Sábado, 14 de diciembre, 2002
Dos meses después ella volvió con la tranquilidad de saber que aquel asunto había quedado olvidado. Los rumores se habían acallado y ella no había tenido noticias mías, aunque, en realidad, no estuviera totalmente tranquila por el hecho de volver a coincidir conmigo y que volviera a distraerla con mi presencia o que cualquier pequeño incidente reavivara aquella historia. Ella vino porque había retiro y se sentía a gusto e identificada dentro del Movimiento, necesitada de esa fraternidad para vivir su fe y que ésta no quedara sólo en su ambiente. Las actividades de la parroquia estaban bien, pero cobraban más sentido vividas con el carisma del Movimiento, más cuando desde la propia parroquia se animaba a los jóvenes a unirse los movimientos y con ello conseguir que la vida en la parroquia fuera más activa al implicarse más en la misma, con más compromiso personal, sabiendo lo que se hacía y el porqué, no sólo por participar
En aquella ocasión hablamos, compartimos esa fraternidad entre nosotros, a pesar de la frialdad inicial por parte de ambos, porque los dos sentíamos ese impulso a mantener las distancias. Aquella situación no se podía eternizar ni ser algo que condicionara nuestra implicación y vida dentro del Movimiento. Y como para todo el mundo estaba claro que no había nada entre nosotros, se nos trató y consideró como al resto. Lo cual devolvía la normalidad a aquel clima de fraternidad y buena convivencia entre los hermanos.
Después de la comida hubo reunión por grupo formados al azar con la única intención de que éstos no fueran muy numerosos y en los que hubiera gente procedente de todas partes para que así hubiera más que compartir. De tal manera que la gente se numeró del uno al cinco y ello propició que Ana y yo coincidiéramos en el mismo grupo, sin que ninguno de los dos hiciera trampa para evitarlo, detalle que, en realidad, a nadie le hubiera importado. Se consideraba una táctica más habitual de lo aparente por uno u otro motivo.
Aquel debería haber sido el grupo más silencioso de todos por la frialdad de trato entre Ana y yo. En realidad, lo habitual era que, salvo el responsable de grupo y algún otro con algo más de idea, se hablase poco o lo justo para dar su opinión sobre las preguntas planteadas. Sin embargo, Ana se repuso de aquel susto inicial y pasando por alto mi presencia, optó por no callarse, dado que no había acudido al retiro sólo a calentar el asiento ni quería dar la impresión de que en su parroquia tampoco participaba, cuando se consideraba una chica bastante activa. De modo que aquel silencio inicial se desvaneció hasta el punto de que la conversación, el dialogo, entre quienes participaban, se hizo tan vivo como en los demás grupos. Lo que me permitió conocer una faceta de Ana que hasta entonces desconocía. No creo que ella se sorprendiera, salvo por lo a gusto que se sintió consigo misma una vez superado ese recelo inicial y asumido que no se podía cohibir ante mi presencia.
En aquellos momentos me sentí vencido por goleada. Comprendí que Ana me ignoraba y que ese romanticismo platónico carecía de sentido. De hecho, por aquel entonces ya no tenía futuro y aquello me lo confirmó. Ella no tenía novio y, si pretendía rehacer su vida sentimental o tener un vínculo así dentro del Movimiento, yo me podía sentir descartado. Sus aspiraciones estaban fuera de mi alcance y no se iba a rebajar a fijarse en alguien como yo; preferiría a alguien con un compromiso y una vivencia tan intensa como la suya, dado que eso era lo que entendí de sus palabras. De lo contrario, habría estado más cohibida, hubiera sido más reservada para no parecer tan inalcanzable ni segura de sí misma. Le quitó todo el mérito y encanto a su presencia allí y ante ello no pude más que darle todo el sentido y valor a lo que me había dicho en su carta, no correspondía a mis sentimientos. Había superado la ruptura con Carlos y dado un sentido a su presencia allí por sí misma.
Tras la misa, y como era costumbre en los últimos años, como un modo de recaudar dinero para cubrir los gastos de las distintas actividades del Movimiento, hubo un sorteo. En los primeros años se había sorteado una cesta de Navidad entera, pero como se trataba de compartir, de hacer ver que el beneficio era para todos, desde hacía algún tiempo la cesta de Navidad se sorteaba por partes y el anhelo de la mayoría estaba en llevarse el jamón. En mi caso reconocía que no tenía mucha suerte, ni siquiera una tableta de turrón me había llegado a tocar, de manera que aspirar al jamón era casi una utopía. En teoría la suerte era la misma para todos y, en todo caso, dependía del número de papeletas que se hubieran comprado, cuyo precio era lo bastante económico como para que nadie se quedara sin comprar al menos una. Los más generosos se permitían la compra de cuántas quisieran.
Como todos los años, sin que en aquella ocasión se produjera la excepción no se cumplió el dicho “desafortunado en el amores, afortunado en el juego”. La suerte siguió sin sonreírme. Los números de las papeletas eran de cinco cifras y en mi caso lo más cerca que estuve de llevarme algo fue con las dos primeras cifras. Supongo que no fue un alivio, pero Ana también se quedó sin nada, a pesar de que su generosidad se puso de manifiesto, como su ánimo a participar en aquella actividad del Movimiento. En cierto modo, entre los dos se evidenció la diferente implicación que cada uno tenía en el grupo, al menos así me lo quise plantear, dado que ella participaba en casi todas las actividades y yo destacaba más por mi falta de implicación.
Con la rifa se dio por concluido el retiro y dado que Ana había venido en su coche y no tenía prisa por marchase, se quedó en la entrada junto con los indecisos. No se quedaría a pasar la noche, sin embargo, le costaba despedirse de las amigas. Yo, que hubiera sido de los primeros en marcharme, también me quedé, lo cual no fue una cuestión de orgullo ni una rendición ante lo evidente, no dándole más vueltas. Sencillamente encontré quien me diera conversación, quien, como Ana, tampoco parecía tener prisa por irse y encontró en mí la excusa para pasar allí el rato. A mí me pareció poco oportuno darle plantón porque la verdad era que de allí me iba a casa sin ningún plan para aquella noche, de manera que aguantar allí era un modo de no regresar a casa demasiado pronto, aparte de que aquella conversación me resultara amena y me ayudaba a superar aquella desilusión, que por otro lado era un alivio porque ya no pesaba sobre mi conciencia ser un obstáculo en la vida de Ana en ningún sentido.
Y como en la calle hacía frío, y los que quedábamos allí no éramos tantos, a alguien se le ocurrió continuar aquella conversación en un bar. La excusa y la ocasión perfecta para que me hubiera marchado a casa. Sin embargo, me convencieron y me apunté al plan, dado que después cada cual se iría a su casa y lo único que se pretendía era evitar el frío. De hecho, Ana fue una de las más animadas, tal vez por no preocuparle lo que yo hiciera o porque intuyó que me marcharía. El caso es que le resultaba hasta cierto punto indiferente lo que decidiera, aunque, por otra parte, no le apeteciera demasiado que nos siguiéramos viendo, no fuera ello a dar pie a crearme falsas ilusiones al respecto. Ella no retrasaba su marcha por mí ni por ningún otro de los chicos, sólo por no despedirse demasiado pronto de sus amigas, porque en su casa no la esperaba nadie ni tenía otros planes para aquel día, por dedicarlo por entero al retiro.
Se dio la circunstancia de que aquel grupo estaba formado por el mismo número de chicas que chicos. En ese clima de confianza y fraternidad, de complicidad entre todos, a alguien se le ocurrió emparejarnos, aunque fuera de manera hipotética y sin más intención que resaltar esa paridad dentro del grupo. Lo cual hizo inevitable que se aludiera a lo habido entre Ana y yo, que ya todos sabían que no había sido más que un comentario mal entendido o sacado de contexto, pero tampoco íbamos a ser los únicos que no participáramos de aquella broma.
Y dado que aquel emparejamiento era una broma sin mayor trascendencia, un simple juego inocente del que todos fuimos partícipes, se pensó que Ana y yo haríamos buena pareja, lo que por parte de las chicas no quedó sin respuesta para dejar constancia de que Ana se podría emparejar con cualquiera y que casi prefería que no fuera conmigo. No por nada en particular, sólo por destacar el hecho de que no quería ese tipo de relación conmigo ni en broma, no fuera a levantar falsas expectativas por parte de alguno. Yo no era su tipo y no fue por dejarme mal. Sin embargo, quiso dejar patente que tenía mucho donde escoger y ya había pasado por la experiencia de haber tenido novio.
El caso es que el tema nos puso a los dos un poco nerviosos. Lo habido entre nosotros se suponía superado y el hecho de tener que hablar de ello resultaba un tanto comprometido. Para los dos era una novedad porque aquel tema se había resuelto por carta y desde la distancia, esperando no tener que enfrentarnos de una manera tan directa a ello, porque darme calabazas en presencia de testigos era como si admitiera que aquel tema no estaba claro del todo después del tiempo transcurrido. Si aún había alguien que lo tenía en cuenta, era porque ella o yo seguíamos pensando en ello sin aclararnos. Es decir, que se puso de manifiesto lo incómodo de la situación tanto para el uno como para el otro, aunque el asunto se lo tomaran a broma. Entre Ana y yo no había nada.
Mientras los demás hablaban, nosotros nos mirábamos, manteníamos una conversación de gestos, dado que los dos éramos conscientes de lo comprometido de la situación y queríamos que todo quedase aclarado. Ella me miraba firme y a la vez temerosa, queriendo tener la seguridad de que yo tenía claros sus sentimientos hacia mí y que aquello no daría pie a que le escribiera una nueva carta ni hablara de lo que no había entre los dos. Era un ruego para que no insistiera sobre algo que no tenía sentido ni fundamento. De mis miradas podía sacarse una interpretación similar, aunque no tuviera tan claros mis sentimientos, pero respetaría su decisión, ya que no quería perjudicarla en modo alguno. Sobre mi conciencia no recaería su hipotético distanciamiento del Movimiento. Sabía que lo estaba pasando mal. En todo caso, el problema era mío y a ella no debía afectarle de ningún modo.

Pocos días después me llegó una carta de Ana, dos folios escritos de su puño y letra por ambas caras, reafirmándose en lo dicho en la carta anterior, por si aquello no hubiera quedado suficientemente claro, aunque en esa ocasión se mostrase algo menos conciliadora, como si la hubiera escrito por impulso y sin pensar demasiado en ello, hasta el punto de aludir a Carlos para dejarme claro que no quería nada conmigo porque apenas nos conocíamos y, por mucho que quisiera, vivíamos lo bastante lejos el uno del otro como para descartar que se planteara algo en serio. Había casi dos horas de coche entre su casa y la mía. Es decir que llevábamos vidas tan distintas que no podíamos dejar, por tonterías como aquella, lo bueno que tenía la pertenencia al mismo Movimiento, dado que a ella le incomodaba toda aquella situación y prefería que no le afectara hasta el punto de tener que renunciar a ello por no cruzarse conmigo. Lamentaba tener que ser tan directa, pero no sabía cómo hacerlo de otra manera.
Estuve a punto de contestarle, escribí varias cartas e incluso llegué a cerrar el sobre escrito con su dirección, aunque al final no me atreví a echarla al Correo, pensé que ya me había dejado bastante claro lo que sentía y no serviría de mucho que se alargara aquella situación. Habría sido tan inoportuno como ella y la verdad es que no quise que se sintiera molesta por mi culpa. Había sido yo quien había iniciado toda aquella historia y Ana era quien sufría las consecuencias. Es decir, si ya me sentía bastante mal por el hecho en sí, el remordimiento de conciencia por cómo se sentía ella pesaba aún más, en especial si no éramos capaces de superarlo y continuar con nuestras vidas como si todo hubiera sido algo anecdótico, aunque en los comentarios de nuestros hermanos no hubiera ninguna maldad o en todo caso quisieran dar a entender que el asunto estaba olvidado o no había sido tan grave como parecía.
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