Wednesday, August 23, 1995

04:00 PM, Saint Clare’s.

Jess: Ana, me marcho. – Le aviso para que lo sepa. – Volveré para la cena, como siempre. – Le indico. – Ya retomaré la lectura de ese libro esta noche. – Le prometo porque no me olvido de nuestro acuerdo.

Ana: [Spanish] Vale. – Me dice y da su aprobación. – No te alejes demasiado ni vuelvas muy tarde. Sobre todo, no te metas en problemas.

Jess: Me acercaré por el parque. – Le indico para que me tenga localizada. – Me llevo la bicicleta. Si no encuentro ambiente, daré un rodeo y regresaré.

Ana: [Spanish] Fellsway West es peligroso, de manera que ten cuidado con los coches. – Me advierte. – Sobre todo, ten cuidado con los chicos y no regreses como si volvieras de la guerra.

Jess: No me pondrán la mano encima. – Le aseguro.

La bicicleta se supone que es mía, porque fue mi regalo en mi último cumpleaños, pero, en realidad, pertenece al St. Clare’s. Como Ana me dijo, me la regalaron para que no reprima mis impulsos de explorar el barrio y descubra que hay más mundo más allá de donde me alcanza la vista. Hasta ahora el sitio más lejos al que he ido por iniciativa propia es el parque, mientras que las demás chicas del St. Clare’s han ido mucho más lejos y han regresado contando historias que para mí son ciencia ficción. Me conozco el barrio y sus alrededores porque en el St. Francis School de vez en cuando se hacen excursiones como parte del plan educativo de los diferentes cursos. Aparte que con el St. Clare’s haya ido en más de una ocasión hasta Carson Beach y bañado en las aguas del océano. Sin embargo, reconozco que hasta ahora mi mundo se ha reducido a esto. He ido al St. Francis School por las mañanas y por las tardes, cuando he conseguido escaparme del control del St. Clare’s, no ha sido difícil que me localizasen en el Hickey Playground donde me reunía con los chicos del barrio, cuando no eran éstos quienes se acercaban por el St. Clare’s porque iban a buscarme y se encontraban con la negativa de Monica, mientras que yo aprovechaba esa distracción y me escapaba por la otra puerta. Aunque ya hace tiempo que se descubrió la trampa y que los chicos se han desentendido de mí.

Desde que visto con ropa de chica ya no les intereso tanto como antes. No se sienten cómodos cuando los de las otras pandillas les ven conmigo, porque después les dicen que juegan tan mal como las chicas y cosas de esas. Aparte que ya no tienen tanta gracia esas peleas, cuando más que defender el campo de juego, se tienen que preocupar de que los demás no vengan a por mí. De manera que poco a poco he sufrido que me dieran la espalda. Aparte que no siempre he estado con ánimos para estar con ellos. Ahora destaca más que soy una chica y hay cuestiones que los chicos no entienden. Al principio, el único problema era que no me gustaba que me vieran cuando me bajaba los pantalones, que en los cuatro acres y medio del parque no haya un sitio para que las chicas lo hagamos sin que nos observen. Sin embargo, en los últimos años me he sentido más observada, que se le daba más relevancia a nuestra diferencia físicas y no es una sensación que me resultase agradable, porque tampoco tengo la impresión de que haya cambiado tanto. Soy la misma de siempre, pero los chicos son tontos y no se relacionan con las chicas porque piensan que les contagiaremos algo.

Fulton St. – Fellsway W

Para ir hasta el parque en bicicleta, la verdad es que no hay que hacer ningún esfuerzo, tan solo poner los pies en los pedales y no apretar el freno del manillar, hay que dejarse caer por la pendiente de Fulton St y tan solo tener la prudencia de no chocarse con ningún coche que venga de frente o salga por las calles laterales. De todas maneras, no estoy tan alocada como para lanzarme sin frenos, porque antes de que me dé cuenta me encuentro con el colegio y conviene que, cuando pase por delante de la puerta, no vaya a demasiada velocidad, porque el cruce con Fellsway W está a pocos metros y los coches tienen preferencia. Ese sí es un cruce peligroso y es preferible que utilice el semáforo y el paso de peatones para cruzar al otro lado. En alguna ocasión me atreveré a bajar Fulton St. sin sujetar el manillar durante unos metros. Pero, como me ha advertido Ana, mi osadía me mandará derecha al hospital como me descuide. Lo menos grave es que me pase unas cuantas semanas en reposo y con alguna pierna o brazo escayolado, porque de un accidente en esta calle no sale ileso nadie, ya que tampoco es una calle recta y el peligro está a cada paso.

Una vez que llego al cruce, el paso de peatones se encuentra a la derecha. Lo que en esta ocasión me conviene, dado que pretendo cruzar la avenida y seguir recto, aunque ya veo al otro lado de la avenida los terrenos del parque y supongo que alguien pensará que me equivoco de camino. Pero me evitaré problemas con el tráfico e iré por una ruta segura, porque al campo de béisbol se llega más rápido por esta ruta. De lo contrario tendría que dar un rodeo. Como le he dicho a Ana, si no encuentro ambiente en el parque, mi objetivo es seguir hasta el río, aunque ya sé que todo lo que sea ir más allá de otro lado de la I93 está permitido con matices. Por lo cual Ana es de las primeras que se alegra de que mi afán explorador no haya superado nunca esta zona de Medford. Aunque también sabe que lo único que me retine aquí es la idea de que Daddy vendrá a buscarme algún día y no quiero estar muy lejos, por si acaso. De ahí que no me entusiasme la idea de que me manden a Matignon High.

En cuanto atravieso Fellsway W, subo a la bicicleta y me veo en la necesidad de dar pedales para que se mueva, porque por aquí el terreno es llano y la bicicleta no lo hace sola. En todo caso, no me preocupa demasiado porque esta parte de Fulton St. es mucho más segura y tranquila, con menos tráfico, debido a su proximidad con la I93. De hecho, hubiera estado bien que el St. Clare’s se encontrase en esta zona y no tan arriba, alejado del colegio. Lo pusieron en el primer edificio que encontraron disponible y cuyas dimensiones se adecuaban a las necesidades de las niñas. No nos tienen como sardinas en lata, aunque tampoco somos tantas como para que necesitemos una vivienda mucho más grande. Como Ana me ha explicado en alguna ocasión, el presupuesto que cada año se destina al St. Clare’s es bastante limitado y entra dentro de la labor social de la parroquia, del compromiso adquirido para cuidar de niñas desamparadas como en mi caso. Aunque el objetivo es recoger a niñas que no quiere nadie o con dificultades familiares y buscarles un hogar. A mí me encontraron una mañana en la cuna del hospital y eso fue motivo suficiente para que se considerara que cumplía con los requisitos.

Cuando llego a Rockwood Terrance giro a la izquierda para meterme por ahí, porque al final de la calle se encuentra la entrada al parque y el campo de béisbol. Desde la alambrada tendré una mejor panorámica del ambiente y decidiré si me quedo o continúo con mi paseo, Aunque la verdad es que prefiero quedarme por aquí. Me gusta este lugar y echo de menos la inocencia y la libertad con que participaba en los partidos de los chicos. Tampoco es que sea una chica a quien le guste la competitividad, pero no soy de las que acude al campo para quedarse sentada en el banco mientras los chicos se divierten, como en alguna ocasión he escuchado comentar a mis compañeras de clase. No vengo a mirar porque me guste un chico en particular. No tengo un especial interés por ninguno. A pesar de que éstos lo tengan por mí. Quienes me conocen ya saben que no es algo que me preocupe. Estoy esperando a que Daddy venga a por mí y no quiero líos con nadie más. No voy por ahí como una chica popular ni engreída, cuando todo el mundo sabe que soy una de las chicas del St. Clare’s y eso desde hace algún tiempo es motivo de recelo. Sobre todo cuando más allá del barrio no todo el mundo sabe que la iglesia de St. Francis tiene un internado de chicas.

04:55 PM George W Hickey Playground

Desde la alambrada distingo a los chicos de la pandilla en el campo de béisbol y tengo la impresión de que se preparan para jugar un partido contra los de otra pandilla, pero con la desventaja de que falta un jugador para que haya los mismos en cada equipo. Parece que en esta ocasión las rivalidades entre las pandillas se resolverán sin necesidad de recurrir a la violencia. Se han puesto de acuerdo y jugarán todos juntos, lo que me parece perfecto y, hasta cierto punto, me produce una cierta envidia. Hasta no hace mucho, cuando llegaba hasta aquí, no me lo pensaba dos veces antes de adentrarme en el terreno de juego. porque daba por sentado que me aceptarían. Sin embargo, ya no me considero una más de la pandilla. Se ha perdido aquella complicidad, porque ni siquiera contaban conmigo en los descansos en el colegio. Los chicos se iban por un lado y yo por otro, como si fuéramos unos extraños. Por lo que me he tenido que juntar con el grupo de chicas que me acepte, normalmente las otras chicas del St. Clare’s, con quienes tenía más en común y era fácil hablar de cualquier cosa. Pero de ese trío soy la única que este año sigue en el St. Clare’s y no sé qué ambiente encontraré en el Medford High School cuando comience el curso.

Como se han dado cuenta de que estoy aquí su conversación se ha vuelto más animada. Me da la sensación de que discuten y que mi presencia les ha puesto nerviosos a todos. Hasta ahora no han tenido espectadores y supongo que ni los quieren ni los esperan. Además, estoy segura de que no se han pensado en mí como una antigua integrante de la pandilla, sino como una chica que ha venido a molestar, porque estaban muy tranquilos antes de mi llegada. Ahora se ven obligados a guardar las apariencias, a disimular, como si les observase el enemigo y no quisieran que descubra sus puntos débiles. En mis conversaciones con las compañeras de clase también pasa que nos quedamos mudas cuando sentimos que algún chico se acerca demasiado. Sin embargo, ahora estamos en el parque, ellos están en el campo de béisbol y yo a este lado de la alambrada. No les he dicho nada. Tan solo les observo mientras decido si me quedo o me marcho. No me he acercado hasta aquí para molestar. Quiero pensar que no me será demasiado complicado hacer nuevas amistades, aunque no me duren más que un curso.

Bill: [Se separa del grupo y se acerca a la carrera hasta donde estoy yo] ¡Oye, Jess! – Me llama porque aún no se ha olvidado de mi nombre. – ¿Juegas con nosotros? – Me pregunta con confianza. – Nos hace falta un jugador.

Jess: ¿Lo dices en serio? ¿Seguro que no os importa? – Le pregunto extrañada.

Bill: Nos hace falta un jugador. – Me repite. – Si te animas, jugaremos todos. En caso contrario alguno se quedará fuera. – Justifica. – Ya que estás, si te apetece, únete a nosotros

Jess: ¿No os importa jugar con una chica? – Le pregunto porque en ocasiones los chicos son bastante suspicaces con esa cuestión y no quiero que se incomoden con mi presencia.

Bill: No todos estamos de acuerdo, pero, si te animas, formaremos los dos equipos iguales. – Me contesta.

Jess: Vale, espera a que aparque la bicicleta. – Le contesto. – Ahora voy.

Por sorprendente que parezca, me han invitado a que juegue con ellos, aunque haya dejado claro el motivo, les falta un jugador. Supongo que éste no es un partido amistoso. De lo contrario esa no sería una razón para que no jugasen. Por lo que entiendo que mi primera apreciación no era muy desacertada. Está en juego el honor de la pandilla y se encuentran en desventaja. Me necesitan para compensarlo. Me he dejado convencer porque me han dado una excusa para que me quede y la idea del paseo en bicicleta no me resulta tan interesante en estos momentos. Será más divertido y entretenido el partido. Además, si no me muevo de aquí, seguro que Ana tiene un motivo menos para preocuparse por mí. Aunque supongo que no le convencerán demasiado mis explicaciones cuando le comente que he estado con tantos chicos a la vez. Tan solo se trata de un partido de béisbol y no tiene por qué pasar nada extraño. Se trata de los chicos de la pandilla y otra pandilla rival, aunque en esta ocasión no correrá la sangre, salvo que alguno tropiece y bese el suelo. Al menos ésta será una de esas tardes en que regresaré al St. Clare’s con la sensación de que no he perdido el tiempo y que no ha sido tan mala idea que me acercase por aquí, porque otras veces no he tenido la misma suerte, pero ahora los chicos me han incluido en su equipo.

No voy vestida con ropa de deporte, sino de verano, aunque no sé si es la más apropiada para un partido de béisbol, porque cuando la he escogido y puesto únicamente he pensado en la comodidad y el calor que hace en la calle. Para ir en bicicleta no resulta inapropiada, aunque no voy como una profesional ni nada de eso. Ésta es ropa informal, de paseo. Supongo que los chicos se han dado cuenta de que soy una chica en cuanto me han visto, porque no llevo ninguna prenda de chico. Estoy de vacaciones y en esta época no me es tan fácil de conseguir, ya que casi soy la única chica que pasa el verano en el St. Clare’s. ¡Cómo entre la ropa que se echa a la lavadora aparezca alguna prenda de chico, me pedirán muchas explicaciones! Durante el curso no importa tanto porque la ropa se acumula y no se les presta tanta atención a esos detalles. A veces tengo la sensación de que Ana se aprovecha de mi recelo para no ir de campamento y hace que me vista como una muñeca. Me tiene mucho más controlada, porque también disfruto de una mayor libertad en cuanto a mi tiempo de ocio. No tengo que ir a clase y cuando cojo un libro es por aburrimiento. Al menos llevo bermudas y no falda. En definitiva, que esta tarde no considero que mi vestimenta sea una objeción para que rehúse la invitación que me han hecho.

Me he fijado en cómo van ellos vestidos y la verdad es que tampoco les encuentro tantas diferencias conmigo. Tampoco pongo demasiada atención porque no me parece que sea apropiado en una chica educada. Como no espero que ellos se fijen en mí con mucho detenimiento porque se supone que vamos a jugar un partido y no a convertirlo en una competición de miradas en la que yo sea el objetivo. Me encuentro en evidente desventaja frente a todos ellos. Mi intención es divertirme de una manera sana y saludable; volver cansada al St. Clare’s para que no me tengan que insistir cuando sea hora de acostarse. En estos últimos días Ana me ha encontrado desvelada y he apagado la luz más por evitar sus insistencias que por agotamiento físico. Confío en que ninguno de los chicos se ponga en plan tonto conmigo porque me marcharé. Dará igual, si dejo a mi equipo en desventaja o por mi culpa pierden el partido. No dejaré que se rían de mí, porque nunca se lo he consentido a nadie. Además, supongo que, si tuvieran motivos para sentirse incómodos con mi presencia, no me hubieran invitado a que jugara y no creo que sea razón suficiente que les falte un jugador, porque no me esperaban, y yo tampoco sabía si les encontraría aquí.

Jess: [Me reúno con mi equipo] Ya estoy aquí. – Les indico. – ¿En qué posición juego? – Les pregunto para que me vean interesada en el partido y que tampoco los conozco a todos. – Me colocaré donde me digáis.

Bill: ¿Has jugado alguna vez? – Me pregunta. – El partido es en serio. – Me advierte. – Hemos acordado que quién gane se reserva el campo durante un mes.

Jess: Nunca he jugado en serio, pero sí he bateado y lanzado la pelota alguna vez. – Le contesto, aunque la verdad es que me atrae más el baloncesto o el fútbol. – Haré lo que pueda. – Le digo con más determinación que convicción.

Bill: Ellos batean primero. – Me indica. – ¿Te importa ser el pitcher? – Me propone.

Jess: ¿Qué es eso? – Pregunto por desconocimiento.

Bill: El lanzador. – Me responde. – Nosotros recogeremos las pelotas. – Me dice. – ¿Te parece bien? – Me pregunta como si no esperase una negativa.

Jess: Sí, supongo. – Le respondo no muy convencida.

Me parece que para ser el pitcher del equipo hay que tener fuerza en los brazos, además de puntería. No sé si se habrán dado cuenta, pero soy una chica y, como le he dicho, nunca he jugado a esto en serio. En mi caso el contacto con el béisbol ha sido toques a la pelota durante las clases de Physical Education y porque era la actividad que correspondía. Supongo que no es que pongan su confianza en mis cualidades como pitcher. Más bien, desconfían de mis aptitudes para recoger las pelotas que batee el equipo contrario y ello se convierta en nuestro punto débil. En este equipo de nueve yo soy la única chica y en el otro hay nueve chicos. Por lo cual, me temo que la ventaja la tienen los otros a su favor. Pero supongo que mi pandilla confía en el factor suerte y sorpresa, que los otros se asusten porque juegan contra una chica y en un primer momento no tienen muy claro, si soy buena o mala. Entiendo que pretenden darles un susto. Por mi parte supongo que apoyo al equipo y no me recriminarán que no haya hecho lo posible por conseguir la victoria. Supongo que, de algún modo, he de agradecer que me hayan tenido en cuenta después de que ya llevo bastante tiempo sin jugar con ellos, sin considerarlos tan amistosos conmigo y, en general, como cualquier chica.

Bill: Procura que no te eliminen. – Me aconseja. – ¡Eres nuestro pitcher! – Me anima. – Si no consigues eliminar a alguno, al menos intenta que no te eliminen a ti. – Me advierte.

Jess: Haré lo que pueda. – Le respondo confiada y resignada ante la responsabilidad que me encomiendan.

Bill: ¡Vamos, a por ellos! – Exclama confiado en la victoria.

Mientras me dirijo al montículo, porque supongo que es ahí donde me tengo que colocar, los de mi equipo se distribuyen por el campo de juego, tres en el campo interior, cerca de las bases y cuatro se reparten la zona exterior y el último se sitúa detrás del lanzador. Aunque a mí me parece que son pocos para todo el espacio que hay que cubrir, a pesar de que se supone que los del otro equipo no batearán con tanta fuerza como para mandarla fuera del parque. Podrían provocar un accidente, ya que, por cómo está ubicado, lo lógico es que, si batean con excesiva fuerza, la pelota acabe en la avenida Fellsway W. No creo que mis amigos sean tan loco como para lanzarse en una carrera a por ello. De todas maneras, el parque es lo bastante grande como para que sea muy poco probable que la pelota llegue tan lejos. Estamos aquí para divertirnos y no para cometer ninguna locura, aparte que la fuerza del golpe depende en gran medida de cómo la lance y no me veo capaz de hacer grandes lanzamientos. Me conformo con que lleguen al bate y no me eliminen antes de tiempo. Como me ha dicho Bill, han puesto su confianza en mí, para su estrategia de juego, mi mejor posición es la de pitcher, cuando me toque batear, ya se verá en qué turno lo hago.

Bateador: ¡Uy, qué miedo! Han puesto a la chica de pitcher. – Me dice con burla. – Si quieres, me acerco. – Me sugiere con intención de reírse y dejar que aflore su vena machista. – La pelota es más grande que tus…

Jess: Batéala, si puedes. – Le interrumpo y contesto con un exceso de confianza en mis habilidades y porque no me agradan las alusiones a mi anatomía.

No consentiré que se burle de mí por el hecho de que sea una chica ni porque ahora no vaya a salir corriendo hacia el St. Clare’s para ponerme a salvo. Con sus comentarios me ha herido en mi orgullo y creo que estoy en mi derecho de hacer que se trague esas palabras y se disculpe por estúpido y grosero, porque sus palabras resultan ofensivas, aunque esté en lo cierto. Ha conseguido que esto se convierta en un asunto personal, aunque la verdad es que no tengo ningún interés en tener el campo de béisbol reservado durante un mes, ese es el objetivo de los chicos y casi una indicación para que me lo piense, si me acerco por aquí en otra ocasión, pero pretendo acabar el partido sin que los del otro equipo se atrevan a mirarme. No recuerdo si en alguna ocasión me he llegado a pelear con alguno de ellos, porque reconozco que mi pandilla ha sido bastante conflictiva en ese sentido, pero no quiero que éstos se vayan con el sabor de la victoria, que se crean tan superiores y con ventaja al final del partido. Sudaré la camiseta como los demás y no dejaré que nos derroten mientras la victoria esté al alcance de nuestra mano. De momento estamos al comienzo del partido y me toca lanzar la primera bola.

Con ropa o al natural, no considero que sea muy apropiado ese tipo de comparaciones, porque tampoco es algo que yo haya pretendido ni provocado. Mi fisionomía es la de una chica de catorce años. Casi seguro que aquello que tanto llama la atención de los chicos no tiene el volumen de una pelota de béisbol, pero eso no creo que sea algo malo, porque ahora mismo se convierte en una ventaja, en una complicación menos para ejercer de pitcher. En cualquier caso, ante ese tipo de insinuaciones, prefiero creerme más el consejo que en su momento me dio Ana, que lo importante es que haya con qué compararlo, lo demás son apreciaciones subjetivas. Como hay, con independencia de lo llamativo que resulte, no hay motivo para que me preocupe. Es más, según Ana, los chicos que se obsesionan con ese asunto en el fondo lo que ponen de manifiesto son sus propios complejos, aunque por lo que yo sé y he visto, no me parece que en caso de éstos resulte tan fácil hacer ese tipo de comparaciones dado que no es algo que éste tan a la vista. Por mi parta tampoco es que tenga un especial interés en que me lo enseñen. No quiero que me avergüencen.

Si se trata de comparar, de una cuestión de tamaños, en este caso creo que los chicos salen perjudicados, porque yo tan solo soy el pitcher, pero a ellos les toca batear y dudo bastante que presuman de lo suyo en ese aspecto, entre otras razones porque sería bastante raro que hubiera alguno con algo así. Se lo tendría que hacer mirar por los médicos, aparte que tampoco disfrutaría de una vida demasiado normal. Por lo cual, en mi caso, casi prefiero que se burlen del volumen de la pelota, porque es una aproximación a la realidad, mientras que lo de ellos será una exageración bastante descarada y no creo que a ninguna chica le agradase, lo único como espectáculo de circo o algo así. Sé es que es una cuestión que se ha estudiado en clase, sobre la que Ana no ha tenido reparo en hablarme cuando me ha considerado mentalizada para ello, de manera que tengo la certeza de que los chicos no son bateadores.

Primer lanzamiento sin entrenamiento ni calentamiento previo. Supongo que por mucho que quiera no me saldrá como el mejor del partido. Si se alarga demasiado, al final me dolerán todos los músculos, por lo que, aunque me tenga que tragar mi orgullo y contener la rabia, será mejor que modere mis fuerzas. Si dejo que se confíe y falla dos lanzamientos, al tercero seré yo quien me ría cuando le lance la pelota al punto justo y no sea capaz ni de rozarle. Supongo que la teoría está bien y para comenzar el partido con optimismo es lo mejor que tengo. De momento el tanteo no favorece a nadie y espero que, cuando nos toque batear a nosotros, la diferencia no sea demasiado grande o al menos tengamos ocasión de igualarles para que se traguen esa chulería con la que se han presentado. ¡Cómo ganemos creo que éste será uno de los mejores veranos de toda mi vida! Si no recibo noticias de Daddy, que al menos no me quiten la ilusión de esta victoria. Comenzaré el nuevo curso con un mejor ánimo y es posible que sea contagioso y encuentre entre mis compañeras de clase a alguna con la que haga amistad desde el primer día.

La pelota va directa al bateador, sin demasiada fuerza y quizá como evidente expresión de mis propias inseguridades, más que de la rabia por ese inapropiado comentario. Ya han pasado algunos años desde la última vez que participé en un juego de los chicos y me temo que, frente a la rebeldía de entonces, al deseo de sentirme integrada en el grupo como una más, me temo que se ha acentuado mi lado femenino. Tampoco creo que haya perdido, tan solo que pienso y me comporto más como una chica, que es lo que soy, sin que ello me haya convertido en alguien menos deportista ni ágil, tan solo que han cambiado mis prioridades, mientras que ellos han seguido con sus juegos y están más mentalizados para competir. Esto es, que, si fuera un chico, la pelota hubiera salido de mis manos con mucha más fuerza, pero en una chica no quedaría bien. De algún modo es como si esta tarde yo misma necesitara convencer a los chicos que no soy como ellos, hacerme la interesante a la par que delicada. ¡Ni yo misma me reconozco como la que era hasta hace unos años!

06:00 PM. Baseball Diamond

Bill: ¡Por fin! – Exclama. – Tercero eliminado, cambio de juego.

Después de casi una hora de partido, de ser testigos de cómo los del equipo contrario sumaban carreras a su marcador mientras el nuestro se ha mantenido a cero, al final hemos conseguido eliminar al tercer jugador y, por lo tanto, nos toca batear. Este partido es en serio y dentro de lo que cabe, supongo que no soy una mala pitcher, aunque tengo la sensación de que mis lanzamientos han beneficiado más al otro equipo, porque no ha habido manera de engañarles, siempre sabían dónde poner el bate para tocar la pelota, una vez con más fuerza y otras con aparente desgana, pero todos los lanzamientos se han dado por válidos y por lo tanto los corredores han ido de una base a otra y de ahí a casa. Incluso en una ocasión la han mandado tan lejos que han sorprendido a los chicos de mi equipo que vieron como la pelota volaba por encima de sus cabezas mientras las bases iban quedando libres, fue un “homerun” que nos dejó con la boca abierta, porque los lanzamientos previos no habían sido tan largos. Lo cual me ha generado un sentimiento de asombro y rabia porque no le daba a mi equipo la ayuda que se esperaba.

Sin el menor pudor y sin cohibirse lo más mínimo, los del otro equipo aprovechan que se ha detenido el juego para despojarse de las camisetas, porque parece que a partir de ahora jugarán con el pecho al descubierto, lo que entiendo como una provocación hacia mí, a parte que tengan más o menos calor después de todas las carreras y sea una manera de refrescarse. Mi primera impresión es que, de manera premeditada, quieren demostrar que ellos son los machotes sobre el campus y que mis amigos juegan tan mal como si fueran un equipo de chicas, en clara alusión a mí. Sin embargo, si pretenden que me despoje de la camiseta, mejor que no se hagan ilusiones, ya hace tiempo que abandoné esa costumbre y es posible que alguno de los chicos de la pandilla aún se acuerde de ello y no me apetece que se repita porque soy una chica decente. Ya escarmenté, aunque solo fuera por la charla que me echó Ana cuando se enteró de mi desvergüenza y descaro. Ahora ya tengo algún año más y, como ella me dice a veces, crezco demasiado deprisa para lo poco que me esfuerzo, porque la ropa se me queda pequeña de un día para otro.

Bill: ¡Venga, no nos vengamos abajo ahora! – Exclama. – Que no nos asusten, aún remontaremos el partido. – Dice para que nos animemos.

Los de mi equipo se reúne en el banco que hay cerca de la zona de lanzamiento, tiene intención de seguir el ejemplo del otro equipo y despojarse de la camiseta porque no la llevan menos sudada que éstos, dado que les han hecho correr para atrapar las pelotas, pero su impulso se ve coartado cuando se dan cuenta que yo también soy parte del equipo y no comparto esa tendencia. No estoy dispuesta a que vean lo que llevo bajo la camiseta, aunque la mía está tan sudada como la del resto e incluso me refrescaría, si no pensara que resulta un poco degradante, porque estamos aquí para jugar un partido de béisbol y el juego en sí ya resulta bastante emocionante. Nos toca la remontada y yo no pienso ser el premio ni el aliciente de nadie. Creo que después que me han tenido de pitcher durante casi una hora me he ganado ese respeto y consideración por parte de todos. Estoy tan cansada como ellos y me siento igual de derrotada por el resultado del juego, pero estoy decidida a hacer frente a la adversidad y que esto no acabe como un desastre, con un mal sabor de boca.

Bill: Jess, batea tú primero. – Me pide. – Mándala lo más lejos que pueda. – Me aconseja. – Reserva el homerun para la segunda vuelta.

Jess: Haré lo que pueda. – Le prometo.

Para demostrarle a los chicos de mi equipo y a los del otro que el reto no me asusta, que no me acobardo ante la responsabilidad que se me encomienda, aunque ya sé que ninguno espera que sea capaz de mandar la pelota muy lejos porque el partido está pensado para ellos y me he de amoldar, tengo el atrevimiento y la ocurrencia de corresponder a la sutileza del otro equipo, me subo la camiseta y la anudo por encima de la cintura, de tal manera que, si se creen muy hombres, no tienen de qué presumir, dado que se lo crean o no, también tengo ombligo. Como Ana me dice al respecto, en ese sentido tengo más suerte que muchos porque a mí nadie me ha hecho pedorretas en el ombligo cuando era pequeña, por lo cual soy la única que presume de natalidad. La verdad es que preferiría presumir porque Daddy me ha comido a besos antes que resaltar esa falta de demostraciones de cariño, pero supongo que Ana me lo ha aconsejado así porque considera que es una prueba de madurez, que no necesito comparaciones para estar a la altura de los demás. Ya he hecho y hago bastantes méritos creciendo como una chica sana que se enfrenta a las dificultades de cada día. Nadie me dirá nunca que he crecido como una niña mimada y consentida. La verdad es que ese cariño lo he recibido cada vez que pienso en lo mucho que Daddy me querrá.

Pitcher: ¡Eh, no me vas a distraer porque te pongas así! – Me advierte como si lo de mi camiseta fuese una provocación. – Tendríamos que ponerte de perfil para que te veamos algo.

Jess: ¡Lanza y calla! – Le respondo con indiferencia, aunque se me ocurren otras muchas respuestas.

Me parece que en estos momentos soy una chica peligrosa. Tengo un bate algo pesado entre las manos y me van a lanzar una pelota. Lo que tengo ante mí son nueve chicos confiados en que serán capaces de atrapar la pelota en el aire o que no tendré fuerza para mandarla más allá de la línea de las bases. Si soy un poco mala y objetiva, la verdad es que aparte de que se trate de nueve chicos con sus torsos desnudos y lo considere un deleite para mis ojos, aunque a alguno con el primer vistazo tengo bastante y a otros quisiera verles más de cerca, en lo que me fijo es que se trata de nueve dianas, nueve oportunidades de mandar a alguno al hospital para que se traguen su orgullo y no me vuelvan a meter conmigo porque piense que como soy una chica lo de considerarme medio tonta sea un exceso de benevolencia por su parte. ¡Tontos ellos que se creen tan listos que el cerebro se le ha quedado a medio camino hasta la cabeza! Soy una chica con un bate de béisbol entre las manos, lo que me convierte en un peligro para la integridad de cualquiera. Supongo que en vez de vigilar el vuelo de la pelota deberían proteger su hombría, ya que tal vez desvíe el tiro o con la fuerza del impulso el bate se me escape de las manos y le golpee al más despistado.

Cojo el bate con fuerza y me preparo para recibir. Llevo una hora esperando este momento y no permitiré que se burlen de mí después que he estado todo este tiempo como pitcher. He sido yo, y no mis compañeros, quien ha eliminado a los tres del otro equipo. No espero que ahora este pitcher se muestre muy considerado conmigo, pero me conformo con que no sea la primera de mi equipo a la que eliminen antes de que llegue a la primera base. Intentaré golpear la pelota, aunque sea por casualidad. No seré yo quien defraude a mi equipo, a pesar de que me hayan puesto como primer bateador con esa intención. Por las palabras de Bill entiendo que se fían más de sus habilidades y, mientras no tenga que batear, habrá alguna posibilidad de que remontemos el marcador y se vuelva a nuestro favor. Les soy más provechosa para anotar carreras, pero antes tengo que salir de aquí y para ello es necesario que golpee la pelota y que no me eliminen antes de tiempo.

El pitcher lanza con efecto, con intención de que falle, de manera que o atino con el movimiento del bate o me apuntaré un strike en contra; dos más y eliminada. El bate y mis brazos se mueven al unísono y de manera más intuitiva que lógica. Pierdo de vista la pelota porque va más rápido que mis ojos y tengo que moverme casi a ciegas, probar suerte y que pase lo que tenga que pasar, sin pensar. El objetivo es que el bate golpee la pelota y la envíe lo más lejos posible o tan lejos como para que el tiro se considere válido porque, en cuanto sienta el impulso del golpe, he de soltar el bate y correr hacia la primera base antes de que me corten el paso y eliminen. En cuestión de décimas de segundos han de ser tan rápidas mis reacciones que me siento superada, que no pienso en nada tan solo lo hago.

En cuanto siento que algo frena el impulso que mis brazos le dan al bate, me doy el tiempo justo para terminar el giro y suelto el bate sin preocuparme por nada. Ahora únicamente tengo que correr porque la primera base está tan cerca o lejos como los del equipo contrario sean capaces de organizarse para que la pelota llegue a esa base antes que yo y me eliminen.

Sin pensar en lo que hago y desentendida de la evolución de la pelota y del juego, cuando me veo cerca de la base me lanzo hacia ésta, aunque me tenga que arrastrar por la tierra para llegar. Quizá tendría tiempo para llegar hasta la segunda base, pero no soy muy consciente de lo lejos que he mandado la pelota ni de la rapidez con la que han reaccionado los de los equipos para atraparla. Lo único que pretendo en ponerme a salvo y no fallar a los de mi equipo, dado que tengo la impresión de que como pitcher mi participación no nos ha beneficiado en nada. He tardado demasiado en eliminar a los otros para que nos llegue el turno de batear, aunque en el fondo hayan sido entre ellos quienes han establecido así las normas, en vez de establecer un tiempo o un tanteo.  

Cuando me pongo de pie, segura de que no me han eliminado, me fijo en la cara de impresión que se les ha quedado a los chicos porque ninguno se lo esperaba y la verdad es que ha sido un acto reflejo por mi parte. Si me lo hubiera pensado mejor, supongo que me habría controlado y no habría hecho el ridículo de esta manera, ya que todos pensarán que resulta excesivo, que me he entusiasmado más de la cuenta, pero no quiero que me acusen de que soy demasiado delicada, porque las chicas también somos capaces de hacer heroicidades como ésta, aunque nos cueste el orgullo. En este caso entiendo que mi comportamiento más que heroico ha sido un tanto estúpido, impulsivo.

Cuando bajo la mirada para ver mi estado me encuentro con que, aparte de que se me ha deshecho el nudo de la camiseta, estoy toda manchada con la arena del campo, como si hubiera rememorado la época en que mis peleas con las pandillas rivales, cuando acababa rebozada por el suelo. Aunque sé que tengo un aspecto lamentable, me siento bien conmigo misma porque he superado con éxito esta primera dificultad, he iniciado con éxito la remontada de mi equipo. Confío en que ello le sirva de aliento para los demás porque gracias a mi hazaña o a mí estupidez ha comenzado lo que a priori no parece imposible. Para que vean que me encuentro bien y no necesito que se detenga el juego ni que vengan a socorrerme, me sacudo la arena de la ropa y me preparo para salir hacia la segunda base en cuanto la pelota se ponga en movimiento de nuevo. Me duele más el orgullo por el ridículo que el cuerpo por las magulladuras, porque la verdad es que me he lanzado en plancha y deslizado por el suelo, lo cual los chicos del otro equipo no hicieron en ninguna ocasión, prefirieron una carrera un poco más rápida e incluso en algún momento hubo quien no se movió de la segunda base, prefirió asegurarse antes que ver cómo los de mi equipo le eliminaban a mitad de camino. Se aprovechó de que el lanzador tenía la primera base libre y era evidente que no habría tiempo para más. Lo mío ha sido una carrera a la desesperada porque tampoco se permite que repita como bateador una vez que el tiro se ha dado por válido. En cualquier caso, como he iniciado la carrera sin preocuparme por nada, me ha sido indiferente lo lejos que llegase la pelota, por lo que es posible que la impresión haya sido que he sido yo quien he recibido el golpe en el culo, aunque lo cierto es que nadie me ha puesto la mano encima.

Bill: ¿Jess, todo bien? – Me pregunta.

Jess: Sí, todo bien. – Le confirmo. – ¡A jugar! – Digo para que no se detenga el juego.

Aprovecho que ahora nadie mira, que he dejado de ser el centro de atención y echo un vistazo por el cuello de la camiseta, que es la zona que siento más dolorida y más ha padecido este deslizamiento por la tierra, porque no he venido preparada para ello. A primera vista no descubro nada significativo, lo cual me tranquiliza bastante, lo que traslada mi preocupación a las explicaciones que le tendré que dar a Ana cuando regrese al St. Clare’s y le cuente lo que ha pasado. No me felicitará por mi heroicidad ni por mi estupidez, pero se alegrará cuando sepa que no se ha debido a que me haya peleado con nadie ni a que haya tenido un percance con la bicicleta. La única responsable he sido yo por mi exceso de entusiasmo, ha sido algo impulsivo que seguro he tenido que ver alguna vez por televisión o en alguna revista y se me ha quedado esa idea grabada en la cabeza. Me siento afortunada de que los profesionales del béisbol no hagan cosas peores, aunque en su caso van preparados para ello mientras que yo he salido del St. Clare’s vestida con ropa de deporte, pero de manera informal, más preparada para un paseo en bicicleta que para terminar revolcada por los suelos.

07:00 PM. Baseball Diamond

Me parece que es hora de que me marche de regreso al St. Clare’s, aunque los chicos sigan con el partido y les deje en el peor momento, cuando la remontada ya se hace imposible y la derrota la debería sufrir todo el equipo. Ya anochece y a Ana no le gusta que esté con la bicicleta hasta tan tarde, aparte que después de las veces que me he revolcado por el suelo, que se ha detenido el juego por mi causa, lo que me espera en cuanto llegue es una buena ducha, y es posible que no me libre de la charla sobre la decencia de toda buena chica y todo eso, aunque, en realidad, los chicos no han visto más que mi camiseta manchada no me la he quitado en ningún momento y tampoco se ha subido más de la cuenta. A diferencia de aquella vez que siempre me echan en cara, en esta ocasión he sido mucho más pudorosa, ya que la situación me hubiera parecido vergonzosa y comprometedora, ya no tengo trece años, sino catorce y lo que entonces era una feminidad incipiente me temo que ahora ya es innegable, a pesar de que hace unos años no me lo creyese, me temo que no hay duda que soy una chica y que respiro aliviada porque no me convertiré en un chico, ya que insisto en que nunca se me ha pasado por la cabeza serlo, aunque alguna vez haya querido parecerlo porque no hay chicos en el St. Clare’s.

Dispongo de una media hora para regresar antes de que sea demasiado de noche y espero que Ana no me regañe porque me haya entretenido más de la cuenta. Aunque, en cuanto me vea aparecer por la puerta, estoy segura de que me manda derecha a la ducha y más vale que me bañe a conciencia porque tengo la sensación de que llevo arena en todas partes y la ducha se convertirá en una playa hasta que la tierra se vaya por el desagüe. La próxima vez, si es que se repite, creo que me vendré mejor preparada para esto o al menos me lo pensaré dos veces antes de aceptar una invitación como ésta. En cualquier caso, ha sido divertido, pero me he dado cuenta de que ya no es cómo hace años en que se me consideraba como una más de la pandilla. Ahora me ven más como la chica que en el pasado jugaba con ellos y ahora ha crecido, como esa chica que no se comporta cómo se supone que hacemos las chicas a esta edad porque yo no recelo tanto de sus juegos ni hago las mismas tonterías que las chicas, al menos eso es lo que yo pienso de mí. Pero es posible que por mucho que no lo quiera ver lo de comportarme cómo una chica es algo natural en mí, lo único que me sucede es que aún no tengo una amiga con quien compartir estas confidencias ni esta complicidad femenina.