Preparativos del viaje

Introducción

Friday, June 23, 1995 (02:50 PM)

Esta conversación no está incluida en la novela, porque se entiende que la novela/diario la escribe Jessica en primera persona y hay cuestiones que pasan y a las que ella es ajena, hasta que no le queda otro remedio que involucrarse, lo quiera o no. Esta es una de esas.

Para la redacción de esta conversación me he querido apoyar en Copilot, para no adelantarme por demás a los acontecimientos. En general, entiendo que capta lo esencial de la historia. El hecho de que Ana no se meterá en casa de unos completos desconocidos y que se puede tomar cierto tipo de libertades.

Crea que consigue captar bastante bien la personalidad afable de Ana.

Ana pegada a su teléfono

Conversación (mediados de marzo de 1995)

Ana colgó la bata del St. Clare’s en el respaldo de la silla, se sirvió una taza de té y se sentó junto al ventanal que daba al patio interior. Afuera lloviznaba. Medford respiraba el gris espeso de marzo. La primavera se hacía de rogar.

Con el auricular en la mano y un número garabateado en la libreta, marcó. Al tercer tono, una voz familiar cruzó el Atlántico.

—  ¿Hola?

—  ¡Sonia! —exclamó Ana, y la sonrisa que se dibujó en su rostro fue tan amplia que, por un momento, iluminó toda la estancia.- ¡Qué gusto escuchar tu voz! ¿Está Carlos contigo?

Amigos de Ana

— Sí, un momento… —respondió Sonia, y al fondo se escuchó un “¡Anda, es Ana!”.

Ana tomó aire. Había ensayado aquel discurso varias veces durante la semana, pero ahora sentía que las palabras se arrastraban torpes por su garganta.

—Veréis… —empezó, mientras jugueteaba con la cucharita dentro de la taza ya tibia— he estado pensando en vosotros. En aquel verano en Santiago, 1989, el Encuentro Mundial. ¿Os acordáis? El calor, las canciones, la locura de los idiomas… Pero sobre todo, la paz. ¡Qué bonito fue todo! Aún tengo guardada la foto con el Papa. Desde entonces hemos hecho malabares con el tiempo y los kilómetros, pero nunca he dejado de pensar en vosotros.

Una pausa.

—Y bueno, después de todo este tiempo manteniéndonos en contacto por cartas, postales, cumpleaños recordados… Me encantaría veros. Estoy organizando una pequeña escapada en verano. Dos semanas. Me preguntaba si estaríais dispuestos a acogerme un tiempo.

Del otro lado del hilo telefónico, silencio. Un silencio cálido.

— ¿Y dices tú sola? —preguntó Carlos, con esa voz siempre acogedora.

—No exactamente —dijo Ana, conteniendo la risa nerviosa. —Me acompañará Jessica, una de las chicas del St. Clare’s.

— ¿Jessica? ¿La que mencionaste en Navidad? ¿La que sueña con conocer Toledo?

—La misma. Está pasando por un momento delicado. Pensé que este viaje podría ayudarla. Y a mí también, en realidad. Vosotros sabéis lo que es esto… trabajar entre heridas invisibles.

El matrimonio no tardó en aceptar. Con generosidad, con ese entusiasmo que nace solo de la verdadera amistad.

—Os aseguro que no invadiremos la casa —prometió Ana—. Bueno, quizá lo justo para dejar algo de brownie en la cocina y risas en el patio.

—Eso no sería invadir, ¡Eso sería un regalo! —contestó Sonia, casi emocionada.

— ¿Entonces estás diciendo que venís las dos? —preguntó Carlos, entre sorprendido y divertido.

—Sí, ya tenemos fecha —respondió Ana, con una sonrisa en la voz. – Me gustaría estar ahí a partir del sábado, 24 de junio, por la mañana. Volaremos con escala en Filadelfia, que es más económica y así tanteo a jessiva. Si todo va bien llegaremos con cara de avión, pero con muchas ganas de veros.

—Pues entonces os vamos a recoger —dijo Sonia con decisión, como si aquello fuera una obviedad—. Nada de taxis ni de trenes. Estaremos en el aeropuerto esperándoos con un cartel que diga “Bienvenidas, aventureras”.

— ¡Ay, por favor, no! —rió Ana—. No quiero que Jessica piense que somos una excursión escolar. Aunque, pensándolo bien… seguro que eso la descoloca un poco. Le vendrá bien.

— ¿Y sabremos reconocerla? —bromeó Carlos—. ¿O traerá gafas oscuras y actitud de estrella fugitiva?

—Las dos cosas —contestó Ana, con una carcajada—. Pero en el fondo es una niña encantadora. Solo necesita entender que no todo en la vida es esperar. A veces hay que salir a buscar.

— Pues venga, queda anotado. Sábado 24, mediodía. Aeropuerto. Y que no os falte equipaje, hambre ni historias que contar —dijo Sonia—. Tenemos sitio de sobra… y ganas también.

—¿Entonces estáis de acuerdo? ¡Perfecto! —dijo Ana. – Os enviaré los detalles del vuelo tan pronto como los tenga. Sé que para Jessica será una experiencia única. Y para mí… bueno, también será especial. Hace años que no me tomo un respiro lejos de Boston, y lo necesito.

— Estaremos encantados de teneros por aquí todo el tiempo que haga falta —recalcó Sonia.

Ana suspiró, aliviada.

—Gracias. De verdad. Esto… esto me hace sentir que estoy haciendo lo correcto.

Ana colgó minutos después, con el corazón sereno. Aún quedaban muchas cosas por organizar: pasaportes, vuelos, el consentimiento de la dirección del St. Clare’s… Pero ya había dado el primer paso.

Y al fondo, entre la lluvia, un atisbo de verano se abría camino.

Origen