Sábado, 11 de enero, 2003
Lo mejor para superar aquel estado era pasar página y no obsesionarse con ello. Así se lo debieron hacer entender a Ana de modo que, para mi sorpresa y alivio, acudió al retiro animada por las amigas y evitó tanto dirigirme la palabra como cruzar cualquier tipo de mirada conmigo a lo largo de la mañana. Sus problemas conmigo no iban a afectar a su vivencia del retiro ni le perjudicarían en nada durante las meditaciones y ratos de oración en la iglesia. Estaba allí decidida a superarlo, tan fría, distante y segura de sí misma como podía estarlo yo con ella o más. Volvíamos a tener la misma actitud del año anterior como si nuestros esfuerzos por superar el asunto hubieran sido inútiles. En el retiro de diciembre, por una tontería, se había vuelto a avivar aquel nerviosismo entre nosotros y las semanas que habían transcurrido no habían permitido enfriar esa tensión, ni aun evitando vernos.
Era mejor olvidarse del tema como si no hubiera pasado nada porque ninguno de los dos tenía nada que recriminarle al otro. De hecho, podía decirse que nos perdonábamos mutuamente cualquier malentendido que hubiera podido haber, presentándose ante nosotros un nuevo camino de fraternidad y esperanzas. Si nosotros lo asumíamos así, los demás se acabarían olvidando de ese incidente.
NO TEMAS YA No, no quiero volver a huir, regresé y no me volveré a ir, no importa que no haya cruces que por las calles no me busquen que hoy ya nadie me persiga Me quedo, pero que no se vaya, que volver sea como empezar seguir aquello que quedó atrás pero ha de seguir desde aquí no tengo que ir a ningún lugar no hay nada que temer ya.
Sin embargo, lo que en principio sería la tónica de todo el día se vio alterado positivamente por parte de Ana, a la hora de comer. Fueron ella y sus amigas quienes se acercaron y unieron al grupo donde yo me encontraba, lo cual fue tan natural que no dio la impresión de haber sido premeditado, aunque a ella no le pasara por alto que me encontraba en aquel grupo, aunque, aun así, en ningún momento se mostró fría ni distante. Participó de la conversación y dio la impresión de estar tranquila y sentirse integrada. Nada que ver con el encuentro en su ciudad o la que parecía haber tenido durante la mañana. Hasta el punto de llegar a darme cuenta de que me observaba de reojo con mucho disimulo y que esas miradas no eran tan serias como lo habían sido las anteriores, como queriendo darme a entender que ya estaba todo olvidado y confiaba que yo actuase con la misma naturalidad. A mí no me resultaba tan fácil ni simple de lograr.
La manifestación más clara de todo aquello fue a la hora de darnos la paz en misa. Ella se había sentado en el banco de atrás y me tendió la mano como los demás. Aquello cobraba todo su sentido y resultaba de lo más discreto. Me estaba pidiendo disculpas por sus reacciones y a la vez perdonándome por no haber estado callado cuando debía. En vista de que las palabras no surtían efecto, había optado por ser de lo más discreta. Si aceptaba su mano, estaría todo olvidado y dejaría de culparme por todos sus problemas en la relación en el Movimiento. Comenzaríamos de nuevo sin que hubiera nuevas suspicacias, dejaría de ser objeto de sus quebraderos de cabeza y nuestra vida volvería a la normalidad. Fue una mano tendida de una hermana que le daba la paz a un hermano, una paz tan sincera como se la ofrecía a los demás, pero, en su caso, con todo sentido, aunque tal vez no fuera la manera más correcta de resolver nuestras diferencias.
Nuestros problemas habían comenzado por haber entendido mal sus gestos y nerviosismo, por haber hablado de ello con quien no debía y en el momento menos oportuno para después intentar aclararlo con Ana sin saber si a ésta ya le había llegado el rumor. Es decir, mi planteamiento había sido de lo más incoherente e imprudente ante lo cual el batacazo había sido inevitable arrastrando a Ana conmigo por no haber reflexionado sobre la repercusión y consecuencias de mis actos. Su oferta de paz y reconciliación resultaba de lo más discreta. Había sabido con quien hablarlo y contando con la complicidad de las personas justas para guardar las apariencias de cara a los demás. Lo suyo era en serio y no una burbuja de aire que le fuera explotar en las manos. Era la paz o mi vergüenza por rehusarla. Ana ya no podría hacer nada más por solventarlo, ella se sentía justificada. Es decir, que acepté su mano sabiendo que con ello me evitaba la humillación y el escarmiento público.
Lo que temí fuera a complicar de nuevo nuestra relación fue un comentario que se le hizo después, sin mala intención y abusando de esa fraternidad que se supone debía haber dentro del grupo, referente al hecho de su asistencia a los retiros a pesar de las distancias, atribuyéndose a motivos sentimentales y no tanto por su implicación con el Movimiento, en vista que de la gente de su parroquia, ella era quien más había acudido en el último año, de hecho era quien había asistido a más retiros de cuantos no vivían en Toledo e incluso que alguno de los toledanos. Por suerte ese comentario partió de alguien que no estaba al corriente de lo nuestro y ella no se lo tomó demasiado mal, aunque sin duda era una cuestión que flotaba en el ambiente, una duda que hasta entonces nadie le había planteado tan abiertamente. Acudir a tantos retiros, a pesar de venir desde tan lejos, no era algo tan frecuente como ella estaba dando a entender, y no es que se la recriminase por ello. Era bien recibida porque conservaba ese enlace con su parroquia, pero su interés resultaba sospecho, más cuando había precedentes en ese aspecto.
Aquel comentario inocente puede decirse que le obligó a replantearse cómo estaba llevando su vínculo con el Movimiento y no porque hubiera entendido que se le aconsejara que se quedara en su casa. Era libre de participar en cuantas actividades quisiera y pudiera, pero hacer ese viaje de dos horas de idas y otras dos de vuelta para acudir a un retiro cada mes debía tener algún sentido, porque su participación también se agradecía en su parroquia. Todas las molestias que se estaba tomando no podían ser por mero capricho ni por estar evitando coincidir con Carlos porque éste saliera con otra chica ni siquiera para que ella pasara más tiempo con sus amigas de aquí, si dicho interés no tenía una correspondencia por su parte. Además, aquí tenía esas discrepancias conmigo que suponían aliciente suficiente para quedarse en casa. En definitiva, se dio cuenta que su comportamiento no resultaba muy sensato. Ella misma provocaba que más de uno sacara conclusiones equivocadas al respecto. Tan solo los novios llegaban a tanto encontrando en el retiro la excusa para verse.
El caso es que aquella tarde se marchó pronto sin dar muchas explicaciones. Tenía por delante dos horas de coche y no quiso atrasar su salida por más tiempo, lo cual atribuí a aquel comentario que yo también escuché y que supuse le había debido poner algo nerviosa. Aclarados sus problemas conmigo, aquello era una puñalada por la espalda, aunque no fuera con mala intención. En todo caso, resaltaba algo que no era normal para quienes desconocían el fondo de la cuestión y de lo cual yo tenía una vaga idea por cuanto me había contado en sus cartas y había llegado a escuchar de quienes más trato tenían con ella, por lo cual no me extrañó su marcha y posiblemente cambio de planes de última hora, dado que tal vez tuviera previsto quedarse en casa de alguna de sus amigas y evitar así precipitar su vuelta. Podría haber celebrado la resolución de sus discrepancias conmigo, que se quitaba ese peso de encima. Sin embargo, prefirió poner tierra por medio y no levantar más suspicacias por parte de nadie.