Mi infancia desde siempre ha estado marcada por algo que, en realidad, al final, no ha sido tan importante o que de algún modo camuflaba lo que era mi verdadero problema. He de admitir que problemas y dificultades he tenido desde siempre, lo cual con el paso del tiempo he acabado por comprender que era lo obvio, pero no era tan solo por un detalle en concreto, sino por el conjunto y lo que a primera vista parecía lo obvio, al final no lo ha sido tanto. Se entendía que mi afán por escribir, por no tener una vida social tan viva y extensa como los demás chicos de mi edad se debía a una cuestión física, a mis pies, porque si no tienes la agilidad de los demás, si no puedes correr, si te ves obligado a llevar un calzado ortopédico, pues claro, después se habla de la crueldad de los niños, de las selección natural, porque según van pasando los años dentro del mundo de los niños se empiezan a establecer normal, reglas, amistades y quien no está a la altura de las circunstancias poco a poco se va quedando atrás. Sobre todo porque para los demás yo tan solo tenía un problema, quienes me conocían un poco mejor tal vez pudieran enumerar alguno más, pero atribuían la raíz a lo mismo o tal vez ya intuyeran que había algo más, pero no se le daba la relevancia que ello tenía porque dentro de lo que se podía esperar yo crecía como un niño normal.

Desde los diez años es fácil saber cómo son mis pies, distinguirlos del resto de los pies. De lo contrario tal vez el pie izquierdo que aparece en la foto podría ser el mío. Sin embargo, y como es obvio, no lo les, entre otras razones porque éste es un pie de chica y recordado de una fotografía para ilustrar esta entrada, sin que yo me considere un fetichista, ni tampoco traumatizado por ello. Quienes me conocen y saben cómo son mis pies, a simple vista se dan cuenta de que ese pie no les resulta familiar. Mis pies, a su manera, llevan las marcas de mi vida, de mi historia personal, han sido de algún modo la representación gráfica e incluso poética de gran parte de mi vida.
Los pies son los que soportan el peso del cuerpo, los que te permiten caminar, avanzar, dar saltos, correr, te dan equilibrio, impulso para alcanzar las metas que te marcan en la vida. Mis pies durante años han sido parte de mi propia personalidad, porque, al igual que todo el mundo, yo también me fijaba en lo obvio y en base a ese conocimiento de mi propia historia personal forjaba esa personalidad, sin ser muy consciente de que debía fijarme en el todo, ya que con los pies no se escribe, con los pies no se saluda, con los pies no se mira a los ojos. Los pies van protegidos dentro del calzado cuando hace frío y descalzos cuando puedes caminar por la orilla del mar. A mí desde siempre me ha gustado la playa y he disfrutado de ésta cuando he podido, sin que hayan sido los pies quienes me hayan limitado o condicionado en ese sentido. Hasta me decían que era bueno que me descalzara y paseara por la arena que era bueno para fortalecer la pisada.
El caso es que llegó un día de mi infancia en que el médico que me trataba el problema de los pies, el podólogo, considero que no había ningún progreso, que aquello no se solucionaba con plantillas ni calzado ortopédico, de modo que consideró que la mejor solución era operar. De manera que tuve que pasar por quirófano, Y sí, literalmente puede decirse que yo no he perdido un tornillo, sino dos, en cuestión de trece meses, porque después de ponérmelos para corregir el defecto de los pies, hubo que volver a quitarlos para que el hueso se fijara.
Se acabaron las visitas al podólogo, se acabó eso de sentirse un poco menos que los demás, aunque en mis pies quedasen esas cicatrices que me recordaban mi pasado. Se acabaron las excusas para no ser como el resto de mis compañeros, de mis amigos. Lo único que quedaba por hacer desde aquel día era esforzarse por estar a la misma altura de éstos consciente de que tendría una dificultad añadida, ese pequeño retraso, pero con un poco de esfuerzo por mi parte, con el tiempo, todo se resolvería, que no se trataba de que de pronto fuera mejor que nadie, ni tan siquiera igual a aquellos que demostraban mejores cualidades, tan solo que la desventaja que llevara con respecto a éstos poco a poco se redujese porque ese pequeño problema ya estaba resuelto
Pero el niño de los pies, se convirtió en un adolescente que seguía teniendo ese gusto por escribir, esa dificultad por relacionarse con los demás en igualdad de condiciones, de tal manera que lo que para los demás ya no era tan obvio empezó a serlo. Y si el problema ya no estaba en los pies, si no eran los pies lo que forjaban de algún modo mi personalidad, mi carácter ¿Qué pasaba? Y surgieron las preguntas, tal vez la respuesta a esa infinidad de interrogantes que ya flotaban en el ambiente, dado que no podía recudirse todo a una simple cuestión de pies.
Y al adolescente le empezó a gustar la poesía, no solo escribir prosa; al adolescente le empezaron a llamar la atención las chicas como fuente de inspiración, la poesía como medio de comunicarse con éstas. La poesía era un canto de libertad una manera un poco más fácil que esos cuento que escribía para sí en la privacidad de su casa. Ya sabes, el chico patoso con el deporte, en los juegos de equipo, ese que poco a poco ha ido perdiendo amistades por el camino, encontraba una manera de atraer la atención de los demás, porque, si ya no tienes problemas en los pies, pero, aun así, sientes que para los demás eres el último al que escoger para formar equipos, tal vez gracias a los poemas sepan lo que piensan, porque si a los chicos les gustan las chicas, quizás a éstas les gustase la poesía.
Sin embargo, se terminaron los años en el colegio, llegó la época de estudiar en el instituto, nuevos compañeros, nuevos ambientes, nuevas inquietudes y nuevas pautas, donde de nuevo las dificultades se reducían a lo obvio, que aún era demasiado pronto para pensar que los pies ya se hubieran curado, que ya no eran necesarias las plantillas, pero mejor andarse con un poco de cuidado. Y si pones esa atención en los pies, lo obvio ya no es tan obvio. Pero a los chicos, en el instituto, les siguen gustando las chicas, si cabe un poco más que antes y quizás a las chicas también les guste un poco más eso de que un chico les escriba poemas, porque si en otros aspectos no puedes o no sabes destacar al menos queda esa salida. Aunque claro, a las chicas no solo les gusta la poesía ni les genera sentimiento contradictorios el hecho de que haya un chico que destaque por sus pies, por lo obvio.
Y como lo obvio o no tan obvio empezaba a ser un problema, porque la seguridad del colegio en el instituto era una lucha por la supervivencia, por superar esa etapa de la adolescencia y lograr esa madurez personal, porque el hecho de escribir más o menos poemas tampoco te convierte en el chico más popular ni en un rompecorazones. Se empezó a plantear que quizás hubiera algo que se estuviera pasando por alto, que había algo que no estaba yendo bien, porque ser torpe en un ambiente más o menos controlado se podía casi considerar victimismo, comodidad, que ya saben de mis limitaciones y tampoco me van a pedir que me esfuerce más. Sin embargo, en el instituto importan los resultados y el bloqueo no está en esos pies que ya han pasado por quirófano y se supone curados.
Los años en el instituto se supone que son una etapa de la vida en la que se empiezan a forjar amistades, a afianzar lazos con aquellos que se tienen afinidades comunes y en ese sentido tal vez yo fuera como el resto o al menos lo pareciera o se pretendiera que así fuera, porque, de hecho, fuera del instituto también hay gente con la que relacionarse, a la que conocer y porque no decirlo, también hay chicas, que te gustan y a las que intentar gustar, porque las chicas tienen amigos, se mueven en los mismos ambientes y son una buena fuente de inspiración. Durante los años en el instituto aquellas historias de fantasía empezaron a ser un reflejo de la propia realidad y ese cambio no vino provocado por los pies, dado que se suponía que éstos ya estaban curados y que cada día debían condicionar menos mi existencia.
Fue una época para acudir a profesionales de la Psicología que supieran detectar el problema más allá de lo obvio, como un chico que había crecido con un problema en los pies podía tener un problema que poco o nada se relacionaba con éstos. Tienes amigos, te relacionas con gente, tienes una relativa normalidad en la vida social, aunque no demasiado intensa ni extensa, te encanta escribir poemas, pero le dedicas mucho tiempo a la escritura y tus resultados académicos podrían mejorar porque todo el mundo entiende que capacidad para ello te sobra, pero tienes una manera un tanto peculiar de demostrarlo, que no se ajusta a las exigencias.
A ese puzle de sin sentidos le faltaba un tornillo o dos, que no parecía tan fácil de encontrar. Quizá al final si fuera verdad eso de que el problema está en los pies, que te has criado con esa dificultad, has forjado su personalidad sobre esa idea y hubiera que «operar», saber por dónde hacer el corte o quizá sencillamente el problema no tenga solución. el chaval es así y no se puede hacer mucho más por ayudarle, ya madurará cuando se dé cuenta de que no tiene ningún problema en los pies, que si ha llegado al instituto y conseguido ese pequeño círculo social lo único que le queda es madurar, que cada cual lo hace a su ritmo y dentro de lo que cabe no parece que el tratamiento que se le está dando sea lo que él necesita. Además, el chico escribe poemas y los comparte con la gente.
Acabé el instituto con más éxitos que fracasos, porque, de otro modo, me hubiera quedado allí atascado y a éste le siguió la universidad, porque la gente va a la universidad y allí la cuestión de los pies carecía totalmente de importancia, allí vas a clase y cuando termina la jornada te vuelves a casa. El nivel de exigencia académica, el ambiente, es completamente diferente. Sin embargo, los problemas seguían siendo los mismo pero con una mentalidad un poco más adulta, por lo cual si tras concluir el tratamiento con el podólogo ya no tenía que volver a consulta, en lo referente a los psicólogos no podía decir lo mismo. A mí me faltaba un tornillo y alguien debía saber encontrarlo.
La universidad fue la historia de un fracaso anunciado
Y cuando fracasas en lo importante es evidente que los motivos también tiene que serlo. Fracasas en la universidad, en esas primeras experiencias laborales y vas dejando atrás amigos y ese círculo social que te da una cierta estabilidad, pero donde el fracaso no es una opción, no tanto por ellos como por uno mismo por no estar a la altura de las exigencias marcadas y al igual que sucedía en el colegio con los juego, si no quieres ser parte del equipo, mejor que te apartes, porque quieres encontrar afinidad con aquellos con los que te relacionas, pero tal vez ya no interesa tanto eso de que te guste escribir poemas, ni tan siquiera que te gusten las chicas, porque éstas quieren algo más que poesía en sus vidas y el fracaso no está en su lista de preferencias.
En cualquier caso mañana es 9 de agosto y como dice el poema «herido y todo, mi pie camina» Poco después de escribir este poema hubo quien supo encontrar «el tornillo» que faltaba, la pieza del puzle.
Hace veinte años
Hace veinte años dos pies tenía
los dos candidatos a la cirugía
¿Cuál delante? ¿Cuál detrás iría?
Derecho o izquierdo daba igual
Hace veinte años, tenía dos pies
había que subir el puente al cielo
romper el envoltorio del caramelo
uno de los dos debía ser el primero
Hoy ya mis pies se alzan al vuelo
de la cirugía queda una cicatriz
pero aún siguen pasando los años
esa duda constante permanece ahí.
He de escoger y aún no sé porqué
de la decisión quedará una herida
quedará la cicatriz para toda la vida
pero, herido y todo, mi pie camina.
09/08/2004