Placa en la calle Santa Isabel
(Toledo Olvidado)
Benito Pérez Galdós (Las Palmas de Gran Canaria, 10 de mayo de 1843-Madrid, 4 de enero de 1920) fue un novelista, dramaturgo, cronista y político español.
En ocasiones me pregunto si los arquitectos de los monumentos más imponentes de Toledo tuvieron en cuenta el entramado urbano de Toledo y las perspectivas que desde ese intrincado callejero podrían obtenerse de los edificios que proyectaban. Sólo así podrían explicarse algunas vistas interiores de la ciudad, que parecería casi imposible que hubiesen surgido del azar. Tal vez uno de los casos más representativos de esto que os expongo sea la sublime visión de la torre de la Catedral que puede contemplarse desde la Calle de Santa Isabel.
Se trata de una calle no demasiado ancha, con ligeras pendientes que suben y bajan y que, si se recorre desde fuera hacia dentro, ofrece en un momento dado -y de modo totalmente sorpresivo para el que la recorre por vez primera- una estampa difícil de olvidar: la torre de la Catedral aparece al fondo de la calle, rotunda, elevándose hacia el cielo como un gigantesco ciprés.
Probablemente no es casualidad que Benito Pérez Galdós escribiera su célebre novela Ángel Guerra en el número 16 de esta calle, en el caserón que en algunos documentos figura como Caserón del Recurso. Sin duda, encontrar la inspiración para escribir es más sencillo si a uno le rodean estampas como esa. Desde 1923 figura en esa casa una placa en memoria del genial escritor canario. Fue colocada el día 15 de abril de ese año por la asociación «Amigos de Galdós» encabezados por Gregorio Marañón -que fue quien costeó la placa- y Ramón Pérez de Ayala, entre otros destacados intelectuales y artistas.

Como es lógico, esta perspectiva fue descubierta por algunos de los primeros fotógrafos en el siglo XIX, como por ejemplo Casiano Alguacil que la inmortalizó precisamente en la época en que Galdós frecuentaba esta calle. Es bonito imaginar que don Casiano y don Benito pudieran cruzarse aquel mismo día…

Sirva esta entrada para cumplir con la intención de la placa que aún sigue allí colocada, y que finaliza con las palabras «Pasajero: no pases delante de mí con indiferencia. Numen Inest» (la expresión final en latín podría traducirse como «aquí se oculta la divinidad» o «aquí mora una divinidad»). Que estas fotografías y esta historia sirvan como humilde homenaje a esta calle y a Galdós, en este año que se cumplen 120 años de la publicación de la primera parte de Ángel Guerra sin que se haya hecho nada a nivel institucional para recordarlo.

Entre Madrid y Toledo
Galdós fue uno de los escritores que mejor conoció y más a fondo vivió la ciudad de Toledo. En palabras de Gregorio Marañón, su amigo y principal biógrafo de sus estancias toledanas: «Su amor por Toledo formaba parte de la vida íntima y literaria del escritor».
Nos cuenta Carmen Vaquero que, al principio, no gustó mucho Toledo a nuestro escritor y así lo refleja don Benito en su ensayo «Las generaciones artísticas en la ciudad de Toledo» (1870), donde la ciudad no recibe muchos elogios e incluso llega a decir de ella que era un lugar para lagartos y arqueólogos. Venía frecuentemente Galdós a Toledo por la proximidad a Madrid y aquí se hospedaba en el hotel Lino o en la calle de Santa Isabel en casa de las hermanas Figueras. Unas placas en ambos lugares reflejan el paso del autor por nuestra ciudad. Más tarde se alojó en la finca de la Alberquilla, desde donde subía al centro de Toledo con un amigo que, según explica Gregorio Marañón, se llamaba «Melejo»
«Ángel Guerra» se publicó en 1891 y en esta obra descubrimos un Toledo, digamos diferente, de la mano del prolífico autor, donde callejuelas y conventos toman un cariz especial bajo su prisma siempre crítico pero a la vez adornado con el encanto de aquella época, época en la que habló y más tarde trajo hasta nuestra ciudad al futuro doctor Marañón, quien además de dedicarse a la medicina, será también un espléndido escritor, amén de otras muchas actividades. El doctor Marañón dedicó a Galdós un capítulo de su obra titulada «Elogio y nostalgia de Toledo», en la cual se nos muestran muchas facetas del escritor canario.
Nos asegura Carmen Vaquero que la relación -primero de desafección y luego de amor- con Toledo prosiguió durante toda la vida del autor. Aquí tuvo muy buenos amigos, uno de ellos, el pintor afincado en Toledo Ricardo Arredondo, quien llegó a decir que, aunque Galdós era anticlerical, se hizo amigo de monjas, curas y canónigos de nuestra ciudad. Amante de la buena cocina, dio también buena cuenta de platos típicos toledanos como las perdices, cabrito asado, etc., sin olvidarnos del mazapán, del cual, según nos refiere Vaquero, se atiborraba en la confitería Labrador, sita en la plaza de la Magdalena, sin olvidarnos de la mermelada que hacían las Comendadoras de Santiago.
Benito Pérez Galdós y Toledo (Leyendas de Toledo )
Dos personajes eran su vínculo con Toledo: Un amigo de su sobrino José Hurtado de Mendoza, el ingeniero Don Sergio Novales, dueño de la finca de La Alberquilla, situada entre el ferrocarril y el río Tajo, donde D. Benito se retiraba a menudo para disfrutar de la vida campestre; y el pintor Arredondo, con quien solía callejear por las intrincadas calles medievales compitiendo entre ambos por encontrar el recorrido más corto de un itinerario fijado de antemano. Fue este último quien le recomendó instalarse en una sencilla pensión de la calle Santa Isabel, para documentarse sobre la segunda parte de la novela Ángel Guerra.
Galdós solía venir a Toledo en dos fechas concretas: A tocar el esquilón de la ermita el día de la Romería de la Virgen del Valle (cada 1 de mayo) y con motivo de la procesión Corpus Christi en Toledo, donde se situaba siempre entre la calle de Feria y la Plaza de las Cuatro Calles. Entre sus lugares preferidos se encontraba la Catedral de Toledo, donde conoció junto al campanero Mariano todos los toques de campanas. De madrugada solía acudir a los conventos toledanos para escuchar salmodias, contándose entre sus preferidos las Jerónimas de San Pablo y el Monasterio de Santo Domingo el Real. Habitualmente solía almorzar en la concurrida casa de Granullaque, en la placita del Barrio Rey, justo al lado de la Plaza de Zocodover, en su opinión, el centro umbilical toledano. Y también era habitual de la tienda del fotógrafo Casiano Alguacil en la cercana calle de la Plata, la misma calle en la que vivía el tío del joven escritor Francisco Navarro Ledesma, quien facilitó a D. Benito documentación fundamental para Ángel Guerra. Por último, D. Benito solía contemplar el atardecer desde el Monasterio de San Juan de los Reyes,cuyo claustro conocía al detalle al ir acompañado de su restaurador y amigo Arturo Mélida.
Fruto de estas visitas a la ciudad surgieron varias obras del escritor canario: Ángel Guerra, sus episodios nacionales (El audaz, Los apostólicos, Un faccioso más y algunos frailes menos) o Las generaciones artísticas de la ciudad de Toledo.
¿Vio usted a mi abuela?
La pregunta para mí es obvia, entre otra razones porque mi abuela nació en 1914, en las casa que había junto al torreón del puente de San Martín.

Como ya he comentado en alguna ocasión, en la época en que Benito Pérez Galdós venía a Toledo, el día del Valle, (1 de mayo y para las fiesta del Corpus Christi)
Mis antepasados, además de estas casas junto al torreón del puente, eran propietarios de «la Venta del Alma», por lo cual el camino lógico para ir desde la ciudad amurallada hasta la allí es el puente de San Martín. Está situada en el Cerro de la Cabeza, al otro lado del puente.
La leyenda de la Venta del Alma (Comienzo)
Al otro lado del puente de San Martín, en el camino viejo que conduce desde Toledo y Polán y Navahermosa, y al pie del cerro sobre el que se levanta la ermita de la Cabeza, hay una venta cuyo título no había podido menos que llamar mi atención, siempre que la casualidad me hacía cruzar el camino que por el Mediodía la limita.
Una noche, la segunda que pasaba en la histórica ciudad, habíamos salido con objeto de admirar el efecto de la luna desde la Virgen del Valle; y bien ajenos de las costumbres toledanas, volvíamos a la capital con intención de entrar por la puerta de San Martín, puesto que la barca que cruza el Tajo cesa desde la oración de prestar servicios; cuando al llegar, llenos de admiración y de cansancio, a la indicada puerta, la voz de uno de los amigos que nos precedía, vino a hacernos comprender el triste final de nuestra artística excursión.
La porte est fermée –dijo en su idioma natal y, efectivamente, la puerta estaba cerrada; todos callamos, y con la boca entreabierta y fijos los ojos en las claveteadas maderas, parecía que esperábamos a que alguna mano invisible la abriese de par en par.
En vano golpeábamos con nuestros cerrados puños sobre ella; en vano amargas quejas brotaron de nuestros labios; todas nuestras súplicas se estrellaban ante la insensibilidad de sus hojas.
No había otro remedio que volver atrás y pedir hospitalidad en una de las ventas que habíamos encontrado a nuestro paso; así lo hicimos teniendo la suerte de encontrar abierta aún la que se conoce con el título de Venta del Alma, y allí fue donde, de labios de una sencilla muchacha, oí la tradición que yo, a mi vez, voy a referiros, tal como ella me la contó.Yo no sé cuántos, pero hace ya muchos años, había en el mismo sitio que esta ocupa, otra venta tan acreditada y favorecida por los toledanos que era la envidia, no sólo de las inmediatas, sino de todas las que en el perímetro de la ciudad y sus alrededores se levantaban. Y no era seguramente la causa de esto el buen vino que en ella se despachaba ni las comodidades y el esmerado trato de la casa; no era la proverbial honradez del buen Gaspar, era su hija, era la hermosa Laura; que con su mirada de fuego y su eterna sonrisa atraía a su puerta, desde el orgulloso señor que detenía su caballo para saludarla, llevando un mundo de lascivos deseos al partir, hasta el humilde traficante que ataba a la reja su jaca y pasaba las horas sentado en el apoyo mirándola con la tristeza del que sueña con lo imposible.
(….)
Autor: Adrián García Age.
Leyendas de Toledo
Leyenda publicada en “El Correo Militar”, septiembre de 1891.
La «Venta del Alma» es sencillamente eso; una venta de las pocas que van quedando en los alrededores de Toledo. Oasis de los caminantes de antaño. Refugio de carros y carretas, donde hasta hace poco se servían peces fritos, queso en aceite, bacalao rebozado, chicharrones y aceitunas, con vino tinto de la tierra. Ya no tiene el letrero que motivaba los comentarios burlescos de algunos toledanos: «Venta del Alma de Víctor Rojas», ni es frecuentada por arrieros ni traficantes.
Se conservan el porche, los poyetes y las anillas donde se enlazaba el ramal de la caballería. Forma parte del ambiente en torno a Toledo y da carácter a la zona de los cigarrales. desde ella saludaban a la ciudad los trotamundos que llegaban desde los lejanos Montes de Toledo. En ella se congregaban a veces canónigos, guerreros y pillastres. Quizá calmara allí su sed el Lazarillo de Tormes y es posible que el mismísimo Cervantes, tan amigo de mesones y ventas, se allegase a ella al caer de la tarde para reponer sus fuerzas y su paladear la maravillosa vista panorámica de Toledo que ofrece desde aquel paraje.
Luis Moreno Nieto 1965


Mi bisabuelo se llamaba Don José Baquerizo Aguado (1884-1926), hijo de Francisca Aguado y nieto de Pedro Aguado. De manera que no es extraño pensar que Benito Pérez Galdós y él se saludaran, cuando éste cruzaba el puente. Y tal vez le comprase o pidiera que le arreglara algún reloj, porque mi bisabuelo, además, era relojero.

- Hola, Don Benito
- Hola, Don José
La abuela de Don José era Epifanía Rojas (falleció en 1888), esposa de Pedro Aguado y suponemos que verdadera dueña de la «Venta del Alma».
Mi abuela se llamaba ‘Manuela’ (1914-1981), era hija de éste José Baquerizo.


- Adiós, Don Benito
- Adiós, Don Manuel
Fuentes:
Benito Pérez Galdós. Entre Madrid y Toledo. Wikipedia
LA CALLE DE SANTA ISABEL O UN TRIBUTO A BENITO PÉREZ GALDÓS. Toledo Olvidado
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