Literatura aspie

18 de febrero, Día Internacional del Síndrome de Asperger

«Silencio en tus labios»  15 de febrero, sábado 2003. Versión de Manuel

Con toda franqueza se permitió llamarme «tonto». Mis recelos eran una cuestión propia más que consecuencia de la actitud de los demás. En definitiva, Ana era de la opinión de que era tonto actuar así por algo sin importancia, aunque no lo expresara tan claramente por no ser indiscreta.

Reflexión

En una fecha como ésta, 18 de febrero, se hace obligado hacer alguna alusión al Síndrome de Asperger, porque, como así queda constancia en la dedicatoria de la novela «Silencio en sus labios», ésta no se entendería sin ese pequeño matiz. Es una novela escrita en su mayor parte, en las dos versiones, antes de yo tener conocimiento de que padecía este síndrome. Ha habido algunas correcciones posteriores, pero para darle una mayor coherencia literaria a la línea argumental, pero, en esencia, en todo momento he procurado y respetado cada pasaje como los escribí en un principio.

El hecho de escribir sobre mi vida y experiencias personales con una interpretación novelesca ha sido y es una manera de entender el mundo que me rodeaba, de darle un sentido a todo aquello que no entendía de las relaciones sociales.

De manera particular, ese pasaje de la novela es en el que mi personaje se enfrenta de manera directa a sus bloqueos. Diría que es un pasaje inventado, que nunca sucedió tal y como está redactado, pero con el paso del tiempo y la objetividad que da la distancia, supongo que ha sido una situación típica en mi vida, cada una con sus matices y circunstancias particulares.

El detalle de este pasaje está en su desenlace, en el hecho de que frente a los temores de mi personaje, con más o menos fundamento, después de un acto heroico un tanto innecesario y comprometedor, pero no por ello con menos sentido ni intención en el desarrollo de la novela ni en la intención de escribirla.

Mi personaje se resiste a acudir a esa cena de amigos a la que no ha sido invitado y para quien es evidente su presencia pondrá en evidencia sus torpezas y no tanto sus deseos de integrarse en el grupo, en particular por los motivos que le llevan a acudir, por iniciativa propia no le resulta alentador. Sin embargo, una vez que se ha llegado a ese momento del relato, a esa situación en la que cualquier opción resulta igual de tensa. 

(…..)

Con toda franqueza se permitió llamarme “tonto”, aunque no discutió mis justificaciones para preferir quedarme en casa. Abusando de esa fraternidad y de las buenas relaciones que se suponía había entre nosotros, olvidando los malos rollos, me dijo con claridad lo que opinaba al respecto, lo cual no era un deber moral porque no era quien para juzgarme ni dar consejos a nadie, pero personalmente opinaba que mi actitud y planteamiento resultaba de lo más estúpido, porque si se suponía que todos éramos hermanos y debíamos vivir nuestra fe dentro del Movimiento, con mi actitud lo que provocaba era que se levantase un muro a mi alrededor, de tal manera que, si ella, a pesar de la distancia, se sentía unida al Movimiento, no era coherente que yo, que era de la misma ciudad, tratara a los hermanos como si no les viera en todo el año, cuando los tenía a dos pasos de mi casa y podía participar en todo lo que el Movimiento organizase. Había tomado una postura cómoda y me negaba a salir de ahí, lo que me frenaba a la hora de crear ambiente y sentirme integrado, de modo que era lógico que nadie contase conmigo.

18. febrero 2015

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