Y ahora dime que me quieres

Versión de Ana

Versión de Manuel

Es la cena del sábado por la noche, antes de la Vigilia; Es la cena después de la gran metedura de pata de Manuel, por haber cometido la estupidez de rechazar a Ana como su compañera para el Emaús, de lo cual todos sus amigos han sido testigos, y muchos no se termina de creer cómo ha podido ser tan tonto. Es la cena después de que las amigas de Ana han visto como ésta se ha sentido humillada porque había puesto toda su ilusión en ese paseo y la negativa de Manuel ha sido como si mil puñales le atravesaran el corazón. Es la cena después de que ella lo tuviera todo hablado y planeado con las amigas y Manuel la hubiera puesto en el mayor de los ridículos. Es la cena después de que, tras ese paseo de una hora con un inesperado cambo de compañero, Ana se ha mostrado sorprendentemente callada y reservada con todas sus amigas. Es la cena del sábado por la noche después de que en un arranque de sinceridad, sin haber medido muy bien sus palabras, Ana le haya confesado a Manuel que está enamorada de él.

Ésta es la cena en que Ana se siente el centro de todas las miradas y Manuel de todos los juicios, y no muy favorables porque hay que ser un metepatas para haber actuado de esa manera. Ésta es la cena de la amistad, en donde todos se sienten felices y encantados por estar con quien ha sido su compañero en el camino de Emaús, de regreso al pueblo desde el campo, y donde todo el mundo tiene la sensación de que nuestra pareja va a ser la nota discordante, de tal manera que se ha creado un cierto silencio tenso, que todo el mundo disfruta del momento de volver a verse, pretende mostrarse ajeno a lo que le pueda suceder a nuestra pareja, pero les observan de reojo. Tal vez no haya sido tan buena idea eso de cenar por parejas, porque Ana pierde la protección de sus amigas y hasta cierto punto estas se sienten un poco culpables por abandonarlas, pero es que es la última noche y la pascua no gira en torno a ellos dos. todo el mundo tiene derecho a disfrutar de ese momento de explosión de fraternidad e incluso de romanticismo por parte de aquellos que ya tienen una relación más o menos afianzada.

El primer chaparrón de miradas, lo que casi es un linchamiento moral, lo ha de sufrir Manuel porque es el primero de los dos en llegar. Su grupo es quien sirve la cena y éste se compone tanto de chicos como de chicas. El otro chico quizá no tengan mucha idea de lo que ha pasado, pero las chicas cuatro han tenido que pasar por el alojamiento tras el paseo, por lo que son conscientes de la tensión que se respira. Tal vez las chicas tampoco estén muy al corriente de lo sucedido, pero, si Ana se muestra tan callada, tan reservada, lo lógico es suponer que tan solo hay un culpable. Además, como son éstas quienes acuden al comedor para informar de que la cena será por parejas, una continuación de «el camino de Emaús», se les plantea la disyuntiva de dónde han de sentar a nuestra particular pareja, sin que Ana haya puesto reparos en ese sentido. Pero claro, ella no quiere ser quien estropee la fiesta a los demás y menos por quien ya sabemos. Es la última cena y las celebraciones han de seguir. ¡Todo el mundo a cenar con una sonrisa!

La gente va llegando al comedor y éste se va llena de alegrías con la misma velocidad con la que se ocupan las sillas. Aquello parece como una cena de gala en la que todo el mundo tiene su sitio reservado, todo el mundo encuentra a su pareja o compañero del Emaús, si es que no se han encontrado por el camino o vienen juntos. Hasta los del grupo de Manuel reciben el saludo afectuoso de los suyos, para darles a entender que ya están allí y que esperan tener esa silla libre a lado de la suya. Todo es felicidad. Manuel ha sido un tonto, pero, en todo caso, ha de ser a él a quien echen de comer a parte quien se quede con hambre para ver si así escarmienta y se deja de hacer tonterías porque ya todo el mundo se ha cansado de ese sinsentido.

«Hola, esta noche cenamos juntos» – se dicen unos a otros con el entusiasmo de recibir una respuesta afirmativa e igual de entusiasta.

Y Manuel mientras está pendiente de la llegada de Ana, de la puerta, ante la duda e incredulidad de no saber si lo que ésta le ha susurrado al oído ha sido fruto de un imaginación, de un impulso poco comedido o una verdadera declaración de amor. Porque, si los demás están tan felices por volver a juntarse, él se desvive por ese reencuentro. Lo malo es que no puede desatender sus obligaciones como un de los responsable de servir las mesas, por lo cual tiene la atención dividida y no tiene muy claro cómo reaccionar, porque tampoco está muy claro a qué se ha referido Ana cuando le ha dicho eso de «Luego hablamos» ¿Se refería a la cena?

Y cuando Ana llega, Manuel siente mariposas en el corazón, que retumba la música, que ha llegado la reina de su corazón, que todo eso que no ha sentido cuando ésta le ha dicho que le quería, ahora se convierte en un estallido de vida. Ana llega la última, cuando ya están casi todos sentados y se limita a buscar una silla libre, sin hacerle caso a nadie o, en todo caso, intenta evitar que su retraso altere la felicidad reinante en el comedor. Es hora de cenar y no es momento para tonterías, para ponerse en evidencia, aunque él único que tiene puestos los ojos y la atención sobre ella sea Manuel

Como al grupo de Manuel le correspondía servir la cena, éste aún no se había sentado. De hecho, casi me pareció premeditado, por los nervios y la confusión que le recorría todo el cuerpo, expectante ante mi llegada.

Ana, 19 de abril. Llegada al comedor

Ana acude al comedor con idea de divertirse, de relajarse, de dejar atrás las tensiones de los días previos. Esta noche tiene a Manuel justo donde ella quiere, comiendo de la palma de su mano, como un inocente corderito, que se va a cuidar muy mucho de decir una palabra menos inteligente que la otra, que las que escuche de sus labios, por lo cual, ni una sola tontería. Manuel sabe que todos los ojos están puestos sobre ellos, que todo el mundo espera alguna reacción de Ana a lo ocurrido esta tarde, de modo que basta una gota de agua para que se desborde el vaso de su paciencia. ¡Ay, si supieran lo que desbordan sus corazones!

¡Venga, valiente, ahora haz el tonto! ¡Estamos en la pascua!

La diversión comenzó en cuanto se sentó, en cuanto le tuve tan cerca de mí que no me reprimí ni lo intenté

Ana, 19 de abril, Manuel se sienta a la mesa

Y Ana se limita a cenar, con un ojo en el plato y un mirar de reojo a Manuel a la espera de que éste le diga algo, se ponga en evidencia delante de todo el mundo. La tensión se siente en el ambiente. Ana está seria, callada, como resignada ante el hecho de que esta noche no le queda otro remedio que resignarse y compartir mesa con Manuel, que estar sentada a su lado, tan cerca que casi es como si se sentara en su regazo, y todo porque prefiere ser ella quien se sacrifique y no le estropee la fiesta a los demás. ¡Qué buen corazón tiene Ana! Pero es que los demás se lo merecen después de tres días, de haber cuidado de ella con tanta paciencia y delicadeza. Que ella tenga paciencia esa última noche, aunque sea la peor de todas, es un esfuerzo pequeño. Manuel ya está lo bastante acobardado y no hará nada que pueda lamentar o de lo que se pueda arrepentir. ¡El cupo de tonterías ya está más que superado!

En vista de que la tensión poco a poco va en aumento, que ese disfrutar de cada bocado genera una cierta confusión, Ana, que ha sido la última en llegar, también es la primera en marcharse. Su grupo es el que ayudara en la Vigilia y tampoco se puede entretener mucho más. Además, ella es una chica discreta y le incomoda sentirse el centro de todas las miradas, de modo que prefiere macharse y que sea Manuel quien soporte todo aquello. En cierto modo, le devuelve la libertad, le deja ahí indefenso ante el juicio de la infinidad de preguntas para las que nadie tiene respuesta. Ana que suele ser el alma de la fiesta, la alegría que se contagia a todos, ahora se mueve casi como un fantasma, sin querer ser vista ni oída. Lo único que ha quedado claro es que cuando acerca sus labios al oído de Manuel a éste se le escapa una sonrisa de incredulidad. A todos os demás les ignora.

Demasiadas preocupaciones tiene Ana en la cabeza esta noche como para quedarse esperando a que Manuel encuentre el valor de decirle algo, esa declaración que ella espera de sus labios, de su corazón. pero claro, todos los ojos están puestos sobre él porque no se puede ser más tonto y casi mejor que no remate la faena.

En todo caso, ya sabes lo que Ana ha dicho.

Te quiero, tonto. Luego hablamos

Ana, 19 de abril

Pues eso, luego hablamos.

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