Preparativos del viaje (2)

Introducción

Friday, June 23, 1995 (02:50 PM)

Carlos dejó el teléfono en su base y se giró hacia Sonia con una ceja alzada, como si aún procesara lo que acababan de acordar.

— Entonces… viene. Con la chica. — dijo en voz baja, casi sorprendido.

— Y se quedarán dos semanas —añadió Sonia, aunque una sonrisa se le escapaba de los labios—. A ti te preocupa el sofá cama, ¿verdad?

— No, qué va… bueno, un poco —rió. – Pero me alegra. ¡Hace siglos que no vemos a Ana! Y si viene con esa Jessica de la que tanto nos ha hablado, supongo que será por algo importante.

Sonia se sentó en el borde del sofá, cruzando las manos sobre las rodillas. Su expresión se volvió más seria, pero sin perder calidez.

— A Ana no se le escapan esas cosas. Si trae a Jessica aquí, es porque creerá haber encontrado alguna pista fiable sobre la identidad del padre. – Comentó Sonia con inquietud. – Esa niña está necesitada de amor paternal.

— Y tortilla de patatas. Eso siempre ayuda —añadió Carlos, buscando el tono ligero.

Sonia rió, pero enseguida su mente regresó al recuerdo de Ana en aquel Encuentro Mundial en Santiago, allá por el 89, tras su primer año de trabajo en el St. Clare’s. Tan llena de preguntas, de fe, de entusiasmo contagioso. Había algo en ella que dejaba huella. Ahora volvía, una Ana distinta, tal vez más cansada, más madura, pero igual de decidida.

— Tendremos que preparar la habitación de invitados. Y quizá poner el ventilador extra, por si la chica no está acostumbrada al calor manchego.

— ¿Y el cartel? —preguntó Carlos, con picardía—. “Bienvenidas, aventureras”.

—¡Eso seguro! —respondió Sonia—. Y que se preparen, porque esta casa va a ser un lugar de paso… pero también, con suerte, un sitio al que querrán volver.

Carlos se apoyó en el quicio de la puerta del salón, mientras Sonia abría la agenda familiar en la mesa de comedor. Afuera, el sol comenzaba a deslizarse entre los pinos de la urbanización, tiñendo de ámbar el porche aún en silencio.

— Dos semanas… —murmuró Sonia, hojeando mentalmente los días—. Vamos a tener que organizarnos bien.

— Sí, sobre todo en la cocina —respondió Carlos, dejándose caer en el sillón—. Si Ana cocina como en aquel encuentro en Santiago, esto va a ser un festín diario. Y si la chica es adolescente… bueno, mejor hacer acopio de cereales, helado y paciencia.

— Y de sensibilidad —añadió Sonia, pensativa—. Si Ana ha decidido traerla, es porque esta Jessica necesita algo más que sol y piscina. Habrá de estar distraída mientras Ana hace gestiones en la ciudad. Algo se está moviendo dentro de esa chica. Y Ana… ya sabes cómo es. Si calla, es porque está protegiendo algo muy frágil.

Carlos la observó. Su esposa tenía una forma peculiar de leer entre líneas. Por eso se había enamorado de ella: por su intuición afilada y su corazón inmenso.

— ¿Tú crees que lo nuestro será suficiente? —preguntó él—. A veces este lugar me parece muy silencioso para alguien joven. Alejado de la ciudad, sin buena comunicación, rodeado de olivos y silencio…

— Tal vez eso sea exactamente lo que necesita —dijo Sonia con una media sonrisa—. Que todo sea distinto a lo que conoce. Un lugar donde se escuchen los grillos por la noche y no los coches. Mejor que no le dé por escaparse.

Carlos se levantó y fue hacia la ventana. Desde allí se divisaba el camino de entrada, bordeado de buganvillas.

— Vamos a tener que replantear algunas cosas. Cambiar nuestras rutinas. Posponer un par de planes. Pero me hace ilusión, Sonia. No solo por ver a Ana… sino por abrir nuestra casa a algo inesperado. Como hicimos con aquel grupo portugués que se quedó sin alojamiento.

—¡Aquello fue una locura! —rió Sonia—. Pero sí, fue hermoso. Y esta vez puede serlo también. Si Jessica descubre que hay un rincón del mundo donde puede bajar la guardia… eso ya lo cambia todo.

Se quedaron en silencio unos segundos, escuchando el zumbido de la naturaleza entrando por las rendijas abiertas. Afuera, la tarde languidecía sin prisa.

— Lo único que me preocupa… —dijo Sonia en voz baja— es que, cuando se vayan, nos dejen el corazón más lleno… y un poco más roto también.

Carlos se acercó y la rodeó con el brazo.

— Que nos duela por dentro será señal de que hicimos algo bien.

Amigos de Ana

Al día siguiente

Imaginemos la escena siguiente, al día siguiente de la llamada, mientras Sonia y Carlos empiezan a transformar su hogar para la llegada de Ana y Jessica:

Sonia estaba de pie en el umbral de la habitación de invitados, observando el espacio con una mirada mezcla de ternura y análisis. La colcha color lavanda aún olía a limpio, pero el ambiente parecía… demasiado perfecto. Frío, incluso.

— Habrá que quitarle el aspecto de cuarto de catálogo —dijo, pensativa—. Que se note que alguien las espera, no que están de paso por un hotel rural.

Carlos se asomó desde el pasillo, cargando una caja con libros.

— ¿Y qué propones? ¿Fotos nuestras? ¿Un peluche vigilante en la almohada?

Sonia sonrió.

— Algo más sutil. Podemos dejar un cuaderno en la mesilla, por si quieren escribir. Un libro para cada una, por si les apetece leer. Y esas flores secas que recogimos en la última excursión al río. A Ana le encantan los detalles así.

— ¿Y para Jessica? —preguntó Carlos, dejando la caja en el suelo—. No la conocemos. No sabemos si le gusta leer, dibujar o arrancar páginas de revistas.

— Pero podemos intuir —dijo Sonia—. A veces basta con que el lugar no sea indiferente. Si siente que ha sido pensado para ella, se relajará.

Carlos asintió. Mientras tanto, bajaron al salón a revisar la despensa. Él empezó a hacer una lista:

  • Té de frutas (Ana siempre lo pedía sin azúcar).
  • Galletas de mantequilla
  • Cereales (por si Jessica fuese de las de desayunar a deshoras)
  • Y chocolate. Mucho chocolate. Por si acaso.

— ¿Crees que nos estamos pasando? —preguntó él al final.

— No. Nos estamos preparando para recibir a alguien como se recibe a los que queremos —respondió ella sin titubear.

Y mientras anotaban ideas, cocinaban planes y desempolvaban recuerdos, la casa empezaba, poco a poco, a parecerse a lo que Sonia había dicho el día anterior: no solo un lugar de paso, sino un sitio al que desear volver.

Origen