En busca de Florinda

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Introducción

Cansados de esperar a que regrese Florinda y nos invite a pasar a su casa, tomamos la decisión de ir a su encuentro, que nos han dicho que suele estar en el río, de manera que la pregunta es ¿Cómo se llega hasta el río?

Estamos en la calle de los Reyes Católicos, dentro de las murallas de la ciudad, cerca de la puerta del Cambrón y nuestra intención, sin dar mucho rodeo, es acercarnos hasta las orillas del río, a ser posible sin perdernos por el camino y sin tener que dar muchos rodeos. Mejor que nos evitemos tener que recorrer toda a senda ecológica, es decir, ir hasta que no haya necesidad de bajar hasta la zona de la ermita del Cristo de la Luz para sortear el desnivel del terreno.

Recorrido desde el palacio de la Cava hasta el torreón del baño de la Cava

Nuestra opción es la bajada de San Martín, por donde ya hemos subido en ocasiones anteriores, porque en este caso se trata de seguir los pasos de Florinda, aunque sea como un viaje en el tiempo condicionado por los cambio que ha sufrido la ciudad en los últimos siglos o décadas. Sin embargo, su paseo tampoco debía ser muy diferente a éste en ese sentido, salvo por el hecho de que por aquel entonces la salida natural debía ser por la puerta del Cambrón

fachada interior de la puerta del Cambrón

Tal vez, como buena toledana o como mujer que no quisiera la molestasen mientras se bañaba en el río, en esas cálidas tardes, quizá conociera algún atajo. En cualquier caso, entiendo que en la actualidad la bajada de San Martín es el camino natural que hemos de seguir

Inicio de la Bajada de San Martin desde la puerta del Cambrón.
Fachada del instituto Azarquiel, el antiguo matadero municipal
Final de la Bajada de San Martín
acceso al puente de San Martín

Siguiendo por el paseo de Recaredo hacia arriba, bordeando la ciudad, pronto llegamos al mirador de San Martín , donde hemos de buscar las escaleras que bajan hasta el río

Mirador de San Martin, acceso a las escaleras.
Vista del puente de San Martín, del río Tajo y del barrio que se encuentra en la otra orilla

Nuestro objetivo se encuentra a los pies del mirador de San Martín, porque después de las vueltas que ya le hemos dado a la ciudad vamos conociendo sus atajos:

Camino junto al río

Escaleras del mirador de San Martín
Mirador de San Martin visto desde la orilla del rio.
Final de las escaleras
Muralla y camino hasta el baño de la Cava, con la muralla de los Judíos, visto desde la orilla opuesta.
Vista del mirador de san Martin, la iglesia de San Juan de los Reyes y del torreón del puente de San Martin

Siguiendo el camino hemos de atravesar la muralla y el arco de los Judíos, lo que pone de manifiesto que ya en su época Florinda se debió encontrar con alguna que otra dificultad para darse un baño en el río. Pero entonces podemos suponer que era una época de relativa buena convivencia entre los distintos pueblos que moraban en la ciudad.

Baño de la Cava
Puerta en la muralla de la Judería visto desde el lado opuesto
Bajada al Baño de la Cava Google maps Mayo 2021

Torreón del Baño de la Cava: Antiguo puente de barcas, con varios accesos a diferentes alturas que servirían para acceder al río en las diferentes épocas del año independientemente del nivel que alcanzara el agua. Es un torreón cuya construcción actual es resultado de intervenciones cristianas sobre una antigua estructura árabe.

Vista aérea Mirador de San Martin, y la bajada al Baño de la Cava

La judería  de Toledo la cual ocupaba el barrio de San Martín “Madinat al-Yahud” (Ciudad de los Judíos)  también contaba con su recinto amurallado, levantado después de la invasión árabe, en el año 820, para la protección de los judíos, quedando así establecidos los límites de separación con los árabes y cristianos. Este recinto fortificado contaba con distintas puertas que comunicaban las zonas de la judería con otros barrios de la ciudad. Es en 1480, cuando los Reyes Católicos en las Cortes de Toledo, obligan a la integración del barrio hebreo, y penalizan el no cumplimiento de esta nueva ley

Murallas de Toledo
Baño de la Cava y Muralla del barrio de la Judería

El Baño de la cava

A escasos metros del puente de San Martín, a la orilla derecha del Tajo, podemos contemplar los restos de lo que se viene denominando desde hace siglos como “El Baño de la Cava”. Numerosos y eruditos investigadores han tratado de dar respuesta a este enigma arqueológico, afirmando que se trata del estribo de un antiguo puente, anterior al de San Martín, que cruzaba el río en otra época. Otros afirman que se trata de un pequeño embarcadero donde se amarraban las barcas que navegaban por el Tajo. Pero otros aseguran, sin que haya podido desmentirse su versión, que nos hallamos ante los restos del palacio del conde don Julián, dando pie a la célebre leyenda.

Bajada hasta el Baño de la Cava

Porque hubo un tiempo en que la gente se bañaba en el río Tajo, lo cual se prohibió en 1972 pero esta historia se remonta a la época de los Visigodos, cuando en Toledo reinaba Don Rodrigo (710 y 711). Rey que, si ha pasado a los anales de la historia, no ha sido sólo por ser el último rey visigodo, sino también por ser el más ruin y mezquino de todos ellos

Orilla del rio Tajo junto al Torreón del Baño de la Cava
Orillas del río Tajo, Vega Baja.

El Conde Don Julián era un noble visigodo jefe de las tribus de Gomara en el Norte de África. Como era habitual, envió a su hija Florinda a la Corte de Toledo para que hiciera carrera palaciega y se labrase un buen futuro como cortesana. Florinda, muy bella, enseguida fue objeto de deseo del Rey Rodrigo. Sin embargo, ella no le correspondía.

Así, una noche de verano, Florinda estaba bañándose en esta zona del Tajo y el rey la tomó por la fuerza. Florinda se lo dijo en secreto a su padre, quien se sintió enormemente agraviado y ofendido y juró venganza cuando la ocasión se presentara. Narra la leyenda que poco después, el rey Rodrigo pidió a Don Julián le enviase unos halcones y gavilanes para usarlos en cetrería. Don Julián dijo al rey que le enviaría unos ejemplares que jamás antes habían sido vistos. El conde había pactado con los hijos del anterior rey Witiza y con el obispo Oppas ayudarles a recuperar el trono con ayuda de tropas musulmanas del norte de África. De este modo los árabes invadieron la Península tras la batalla de Guadalete, traicionaron a los hijos de Witiza, a Don Julián y a Oppas y se produjo la caída del reino visigodo con su último rey, Rodrigo, a la cabeza.

Toledo Olvidado

La invasión árabe provoca,  a orillas del Guadalete en 711, el enfrentamiento del rey visigodo D. Rodrigo con las tropas de Táriq ibn Ziyad, formadas por musulmanes bereberes procedentes del norte de África. Tras ser derrocado el rey D. Rodrigo dará comienzo en España la dominación  árabe. Toledo, tras la conquista islámica, dejó de ser la capital del reino visigodo, pero se convirtió en una de las principales ciudades de Al-Andalus.

Murallas de Toledo

Fragmento final de la leyenda: versión de D. Eugenio de Olavarría.

Victoriosos los árabes en el Guadalete, donde acudiera a detenerlos la parte más fuerte y vigorosa del pueblo godo, y envalentonados con su triunfo; derruidos, casi totalmente, los muros de las ciudades, y faltos de armas los brazos por disposición de Wittiza, que cambió todos los útiles de guerra en instrumentos de labranza, fácil fue a los vencedores, acaudillados por Tarik, apoderarse del resto de España. No tardaron mucho en llegar a la vista de Toledo, que se preparaba a resistirlos, cuando los judíos que vivían en el arrabal, y que tantas injurias, tantas ofensas tenían que vengar de los descendientes de Sisebuto, les abrieron las puertas de la ciudad. Desde aquel día, y durante 374 años, Toledo yació en la servidumbre, y sobre su alcázar y sobre sus muros flotó la media luna mahometana.

Poco tiempo después de esto, los habitantes de la parte de Toledo inmediata al antiguo palacio de los reyes godos donde hoy se alzan la Puerta del Cambrón y San Juan de los Reyes, estaban amedrentados, y todas las noches, mientras el viento bramaba con furia, comentaban con terror la aparición de una mujer loca y desmelenada, que, prorrumpiendo en carcajadas salvajes, recorría con extraviados pasos las orillas del río, registraba con inquieta mirada su revuelto fondo, y sin detenerse nunca, sin alzar jamás los ojos al cielo, proseguía eternamente su carrera murmurando palabras incoherentes y sin sentido que llevaban el miedo y la tristeza al corazón de cuantos la oían. En vano hubo algunos bastante arrojados para esperarla en su camino y pedirla la explicación de sus actos; apenas veía que alguien trataba de aproximarse a ella, sus ojos aprecian prontos a salir de sus órbitas, su agitación era más extraordinaria, sus frases más incoherentes, más salvajes sus gritos: huía, huía, sin que nadie pudiera seguirla en su carrera desenfrenada.

Interior

¿Era un ser humano? ¿Era un espectro? ¿Tenía un cuerpo real, o era imaginaria la forma con que se presentaba a los mortales? Preguntas son estas cuya contestación hubiera dado mucho que hacer a los toledanos, que nada podían asegurar en asunto que tanto les importaba conocer. Pero su curiosidad se estrellaba ante un obstáculo poderoso: aquella mujer no quería ver a nadie, y no parecía vivir bien más que en la soledad.

Mucho tiempo pasó así; mucho tiempo fue objeto de las conversaciones mantenidas en voz baja y al oído, y de las mas aventuradas hipótesis. Un día, desapareció y nadie volvió a verla.

Pero, desde entonces, ocurrió una cosa muy extraña: todas las noches, apenas el sol hundía en el horizonte su disco de diamante y las nubes encapotaban el cielo, en esos momentos de calma que preceden a la tempestad, veíase, en pie sobre el torreón que hoy se conserva de los lujosos baños de la Cava, una figura descarnada y seca, con el cabello suelto al aire, volviendo a todas partes la triste mirada de sus ojos, sin expresión y sin vida; de repente, elevaba la vista hacia el que fue paladio de Don Rodrigo; el viento, que rugía, modulaba un grito prolongado, y, al espirar, otra sombra, la sombra de un hombre armado de todas armas, pero con la cabeza desnuda, surgía también sobre el arruinado alcázar. Y las dos fantasmas se miraban, clavaban uno en otro sus pupilas sin luz, y entonces era cuando el huracán rugía con más fuerza, cuando el río desbordaba su corriente por los campos vecinos e inundaba la fértil vega, cuando la claridad de la luna desaparecía por completo, y las tinieblas más espesas reinaban sobre el pueblo amedrentado. En aquellas horas, largas como el dolor, nadie se atrevía a salir a la calle, por miedo a encontrarse en las sombras de la noche con aquella mirada brillante que parecía desencadenar los elementos para lanzarlos sobre el mundo.

Algunos fieles acudieron, para buscar remedio a tantos males, a un viejo ermitaño que, retirado al centro de los montes, pasaba su vida en la abstinencia y el ayuno; le contaron los extraños sucesos que llamaban tan poderosamente su atención, y le pidieron que impetrase del cielo la gracia de que aquellas sombras volvieran a dormir sosegadas en sus sepulcro. Púsose en oración el anciano, cuando a la noche acarició el sueño sus pupilas, apareciósele una figura, semejante a la que le pintaran los toledanos, y esta figura abrió sus labios para hablar y le dijo:

Recreación de un baño al atardecer

Yo soy Florinda la maldita, Florinda la Cava, la hija impura del conde D. Julián. Cuando supe que España era, por mi crimen, esclava de los hijos de Mahoma, una voz interior se alzó en lo más profundo de mi alma, mandándome venir, sin tregua ni descanso, a este lugar de mis culpas, a buscar mi honor perdido en las revueltas ondas del Tajo. Perdí la razón, pero no lo bastante para dejar de oír esta voz acusadora, y cruzando valles y llanuras, praderas y montañas, llegué a Toledo, y en Toledo he vivido mucho tiempo, sostenida por una fuerza misteriosa, buscando incesantemente lo que no me era dado encontrar. Por fin, mi vergüenza y mi dolor me mataron; allí, en aquel sitio, testigo de mis torpes placeres, yace insepulto mi cuerpo; mi alma va todas las noches, en penitencia, por orden de Dios, a llorar eternamente mi falta; y evocada por mi llanto, el alma de Rodrigo baja también a llorar la suya a las rotas almenas de su palacio. Vé allí, bendice en nombre del Omnipotente aquellos lugares malditos, y mi alma no volverá a aparecer en ellos.

Y la sombra desapareció, perdiéndose en el espacio.

Despertó sobresaltado el ermitaño, y aquella noche, seguido de los habitantes del arrabal, que llevaban teas encendidas, trasladóse a los antiguos baños de Florinda; apenas entró en ellos la cruz, el cuerpo de la desgraciada mujer, y en completo estado de putrefacción, se levantó por sí sólo, y fue a sumergirse en el río con admiración de todos. El ermitaño bendijo el breve recinto en nombre de Dios, y postrándose de rodillas rezó por las dos almas extraviadas, y todos oraron con él. ¡Cuadro de amor y de ternura! ¡Ver a aquellos seres, libres y felices en otro tiempo, ahora esclavos y proscritos en sus mismos hogares, rezando por el descanso eterno de los que habían sido causa de sus desventuras!

¡Ya no volvió a verse en Toledo la sombra de Florinda!

Pero quedó el romance:

Amores trata Rodrigo
descubierto ha su cuidado
a la Cava se lo dice
de quien anda enamorado.
Miraba su lindo cuerpo
mira su rostro alindado
sus lindas y blancas manos
él se las está loando

Rodrigo que sólo escucha
las voces de sus deseos
forzola y aborreciola
del amor propio efectos.

La Caba escribió a su padre
cartas de vergüenza y duelo
y sellándolas con lágrimas
a Ceuta enviolas presto.

Según la leyenda, Florinda Cava, hija del Conde Don Julián, merced a su relación amorosa con Don Rodrigo permitió la ocupación musulmana en España. Mas, si así fuera, también se argumenta que Muley Hazen perdió el trono de Granada debido a su desgaste en la relación amorosa con la dama cristiana Isabel de Solís.

Referencia:

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