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Introducción
Seguimos nuestro paseo por esta parte de Toledo, buscando esa curiosidad que detenga nuestros pasos y, por si a alguien no le ha quedado claro, de vez en en cuando se escuchan rumores de leyendas que llaman nuestra atención. ¿Qué mejor manera de conocer Toledo, su pasado, a sus vecinos más ilustres que a través de esas historias que perduran con el paso de los siglos? Es el Toledo del misterio, de las intrigas, de los amores imposibles, son las historias del pasado que hoy en día se siguen haciendo presentes. De manera que dejemos llevar por esos rumores que se escuchan a la vuelta de la esquina y acerquemos allá donde nos llevan esas voces ¿Qué será esta vez? ¿Otra lucha de espadas? ¿Otra historia de enamorados?
Esta vez los ruidos nos llevan hasta un sitio donde ya hemos estado, porque hasta aquí nos acercamos a ver el cobertizo, pero en esta ocasión no habremos de callejear ni perdernos. De hecho, ya en alguna ocasión he hecho mención a la calle del Pozo Amargo, cuando recorríamos la plaza del ayuntamiento.
Desde la plaza del ayuntamiento, bajamos bordeando la Audiencia Provincial y llegamos al cruce con la Calle Ciudad, calle Santa Isabel y Calle Pozo Amargo. Después no hay mas que seguir la calle del Pozo Amargo hasta la plazuela donde se encuentra en pozo.
Para aquello que recorren la ciudad según mi recorrido, dado que en la entrada anterior nos encontrábamos en la plaza de la Bellota o del Colegio Infantes, hemos de buscar la Bajada del Colegio Infantes, seguir por ésta hasta encontrarnos con la calle Pozo Amargo y subir por la cuesta hasta la plaza.
Entre la calle Ave María y el pasaje que da nombre a esta triste historia se encuentra una pequeña plaza que alberga un pozo de piedra. Su antigua función era la de proveer el agua a los toledanos para beber, cocinar y fregar, hasta que un día las lágrimas de una bella judía convirtieron su agua en amarga.
Hay en Toledo una calle de cuesta empinadísima que, arrancando de la Plaza de la Ciudad, frente a las Casas Consistoriales, va a terminar a la orilla misma del Tajo.
Sombría en general y estrecha en algunas partes, hasta el extremo de poderse abarcar ambas aceras a la vez, sólo de cuando en cuando viene el sol a animarla con sus rayos vivificantes.
Hacia la mitad de la calle, y en medio de una pequeña plazoleta, hay un pozo de brocal de piedra que le da el nombre; un nombre siniestro que tiene desde hace siglos: la Bajada al Pozo Amargo.
Si acaso una vez que estemos en la plazoleta, nos podemos asomar a ver cómo se encuentra el cobertizo. sin embargo, para saber de esta leyenda tampoco es obligatorio.

Historia del pozo
El Pozo Amargo es uno de los muchísimos rincones mágicos que oculta esta ciudad
Este pozo se ha convertido en uno de los puntos de interés más destacados de la ciudad. Entre las rutas nocturnas que se realizan por las calles de la ciudad, esta es una de las paradas obligadas para contar la leyenda de los amantes Raquel y Fernando.

Se trata de un pozo con el brocal de piedra, cuenta con una estructura y manivela de metal y está sellado con una tapa del mismo material. Se tiene constancia de que dicho pozo era uno de los más destacados de Toledo en 1093, conocido como pozo de Caxali. No será hasta 1162 cuando se modificará su nombre por el de Pozo Amargo, época en torno a la que se inspira la leyenda que os hemos mencionado.
En la leyenda se presentan las aguas del pozo como amargas a causa de las lágrimas de la joven sefardita, pero esto no se basa más que en la cultura popular de la ciudad. En realidad y al igual que la mayor parte de los acuíferos subterráneos toledanos, las aguas del pozo amargo son salobres, así que no eran potables y se utilizaban para otros fines como suministrar agua a los baños. Este hecho, suponía una dificultad para el abastecimiento de agua potable a la ciudad, que tenía que traerse por otros medios.
Leyenda del pozo amargo
La leyenda del pozo amargo es un relato popular de la ciudad de Toledo, en tiempos de la Edad Media, durante la época en que las tres culturas (musulmana, cristiana y judía) convivían en la Ciudad Imperial. Se trata de una de las múltiples leyendas de tema amoroso e interreligioso y de las más conocidas en la ciudad. El pozo en que se basa la historia se encuentra en una plazoleta de la calle Pozo amargo, denominada como el mismo. Han sido varios los autores que la han recogido en sus antologías de leyendas toledanas como Luis Moreno Nieto. Hay en una pared de la calle donde se encuentra un azulejo conmemorativo de la leyenda, como ocurre con otras leyendas y monumentos de la ciudad.
Wikipedia

Según el texto de Pablo Gamarra, recogido en la antología de Luis Moreno Nieto, la leyenda habla sobre dos jóvenes enamorados de la ciudad de Toledo: don Fernando, un caballero cristiano; y Raquel, una hebrea hija del potentado israelita Leví, que habitaba el palacio en cuyos jardines se encontraba el pozo que da nombre a la historia. Fernando visitaba todas las noches a Raquel al abrigo de la noche con la luna como única testigo. Subía la tapia de los jardines y se reunía con su amada, pero su amor estaba prohibido.
En Toledo vivían muchos judíos, y, como odiaban a los cristianos, a los que consideraban enemigos, no escatimaban esfuerzos ni desperdiciaban ocasión para menospreciarlos y ocasionarles desgracias y humillaciones.
Sin embargo, y pese a todo, no pocos ejemplos nos ofrece la historia de historias de amor entre dos seres de razas enemigas, separadas por odios de familia y por diferencias de credo y de costumbres. Abundan mucho en todas partes, y rara es la época que no guarda en sus crónicas alguna de ellas, casi siempre de funesto y desgraciado desenlace.
Pocas, sin embargo, presentan los terribles caracteres que el pequeño drama acaecido en el décimo siglo de nuestra era, en esta humilde calle toledana.
En aquel tiempo, y en este mismo sitio, que no era como lo es hoy una pequeña plazoleta, sino una magnífica mansión, con un gran jardín que ocupaba el lugar en que ahora estamos, vivía uno de los judíos más ricos de la ciudad. Sus riquezas eran tan cuantiosas que nada tenían que envidiar a las de los reyes y, mucho menos, a las de los grandes nobles cristianos.
Leví, que así se llamaba, era de carácter áspero y duro para con los que le rodeaban; era creyente hasta el fanatismo en la ley de Moisés; vivía alejado de todo el mundo, aislado en medio de una ciudad populosa; despreciaba a las gentes y había algo en su interior, superior a su propia voluntad, que le movía a vivir en la más completa soledad.
— Mis ojos, que han visto su turbación cuando está delante de ti; mis oídos, testigos de las forzadas palabras que te dirige, siempre pensativa, siempre preocupada. Y tú también lo has notado, Leví; tú también has querido adivinar lo que pasa en el alma de tu hija… Pero eres padre y los padres son sordos y ciegos para las faltas de sus hijos.
— No te entiendo. ¿Qué quieres decir?
— Quiero decir que yo también lo he notado, que queriendo a Raquel como a mi propia hija he buscado la causa de su preocupación y la he encontrado; y he creído deber decírtela, para que pienses lo que debes hacer en la situación en que te hallas.
— No sé por qué me turban tus palabras…
— ¿Quieres saber el nombre de la enfermedad de tu hija, viejo amigo? Es cosa que encanta al oído y despierta en nosotros mismos sentimientos que creíamos apagados. Se llama amor. Tu hija está enamorada; y de ahí, su tristeza; y de ahí, su preocupación.
— No te entiendo, querido amigo; no obstante, tus palabras, como hierro candente, penetran hasta mi corazón.
— Es que el cielo te niega la satisfacción de sacrificarte por tu hija; es que te condena a verla eternamente desgraciada, atrayendo sobre su frente culpable el rayo de la cólera de Dios.
— ¡Cómo! ¿Tan indigno, tan miserable es el hombre a quien ama Raquel?
— Es más que indigno, más que miserable…
— ¿Quién es, entonces?
— ¡Un cristiano!

Una noche, tras haberlos descubierto, Leví decidió actuar en consecuencia; asesinó a Fernando clavándole un puñal por la espalda que le atravesó el corazón. Raquel, horrorizada, comenzó a gritar y llorar desconsolada al ver a su amado yacer en el suelo junto al pozo. Nunca se recuperó de aquella escena que presenció y por eso, todas las noches acudía al pozo, se apoyaba en el brocal y se ponía a llorar. Vertía sus amargas lágrimas sobre sus aguas. Una de esas noches en que lloraba, le pareció ver el reflejo de su amado en el fondo del pozo y se arrojó atraída por su imagen. Se dice que sus aguas se volvieron amargas por las lágrimas que en ellas caían.
Al final de la leyenda, hay un pequeño fragmento del texto que se dirige directamente a los viajeros que la estén leyendo para describirles el lugar que aún puede visitarse y el motivo por el que sus aguas son amargas y no salobres.
Viajero: Ésta es la leyenda que dio nombre a la calle del Pozo Amargo, en cuya plaza solitaria verás una losa que cubre aquella poterna de aguas no salobres, sino amargas de las lágrimas que en ella derramó la bella israelita.
Pablo Gamarra

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