Introducción
Viernes, 24 de Octubre, 2003. (21:30)

Cuando llegó mi padre, la mesa del comedor ya estaba dispuesta para la cena, que por mi parte hubiera preferido que incluyera a mi hermano, pero mis padres habían organizado algo más privado
¿Se ha equivocado de casa?
Ya sabemos que el padre de Ana es un hombre de negocios, de esos que se acuerdan que han de volver a casa a descansar porque al final de la tarde el teléfono ha dejado de sonar y no es porque se le haya acabado la batería, quedado sin cobertura o perdido la línea, sino porque el resto del mundo ya se ha ido a casa.

El ambiente que Don José espera encontrarse al llegar a casa dista bastante de sus expectativas más optimistas o preocupantes para un padre, por no decir que también para un marido. Con una hija volcada en atender al chico que acaba de llegar y se va a quedar todo el fin de semana y una esposa/ madre que se tiene que armar de paciencia ante este grave ataque de «romanticitis» por parte de la niña.
Espera encontrarse a un chico que se siente completamente fuera de lugar, superado por la situación y no sabe qué hacer ni dónde meterse para quedar bien con la madre y con la hija, dado que la primera espera que se comporte cómo es debido, como un chico formal en casa ajena y la segunda que espera verle contagiado y objetivo de ese romanticismo incontrolado.
Sin embargo, el panorama que se encuentra parece más propio de un conflicto internacional entre posturas irreconciliables.
Ana, la hija que debería irradiar felicidad por los cuatro costados y ser un faro de amor, está de morros y no hay quien le tosa ni quien se le acerque. Que le han tocado las narices y tan solo la prudencia, el refrenarse por no cometer una locura de la que se pueda arrepentir a los cinco minutos, logran que se contenga.

Victoria, la esposa y madre, que debería intentar mantenerse un poco al margen de ese ataque de «romanticitis», aunque hiciera valer su presencia, autoridad y la decencia que ha de primar en toda buena familia, se encuentra ejerciendo de árbitro en una crisis de pareja que nadie se espera y que tampoco tiene una solución fácil, porque no son horas de ser drásticos ni impulsivos.

Manuel, el chico que debería sentirse, hasta cierto punto, feliz por tener la oportunidad de pasar un fin de semana con la chica de sus sueños y haber conseguido el beneplácito de los padres para alojarse en el piso, a pesar de todos los reparos e inconvenientes que a tal situación se le puedan poner, está que no sabe donde esconderse, por donde huir, que, si pudiera, pediría ayuda para que alguien le librase de aquella tensión

¿Volverán las aguas a su cauce?
Por poner un poco de sentido común a la situación y no querer dar por sentado que un inoportuno comentario vaya a echar por tierra y dejar en nada los planes y acontecimientos de los meses previos, por hacerles ver el sinsentido de actuar sin la suficiente reflexión y que tienen mucho que perder, Don José decide seguir con sus planteamiento y tener una tranquila cena en familia.
Cuando se supone que debería ser Ana quien defendiera la validez de esta relación delante de quien sea, aunque se trata de sus padres, quien pone las cartas sobre la mesa y habla claro es don José, el padre, para ofrecer soluciones a todo aquello que desde su punto de vista y criterio es el verdadero problema y lo que de verdad debería importarles, más allá de lo acertado o no de un inoportuno comentario.
Por su parte, si Manuel está de acuerdo y Ana no tiene reparos al respecto, sin que los reparos de la madre sean tenidos en cuenta más allá de lo comprensible y esperado, está dispuesto a ofrecerle un puesto de trabajo en la gestoría, que tan solo queda por determinar dónde encajarlo dentro de la estructura y jerarquía de la empresa en base a sus cualidades.
Que, si Manuel vive y trabaja en la ciudad, lo que van a tener es tiempo para estar juntos, para conocerse mejor. sobre todo ello ayudaría a que las primeras impresiones que causa Manuel fueran un poco más favorables, porque se le vería como un chico responsable, trabajador, serio, con una estabilidad personal y laboral. Vamos, sería la excusa para hacerle pasar por «el taller» y convertir a este chico «utilitario» en un «alta gama».
¿Pies para qué os quiero?
En vista de la tensión ambiente, ante la constatación de que un pequeño comentario ha convertido a Ana es una bomba nuclear que provoque una tercera guerra mundial, a pesar de la que propuesta del padre sea como para tenerla en cuenta y plantearse muy en serio dar ese giro a su vida, en un primer momento Manuel decide rehusar.
Ya sabemos que Manuel tiene mucho de «Don excusas» y en estas circunstancias se siente mucho más justificado, ya que a pesar de la buena predisposición del padre a echarle una mano, por quitarle gravedad a lo sucedido, Manuel no quiere empeorar la situación. Hay demasiadas razones para decir que no.
El silencio inicial de Ana ante esta cuestión evita que la situación se agrave aún más, porque no se trata tan solo de que Manuel quiera o no mejorar sus circunstancias personales, es que el trasfondo de este asunto está el futuro de su relación como pareja, que su padre les está dando un voto de confianza.
Es decir que la negativa de Manuel, ese rehusar la oferta de trabajo, se puede interpretar casi como un rechazo a tener un futuro con Ana, que está dando por finalizada la relación, lo cual después de haber estado desacertado con el asunto del vestido, esta negativa parece el remate.
Sin embargo, a pesar de su mosqueo, en vez de sentirse ofendida y aludida por ese plantón a su padre, se pone del lado de Manuel, de algún modo se reafirma en que quiere seguir con la relación, a pesar de los desencuentros y de que en esos momento no quiere ver a manuel ni en pintura.

En cierto modo fue como si admitiera que para mí era un descanso no verlo y prefiriera sentir el anhelo de su ausencia antes que el disfrute de su compañía.

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