Manuel. Silencio en tus labios ( 2-2)

La parada de autobús donde nos bajamos estaba cerca de su parroquia, desde allí hasta su casa nos quedaba un corto paseo, distancia que en julio yo había tenido que recorrer en coche y que hubiera preferido evitarme para no tener que encontrarme con sus padres, lo que al final resultó inevitable. Esa tarde recorrí aquella distancia en su compañía y para quedarme en su casa todo el fin de semana, sabiendo que sería bien recibido, aunque la situación no dejase de ser igual de comprometida, dadas las expectativas, afortunadamente algo más positivas, si conseguía que sus padres y yo nos entendiéramos para no tener que marcharme el domingo por la mañana en cuanto me levantase de la cama. Tenía intención de quedarme hasta después de comer, dándole un sentido más familiar a mi visita, para no centrarlo únicamente en la boda. No pretendía ser desagradecido. Era consciente de que Ana todavía no había disfrutado de la hospitalidad de mi casa ni de mi familia, pero no esperaba que tardase mucho más en encontrarse ante esa tesitura. Aquello no tenía vuelta atrás para ninguno y yo asumía el riesgo que conllevaba.

Ana: ¡Venga, cobarde!- Me dijo.- Si quieres causarles una buena impresión a mis padres, será mejor que ahora no te lo pienses.

Manuel: Tú aún no te has encontrado con toda mi familia.- Alegué en mi defensa.- Tu madre debe estar sola y ya me conoce.

Ana: Por eso te está esperando.- Me contestó.- Te aseguro que no muerde y que está encantada con la visita. Fue ella quien insistió en que te quedases en casa.

Manuel: Prefiero no contestarte a eso.- Le respondí.- Se me ocurren muchas razones menos optimistas.- Alegué con cierta ironía y toda intención.- No le crítico, entiendo que sea así.

Ana: No me hace falta mi madre para mantenerte a raya.- Me contestó con firmeza.

Para abrir el portal en esta ocasión sí hizo uso de la llave, no llamó al portero automático como en julio, buscando la protección de su madre. Esta vez no necesitaba ser tan sutil. Dado que sabía que no iba a hacer el intento de escaparme por evitarme ese encuentro, aunque me lo plantease como una posibilidad remota. Ana no me iba a consentir una salida fácil y, dadas las circunstancias, tampoco podía decirse que tuviera escapatoria. O la seguía o me quedaba en la calle sin saber a quién acudir. Si quería pasar un fin de semana tranquilo y asistir a la boda, más me valía no quejarme en ese sentido. Era otra encerrona, pero, de algún modo, ya estaba mentalizado de ello. Desde que Ana me había comentado lo de la boda sabía que tendría que pasar allí aquel fin de semana y que ello supondría un requisito indispensable para la continuidad de nuestra relación. Ella aún no se había visto en esa tesitura en mi casa, pero yo me debía enfrentar a ello por segunda vez, no podía desaprovechar la oportunidad, dado que podría perderlo todo.