09:00 PM. Living room
Tras el partido de béisbol, una ducha caliente, he tenido que curar mis heridas, porque, según Ana, no sabe si me he dado un paseo en bicicleta por el parque o es que me caído en mitad de Fellsway St y dejado que todos los coches me pasaran por encima y, hasta que no me he quedado a gusto, no me he apartado. También me ha dicho eso de que los chicos me han debido usar de pelota y cosas de esas que suele decirme para constatar su preocupación por mi aspecto y que le haya comentado que he estado con los chicos en el parque. En realidad, tan solo he traído unas cuantas heridas y arañazos, por la cara, brazos y piernas, con las consecuentes manchas en la ropa por haber estado por el suelo. Pero esta vez no ha sido porque me haya metido en peleas, porque nadie me ha tocado un pelo. Ya no soy tan ingenua como hace uno años. Dentro de lo que cabe regresé de una pieza y no es necesario preocuparse en demasía.
Las penas se curan con una cena casera y con recuperar la compostura para que vuelva a ser yo misma, dado que esa imagen de chica que se mete en líos no encaja demasiado conmigo. Porque lo cierto es que soy bastante tímida, pero como me recrimina Ana, me dejo engañar por los chicos del parque con demasiada facilidad y no es a éstos a quien he de impresionar con mis tonterías y mucho menos con las suyas. Ya tengo edad para demostrar un poco más de madurez mental. De hecho, fui yo quien en su momento decidió que ya no jugaría más con los chicos, porque éstos se comportan como lo que son y yo, la verdad, empiezo a estar más que harta de sus bromas, que por dos o tres que me traten con la debida consideración no puedo dejar que los demás me tomen por tonta. Se ponen muy gallitos y a mí no se me ocurre otra cosa que reírles la gracia.
Como me aconseja Ana, debería plantearme más en serio eso de tratar con chicas de mi edad y más ahora que voy a empezar las clases en el high school y que me quedo como la mayor de las niñas del internado. Se supone que tengo la ocasión y la excusa perfecta para empezar a comportarse como una adolescente, como una chica de mi edad, aunque hasta cierto punto me condicione en el hecho de vivir en el internado. Sin embargo, frente a ese pesimismo que me caracteriza cuando hablo de mis circunstancias, tal vez conozca a alguna compañera que me acepte por quien soy y no dé tanta importancia a esos pequeños detalles que tanto me agobian. Tengo la oportunidad de mostrar la mejor de mis sonrisas y de mi personalidad porque trataré con gente nueva que no sepa de mis manías. Aunque tampoco es cuestión de que les dé una imagen distorsionada de mí, pero convendría que aflorasen mis muchas virtudes y no tanto mis obsesiones.
En cualquier caso, ahora no es momento de pensar en chicos ni en regodearme en las heridas de mi orgullo, sino de que me relaje e intente sumar algunos minutos a esa cantidad de horas que me gustaría pasar en la playa antes de que se acabe el verano. De hecho, no estoy muy segura de que Ana no vaya a tener en cuenta lo sucedido esta tarde y haya de empezar de nuevo cuando ya tenía horas de lectura suficiente como para pasarme una semana entera en Carson Beach. En cualquier caso, mejor no preguntar, no sea que la respuesta no sea de mi agrado y demostrarle que sigo haciendo méritos en ese sentido, que si vale de algo, estoy leyendo el libro en español más gordo de los que he encontrado.
Ana: Si ya tienes el estómago lleno y los dientes limpios, deléitame con esa lectura en español. – Me pide. – Este verano no te has esforzado mucho en la elección de los textos porque has optado por el mismo libro día tras día.
Jess: Se trata tan solo de que lea y este libro me ha parecido lo bastante gordo. – Me defiendo. – Lo encontré entre los libros de la biblioteca. – Me justifico, aunque entiendo que me haga esa observación sobre mi poco interés en la lectura.
Ana: Sí, me conformo con que leas. – Me confirma. – Pero no me esperaba que te lo tomases con esta desgana. – Reconoce. – El verano pasado la lectura era un poco más variada.
Jess: Entonces ¿Me busco otro texto? – Le pregunto contrariada y sin mucho entusiasmo.
Ana: Venga, sigue donde lo dejamos ayer. – Me indica. – [Spanish] Empieza que te escucho con atención
Jess: (Leo) “Cuenta Cide Hamete Benengeli, autor arábigo y manchego, en esta gravísima, altisonante, mínima, dulce e imaginada historia que, después que entre el famoso don Quijote de La Mancha y Sancho Panza, su escudero, pasaron aquellas razones en el fin del capítulo veintiuno quedan referidas, que don Quijote alzó los ojos y vio que por el camino que llevaba venían hasta doce hombres a pie, ensartados, como cuentas, en una gran cadena de hierro por los cuellos, y todos con esposas a las manos. Venían asimismo con ellos dos hombres de a caballo y dos de a pie; los de a caballo, con escopetas de rueda, y los de a pie, con dardos y espadas; y que, así como Sancho Panza los vio, dijo: – ésta es cadena de galeotes, gente forzada del rey, que va a las galeras.”
Ana: Repite esta frase y no te comas las palabras: “pasaron aquellas razones que en el fin del capítulo veinte y uno quedan referidas”
Jess: ¿El resto lo he leído bien? – Le pregunto contrariada. – Los españoles hablan un poco raro y tú no hablas así. – Constato.
Ana: [Spanish] ¿De pronto tienes interés por entender qué lees? – Me pregunta contrariada. – Esto es tan solo para que mejores la pronunciación, para que el curso que viene, cuando entres en clase y te enfrentes a la asignatura de Spanish, no dé la sensación de que llevas cuatro cursos de retraso sobre tus compañeros.
Jess: Iré a clase porque no me queda otro remedio. – Le indico.
Por pasarme de lista y demostrar entusiasmo por la lectura, cometí la torpeza de coger uno de los libros más gordos, que a la vez resulta ser de los más complicados, porque, como me dijo Ana en su momento, está escrito en español antiguo y hay que estar más pendiente de lo que se lee. En la actualidad los hispanohablantes no lo hacen así y me mirarán con cara rara como me dirija a ellos con este lenguaje. Sin embargo, tan solo se trata de leer. No de comprender ni de aprender. Con un libro gordo tengo lectura para todo el verano, porque por muchas horas que le dediquemos, debido a que tras cada párrafo Ana me hace alguna corrección, cuando no obliga a que lo vuelva a leer las veces que considere oportuno hasta que lo haga bien, podemos tardar dos o tres días en pasar de página. Aun así, no hago el esfuerzo de entenderlo ni de aprendérmelo de memoria, que sería lo más fácil. Me es indiferente de qué trate la novela o quienes sean sus personajes. De hecho, en ocasiones la lectura se me hace tan pesada que he estado a punto de buscarme otro libro, pero me ha dado pereza molestarme y preocupado que Ana me preguntase por los motivos del cambio.
La razón de haber escogido este libro, aparte de su grosor, está en el título, eso de que aparezcan las palabras “La Mancha”, lo que me llevó a acordarme el cartel de aquella tienda, aunque no sé si tiene alguna relación. Supuse que tal vez encontraría alguna pista sobre el lugar dónde estuvimos, por si se trata de algún país, aunque, por mis conocimientos en Geografía, no soy capaz de ubicarlo en ninguno de los cinco continentes, aunque debido a la antigüedad del libro la conclusión a la que he llegado es que se trata de algún país al que han cambiado el nombre a lo largo de la Historia como consecuencia de las guerras y la época colonial. En cualquier caso, como entiendo que la novela trata sobre caballería y estuvimos en una ciudad amurallada y con aspecto de existir ya en la Edad Media, me cuadra. El problema está en que el libro no viene acompañado de ningún mapa que me ayude a su ubicación. Es más, la primera frase de la novela es muy significativa en ese sentido “In a village of La Mancha whose name I remember”, de manera que ni siquiera tengo motivos para hacer el esfuerzo de ser yo quien lo encuentre en los mapas.