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Introducción
Ya he comentado la leyenda de «el hombre de Palo» construido por Juanelo Turriano, pero, al parecer, no era el único autómata que tenía vida propia. Los de la capilla de Santiago eran un poco escandalosos y por causa del ruido fueron condenados al olvido, desmontados y sus piezas utilizadas para otros menesteres, aunque éstos lo único que hacían era participar de la misa.
Como no hay mucha más información sobre esta tecnología del siglo XV, nos limitaremos a visitar la capilla de Santiago y curiosear en la vida de sus moradores, por decirlo de algún modo, que tampoco vamos a entorpecer su descanso. sin entrar a valorar el hecho de que llegamos tarde para visitar la capilla de Santo Tomas Becket, la de San Eugenio y la primitiva capilla de Santiago, pero que conste que, de haberlo sabido, quizá hubiéramos venido antes, pero así eran las cosas en la catedral en aquella época.

Capilla de Santiago

Historia de la capilla de Santiago
Esta Capilla funeraria fue construida entre 1435 y 1440 por Hanequín de Bruselas y costeada por el condestable D. Álvaro de Luna, favorito de Juan II que tras caer en desgracia, fue decapitado en 1453. La mandó construir y la fundó como lugar de enterramiento para él y su familia.
Es de las más grandes de la girola pues ocupa el espacio de tres de las antiguas, una grande y dos pequeñas;
A tal efecto compró la anterior capilla de Santo Tomás Becket, o Tomás de Canterbury, que había sido mandada edificar en el siglo XII por la reina Leonor Plantagenet, siendo ésta la primera dedicada a este santo fuera de Inglaterra. Incorporó a ella las dos capillas inmediatas, del siglo XIII, la de San Eugenio y la de Santiago, manteniendo la advocación de éste. Así consiguió tener la capilla más amplia de la girola.
Don Álvaro proyectó su mausoleo inspirándose en la disposición del adyacente de Gil Álvarez de Albornoz.
La fecha de inicio de construcción de la capilla coincide con el comienzo del arzobispado de Juan de Cerezuela (1434-1442), hermanastro del Condestable. Poco después, don álvaro contrató para continuar las obras al maestro Hanequín de Bruselas, que también trabajó en la construcción del castillo de Escalona.
Álvaro de Luna encargó su propio sepulcro, en bronce, situado en medio de la capilla, para el cual fue elaborado, también en bronce, un bulto redondo de su persona, que era un artilugio extraño, pues la estatua yacente se levantaba y se ponía de rodillas, mediante un mecanismo especial, en el momento en que empezaba la misa, volviéndose a tender cuando acababa la ceremonia.
Este monumento fue destruido en 1449 por orden del infante don Enrique (hijo de Fernando de Antequera), que aborrecía al Condestable.
Con sus materiales se forjaron una pila bautismal y un púlpito.
Dejó escrito en la novela “La Catedral” Blasco Ibáñez una leyenda en la que se narra cómo las estatuas yacentes de los sepulcros de don Álvaro de Luna y su esposa doña Juana Pimentel, siendo en otros tiempos de bronce, cuando decían misa en la capilla, al llegar al instante del ofertorio, las estatuas, por unos ocultos resortes, se incorporaban, quedando de rodillas hasta que terminaba la ceremonia. Pudo ser la Reina Isabel la católica, que como contamos asistía a misa de forma frecuente en la Catedral desde su balconcillo, la que, horrorizada por el escándalo que tanto los chirridos del bronce y por la curiosidad de las gentes que se agolpaban a ver el espectáculo, ordenó retirar los autómatas. Se cuenta que con este bronce, Villalpando construyó los púlpitos del presbiterio e hizo la pila bautismal.
En 1453, cuando murió don Álvaro, la capilla aún estaba en obras y su terminación corrió a cargo de su segunda esposa, Juana de Pimentel, y más tarde de su hija, María de Luna, casada con el segundo Duque del Infantado. Fue ésta quien encargó el retablo, en 1488, año en que murió doña Juana. Fue también la Duquesa quien mandó esculpir los sarcófagos de sus padres, en 1489, encargándoselos al maestro Sebastián de Toledo, el mejor escultor de la época.
La capilla
Es de planta ochavada y estilo flamígero muy depurado y selecto, de los mejores ejemplos que se dan en España. Este estilo se ve reflejado en los arcos de entrada con sus tracerías caladas y en la claraboya de los arcos ciegos del interior, más los gabletes, cairelados (festón calado y colgante) y nervios que desde el suelo cruzan la bóveda formando una estrella.
Sin embargo en el exterior los rasgos son austeros, totalmente hispánicos. Frente a la piedra blanca y agradable del interior, aquí se utiliza el granito y la cúpula se remata como un castillo almenado y con garitones.
En el centro de la capilla los sepulcros de D. Álvaro de Luna y Da. Juana Pimentel, su esposa, que gracias a ella pudo terminarse. Otros enterramientos de destacados familiares ocupan los laterales como (de izquierda a derecha) los de Juan de Cerezuela (†1442) y Pedro de Luna (†1404), Arzobispos de Toledo, y D. Juan de Luna y D. Álvaro, hijo y padre del Condestable respectivamente.
El retablo gótico del fondo fue encargo de Da María de Luna en 1488, con las trazas de Pedro Gumiel, con esculturas y predela de Juan de Segovia y pinturas del Maestro de San Ildefonso y Sancho de Zamora. En los ángulos de la capilla diversas esculturas de santos talladas por Mariano Salvatierra en 1791.
Retablo de la capilla de Santiago
Madera policromada. Es gótico, obra de Pedro de Gumiel con 14 tablas pintadas por Sancho de Zamora y Juan Rodríguez de Segovia, a quien se suele identificar como el maestro de los Luna. El retablo fue contratado por María de Luna, hija del condestable Álvaro de Luna, el 21 de diciembre de 1488 en el castillo de Manzanares el Real, con Sancho de Zamora, quien actuó en su nombre y en representación de Juan Rodríguez de Segovia, vecino de Guadalajara, y de Pedro de Gumiel, vecino de Alcalá de Henares. En el centro se encuentra la estatua de Santiago y en la predela está pintada la escena del Llanto ante Cristo muerto y a sus lados los retratos del Condestable y su esposa como donantes acompañados por San Francisco y San Antonio.
En los nervios de la cúpula hay ángeles con escudos de los Luna.
Sobre el retablo hay un relieve policromado de Santiago en Clavijo
Debajo está representada la escena del Planto ante Cristo muerto, y a los costados de esta imagen están el Condestable y su esposa acompañados respectivamente por San Francisco y San Antonio.
Ambos cónyuges están arrodillados. Él viste el hábito santiaguista y ella tiene la cabeza cubierta por un velo blanco.
Enterramientos de la capilla de Santiago
Los dos sepulcros exentos que están en el centro de la capilla corresponden al Condestable Álvaro de Luna y a su esposa Juana de Pimentel. Los bultos yacentes son esculturas hispanoflamencas de Pablo Ortiz y Sebastián de Almonacid. Las figuras orantes de las esquinas son de mucha calidad; en la del Condestable son caballeros de Santiago y en la de su esposa son frailes franciscanos.


Están formados por los sarcófagos, decorados en los cuatro frentes, y encima las figuras yacentes.
En las cuatro esquinas de cada monumento, figuras orantes:

Don Álvaro está velado por cuatro caballeros santiaguistas y doña Juana por cuatro frailes franciscanos.
La figura de doña Juana, la “triste condesa”, viste hábito monjil, lleva tocada la cabeza, está envuelta en un largo manto y sostiene un rosario en las manos. A sus pies, una muchacha con un libro abierto en la mano.
Arcosolios
En los arcosolios de las paredes están los enterramientos de Juan de Luna (hijo del Condestable), Álvaro de Luna (padre del Condestable), el arzobispo Juan de Cerezuela (hermano del Condestable) y arzobispo Pedro de Luna (tío del Condestable). En época presente este mausoleo pertenece a los duques del Infantado que tienen debajo de la capilla su propia cripta funeraria.
Juan de Cerezuela, hermanastro de madre del Condestable, que fue Arzobispo de Toledo. Murió en 1442. La estatua alza una mano en actitud de bendecir. A los pies, un águila sostiene el escudo de los Luna. La urna está decorada con el blasón.


Pedro de Luna y Albornoz, Arzobispo de Toledo, sobrino del antipapa Benedicto XIII (era hijo del segundo matrimonio de Juan Martínez de Luna, hermano mayor del Papa, con Teresa de Albornoz) y tío del Condestable. Sucedió en el arzobispado a don Pedro Tenorio. Don Pedro se ocupó de la educación de don Álvaro y lo introdujo en los asuntos del reino. Murió en 1414.

Juan de Luna y Pimentel, hijo de don Álvaro. Muerto en 1456.
Su figura está ataviada con cota de malla y dalmática y la cabeza coronada de laurel.

También fue enterrado aquí el padre del Condestable, igualmente llamado Álvaro de Luna, pero su sepulcro ha desaparecido, reutilizado.
Historia de Don Álvaro de Luna
Álvaro de Luna, que había sido tan querido por el rey Juan II, cayó en desgracia y murió decapitado por el verdugo en la Plaza Mayor de Valladolid el 2 de junio de 1453.
El cadáver de don Álvaro fue enterrado en el cementerio de la parroquia de San Andrés de Valladolid, a las afueras de la ciudad, en una fosa común, junto con otros ajusticiados.
Unos años después, los consejeros de Isabel la Católica Gonzalo Chacón y Gutierre de Cárdenas, evocaron la figura de don Álvaro como el ministro que más había trabajado por fortalecer el poder real.
Isabel restableció la memoria del valido, devolviendo a sus descendientes títulos y dignidades.
Los restos mortales de don Álvaro fueron trasladados a su capilla toledana.
Era entonces, desde 1482, Arzobispo de la sede primada el Cardenal Mendoza, en cuyo clan, inicialmente enemigo de don Álvaro, se habían integrado los Luna.

El cronista de Toledo Luis Moreno Nieto cuenta que en 1954 los restos de don Álvaro de Luna y de su esposa estaban en una caja de madera, arrumbados en un pasillo de la catedral.
Actualmente reposan en la cripta de esta capilla, que es propiedad de los Duques del Infantado.
A principios del siglo XX los Duques encargaron la construcción de una nueva cripta, iluminada con luz cenital por medio de claraboyas que se encuentran en el suelo de la capilla.
Entre el altar y los sepulcros, una barandilla de hierro acota el descenso a esta cripta, enterramiento actual de los Duques del Infantado.
Hoy la capilla permanece cerrada por una reja.
Don Álvaro de Luna en la literatura
Es abundante la literatura que se escribió sobre él (poemas, tratados, dramas, novelas…)
¿Qué fue de vuestro poder? (Diego de Valera) ¿Qué fue de vuestro poder, Grant Condestable de España, Pues ningún arte nin maña Non lo pudo sostener? ¿Ques de vuestra bizarría? ¿Ques de todo vuestro mando? ¿Ques de vos a quien dudando El mundo todo tenía? ¿Qué valió vuestro saber Cuando quiso el Soberano Derribarvos por su mano Sin poder vos sostener? ¿Ques de vuestra gran riqueza? ¿Ques de cuanto mal ganaste? ¿Ques del tiempo que pasastes? ¿Qué fue de vuestra ardidaza? ¿Qué valió vuestro tener Quando quiso la fortuna Derribar vuestra coluna Sin poder vos sostener? ¿Ques de vuestra grand compaña? ¿Ques de vuestro grand renombre? Yo no sé quien no se asombre De ver cosa tan extraña. Mire pues vuestro caer Quien toviere discreçión: Mire cómo la rasón Non los puede sostener. Y mire más quien me quiere Que en el mundo no confíe Nin jamás d’él non se fie Por puxante que se viere. Que mucho más empecer Suele cuando más prospera Aquellos a quien espera La razón no sostener.

Presentimiento que anuncia la caída de Don Álvaro (Romancero) A don Álvaro de Luna, condestable de Castilla, el rey don Juan el segundo con mal semblante le mira. Dio vuelta la rueda varia, trocó en saña sus caricias, el favor en amenazas; privaba, mas ya no priva. Ejemplo dejó en la tierra porque el hombre mire arriba: no hay seguridad humana sin contradicción divina. Una siesta, el Condestable, que dormilla no podía, con su secretario a solas d′esta manera replica: "Hoy el rey no me ha hablado, miróme de mala guisa, dejáronme venir solo las gentes que me seguían: Traidores me quieren mal y con el rey me malsinan; él es fácil, falsos ellos, venceranlo si porfían." "Condestable, mi señor, el mar brama, el aire arrima tu nave a enemigas rocas, amaina porque no embista. Sigue, cual la sombra al cuerpo, a la privanza la envidia; aprisa subiste al trono, ¡guarda no bajas aprisa! La pompa humana tú sabes que engendra ambición malquista, pesadumbre, que en el aire está de un cabello asida a los pies del que te arroja, dile: ‘Señor, resucita este muerto a la tu gracia, pues fue tu gracia su vida. Grande amor nunca se acaba sin dejar grandes reliquias, que disculpen del amado agravios y demasías.’ Tendrán tus amigos gloria, tus enemigos desdicha, tu verdad victorias claras, claras penas tus mentiras. La humildad todo lo vence con los reyes, las porfías son vaivenes peligrosos, don, miserable caída." Esto dijo el secretario; triste el Maestre suspira, diciendo que a Dios ensaña el hombre que en hombre fía.

Muerte de Don Álvaro (Romancero) Con triste y grave semblante oyendo está la sentencia el Condestable de Luna, sin género de flaqueza. No le ha turbado el temor de la muerte, ni el afrenta del acusado delito; antes dice con paciencia: "Justo pago ha dado el cielo a mi privanza soberbia, que de servicios humildes favores de un rey la engendra, pues como hiedra en sus brazos creció, y en fin, como hiedra, en faltándole su sombra no hay cosa que no la ofenda. Nadie procure privar con los reyes, porque sepan que quien más con reyes priva tiene la muerte más cerca; que la privanza en el suelo es una insaciable fiera, tósigo que sin sentirse se derrama por las venas: es blanco donde la envidia todos sus tiros asesta; terreno de las malicias, fortaleza sin defensa. Púsome a mí la fortuna en la cumbre de su rueda; mas como es rueda, rodó hasta bajarme a la tierra. ¡Ah, segundo rey Don Juan y qué contento muriera, si por servirte este día me quitaras la cabeza! Más siento perder la fama que me quita tu grandeza, que el castigo que me das, puesto que lo mereciera. No me espantará la muerte, pues no es morir cosa nueva. Mas morir en tu desgracia, más que el morir me atormenta. Si jamás en dicho o hecho ofendí tu real grandeza, no me perdone mis culpas Dios, a quien voy a dar cuenta; si no es que el hado infelice, mi clima y fatal estrella quiso, porque el cielo quiso que con voz de traidor muera. Luna fui que allá en tu cielo tanto crecí, que pudiera cual otro Faetón al mundo abrasar, si traidor fuera; pero mientras no vencieron las envidiosas tinieblas de tu sol las confianzas en la fe de mi nobleza, mi luna dio tanta luz con la tuya acá en la tierra, que de envidia se turbaron en tu cielo mis estrellas, do hicieron tales efectos en el sol de tu grandeza, que hacen menguar a mi luna antes que se viese llena. Erró la ventura el tiro, desenfrenaron las lenguas los émulos, y acertaron dalles tu grata audiencia; y como todo es finito, el bien que nos da la tierra, en tierra me vuelvo yo con esta inmortal afrenta. Crezcan contentos agora los que mi menguante esperan; mas miren que acaba el mío cuando a llenarse comienzan." Quiso pasar adelante, mas no pudo, porque entran el de Zúñiga y seis frailes, que ya ha rato que le esperan. Acompañóle gran gente, como amiga de novelas, hasta que en el cadahalso vio el verdugo que le espera. Abrazóse a un crucifijo vertiendo lágrimas tiernas; que un pecho que está sin culpa con facilidad las echa. Vueltos los ojos al cielo y las rodillas en tierra, dijo: "Dulce Señor mío, mi alma se os encomienda." Cortó el astuto verdugo de los hombros la cabeza, que por el aire decía: "Credo, credo, es fuerza, es fuerza..."

Don Álvaro de Luna (La plaza) (Ángel Saavedra, Duque de Rivas) Mediada está la mañana; ya el fatal momento llega, y don Álvaro de Luna sin turbarse oye la seña. Recibe la Eucaristía, y en Dios la esperanza puesta, sereno baja a la calle, donde la escolta le espera. Cabalga sobre su mula, que adorna gualdrapa negra, y tan airoso cabalga, cual para batalla o fiesta; un sayo de paño negro sin insignia ni venera es su traje, y con el garbo que un manto triunfal, lo lleva; y sin toca ni birrete, ni otro adorno, descubierta, bien aliñado el cabello, la levantada cabeza. Los dos padres franciscanos se asen de las estriberas, y hombres de armas en buen orden le custodian y le cercan. Así camina el maestre con tan gallarda presencia y con tan sereno rostro, que impone a cuantos le encuentran. Sus enemigos no osan clavar la vista soberbia en él, como consternados ya de su venganza horrenda; sus partidarios parecen decirle con mudas lenguas que aún morirán por salvarle y encenderán civil guerra. Y aquel silencio terrible por todas las calles reina, que, o gran terror o despecho, grande siempre manifiesta. Silencio que solamente de cuando en cuando se quiebra con la voz del pregonero que a los más valientes hiela, Diciendo: «Esta es la justicia que facer el rey ordena a este usurpador tirano de su corona y su hacienda.» Siempre que oye el condestable este vil pregón, aprieta la mano del padre Espina que en voz sumisa le esfuerza. Arriba a la triste plaza, que ha pocos días le viera tan galán en el torneo, con tal poder y opulencia. El apretado concurso el cuadrado espacio llena; vese una masa compacta de rostros y de cabezas. Parece que el pavimento se ha elevado de la tierra, o que casas y palacios su basa han hundido en ella. Un callejón, que tapiales de hombres apiñados cierran, sirviéndole de linderos lanzas en vez de arboleda, ofrece paso hasta donde lecho de muerte descuella, en mitad del gran gentío, que como la mar olea; el reducido tablado, enlutado con bayetas, una gran tumba parece que el pueblo en hombros sustenta. Sobre él está colocado un altar a la derecha, de terciopelo vestido, y entre amarillas candelas, cuya luz el sol deslustra y arder el viento no deja, un crucifijo de plata en cruz de ébano campea. Yace un ataúd humilde colocado a la izquierda; cerca de él se ve una escarpia en un pilar de madera, y en medio, de firme, un tajo, delante una almohada negra, y un hacha, en cuya cuchilla los rayos del sol reflejan. Al pie del cadalso el reo de la alta mula se apea; fervoroso el padre Espina con él sube y no le deja. De pie ya sobre el tablado tres personas se presentan a las medrosas miradas de la muchedumbre inmensa: el ministro de la muerte, el que lo es de vida eterna, y el que dando al uno el cuerpo al otro el alma encomienda. Turbado el tosco verdugo de atreverse a tal alteza, necio terror da a su frente que cubre jalde montera. El religioso, metido en su capucha, se queda de mármol, cruza los brazos, y con fervor mudo, reza. El condestable, sereno, el pie al crucifijo besa, y luego tiende los ojos por la turba que le observa; y viendo junto al tablado, en actitud lastimera, a Morales, su escudero, hecho de lealtad emblema, le llama, de oro un anillo, que el sello de sellar era de su puridad las cartas, del pulgar quita, y le entrega, diciéndole: «Amigo, toma, ya no conservo otra prenda.» Después atisbó a Barrasa, paje del príncipe, cerca, y así le habló en voz sonora: «Dile a tu dueño que vea de dar a los que le sirvan otra mejor recompensa.» Viendo el pilar y la escarpia, ¿«Para qué?» pregunta. Tiembla el sayón, y le responde, hablar no osando, por señas. Y prosiguió el condestable con una sonrisa acerba: «Después de yo degollado, nada son cuerpo y cabeza.» Entonces el padre Espina que piense sólo, le ruega, en Dios, y él: «Padre, es mi norte y mi esperanza», contesta. Se ajusta el traje, descubre la garganta, ve que llega el verdugo para atarle las manos con una cuerda; saca del seno una cinta labrada con oro y seda, y, «Átalas -le dice-, amigo, si es necesario, con ésta.» De hinojos en la almohada se pone, el cuello presenta, el religioso le grita: «Dios te abre los brazos, vuela.» El hacha cae como un rayo, salta la insigne cabeza, se alza universal gemido y tres campanadas suenan.
Web de referencia
wikipedia Capilla de Santiago
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