenemos que llamar y preguntar si hay noticias de Daddy. – Le recuerdo.

Ana: Si pudiéramos, nos despediríamos de mis amigos y nos quedaríamos en la ciudad hasta el viernes. – Me responde. – Sin embargo, no podemos gastar por encima de nuestras posibilidades, de manera que estaremos de regreso en cuanto anochezca.

Jess: ¿Y no telefonearemos? – Le pregunto preocupada. – Quizá haya noticias. – Alego con optimismo.

Ana: Si te comportas, lo haremos en cuanto volvamos del paseo. Pero, como te oiga protestar, no llamaremos hasta el viernes, cuando estemos en el aeropuerto de Logan y tengan que venir a por nosotras. – Me advierte.

Jess: Vale. No te lo preguntaré más. – Le prometo con resignación. – Pero, si llaman y hay noticias de Daddy, me lo cuentas.

No me apetece que vayamos a ninguna parte, aunque entiendo que Ana quiera que aprovechemos el viaje, que no sea una total pérdida de tiempo, como me lo ha parecido hasta ahora. No le ha bastado el paseo que nos hemos dado desde la iglesia y pretende que esta tarde las dos vayamos a la ciudad, que hagamos un poco de turismo, aunque sabe que al único sitio al que quiero que me lleve es a casa de Daddy, si es que sabe dónde es y ha hablado con él. Quiero que me explique por qué hemos venido hasta aquí y qué ha hecho durante estos últimos días en que no ha dejado que le acompañase. Tengo la impresión de que una vez que ha entregado la carpeta que llevaba el viernes, su actitud ha cambiado por completo. Ahora está mucho más relajada y dispuesta a dedicarme todo su tiempo y atenciones. Lo malo es que, si cuando estoy en el St. Clare’s me tiene que sacar de allí por las malas, a riesgo de que me adelante y me esconda hasta que pase el peligro, aquí me siento en desventaja porque no conozco el lugar y sé que, como se me ocurra perderme, lo más seguro es que no encuentre el camino de regreso o quizá me encuentre con alguien que intente hacerme daño. Me guste o no la situación, es Ana quien toma las decisiones y a mí no me queda más alternativa que resignarme. Lo hago porque aún espero que me tenga una sorpresa preparada y antes del viernes me diga que ha encontrado a Daddy e iremos a hacerle una visita.

Ana: Estás pensativa. – Me dice. – ¿Qué tramas? – Me pregunta con suspicacia. – Te aseguro que el paseo de esta tarde te gustará. – Afirma convencida. – Ya sé que te haría más ilusión que te llevara con Daddy, si supiéramos dónde vive y estuviera cerca, pero esta tarde tan solo iremos de visita turística a la ciudad para que sacies esa curiosidad reprimida.

Jess: ¿Está muy lejos la ciudad? – Le pregunto intrigada.

Ana: Bastante más cerca que si fuésemos a Carson Beach. – Me responde.

Jess: Para ir a Carson Beach tenemos que atravesar todo Boston. – Replico y le recuerdo. – Desde aquí estamos muy lejos de cualquier sitio. – Constato. – ¿Iremos en autobús? – Pregunto.

Ana: Los domingos no hay autobús. – Me contesta y aclara- Mis amigos nos llevarán en coche y nos recogerán cuando queramos volver. – Me comenta.

Jess: Entonces ¿volveremos esta noche? – Pregunto contrariada.

Ana: Sí, salvo que tengas el capricho de que cenemos en la ciudad, estaremos de regreso antes de que anochezca.

Jess: Entonces, no hará falta que prepare la maleta. – Le contesto.

Ana: ¡Cómo se te ocurra tocar la maleta, te meto dentro! – Me advierte con complicidad.

Lo cierto es que sí me apetece que me saque de aquí, aunque preferiría que fuera con idea de que regresemos al aeropuerto y desde allí a Medford, porque después de una semana he perdido el poco interés que tuviera por saber dónde estamos. Me he cansado de estar rodeada de campo y de extraños que hablan en español y con quienes no tengo ninguna relación. Desde nuestra llegada hace nueve días, me ha reiterado e insistido en que hay una ciudad cerca, aunque hasta ahora me he negado a ir porque no tenía ninguna excusa ni necesidad. En la maleta llevo todo lo necesario. Como no salgo de la urbanización, con lo que he traído es más que suficiente. A Ana le hubiera gustado que tuviera un vestuario más variado y acorde para ir a misa, pero se ha encontrado con que es más limitado de lo que pensaba y que le he tenido que confesar que desde hace algún tiempo quizá no cuido tanto mi vestuario para acudir a la parroquia, pero de momento es algo que no tiene remedio y que aquí no se puede solucionar.

Para que entienda que no le haré más preguntas sobre la ciudad ni nuestro paseo, que reprimo mi curiosidad por saber más sobre sus planes e intenciones para esta tarde, aprovecho que estamos sentadas en el borde de la piscina, para darme un impulso con los brazos y lanzarme al agua. Prefiero mantener las distancias porque no quiero saber nada, por mucho que sienta ese impulso irremediable de preguntar y que me aclare la infinidad de dudas que me plantea nuestra estancia aquí, sobre todo las sospechas que rondan por mi cabeza desde que llegamos, aunque, como Ana me advierte siempre, lo más probable sea que mi inquietud la provoque el hecho de que cada vez que me alejo dos pasos del St. Clare’s empiezo a buscar a Daddy por todas partes. Esta vez hemos tomado dos aviones para llegar hasta aquí, de manera que ese impulso está más que justificado, a pesar de que el resultado sea el mismo. No tengo la menor evidencia de que hayamos venido en busca de Daddy, tan solo demasiada imaginación y el anhelo de que esta vez sea cierto. Sin embargo, Ana me prometió que nunca me mentiría en lo referente a Daddy y el otro día me aseguró que no veníamos a buscarle.

Que esta tarde pretenda que vayamos a la ciudad quizá sea la única manera que tiene para que desmienta la falsa creencia de que estamos en un oasis mitad de ninguna parte y alejados de todo el mundo. Más o menos ya me he mentalizado que la ciudad se encuentra cerca por los viajes que Ana ha hecho estos días, aunque lo llamativo sea que para resolver ese asunto que tanto le inquieta le ha bastado con visitar a uno de los vecinos de la zona. Supongo que, si me lleva a la ciudad, pretende que descubra dónde estamos es porque se ha asegurado de que no nos encontraremos con ninguna sorpresa y la situación está controlada. En el fondo entiendo que no me ha levantado el castigo, de lo contrario actuaría sin tanto secretismo y misterio. La cuestión es que, con el paseo de esta tarde, con la visita a la ciudad, pretende que tenga un tema de conversación para hablar con las amigas que se supone haré en el Medford High el próximo curso, no de un acercamiento a Daddy ni a la posibilidad de que descubra algo nuevo sobre éste, como en realidad sería mi anhelo. Para mis nuevas amigas seré como una chica sin padres que además no sabe dónde ha estado este verano. Estoy casi segura de que mis nuevas amigas pensarán que soy tonta o algo peor y contra eso no tengo muchos argumentos que me favorezcan. Lo cierto es que será una suerte que llegue a hacer amistad con alguna compañera.

Aquí en bikini y en un país extraño, mientras no abra la boca ni haga nada que me delate, supongo que soy una chica como las demás, tal vez lo que me diferencie un poco sea mi color de piel, pero es como si mi bronceado fuera natural, porque es más rojizo. Como me ha llegado a insinuar Ana, para ver si con ello me animo y relaciono un poco más con los jóvenes del lugar, si fuera un poco más sociable me daría cuenta de que mis temores al rechazo no tienen justificación, en estas fechas, a comienzo del verano se hace previsible que haya gente nueva y haya una mejor actitud de acogida. Mi argumento es que aparte de las limitaciones del idioma y las diferencias culturales por pocas que sean, tengo el inconveniente de que nos marchamos   el viernes y no siento la necesidad de relacionarme con nadie. En realidad, me es indiferente que se me considere una chica normal o se fijen en mí por otros motivos, es un interés al que no correspondo. Tan solo me he acercado a la piscina para refrescarme, lo de hacer nuevas amistades lo aplazo hasta que comience el curso, cuando haya alguna posibilidad de que sirva para algo. Aquí no tengo interés en regresar, salvo que me confirmen que Daddy vive cerca y que gracias a esas amistades me sentiré más integrada.