Terminal de llegadas

Introducción

Friday, June 23, 1995. Philadelphia INT APT. (05:00 PM)

plan de vuelo

Estoy en la Terminal B East del aeropuerto de Filadelfia. Y no, no estoy emocionada. No me brillan los ojos ni me tiemblan las piernas de ilusión. Estoy aquí porque Ana me ha traído por las malas, como si fuera una maleta más. Y encima pretende que me lo tome como unas vacaciones. «Vacaciones», dice. Como si perderme entre pasillos brillantes y tiendas que huelen a perfume caro fuera mi idea de diversión.

Jessica, 23 de junio

Todo aquí parece diseñado para que te sientas pequeña. Las letras gigantes de “B EAST” cuelgan como si fueran parte de un decorado de película, pero yo no soy la protagonista. Soy la extra que no pidió estar en esta escena. La gente camina rápido, con sus maletas de ruedas y sus cafés en la mano, como si todos supieran a dónde van. Yo no. Yo solo sé que no quiero estar aquí.

Pasamos por la puerta B20. Ana me mira como si esperara que me emocionara. Pero lo único que siento es que estoy más lejos de casa que nunca. Me siento como una pieza fuera del rompecabezas. Hay pantallas por todas partes, anunciando vuelos a lugares que no me importan. Ninguno dice “St. Clare’s Home for Girls, Medford, Massachusetts”. Ninguno dice “a casa”.

Hora de llegadaProcedenciaAerolíneaNúmero de vueloEstado
4:50 p.m.Boston (BOS)US Airways1779En tierra
5:10 p.m.Charlotte (CLT)American2154Aterrizando
5:25 p.m.Chicago (ORD)American1423En horario
5:25 p.m.Atlanta (ATL)Delta1087En horario
5:45 p.m.Miami (MIA)American2398Retrasado

Me siento en uno de esos bancos metálicos que parecen diseñados para que no te sientas cómoda demasiado tiempo. A mi lado, una familia se ríe. Una niña le muestra a su padre un dibujo. Yo miro hacia otro lado. No quiero que me vean con los ojos vidriosos. No quiero que piensen que estoy triste. Estoy enfadada. Estoy harta.

Ana dice que este viaje es para que vea mundo. Pero yo no quiero ver mundo. Quiero que el mundo me vea a mí. Que Daddy me vea. Que sepa que existo. Que me busque. Que me encuentre.

Y, mientras tanto, aquí estoy. En la Terminal B East. Esperando un avión que no pedí. Con un pasaporte que no recuerdo haber solicitado. Y con una maleta que no empacó mi corazón.

Pero bueno, si este lugar es el principio de algo, que lo sea. Aunque sea a regañadientes. Aunque sea con los brazos cruzados y el ceño fruncido. Porque si algo he aprendido en el St. Clare’s es que a veces, incluso cuando no quieres, el mundo te arrastra. Y lo mínimo que puedes hacer es no dejar que te arrastre sin dejar huella.

Aeropuerto de Filadelphia

Profundizando en los pensamientos y emociones de Jessica.

A veces, cuando cierro los ojos, imagino que puedo desaparecer. No como en un truco de magia, sino como esos personajes en los libros que simplemente… se escapan. Que atraviesan un túnel secreto detrás del armario o se pierden entre las páginas de su diario y ya no regresan. Hoy, en esta terminal enorme, llena de luces y de gente que no me ve, siento que estoy más cerca de eso que nunca.

Ana me habló en el taxi todo el camino hasta aquí, como si no notara que yo tenía los audífonos puestos —sin música, sí, pero igual puestos. Me habla como si decirme cosas bonitas borrara el hecho de que mi mundo se rompió. Como si invitarme a ver “el mundo” fuera lo mismo que arreglar el mío.

Todo el mundo parece tener una razón para estar aquí. Un destino. Un alguien que los espera. Yo solo tengo una mochila con un cierre que no funciona, un peluche viejo en el fondo —escondido, claro, por si alguien lo ve— y una carta de Daddy que ya me sé de memoria. Él decía que algún día me llevaría a volar. Pero no dijo que sería sola. No dijo que doliera tanto.

Me hago la dura. Cruzo los brazos. Pongo cara de “me da igual”. Pero no me da igual. Me siento como una palabra escrita con tinta que se corre con el agua. Borrosa. Ilegible. ¿Qué se supone que soy aquí? ¿Una hija en tránsito? ¿Una chica con pasaporte y sin hogar?

Una señora me sonrió como si yo fuera alguien feliz. Fue lo más raro del día. Esa sonrisa me atravesó como una ráfaga de viento tibio. Por un segundo, pensé en decirle “gracias” con voz de verdad. Pero me tragué las ganas. No quería que se me escapara ninguna grieta.

No sé a dónde vamos. No sé si quiero saberlo. Pero si algo va a cambiar, quiero que sea porque yo lo elijo. No quiero más cambios impuestos. No más decisiones que otros tomen por mí. Si voy a estar en el mundo, lo haré a mi manera. Aunque sea con miedo. Aunque me tiemblen las rodillas cuando nadie me mira.

Hoy, en la Terminal B East, me siento invisible. Pero también siento que, en algún lugar dentro de mí, hay una semilla que empieza a empujar contra la tierra. Tal vez no sea mucho. Tal vez aún no florezca. Pero está ahí. Y eso —aunque no se lo diga a Ana— me da un poco de fuerza.

Origen