Sábado, 15 de febrero de 2003
El viernes 14 de febrero, el día de los enamorados, y sin que hubiera nadie que me declarase su amor, ni lo esperase, regresé a Toledo, pero me dejé el coche en casa, como exigencia sin la cual no hubiera conseguido el consentimiento de mis padres, quienes ya pensaban que tanto trayecto no me hacía ningún bien, aunque resultase imposible que me quedase tranquila en casa más de dos fines de semana seguidos y ya habían pasado cinco semanas desde el retiro anterior. De hecho, la asistencia a aquel retiro la habíamos organizado entre varios del grupo, que fue lo que me animó, aunque en el último momento los compromisos de unos y otros me dejaron en la estacada. Sin embargo, como ya me había organizado el fin de semana, buscado alojamiento en casa de una amiga y conocedoras las demás de mis planes, tomé conciencia de que me hubieran dicho lo que fuera con tal de que no faltase, aunque lo habitual en el retiro de febrero, como consecuencia de la época de exámenes en la universidad, es que fuese uno de los que tenían peor convocatoria. Aparte que, como me dijo mi amiga, era más probable que por la noche encontrásemos ambiente para divertirnos, si me quedaba hasta el domingo.
Aquel día llegué a tiempo de cenar con mis amigas y dado el día que era, que todas estábamos de buen humor, a modo de broma, lo celebramos como si fuera nuestro día de los enamorados, incluso aquellas que no teníamos pareja, pero fue una excusa para festejar nuestra amistad y que ninguna se sintiera de menos por el poco interés demostrado por los chicos hacia nosotras, incluso para alguna era un alivio que no arrastrase esa carga. Para mí suponía otra fecha en la que me dolía por la ruptura de mi relación con Carlos, en que lamentaba que no nos hubiéramos entendido, pero también me alegraba de que éste hubiera rehecho su vida y ello aliviase mi sentimiento de culpa, dado que algo bueno había tenido que lo hubiéramos dejado. De algún modo, envidiaba la suerte de Carlos, pero para mí suponía un descanso que ningún chico se sintiera condicionado por mi salud o por mis problemas, por egoísta o frío que resultase mi planteamiento, dado que me sentía mucho más viva que cuando estaba en pareja.
La oración del viernes por la noche no estuvo nada mal, hubo poca gente, lo cual casi fue una oración en familia, con los más comprometidos con el Movimiento o con menos compromisos en su vida diaria. No era ningún secreto que alguna de mis amigas acudió por no darle plantón al resto del grupo, como parte de nuestro plan para el fin de semana, propiciado por mi visita, ya que, de otro modo, quizá se hubieran sentido más libres. Mi prioridad estaba en el retiro, de manera que cualquier otra sugerencia estaba descartada, aunque me atraía la idea de pasar un viernes por la noche en Toledo, no tanto encerrada en una iglesia. Sin embargo, le debía ese compromiso a la gente de mi parroquia y al hecho de que quizá después de casi un año, aquella era la primera ocasión en que me sentía relajada y sin agobios con nadie. Tenía más motivos para vivir el retiro en toda su intensidad que para utilizarlo como excusa para una noche de diversión en Toledo, que se aplazaba hasta el día siguiente.
Por la mañana, aunque nos habíamos acostado un poco tarde, fuimos de las primeras en acudir al retiro, más por empeño mío que por mi amiga, quien se hubiera quedado un par de horas más en la cama y se sintió presionada por mis prisas. Si hubiera sabido el recibimiento que tendría, quizá hubiera dejado que mi amiga me convenciera, me sentía animada y no tanto descansada, pero me daba lo mismo. Me esperaba un día intenso y provechoso para el que no había hecho planes de ningún tipo, más que aprovechar el día en toda su intensidad y con todo lo que se me presentara. Mi ánimo se vio un poco truncado cuando me recibieron con un comentario jocoso y algo desacertado, como si no se hubiera olvidado lo sucedido tras el retiro del mes anterior. Me calificaron como la que no tiene novio, con lo que resaltaba que otro retiro más estuviera allí y el hecho de que para muchos aquello no tenía demasiada lógica, aunque se agradeciera la visita y el interés. En ningún caso le hubiera dado un carácter romántico a esos viajes y menos que esa fuera la idea que los demás se hubieran creado de mí, cuando por todos era sabido que no tenía novio ni lo buscaba.
Una de las veces en que salí de la iglesia, para descansar y que el culo no se me pegase al banco, porque ya me había confesado la noche anterior, una de las chicas que se encontraba allí me hizo partícipe del rumor que le había llegado y esperaba que se lo confirmase o desmintiera, porque no le daba mucha credibilidad, pero tampoco lo veía como algo improbable. Alguien le había insinuado que estaba allí con mi novio o algo por el estilo, lo cual, en caso de que fuera cierto, se entendía como una buena noticia, porque significaba que había superado mi ruptura con Carlos y dado un poco más de normalidad y estabilidad a mi vida. Esto es, que casi se daba por seguro, a pesar de que ni la tarde anterior ni a lo largo de la mañana hubiera la menor evidencia de ello, dado que estaba en compañía de mis amigas y mi interés por los chicos o por alguno en particular no afloraba por ninguna parte. Como no podía ser de otro modo, se lo desmentí. Se trataba de un asunto personal, pero comprendí que su intención era buena, que no había ninguna indiscreción en ello, sino, más bien, con el deseo de que mi supuesto novio se sintiera integrado, en caso de que no conociera a ninguno de los presentes, como me había sucedido a mí la primera vez que Carlos me había traído con esta gente.
Cuando nos sentamos a comer, le comenté a mis amigas lo del rumor que corría entre la gente referente a mi situación sentimental, por si éstas habían escuchado algo. Alguna se sorprendió por mi comentario, pero otras sí me confirmaron que algo habían escuchado, pero que eran simples divagaciones por parte de unos y otros, como si el incidente del retiro del mes anterior tan solo hubiera sido la pregunta que todos se hacían y para la que casi nadie encontraba respuesta. Con dos horas de viaje en coche entre una ciudad y la otra, aquel era mi cuarto retiro del curso y tan solo había faltado al de noviembre. Motivos para que alguno llegara a esa conclusión parecía que no faltaban, pero ni yo me consideraba alguien tan importante dentro del Movimiento, ni tenía la sensación de que mi vida le importara a nadie más de lo normal. Ante la respuesta de mis amigas, para mí la única justificación a aquel rumor injustificado era que Manuel hubiera hablado más de la cuenta y se hubiera tomado el darnos la paz en un sentido muy distinto al pretendido, como si hubiera caído rendida a sus encantos, cuando lo cierto era que en las cinco semanas previas no había habido intercambio de correspondencia, ni en lo que iba de retiro nos habíamos prestado atención.
Le comenté a mis amigas mis sospechas sobre el inicio de aquel rumor y ninguna me supo decir nada claro, tampoco un desmentido tajante, dado que todas reconocían que preferían desentenderse, dado que no era un chico que les llamase la atención de manera particular y ya tenían bastante trato con él durante las reuniones de grupo como para saber de qué pie cojeaba. En cualquier caso, lo que alguna me aconsejó, fue que ante la duda lo hablase con él, dado que no había riesgo de que me comiera y que por mi parte estaba tranquila. Aquella iniciativa no daría pie a que él sacase conclusiones equivocadas, que, al menos, si alguien le preguntaba sobre aquel rumor, alegase que no sabía nada del tema y no se diera por aludido. En cualquier caso, la situación para mí resultaba muy comprometida, casi como una provocación por su parte justo para eso, para que hablase con él. En el peor de los casos, mi acusación en falso serviría para que se reavivaran nuestras diferencias cuando el tema ya estaba superado, más cuando prefería que esa cuestión quedase en el olvido tanto por su parte como por la mía o de los demás. Tampoco quería que un juicio equivocado empeorase su relación con la gente, debido a su manera de ser tan solitaria.
Para que la situación no resultase demasiado brusca y darle opción a que fuera él quien aludiera a ello, si es que tenía algo que decir al respecto, en vez de una acusación directa, expresarle todo mi malestar por ese falso rumor, opté por ser un poco más discreta y sutil, pensé que tal vez, si me mostraba un poco más afable, se confiaría. La excusa que se me ocurrió resultó de lo más inocente y nada sospechosa, le hice creer que necesitaba cambio para un billete de cinco euros, lo que esperaba diera pie a que hablásemos algo más de dos palabras o se quedara en un saludo frío. En compañía de una de mis amigas fui hasta el grupo donde se encontraba sentado, me sitúe a su lado, sin demostrar ningún nerviosismo, e hice la petición en general. Nadie llevaba cinco monedas de euro, pero la actitud de Manuel me pareció correcta en todo momento, incluso algo cohibido ante mi proximidad. No noté en él nada que delatara su responsabilidad sobre aquel rumor. Es más, me pareció que lo había escuchado y le daba cierto grado de credibilidad, de tal manera que mi falta de interés por sus sentimientos estaba más que justificado. Me guardé el billete en el bolsillo, pero no reprimí el hecho de que él se ganara una sonrisa de alivio por mi parte e incluso de disculpa porque le había acusado sin motivo. Supongo que también fue de gratitud por lo tranquilo que transcurría el día para los dos.
Tras la misa, aunque mis amigas se marchaban a casa, porque tenían que cambiarse de ropa y dejar las mochilas para que saliéramos aquella noche, a mí me retuvo delante de la puerta uno de los miembros del Consejo que tenía interés en que hablásemos sobre la Pascua. Como responsable de mi grupo parroquial, se esperaba que me implicara de una manera más personal y organizase a la gente desde allí. Tal vez no fuera el mejor lugar ni momento para aquella reunión, pero durante el retiro no se había presentado la ocasión y aquel era un asunto que era mejor que se tratase en persona y no por teléfono. Como tal ya estaban establecidos los pueblos donde se celebraría las pascuas aquel año y para los del Consejo era importante que informase de ello a la gente de mi parroquia, para que se apuntaran todos los que quisieran antes de dos semanas, ya que se pretendía que los grupos quedasen cerrados con tiempo para una mejor organización, que no sucediera como otros años que la gente se apuntaba a última hora y todos en la misma. No es que fuera indispensable, pero se consideraba importante que confirmara mi asistencia o delegase mis funciones en alguien que lo tuviera seguro y se responsabilizase de quienes se apuntaran para que aquello no se convirtiera en un caos.
La conversación sobre los preparativos de las pascuas derivó en mi valoración sobre la situación y el estado de ánimo de la gente de mi parroquia, para que no pareciera que desde Toledo se nos ignoraba o nos tenían olvidados, por si era necesario que nos dieran un poco más de apoyo, porque se considerase que los de Toledo estaban mejor que los demás, cuando lo cierto era que dificultades las había en todas partes y los de Toledo tenían la suerte de que estaban donde había surgido el Movimiento, mientras que los demás habían surgido gracias a la expansión de éste, a las diferentes actividades o a la propia vida de la gente que por un motivo u otro dejaba la ciudad y se trasladaba a otra parte y ante la necesidad de mantener la vivencia del Movimiento lo había creado entre la gente de la parroquia, como un grupo parroquial más, cuando no un aliciente para avivar los que ya hubiera, por lo que se creaba un lazo de fraternidad ante el hecho de que todos viven lo mismo, aunque cada cual con sus peculiaridades.