Introducción
Friday, June 23, 1995. Philadelphia INT APT. PHL – ? (06:00 PM)
Ana y Jessica han ido al servicio, al baño de chicas de la terminal, con la prudencia de que siempre es preferible no apurar la continencia demasiado, porque resulta aventurado decir cuándo estará el aseo del avión libre, a su disposición y sin que hayan de quedarse atadas al asiento, en caso de que haya turbulencias durante el vuelo o el avión se vea obligado a hacer alguna maniobra peligrosa.
Por otro lado, sabemos que esto de ir al aseo también es una «maniobra» de distracción por parte de Ana para que no descubra con excesiva facilidad y rapidez cuál es su próximo destino. Que no se fije en los papeles ni preste demasiada atención a la megafonía del aeropuerto.

—Vamos, que se nos hace tarde. – Me indica un tanto apurada.

—Ya estoy lista. —Le respondo.
Aunque en la novela no se menciona, porque tampoco se puede estar en todos los detalles, podemos pensar que, aunque sea con algo de prisa, Jessica aprovecha su paso por el aseo para cambiarse de ropa, que es de viajar demasiado ligera de ropa, empieza a ser un poco desaconsejable.
Les espera por delante un vuelo de varias horas, lo cual Ana sabe, pero Jessica ignora. En cualquier caso, el día va decayendo y es conveniente ser un poco más moderadas con la frescura del vestuario. Sobre todo teniendo en cuenta la frescura que hará dentro del avión. No es cuestión de pasarse las próximas dos semanas en la cama y con un resfriado, por mucho que Jessica sienta el impulso de esconderse.
Embarcando en un vuelo con destino desconocido.
Megafonía de la terminal: Attention, Passengers on flight 740 PHL-MAD, please proceed to gate A12 for immediate boarding. Attention. Passagers du vol 740 PHL-MAD, veuillez vous rendre à la porte A12 pour un embarquement immédiat.
“Pasajeros del vuelo,____ por favor, diríjanse a la puerta A12 para el embarque inmediato.” Eso fue lo que dicen y entiendo por la megafonía. Y es como si alguien hubiera pulsado un botón dentro de Ana. Se levantó de golpe, me lanzó una mirada que decía “ni se te ocurra preguntar nada” y empieza a caminar como si la puerta A12 fuera a desaparecer si no llegábamos en treinta segundos.
Apenas tengo tiempo de ponerme bien la mochila. Quisiera mirar por última vez el panel de vuelos, solo por curiosidad, por ver si reconocía nuestro vuelo, como si eso lo hiciera más real. Pero Ana me interrumpe con un “vamos, Jessica” que suena más a orden que a invitación. Así que bajo la cabeza y la sigo como si fuera una sombra malhumorada.

El pasillo hacia la puerta A12 parece interminable. Hay carteles con destinos, tiendas con souvenirs brillantes, pantallas con mapas de vuelo… todo me grita “mira, mira, mira”, pero Ana no me deja ni girar el cuello. Me lleva como si fuera una prisionera en traslado. Cada vez que me quedo medio paso atrás, me lanza esa mirada suya que dice “no empieces”.
Cuando llegamos a la puerta, ya hay formada una fila de gente con cara de cansancio, tarjeta de embarque y pasaportes en la mano. Ana tan solo me hace entrega de mi pasaporte sin decir nada. Lo tomo como si fuera un objeto extraño, como si no fuera mío. Porque, seamos sinceras, ¿desde cuándo tengo pasaporte? ¿Desde ayer? ¿Desde que Ana decidió que este viaje iba a pasar, me gustara o no?
De las tarjetas de embarque se ocupa Ana, tanto de la mía como de la suya, como si necesitara dejar claro que vamos juntas, que no soy una adolescente aventurera que se haya escapado de casa ni a la que sus padres o tutores permitan que viaje sola. Viajo con Ana, bajo su tutela y responsabilidad, bajo su atenta vigilancia y supervisión.
Yo, ahora mismo, tan solo quisiera saber dónde vamos. Sin embargo, no hay ninguna pista clara de ello; por esta puerta de embarque accede mucha gente a lo largo del día, del año, y no creo que todos vayan al mismo sitio. De lo contrario, imagino que habría un cartel enorme, en el que se desearía un feliz vuelo a ese destino concreto, posiblemente escrito en el idioma oficial de dicho país. Nada.
Pasamos el control de embarque. El agente me sonríe. Yo no. No tengo ganas. Solo quiero que todo esto termine. Camino por el finger con los pies pesados, como si cada paso me alejara más de lo poco que me quedaba de control. El avión estaba aquí, enorme, con su panza abierta como una ballena tragándose pasajeros.
Dentro, el aire huele a plástico nuevo y a algo que intenta parecer limpio. Ana encuentra nuestros asientos. Ventana para mí. Claro. Para que me entretenga mirando las nubes y no haga preguntas. Me siento sin decir nada. Me pongo el cinturón. Miro por la ventanilla. Todo se mueve, menos yo.
Y aquí estaba. Sentada en el asiento 34A, con un pasaporte en el bolsillo y un nudo en el estómago. Sin saber si este vuelo me lleva a Daddy, a un país extraño o a una versión de mí que aún no conozco.
Pero ya estoy dentro. Ya no hay vuelta atrás.


Origen
- Esperando a mi Daddy. Friday, June 23, 1995
- Reflexiones personales
- Conversación con Copilot

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