Introducción
Friday, June 23, 1995. Vuelo PHL – ? (06:30 PM)
¿Por qué no una visita a Londres? ¿Por qué no sentirse como una princesa de cuento durante dos semanas? Ana ha dicho que allí donde van hay piscina, podrán relajarse y en Londres se habla inglés británico, de manera que, si ha de ser un poco sociable con la gente, mejor que sea con alguien con quien se pueda mantener una conversación fluida. Massachusetts fue una de las trece colonias de Nueva Inglaterra.
Lo cierto es que mucho interés y entusiasmo por este destino tampoco demuestra. Es casi como sentirse en casa y para ello no hay nada comparable ni equiparable a quedarse en el St. Clare’s.
Roma, París, Londres y Madrid eran algunos de los destinos de los vuelos programados para esta hora, cuatro ciudades europeas.


Vacaciones en Londres
El panel en el aeropuerto de Filadelfia marcaba que nuestro destino podría ser Londres. Mi primer pensamiento sería: Genial. Lluvia, té sin hielo y acentos que ni el diccionario entiende.
Seguramente miraría a Ana con esa mezcla de resignación e ironía que ya es marca registrada:
—¿Qué, ahora vamos a cazar fantasmas en los pasillos de Buckingham?
Pero claro… eso es solo la fachada. Porque por dentro, algo en mí se revolvería. Londres es la ciudad de historias sin fin, de novelas con tejados inclinados y farolas que parecen susurrarte secretos. Y yo, aunque no lo quiera admitir, tengo muchas preguntas que nadie me ha respondido.
Día 1. Aterrizaríamos en Heathrow. Todo parecería gris y ordenado. Ana compraría un mapa enorme del metro (el famoso “Tube”), y yo fingiría que me pierdo solo para evitar arrastrar su maleta.
Día 3. Entraríamos en la British Library. Ana me arrastraría hasta una exhibición sobre manuscritos medievales. Yo terminaría frente al diario de Virginia Woolf. Algo en esa caligrafía me hace doler el pecho. Escribiría en el mío: “No soy rara. Solo estoy escrita en otro idioma”.
Día 5. Caminaríamos por Notting Hill. Ana compraría libros de segunda mano. Yo encontraría uno con una flor seca dentro. En la primera página, alguien habría escrito: “A veces, perderse también es forma de viajar”. Me lo guardaría.
Día 8. Discusión. Fuerte. Le gritaría a Ana que ni París ni Roma ni esta ciudad fría van a hacer que Daddy me encuentre. Que no entiendo por qué fingimos. Esa noche no cenaría. Ana dejaría una taza de té en mi mesita sin decir palabra. Lo bebería. Sin decir palabra.
Día 11. Ana me llevaría a ver Les Misérables en el West End. Me negaría. Protestaría. Me querría quedar en casa de sus amigos. Lloraría sin que me viera.
Día 14. Último día. Cruzaríamos el Millennium Bridge con vistas a la catedral de St. Paul. Ana me preguntaría si esta ciudad me ha gustado. Le diría algo como:
—Tiene buena letra. Pero el libro aún está sin terminar.
Y no sé por qué, pero siento que Londres me devolvería una parte de mí que ni sabía que me faltaba.

Visita a Buckingham Palace.
En uno de esos días de nuestra estancia en Londres, Ana me anunciaría, como si nada, que «hoy vamos a visitar Buckingham Palace«. Lo primero que pensaría es:
—Perfecto. Más columnas, más reglas, más estatuas que no se mueven. Y seguro que llueve.
Fingiría aburrimiento, claro. Me quejaría de que los guardias parecen robots y de que nadie necesita tantas habitaciones para vivir. Pero en el fondo… hay algo en Buckingham que me intriga. No por las joyas, ni por los salones con nombres raros. Sino por lo otro: las ventanas cerradas, los pasillos donde no se puede entrar, todo eso que nunca se cuenta.
Imagino que Ana estaría encantada, como si tuviera la llave a un cuento que solo ella sabe cómo leer. Me diría que la reina una vez fue niña también. Que este lugar ha visto guerras, nacimientos, despedidas. Yo rodaría los ojos. Pero la escucharía.
Quizá me quedaría un rato sola en uno de los patios interiores. Miraría el cielo gris reflejado en los ventanales y pensaría: “Aquí también se han sentido solas personas que lo tienen todo. Igual no estoy tan rara.”
De vuelta en el metro, Ana sonreiría sin decir nada. Yo sacaría mi diario. Solo escribiría una frase:
“Algunas fortalezas no se construyen con piedra. Se sobreviven. Para vivir, prefiero el St. Clare’s”.

Origen
- Esperando a mi Daddy. Friday, June 23, 1995
- Reflexiones personales
- Conversación con Copilot

Debe estar conectado para enviar un comentario.