Hay un poema de esos escritos en mis inicios como poeta aficionado, en la adolescencia, en los que preguntaba «¿Me quieres?» «Se lo pregunto al viento / al mar en calma que yo siento». Con los años uno se acaba dando cuenta de que al viento no se le hacen este tipo de preguntas, al viento no. Es más, como en alguna ocasión me han llegado a decir y creo que así lo he sabido plasmar en mis novelas y en alguno de esos poemas de tinte más romántico, hay cuestiones que es mejor no preguntar de manera tan directa, hay cuestiones que requieren su tiempo, que no se han de dejar llevar por la impaciencia ni por las prisas. El viento tiene prisa, se lleva las hojas, empuja a la gente, arrasa con todo con su fuerza cuando sopla con fuerza, de modo que ya sabes lo que pasa cuando le haces esa pregunta al viento, que no responde, la respuesta que te da dista mucho de ser la esperada, la deseable. Esto del «¿Me quieres?» Es una carrera de fondo, «Maratón a alguna parte» incluso comparable a una carrera de obstáculos «100 metros vallas». Si corres en con contra del viento. Éste se convierte en tu peor aliado, intenta frenarte, por mucho que pretendas ir a mil por hora, como el viento no quiera que avances, te vas a quedar donde éstas, de modo que ya sabes lo que pasa cuando le preguntas al viento.
Tampoco me considero marinero para preguntarle al mar, a la tormenta en mitad del océano cuando zaranda el barco, cuando las olas alcanzan alturas que te por encima. Me considero, más bien, vagabundo en la playa, aquel que se queda en la orilla y se limita a observar el paisaje, ese mar en calma que lleva las olas hasta la orilla y estás rompen en la arena, en una arena fina que a penas se siente como una suave caricia en los pies.

Sin embargo, «si quieres peces, tienes que mojarte el culo«. No te puedes quedar en la orilla. No puedes esperar a que sea lo que sea que estés esperando llegue a ti porque lo traiga la corriente, ni tan siquiera el viento. No basta con preguntar «¿Me quieres?» Porque, si lo único que buscas es una respuesta, en la misma intención la llevas. Como dice otro de mis poemas «¡Baja las manos, que la playa no es tuya!» El hecho de preguntar no te hace dueño de ninguna playa y menos aún, si no preguntas.
¿Y si el viento no responde? Y si la respuesta que recibes del viento no es la que esperas? ¿Y si por mucho que bajes las manos la playa no se llena de gente?
Te dirán que, si vas a la orilla, al menos te mojes los pies, de poco sirve ir a la playa y lanzar gritos al horizonte porque por mucho que la gente oiga nadie te escucha y por lo tanto tampoco te van a contestar. Esa es más o menos la actitud de Jessica en «Esperando a mi Daddy«. A ella durante la adolescencia le encanta que la lleven a Carson Beach, porque allí se siente un poco más cerca de su anhelado y desconocido «Daddy», pero por mucho que alce la voz, que le llame a gritos. éste sigue sin dar señales de vida, de tener constancia de su existencia.
La actitud más lógica, al menos por la que yo planteo en mis novelas, en «Silencio en tus labios«, por encontrar en ello alguna referencia o ejemplo de lo que entiendo ha de ser, puede que quede más clara en la actitud de Ana. Porque el personaje de Manuel, con quien de algún modo más se siento identificado, porque me convierto en protagonista de mis propias novelas, en este sentido es un poco patoso y deja constancia de ello desde el primer momento, se menciona que ha tenido muchos y fallidos intentos de ligue, de preguntarle el viento y ya sabemos lo que pasa, nada. Ana, por el contrario, cuando se siente «preguntada», como es comprensible en un primer momento se muestra reacia. «Ni te molestes en preguntar«, pero, según va avanzando la novela, después de algún que otro tropiezo y desencuentro, empieza introducir los pies en esas aguas turbulentas, se adentra en ese mar de tormentas consciente de que las olas son demasiado fuertes, que hay corrientes marinas empujan su barco hacia lo desconocido, la alejan poco a poco de la seguridad del puerto.
Y tú, ¿Me quieres?
Preguntarle al viento es fácil, ya sabemos lo que va a responder, dependerá de las corrientes, de la fuerza de ese empuje, de la sinrazón o la razón por la que se mueva en una u otra dirección. Preguntar una vez, parece fácil. encontrar el momento y la manera más idóneas no lo es tanto «¡A dónde vas! Para que te estampas contra el muro» Si quieres hacer un pastel, primero tendrás que tener y conocer la receta, disponer de los ingredientes. Presumir de cocinero sin saber dónde está la cocina es el típico error de novato.
Entonces ¿Acaso no hay que preguntar? ¿Acaso nadie cómo, cuándo ni a quién hay que hacerle la pregunta?
Al menos en mis novelas quiero pensar que en algún momento, en mitad de esa maraña de sentimientos y contradicciones entre los personajes, llega un momento en que sin duda alguna es el momento, unas veces surge de manera un tanto improvisaba como en el caso de Ana y Manuel en «Silencio en sus labios» cuando Ana intenta que Manuel se calme, no se piense que su enfado con él es tan desesperante y se le escapa ese «Te quiero, tonto. Luego hablamos» Porque sí, puede que ella con antelación ya tuviera planes para favorecer ese acercamiento entre ambos, pero es la actitud de Manuel lo que desbarata esos planes porque éste sale huyendo, se va por la tangente porque supone que es lo que Ana espera para no ponerla en el compromiso de hacer ese «Camino de Emaús» juntos. Manuel se ha hecho el valiente, el tonto, y sin cohibirse lo más mínimo delante de todo el mundo, a mandado a Ana a paseo, de manera literal. Después son las amigas quienes salvan un poco la situación, lo que propicia de que tras ese silencioso «Camino de Emaús» Ana encuentre la ocasión propicia para ese arranque de amor que le sale más del corazón que de la cabeza. Tan solo ha de dar los tres pasos que se interponen entre ellos y susurrarle al oído. Después no se queda a esperar la respuesta porque ya la sabe, o la intuye. Luego hablarán,
Esa duda e incertidumbre en «Esperando a mi Daddy» tiene un matiz diferente, porque como tal no es la típica novela romántica al uso. Habla más de conflictos personales, de descubrir la propia identidad, de encontrar respuesta a lo que en sí mismo carece de lógica y sentido. Jessica crece con el anhelo de descubrir a su Daddy, de encontrar sentido a su existencia, sin que nadie le dé una respuesta clara. Daddy parece que no quiere saber nada de ella, por lo cual es ella quien toma la determinación de hacer ese viaje para encontrarse con él. Ya tiene una vida, aunque no muy estable, pero renuncia a todo por perseguir ese sueño, para lo que cuenta con el respaldo de una de las tutoras del internado. A averiguado mucho de su Daddy, pero le falta lo más importante. Tiene que hacer un viaje en avión, ir a un país, a una ciudad que tan solo conoce por referencias, llegar hasta una dirección que no sabe si es la correcta y cuando le abren la puerta preguntar si allí vive alguien que sepa de su Daddy o de ella misma. ¿Les sonara de algo su historia? Quien le abre la puerta es una chico que la mira con cierto asombro.
Jess: Good evening. I’m Jessica. I come from Medford, Massachusetts. I have arrived at Spain in this morning. May I speak to Manuel, please? Is he at home? I may be his daughter.
Jessica, 30 de septiembre 2004
De manera que ya sea una distancia de tres pasos o un viaje en avión de varias horas a un país extraño, si tienes que preguntar, pregunta. Ya sabes el Camino de Emaús para Ana y Manuel duró más de una hora y no se dijeron nada, pero se lo estaban diciendo todo en silencio ¿Te imaginas cómo hubiera seguido la novela sin ese «Te quiero tonto, luego hablamos»? ¿O como sería la vida de Jessica, esa novela, si se hubiera quedado en Medford?
Pregúntaselo al viento o a quien corresponda. En mi caso suelo hacerlo a través de mis poemas, mis novelas o de esta web.
¿Me quieres?
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