Reflexiones de Jessica
Por si no lo sabéis, la novela también tiene escenas de miedo, al menos de tensión y la secuencia que os comparto es un claro ejemplo de ello.
Imagina que va por medio de una calle nevada, o que te has detenido en el punto de recogida del autobús, a primera hora de la mañana, estás solo, que ves que se te acerca un hombre misterioso que se dirige directo hacia ti. Si se te hielan los pelos del cogote, no es sólo por las bajas temperaturas. ¿Qué harías?
Tuesday, January 16, 1996
Voy abrigada de pies a cabeza y el termómetro marcaba casi 11ºF la última vez que lo comprobé. Pero, según Ana, hoy se retoman las clases. Si no estuviera segura de ello, no me mandaría, ni aún en el caso de que vayan a venir a revisar el tejado por el riesgo de que hayan surgido problemas a consecuencia de las nevadas, más cuando quizá mi dormitorio sea el lugar menos seguro de toda la casa, al tratarse de una ampliación construida sobre el tejado, sin que yo haya escuchado ningún crujido extraño durante la noche, porque se supone que tiene la misma firmeza que el resto. La cuestión es que no quieren que haya niñas por el edificio, por el riesgo que ello supone para nuestra seguridad y la necesidad de tener cuatro ojos para controlar a cada una cuando se altera la tranquilidad. Yo lo único que espero es que durante el tiempo que estoy en clase no remuevan demasiado mis pertenencias, por pocas que tengo, porque como le he dicho a Ana ya tengo edad para tener mis pequeños secretos, pero cuento con su discreción para que no me haya de preocupar en ese sentido, aunque sea inevitable que los inspectores se pasen por allí en busca de desperfectos que a mí se me hayan pasado por alto en el techo, aunque las últimas reformas en el edificio hayan sido este pasado verano y en estos meses no hayan surgido grietas ni nada raro.
Es la hora, de manera que es mejor que no me busque distracciones ni excusas para lo inevitable, me queda un gélido paseo hasta la parada del bus y no puedo retener a Ana por más tiempo, de manera que las manoplas me limitan la movilidad en las manos, me termino de colocar la bufanda para protegerme la cara antes de poner un pie delante de otro. Sin manoplas mis manos tienen cinco dedos, pero cuando las llevo puestas tan solo el pulgar por lo cual mi capacidad de retentiva se queda bastante reducida y tal vez me convendría más llevar guantes, pero tengo la sensación de que así llevo las manos más protegidas, abrigadas, aunque, como en alguna ocasión he llegado a escuchar, es como si metiera las manos en las botas, pero la verdad es que lo prefiero así. son más fáciles de poner y de quitar. Son para estar por la calle, por no llevar las manos en los bolsillos del abrigo. Tengo la sensación de que voy más abrigada y protegida frente a la humedad ambiente, sin perder la movilidad en los dedos y sin que éstos vayan muy apretados. Tampoco es que yo sea de llevar anillos ni joyas, pero supongo que con las manoplas es más cómodo.
Lo que sí agradezco para esta época del año es disponer de botas, más que de zapatos y más ahora que me veo en la necesidad de recorrer más distancias. Ya que, aparte de los calcetines, puedo meter la pernera por dentro y evito las humedades, aunque ya he superado la etapa de ir metiendo los pies en los charcos. Pero el nivel de la nieve acumulada en ocasiones asusta un poco y prefiero que no me cale en los pies. Después dirán que las chicas tenemos una colección de calzado, pero a mí me parece que las botas son algo imprescindible y tampoco pienso demasiado en cuantos pares de zapato tengo o necesito porque en cualquier caso son los debidos y tampoco creo que tenga de más porque el presupuesto del St. Clare’s no se puede estirar mucho más y como Ana y Monica alegan ante nuestros antojos, hemos de tener en cuenta que todas queremos lo mismo y somos quince y en algo se tiene que notar que dependemos de la caridad de los demás, que el dinero no se sale de debajo de las piedras y que a la hora de comer, salvo que haya algo que no nos gusta, acostumbramos a demostrar bastante apetito. La suerte de las demás es que tienen familias de acogida que suplen esas necesidades extras y la mía es que no me pueden mandar a clase en pijama ni en paños menores, por lo cual, sin que mi colección de calzados parezca que el de la tienda ha saldado sus deudas, a mí me permite llevar una vida más o menos normalizada.
Como en ocasiones he escuchado a Ana lamentarse, entiendo que de manera un tanto teatral, en ocasiones se arrepiente de que yo haya superado esa fase en la que prefería vestir y parecer un chico, porque se supone que ello reduciría de manera notable mi cuenta de gastos, pero me he vuelto una adolescente, que sin ser particularmente coqueta soy un poco más consciente de mis circunstancias y necesidades, me quiero parecer a las demás. De todos modos, no creo que haya perdido del todo mi esencia dado que aún sigo en el internado y sin muchas ganas de marcharme, sigo esperando a Daddy y si no estuviera segura de que ello fuera posible quizá me dejaría convencer de lo contrario. Sin embargo, tengo la impresión de que Ana no me lo ha contado todo e incluso que he sido yo quien no le he prestado la suficiente atención cuando me lo ha dicho. Sobre todo, porque me intriga el hecho de que haya sido tan relativamente fácil justificar mi permanencia aquí. Supongo que en realidad esa facilidad es relativa, pero por lo que entiendo Ana supo encontrar los argumentos para vencer cualquier objeción al respecto, ya que estoy segura de que los administradores saben que sigo ahí, que el hecho de que mi dormitorio sea el trastero no implica que se me esté escondiendo de nadie, porque, además, en el Medford High saben dónde vivo.
Lo que hay a estas horas por Fulton St. aparte de frío, son los montones de nieve a ambos lados de la calle, la evidencia de que no hará mucho que ha pasado por aquí la máquina quitanieves para despejar las calles principales y facilitar con ello el tráfico, aunque de momento se hace un poco complicado ir por la acera, de manera que he de ir por el asfalto confiada en que los coches me vean porque las farolas están encendidas, dado que aún no ha amanecido y de todos modos entiendo que todos irán con cuidado y sin mucha velocidad ante el riesgo de que haya placas de hielo. En todo caso, Ana me ha aconsejado que sea yo quien vaya con cuidado y procure no exponerme demasiado al peligro, que es mejor que sea yo quien vaya sorteando obstáculos antes de convertirme en uno de ellos, de manera que no me ha de dar reparo pisar la nieve, si lo considero oportuno, siempre con cuidado de mantener el equilibrio y no resbalar, porque igual puedo caer sobre los montones de nieve apilados en la acera que en plena calle en el momento menos indicado, que si no me hago dado con la caída, puedo provocar que un coche no me vea o no distinga los bultos que haya en la calle. Por lo cual el hecho de ir a clase esta mañana, se convierte casi en un motivo para pensar que esto de estudiar implica poner en riesgo mi propia integridad, pero nieva desde mediados de noviembre y si después de cuatro días se retoman las clases se supone que ese peligro es moderado.
Los vecinos que haya asomados por la ventana y me vean, aparte de pensar que estoy un poco chiflada por andar a estas horas y en estas circunstancias por la calle, salvo que me conozcan y reconozcan el abrigo, no van a saber quién soy. Además, tampoco hay muy buena visibilidad, por lo cual quizá no tengan muy claro si soy un chico o una chica, aunque en alguna ocasión me he llegado a fijar en que algunas chicas aprovechan que llevan el pelo largo para marcar la diferencia, dado que no lo llevan recogido bajo el gorro ni la bufanda, porque entiendo que es un poco molesto eso de tener algo que sujete la cabeza y dificulte la movilidad cuando hemos de tener los cinco sentidos puestos en lo que tenemos delante. Por otro lado, el pelo se puede estropear con la humedad y el frío. No es agradable quitarse el abrigo y quedarse con esa sensación de frescos por el cuello. Mi opción es la comodidad ante que el hecho de que me reconozcan, ya que de ese modo además es como si me escondiera y huyera de esa sensación de sentirme observada o que por el hecho de ser una chica he de tener más cuidado, aunque después me sienta un tanto incómoda mientras me despojo del abrigo, como si descubriera algo de interés, a pesar de que mi armario no da para muchas sorpresas y tengo la impresión de que ya todo el mundo se ha hecho una idea de mi estilo de vestir.
Bajo estas prendas de abrigo y demás capas de ropa, me escondo yo, Jessica. Cuando me escapaba para jugar con los chicos al parque y éstos organizaban los equipos y la manera de diferenciarlos no creo que admitieran que yo jugase en esas condiciones. Según Ana, quizá al principio lo planteasen de manera ingenua y fuera verdad eso de que me admitían como si fuera uno más de ellos, porque a mí me gustaba parecerlo y alguna que otra escabechina me llegué a hacer en el pelo para ni llevarlo largo. Sin embargo, por mucho que yo me empeñase, yo misma me delataba porque tenía un jaleo del que no me sacaba nadie porque lo que buscaba con aquel comportamiento era escapar de mi realidad, un cierto grado de aprobación. En cambio, cuando los chicos empezaron a ser más conscientes de que había una niña con ellos, aquella inocencia se perdió. En parte porque yo también empezaba a ser más consciente de la importancia de esas diferencias y sentirme parte del conflicto que se nos planteaba, dado que en realidad yo buscaba y necesitaba relacionarme con otras niñas y a los niños se les hacía un poco raro eso de que me justase con ellos. Al final, yo dejé de bajar al parque, ya fuera porque no me sentía cómoda con sus normas o porque le había dejado de ver el sentido al sentirme tratado de manera diferente por el hecho de ser una chica y no encontrar en esos juegos esa idea utópica que yo buscaba.
Si ahora tuviera que jugar con los chicos, en el equipo de los que no iban sin camiseta, me temo que aparte de que me lo tendría que pensar y muy posiblemente desistiera por inapropiado, llevo tantas prendas de ropa encima que para cuando me quisiera dar cuenta ya casi sería la hora de regresar. Entiendo que ellos estarían tan locos como para jugar a nada en estas condiciones, hace demasiado frío y supongo que las pistas del parque estarán aún cubiertas por la nieve. De todos modos, las clases se han retomado y cuando salgamos ya casi habrá anochecido, de modo que no son días como para quedarse a la intemperie. Razón de más para que Ana confíe en que he recuperado la cordura y no se me ocurra hacer ninguna tontería de las mías en ese sentido, porque alguna escapada loca de estas admito que he llegado a tener, para al final darme cuenta de que en el parque no me esperaba nadie y yo misma ponerme en evidencia al tener que regresar. De todos modos, no recuerdo que no me hubiera abrigado antes y que, en realidad, lo único que pretendía era alejarme durante un rato de todo, que lo de acercarme por el parque era más por no quedarme en el patio, no me fueran a ver.
A quien no estoy segura de ver hoy es a Yuly. No he hablado con ella en toda la semana y no sé si le será fácil venir a clase, aunque, si no está en su casa, estará en la de sus abuelos y depende de que la puedan traer, dependerá de lo despegadas que se encuentre las carreteras y tal vez no se fíen demasiado porque igual se quedan bloqueados a la ida o a la vuelta, aunque sus padres tendrán que venir a trabajar. Sea como fuera éste es uno de los inconvenientes que para ella tiene no vivir en Medford o no haberse buscado un high school más próximo a su casa, aunque ya me ha dicho que entre las opciones que se le planteaban ésta era la menos mala y así ya se va mentalizando de cara a la universidad, porque eso de caerse de la cama y entrar en clase se le ha terminado. Si acaso, espero que esta tarde Ana me dé permiso para que intente hablar con ella por teléfono para que no piense que me he olvidado de ella, dado que si ella no me llama es porque le da un poco de reparo y entiende que el teléfono ha de estar disponible para cuestiones más importantes que solo hay uno para todas, aunque me parece que ya posible conseguir teléfonos móviles e individuales, pero es un lujo que aún no se ha extendido lo suficiente e imagino que será caro.
Llego a la parada de bus y, en contra de mis expectativas, me encuentro con que no hay nadie, que da la sensación de que hoy soy la única que ha tenido la ocurrencia de ir a clase en el bus. Ante lo cual ya no sé si es que llego demasiado pronto o tarde, porque es más o menos la misma hora de siempre, aunque voy tan abrigada que no puedo mirar la hora en el reloj y comprobarlo. No tengo la sensación de haber tardado tanto en subir la calle y en alguna ocasión me ha dado tiempo a echar una última carrera porque he visto al bus bajar o girar por Fulton Spring Rd, pero en esta ocasión todo me ha parecido demasiado tranquilo, de ahí que me extrañe que no haya nadie, porque, si Ana me ha mandado a clase, es porque está segura de que se han retomado. Que no ha sido tan solo en el St. Francis ni por echarnos a todas las niñas de casa para que no andemos incordiando a los inspectores con nuestra curiosidad y presencia, por lo cual me encuentro con la disyuntiva de no saber que hacer, porque si de verdad se han retomado las clases y no voy habré de justificar mi ausencia, pero si regreso al internado y le digo a Ana que he perdido el bus ello tampoco me solucionada nada porque ella me ha dejado claro que no me puede llevar. Lo único que me queda es confiar que haya sido ella quien se ha confundido y sigan las clases suspendidas.
Quien veo que se acercar por Fulton Spring Rdes un hombre. Lo que deduzco porque su ropa no me resulta demasiado femenina y hasta cierto punto, su corpulencia tampoco deja lugar a muchas dudas, aunque, si es lo que sucede conmigo, lo cierto es que la primera impresión puede resultar engañosa. De todos modos, sin que quiera pasarme de lista, creo ser capaz de diferenciarlos. En realidad, me debería dar igual quien haya por la calle a estas horas, dado que mi preocupación ha de estar en el bus, si es que llega al menos en que no sea yo la única que lo necesite esta mañana porque el panorama resulta bastante desolador. Sin embargo, la presencia de ese hombre, su manera de caminar hacia yo me encuentro me genera una cierta inquietud, porque no me da la impresión de que sea alguien que tan solo esté de paso por aquí, incluso diría que se muestra demasiado seguro y decidido, que es de esos de los que Ana siempre me aconseja que desconfíe porque no tiene muy buena intención, porque además me encuentro expuesta a cualquier peligro, porque a estas horas no hay tráfico y apenas hay gente por la calle. Casi todo el mundo se lo piensa dos veces antes de asomarme por la ventana porque lo único que se encuentra es nieve y que tampoco ha mejorado mucho la climatología.
El hombre viste con lo que me parece un sombrero, una chaqueta de cuero de color marrón, guantes negros, pantalón oscuro y botas de cuero. Además, lleva gafas oscuras. Entiendo que va igual de abrigado que yo y, por su manera de caminar, da la impresión de mostrarse muy seguro, mientras que yo he ido por Fulton St. como un pato mareado. Por lo que supongo que con ello confirma que es una persona adulta que no se enfrenta a su primera nevada, aunque haya tenido las últimas semanas para practicar, como en mi caso. Sin embargo, mis nevadas de los últimos años, los peligros a los que me enfrentaba, no iban más allá de llegar hasta el St. Francis, siempre en compañía de Ana y de las demás, aunque estos últimos años insistiera en querer ir sola para que nadie pensara que soy demasiado infantil. Estos días, la verdad es que casi prefiero tener un poco más de compañía, pero me tengo que venir sola hasta la parada, donde tampoco quiero exponerme a las burlas de las demás por mostrarme demasiado insegura.
Prefiero hacerme la despistada e ignorarle, reprimir en lo posible la sensación de temor porque tampoco quiero precipitarme en mis valoraciones y puede que tan solo sea un hombre que pasa por aquí, por lo cual es mejor que no le preste atención no sea que le ponga nervioso o piense que quiero preguntarle algo, ya que tampoco creo que me haya a aclarar si ya ha pasado el bus. Lo prudente es que me muestre tranquila y si dentro de un rato veo que sigue sin llegar el bus y sin venir nadie por aquí, regrese al internado y le dé las correspondientes explicaciones a Ana para que sea ella quien decide lo que hacer al respecto, porque entiendo que habrá que avisar al Medford High de mi ausencia. Lo que no hare será involucrar a desconocidos en mis problemas porque no quiero parecer una chica indefensa y desamparada en mitad de la calle, cuando la gente del barrio ya sabe que este es el punto de recogida el school bus, lo que ya forma parte de la rutina de todos los días, con la diferencia de que hoy, yo soy la única que me he acercado por aquí.
Así, de reojo y confiada en que por llevar la cara protegida con la bufanda no se note demasiado, no puedo evitar observar como el hombre se sigue acercando, aunque también estoy pendiente de la llegada del bus, de tal manera que estoy pendiente de lo que sucede a derecha e izquierda, más bien al frente porque el bus ha de bajar por Fulton St y girar en el cruce para entrar en Fulton Spring Rd, por lo cual es como si esperase que se fueran a chocar junto en frente mía, pero con la particularidad de que el bus no aparece por ninguna parte y el hombre no detiene su paso, que quizá yo le he visto venir desde demasiado lejos y me estoy inquietando sin necesidad, que tampoco hay porque ser tan precavida por mucho que ello me permita tener margen de tiempo para reaccionar. De hecho, como hay nieve por la calle y peligro de que haya hielo, tampoco es tan insensato eso de ser previsora porque en caso de considerar que he de salir corriendo es mejor que lo haga con la seguridad de que no resbalaré ni me tropezaré con el camino, no sea que acabe rodando calle abajo y sin control.
Es la presencia de alguien extraño a quien hasta ahora no recuerdo haber visto por aquí, cuando el curso ya está lo bastante avanzado como para haberme fijado en esos detalles, aunque me conozco el barrio y más o menos soy consciente de lo cambiante de puede llegar a ser la situación de un día para otro y entre épocas del año, pero más o menos todo el mundo sigue una misma rutina. Sin que yo pretenda presumir de conocer a todo el mundo cuando debido a mi limitada vida social casi puede decirse que me he fijado en aquellos que han tenido hijos estudiando en el St. Francis o tienen la costumbre de ir a misa a la parroquia los días de precepto a las horas en que nos han llevado a nosotras. Es decir, que a los pocos que conozco a casi todos de vista, salvo que tenga una relación más estrecha con el internado por ser familia de acogida. Sin que de momento sea capaz de relacionar a este hombre con nada que me resulte mínimamente familiar, aunque tal vez debería empezar a darme paseos un poco más largos o mejorar mi capacidad de observación para evitarme sustos como éste.
Mr. Bacon: (Se sitúa a mi lado) Buenos días, señorita “Yo no hablo español”. – Me saluda en español y en tono afable.
Que el hombre misterioso se detenga a mi lado ya de por sí me mosquea, pero, en cierto modo, lo que me deja helada es escuchar su voz, reconocerle y darme cuenta de que éste no ha dudado ni un momento en quién se esconde bajo esté montón de ropa, cuando no tengo por costumbre ir por los pasillos del Medford High así vestida, dado que, aparte de incómodo, me asaría de calor. De modo que suelo dejarlo en la taquilla, aunque debido a las dimensiones de ésta haya de meterlo un poco a presión para cerrar la puerta y echar la llave. Es decir, que si a Mr. Bacon le ha resultado tan fácil reconocerme será porque a lo largo de estos meses me ha tenido mucho más controlada de lo que yo creía, hasta el punto de saber cómo es mi abrigo, mi gorro de lana, la bufanda, las manoplas o las botas, incluso es posible que me haya reconocido por la mochila, pero he visto algunas similares a la mía y no lleva ningún distintivo especial que me identifique, lo cual quizá sea un fallo, en caso de perderla, porque quien la encuentre no sabrá a quien devolvérsela, salvo que curiosee en el interior. Para mí el tono de voz de Mr. Bacon es inconfundible.