Introducción
Friday, June 23, 1995. Philadelphia INT APT. (05:00 PM)

—¡Jessica, ahora no te pierdas, por favor! —me ruega con preocupación. – Será un vuelo internacional y no me gustaría que, por un despiste o una tontería de las tuyas, te quedases atrás.

—No me perderé. —Le aseguro.
Transbordo a la carrera
Estos son los pasos que Ana, Jessica —o cualquier pasajero— debería seguir, con ese toque de novela que ya conocemos:
1. Confirmar la puerta de embarque:
Aunque el billete diga cuál es su puerta de embarque, ésta podría cambiar. Ana debe buscar en las pantallas de información de vuelos. Allí, entre anuncios y murmullos, verá su vuelo a su próximo destino listado con la hora exacta y la puerta asignada.


—¿Me dejas ver la otra tarjeta de embarque? —le pregunto. —Si me lo piden y no la llevo, tal vez no dejen que suba al avión. – Argumento por si sonara convincente.

—Mejor que no te separes de mi lado o te meto en una caja y te mando por correo certificado. – Me contesta y advierte con complicidad. – Seguro que en el compartimento de carga no se va tan a gusto.
2. Pasar por el control de seguridad internacional:
Como es un vuelo fuera de EE. UU., tendrá que mostrar su pasaporte y pasar por un control más riguroso. Aquí es donde Jessica, con su mochila medio abierta y su ceño fruncido, tendrá que quitarse los auriculares y mirar a los ojos al agente de seguridad. Aunque no quiera, aunque se sienta fuera de lugar.
Jessica:
El control de seguridad en la terminal de salidas es como entrar en una escena que no entiendo, donde todos saben sus líneas menos yo. Ana va delante, como siempre, con ese paso firme que parece decir “yo tengo el control”, mientras yo me siento como una figurante sin guion. Me empuja con la mirada para que avance, pero yo solo querría quedarme quieta, como si pudiera desaparecer entre las baldosas brillantes del suelo.
Un agente me pide el pasaporte. Ni siquiera lo llevo en la mano. Ana lo saca de su bolso y lo entrega por mí, como si yo fuera una niña pequeña que no sabe ni su nombre. Me arden las mejillas. No por vergüenza, sino por rabia. Porque yo sí sé quién soy. Lo que no sé es por qué estoy aquí, ni hacia dónde me lleva este viaje que no pedí.
Me obligan a quitarme los zapatos. El suelo está frío. Me piden que deje la mochila en una bandeja, que saque los líquidos, los electrónicos… Ana lo hace todo por mí. Yo me limito a mirar. Como si no fuera mi cuerpo el que pasaba por ese escáner, sino una versión mía que no reconozco. Una versión muda. Invisible.
De pronto suena un pitido y el agente me miró en tono acusado. Yo no sé si he hecho algo mal. Ana se adelanta, le explica algo en voz baja. El agente asiente. Ni siquiera me preguntan a mí. Como si no tuviera voz. Como si no importara lo que yo sintiera.
Y lo que siento es que me están desarmando. No solo los zapatos, el cinturón, la mochila. Me están quitando la poca dignidad que me queda. Me están diciendo, sin palabras, que no tengo control sobre nada. Ni sobre mi cuerpo, ni sobre mi destino.
Cuando por fin pasamos, Ana me sonríe como si todo hubiera salido bien. Yo no le devuelvo la sonrisa. Solo recojo mis cosas en silencio. Me vuelvo a poner los zapatos sin mirar a nadie. Y mientras caminábamos por la terminal hacia la puerta de embarque, pienso que ojalá pudiera dejar algo más en esa bandeja. Algo que pesara menos que esta rabia que llevo dentro.
3. Localizar la zona de embarque internacional:
La terminal de salidas tiene pasillos que se bifurcan como si fueran caminos de un cuento. Jessica tendrá que seguir a Ana y los letreros que digan “International Departures” o “Puertas A10–A15”, según corresponda.
4. Esperar el embarque:
Una vez en la puerta correcta, solo queda esperar. Quizá se siente junto a una familia que habla español, o vea a una mujer mayor leyendo una novela. Tal vez, por primera vez, sienta curiosidad por ese idioma que tanto ha resistido.
5. Embarcar cuando lo anuncien:
Cuando llamen a su grupo, Jessica mostrará su tarjeta de embarque y su pasaporte. Tal vez, por dentro, aún esté enfadada. Pero también, tal vez, empiece a preguntarse qué hay al otro lado del océano.
6. Subir al avión y encontrar su asiento:
Ventana o pasillo, da igual. Lo importante es que, al sentarse, Jessica sabrá que está a punto de cruzar el Atlántico. Que su historia, como las mejores novelas, está a punto de cambiar de escenario.

Origen
- Esperando a mi Daddy. Friday, June 23, 1995
- Reflexiones personales
- Conversación con Copilot

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