Olía a principio y a fin

Etiqueta: Esperando a mi Daddy

30 de agosto, 1995 07:00 PM

Un miércoles de agosto que olía a principio y a fin

Introducción

Es miércoles, 30 de agosto de 1995. Aunque oficialmente queda una semana para que empiecen las clases, para mí las vacaciones ya se han terminado. El sonido del despertador esta mañana no era una invitación, sino una sentencia. El verano se ha acabado y con él, la tregua. Hoy empieza todo, o al menos, la antesala de todo.

07:00 AM: El sonido del chantaje

El despertador suena para recordarme que me esperan en Medford High School. Hoy es el día de la presentación para los alumnos de 9º grado y conviene que no llegue tarde, que no falte. De lo contrario, quienes me acogerán con los brazos abiertos serán los del Matignon High. La cuestión es que Ana sabe cómo chantajearme y yo, que intento no parecer tonta, se lo permito porque no me queda otra salida.

Mi permanencia en el St. Clare’s Home pende de un hilo, y la condición para poder quedarme es una que detesto: estudiar la asignatura de Spanish. He tenido que aceptar, a pesar de mi desgana, porque es esto o empezar a olvidarme de que Daddy venga a rescatarme algún día.

Ana se asoma por la puerta de mi habitación. —¿No has oído sonar el despertador? —me pregunta contrariada, señalando su reloj de pulsera—. ¡Si es así cómo te planteas el curso, mal empezamos! —Hay tiempo —le respondo—. No he de estar allí hasta dentro de una hora y media. Tan solo es el día de presentación. —¡Pues, entonces, más vale que corras! —replica—. El primer día y la primera impresión en ocasiones resulta lo más importante.

Luego viene la inevitable pregunta sobre la ropa. Mi idea inicial era ponerme la ropa de los domingos, la que uso para ir a misa, pensando que sería la más adecuada y formal, que así no evidenciaría tanto que vengo del internado. Pero Ana tiene otra sugerencia.

¿Así iré bien? —le pregunto, insegura.

¿Los jeans con peto son una prenda femenina o masculina? Reconozco que me gusta, aunque tiene el inconveniente de que los botones con los que se abrochan los tirantes están en un punto un tanto delicado. Pero, como es indispensable llevar una camiseta debajo, no hay tanto problema. Si he de escoger, prefiero los pantalones a las faldas, y según Ana, esta es una prenda intermedia. Al menos no llevan cremallera por delante, de modo que nadie se esperará que por ahí haya algo de interés.

Para rematar, insiste en llevarme.

Cuando estés lista, te acerco en un momento con la furgoneta —me indica sin aceptar negativas—. ¡Mejor que no te pierdas por el camino!

08:40 AM: Sola en el patio de los leones

Ana se ha limitado a traerme con la furgoneta hasta la entrada y se ha ido. Confía en que sabré defenderme sola, pero esta sensación de desamparo me acobarda. Observo la escena en el patio del Medford High School, con la bandera norteamericana ondeando en el asta. No espero que a nadie se le ocurra cambiarla por la ropa interior de algún nerd; confío en que ese tipo de bromas y gamberradas no sean más que eso, cosas de las películas.

Algunos chicos han venido con sus padres, otros ya están en grupos formados que ríen y hablan con una familiaridad que me es ajena. Mi situación resulta chocante, porque soy la única que está completamente sola. Empiezo a dudar de mi vestuario. La sugerencia de Ana, que me pareció tan práctica, ahora me hace sentir demasiado informal, como si fuera una extraña que se ha colado por error.

Reconozco a un chico, Gabe. Fuimos compañeros en el St. Francis, aunque le conozco más de vista que por haber tenido trato. Tampoco estaba en la pandilla de chicos con los que me reunía en el parque. Desde el primer momento me da la impresión de que prefiere que mantengamos la distancia. Para él, somos un par de desconocidos.

Pienso en las dinámicas que me esperan, en las pandillas que seguramente se formarán. No sé con qué criterios. Si será por la procedencia, la raza, la religión, el nivel de inteligencia, el grado de socialización… Yo soy una chica de Medford, mestiza, católica, de inteligencia media y con una vida social más bien escasa. Y, por encima de todo, resido en el St. Clare’s. Siento que con estas cartas no encajaré en ningún grupo. Mi vida en el Medford High se perfila como una auténtica pesadilla.

09:30 AM: Un pupitre vacío y una pequeña esperanza

La charla previa en el «Little theater» ha sido tal y como me esperaba, un recordatorio predecible sobre la importancia de tomarnos los estudios en serio. Nada que Ana no me haya recalcado hasta la saciedad.

Después nos han dirigido a nuestras aulas de tutoría. He entrado y me he sentado donde me ha parecido, en el primer pupitre libre que he encontrado, sin un interés particular por estar cerca o lejos de nadie. Lo único que me llama la atención es que el pupitre a mi derecha permanece vacío. Si falta alguien, pienso, tal vez sea una chica. Quizás, solo quizás, exista una remota posibilidad de hacer una amiga.

La profesora, Ms. Bradford, entra en el aula y empieza a pasar lista. Soy la primera, lo que acentúa aún más mi condición.

—Bond, Jessica Marie.

—Aquí —respondo.

La lista avanza y mi atención vuelve al pupitre vacío. La expectación crece hasta que Ms. Bradford llega al final.

—Y la última, MacWindsor, Julia Stephanie ¿está? Nadie contesta. La profesora repite la pregunta en el silencio del aula.— Julia Stephanie MacWindsor ¿estás?

La ausencia confirma mi esperanza: ese pupitre vacío será para ella, la última de la lista. Fantaseo con la posibilidad de que no sea como las demás. ¡Cómo sea igual que las otras, lo tendremos complicado! Aunque tampoco es que yo sea una compañera ejemplar; tengo mis manías, a veces soy demasiado reservada o posesiva con mis pertenencias. Me distraigo tanto en ese pensamiento que no me doy cuenta de que la profesora me está mirando. —Señorita Bond, haga el favor de prestar atención. —Sí, perdón —me disculpo en voz baja. —Habla inglés ¿O necesita que se lo traduzca? —pregunta con un sarcasmo que me hiela. —Sí, hablo inglés —respondo, sintiendo cómo se clavan en mí todas las miradas.

Conclusión: El primer día

La mañana avanza y mis sentimientos son un torbellino. Por un lado, la pesadilla de tener que estudiar Spanish y el miedo profundo a no encajar en este mundo hostil. Pero, por otro, ha surgido algo inesperado. A pesar de todo, la posibilidad de que una chica llamada Julia Stephanie McWindsor Fernandez se siente en el pupitre de al lado me ha dado un motivo para el optimismo, por mínimo que sea. Es curioso cómo un simple nombre en una lista y un asiento vacío pueden cambiar la perspectiva de un día que había empezado con la certeza de que todo iba a salir mal.

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