Sábado, 15 de febrero 2003
Contra todo pronóstico por mi parte, al mes siguiente volvió. Fue el sábado en el retiro cuando me enteré que llevaba allí desde el día anterior y había hecho el trayecto en autobús. Es decir, tenía intención de quedarse todo el fin de semana, aunque lo más chocante fue enterarme por un rumor de que tenía nueva pareja, con lo cual sus planes estaban sobradamente justificados. No había venido con él sino a verle. Lo cual a mí me pareció que no tenía demasiado sentido. Sin embargo, era posible que fuera cierto, aunque tuve la impresión de que no se trataba más que un simple rumor, dado que durante el retiro la encontré como siempre y no pude destacar que mantuviera una mayor complicidad con ningún chico. Hasta su actitud y trato conmigo fueron de lo más normales, por lo cual estaba claro que, por su parte, lo nuestro estaba más que olvidado y no le afectaba nada de cuanto le hubieran dicho al respecto. Sin embargo, a mí me dolió esa normalidad, lo que por otro lado resultaba tranquilizador.
Durante el retiro sólo habló conmigo para preguntarme si tenía cambio para un billete de cinco euros, porque al preguntarle a los demás no había tenido suerte, ya que no era fácil que alguien llevase ese dinero en calderilla y, como era evidente, no fui la excepción, pero al menos hablamos. Me demostró que no me evitaba, aunque no tuviéramos tampoco mucho que decirnos por no remover viejas heridas. De modo que ni lo del billete fue una excusa para romper el hielo ni mi incapacidad para hacerle ese favor fue en respuesta a sus calabazas, porque de haber tenido esa calderilla no hubiera tenido inconveniente en darle el cambio. En todo caso, me llevé una sonrisa de agradecimiento y la satisfacción de contar con su confianza para cuestiones tan simples como aquella, que no me consideraba el último mono a quien recurrir. Sin embargo, de encontrarme en su misma situación me lo hubiera pensado dos veces y casi hubiera preferido buscar cambio en otra parte antes que acudir a ella, porque no quería llevarme a engaño de nuevo.
Y dado que se quedaba a dormir, se contó con ella para el plan de aquella noche. Sin embargo, tras el retiro, en lugar de irse con sus amigas a hacer tiempo, prefirió esperar allí, en la puerta, con los indecisos, lo cual para mí supuso el desmentido del rumor sobre su supuesto novio, salvo que éste fuera un tanto desconsiderado con ella al desentenderse. Yo tenía intención de marcharme a casa, pero, como solía pasarme en esas ocasiones, hubo quien me dio conversación y a quien no dejé plantado porque, en realidad, no llevaba ninguna prisa, tan solo el deseo de evitar la tentación de llevarme por mis impulsos y estropear mi relación con Ana al volver sobre lo mismo otra vez. Por lógica me sobraban argumentos para creer que todo estaba aclarado y era mejor dejarlo estar. Fuera o no verdad lo de su novio, lo cierto era que no estaba allí para verse conmigo porque la complicidad entre ambos no había cambiado tanto después de lo ocurrido, salvo que habíamos dejado de ser dos extraños entre la multitud.
Aquel grupo de rezagados se fue reduciendo tan rápido como anochecía y llegaba la hora de regresar a casa o ir a alguna parte para no quedarse en la calle helados de frío, aunque Ana se hubiera citado allí con sus amigas y, conociendo las costumbres del grupo, las podía esperar sentada. La puntualidad no era nuestro rasgo más característico y ella, sabiéndolo, había cometido la torpeza de quedarse a esperarlas porque al principio parecía que tendría ambiente y compañía. Sin embargo, el aguante de unos y otros tenía un límite y nadie se percató de la situación en que la dejaban porque ella estaba allí en espera de que pasaran a recogerla. No se la abandonaba a su suerte y la gente que se iba lo hacía considerando que todo estaba bien, siempre que se quedara alguien, aunque la consideración de los primeros no tuviera el mismo valor para los últimos, salvo que éstos se amparasen en la hora para restarle gravedad a la espera, ya que, en cualquier caso, cada cual tenía su vida y sabía hasta dónde sacrificaban su tiempo por esa hermana.
Yo no me sentía ni más ni menos considerado que los demás. De hecho, tal y como veía marcharse a la gente, mis ganas de seguir su ejemplo aumentaban. La idea de quedarme a solas con Ana me resultaba demasiado comprometedora, más cuando ella no estaba en actitud muy habladora y a mí se me cansaba la lengua, aunque sin duda, de cuantos íbamos quedando, era quien menos objeciones pondría a quedarme. Mi casa estaba a dos pasos y no tenía planes para aquella noche, aunque dudase de si tendría apetito para cenar, como la situación fuera más y más tendente a quedarnos solos, a pesar de que el compromiso mayor fuera para el último que se quedara con nosotros, si es que no me marchaba antes. De hecho, ni yo tenía muy claro por qué me quedaba, dado que la expectativa de quedarme a solas con Ana no resultaba nada tentadora y temía cometer alguna torpeza o decir una imprudencia que le molestase y estropeara ese deseo de conciliación entre nosotros iniciado el mes anterior.