Introducción
Friday, June 23, 1995. Vuelo PHL – ? (06:30 PM)
Mientras el avión se prepara para despegar, lo que despega es la imaginación de Jessica, sin pedir ni esperar pista por parte de nadie. Sus pistas, sus referentes son los paneles del aeropuerto. La creencia de que esos vuelos van con destino a ciudades europeas y no a poblaciones norteamericanas con esa denominación.
Roma, París, Londres y Madrid eran algunos de los destinos de los vuelos programados para esta hora, cuatro ciudades europeas, aunque me parece que en este continente también hay ciudades con esa denominación, aunque no estoy tan segura de que dispongan de aeropuerto.


Vacaciones en Roma
Si fuéramos a hacer turismo, tal vez Roma no fuera un mal destino, por eso de que es la cuna de la cultura occidental y hay muchos edificios y monumentos antiguos, de la época del imperio romano, aparte de que la cuestión del idioma no sería un problema porque el italiano es asignatura obligatoria en el colegio.

¡Dos semanas en Roma! Seguro que estaría entre confundida y asombrada al descubrir que mi destino no es solo “lejos del St. Clare’s”… ¡sino la mismísima Ciudad Eterna! Ana, como siempre, se lo habría tenido bien guardado. Pero ahora que sé que vamos allí, las quejas y enfados se disuelven un poco, ¿cómo no emocionarse ante la idea de Roma?
Desde mi perspectiva de adolescente de 14 años con una maleta empacada sin haber participado, imagino que los primeros días los pasaría algo a la defensiva… probablemente cruzada de brazos junto a la Fontana di Trevi murmurando que esto no cambia nada sobre Daddy. Pero sería imposible no quedarme boquiabierta al ver el Coliseo por primera vez, o al probar un gelato de stracciatella mientras camino por el Trastevere.
Ana diría que es solo un viaje más, pero para mí sería un carrusel de descubrimientos: los pasillos del Vaticano, los graffitis romanos en el metro, la idea de que cada piedra puede tener más años que el St. Clare’s mismo. Quizá incluso me animaría a escribirle una carta a Daddy desde una terraza con vistas al Panteón. Tal vez le contaría que ya no espero que él venga a por mí… porque yo también puedo encontrar mi propio camino.
Y si al final de esas dos semanas Ana me propusiera quedarnos un poco más… creo que ya no pondría mala cara.
¿Y una visita al Papa?
¿Una visita al Papa? ¿Y qué sigue? Si se confirmase que Ana mantiene intercambios telefónicos con el mismísimo Papa, mi reacción inicial sería entre la incredulidad, el fastidio… y un leve toque de fascinación que jamás admitiría en voz alta.


Probablemente me enteraría por accidente. Ana se entretendría un momento para hacer una de sus llamadas, mientras paseáramos por algún rincón de Roma, con cara de “no es lo que parece”. Y yo:
—¿Con quién hablabas, Ana? ¿Tu novio secreto italiano?
Y Ana, con esa calma irritante suya, diría:
—Con el Vaticano. El Santo Padre quiere recibirnos.
—Claro. ¡Y yo soy la hija perdida de la reina de Inglaterra! —replicaría con incredulidad.
Pero cuando me quisiera dar cuenta de que va en serio, empezaría a entrar en pánico. ¡Una audiencia privada con el Papa! ¿Qué me pongo? ¿Hay protocolo para adolescentes sarcásticas con problemas de confianza?
Ese día llegaríamos al Vaticano. Ana iría vestida como si fuera a una boda diplomática. Yo llevaría algo negro por “respeto”, pero más por esconderme. Nos harían esperar en una sala enorme, con techos altos que parecen juzgarte en silencio. Mientras Ana hojearía un folleto sobre la historia del pontificado, yo escribiría en mi diario:
“Querido Daddy, Ana habla con el Papa. Yo solo quiero un café. ¡Esto es demasiado!”.
Cuando finalmente entrásemos en el despacho del Papa, todo cambiaría.
Me daría cuenta de que quizás el Papa no tiene nada de lo que yo imagino. Ni severo, ni lejano.
Él me miraría como si me conociera, como si comprobase por sí mismo todo eso que Ana le haya contado de mí. Como si supiera lo que es cargar con una mochila llena de silencios no dichos. Y de repente, sin saber por qué, hablaría con él. Le contaría cosas que ni a Ana le he comentado. Sobre Daddy. Sobre eso de sentir que no pertenezco a ningún lugar. Sobre tener miedo de que nadie me busque.
Él escucharía en silencio. Solo eso. Como si bastara.
Al salir, no diría nada. Solo miraría a Ana. Y por primera vez, la abrazaría sin sarcasmo. ¡Es amiga del Papa!
Ese día no lo apuntaría en mi diario. Ese día lo guardaría solo para mí. Como si… hasta el cielo, hubieran hecho una excepción.

Origen
- Esperando a mi Daddy. Friday, June 23, 1995
- Reflexiones personales
- Conversación con Copilot

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